Jesucristo, Salvador universal

“No hay otro nombre en el que tengamos el perdón de los pecados”

Vivimos en un mundo de paradojas. Quizás sea más exacto, aunque resulte más duro, decir directamente que vivimos en un mundo de contradicciones. En la era de la globalización, cuando hablamos de la aldea global, y queremos vivir todo en tiempo real, resulta contradictorio este afán por encerrarnos en lo local, cada uno en su autonomía, en sus costumbres, en su lengua original, volviendo las espaldas al mundo exterior, exaltando el momento presente, y reduciendo nuestro horizonte vital a las dimensiones de la vida cotidiana, aun a riesgo de perder la memoria de nuestro patrimonio histórico, y de quedarnos sin perspectiva para abrir caminos posibles hacia un futuro claro y estimulante.

En el marco de una retórica universalista, somos en realidad cada vez más localistas, más actualistas, y por eso mismo más pobres humana y espiritualmente.

Dificultades ambientales

Ese antipático proemio viene a cuento porque hoy quiero hablarles de la universalidad de la figura de Jesucristo y quiero que se den cuenta desde el principio de la dificultad que padecemos todos para reconocer un valor único y universal a nada ni a nadie en nuestra vida.

¿Cómo un hombre llamado Jesús, nacido en un pequeño país mediterráneo, bajo la dominación romana, puede tener un valor universal? ¿Cómo aquel hombre crucificado por los romanos puede ser importante para el éxito de mi vida personal? Esta pretensión de la fe cristiana encuentra en nuestro mundo muchas dificultades para ser aceptada seriamente.

1ª, Nada concreto puede tener un valor absoluto. Todo lo concreto es limitado, contingente, efímero. Un hombre, nacido en un lugar, con una mentalidad determinada, que vive en un tiempo determinado, no puede tener un valor universal ni permanente, que encuadre para siempre la marcha del mundo y la vida de cada uno de nosotros.

2ª, Cada hombre es libre para configurar su existencia como le parezca. Ningún otro hombre puede condicionar mi existencia hasta el extremo de exigirme creer en él como condición para la autenticidad y la viabilidad de mi existencia personal.

3ª, Si esto fuera así, quedarían sin valor el resto de las adquisiciones culturales y religiosas de la humanidad a lo largo de los siglos. En el momento presente, somos todos un poco o un mucho relativistas, quien se manifiesta partidario de alguna verdad absoluta o de algún valor que merezca ser mantenido como universal y definitivo, aparece como un fundamentalista, ignorante y temible. Alguien ha decidido que en nuestro mundo todo es relativo y debe estar sometido a nuestras conveniencias de cada momento.

Estas son las dificultades de tipo general a las que intenta responder la Congregación para la Doctrina de la Fe, con la instrucción Dominus Iesus, (6 de agosto de 2000), y más tarde con las observaciones hechas a la obra del P. Dupuis, Hacia una Teología cristiana del pluralismo religioso. (Sal Terrae, 2000).

Y la respuesta cristiana

La respuesta decisiva se centra en la afirmación del dogma cristológico fundamental, centro de la fe cristiana: Jesús de Nazaret no era un hombre cualquiera, los cristianos lo confesamos como el Verbo de Dios hecho hombre para ser nuestro Redentor y Salvador.

A partir de este dogma fundamental, los cristianos sabemos que las acciones humanas de Jesús son acciones verdaderamente del Verbo de Dios, no simplemente de manera formal y puramente gramatical, sino acciones realmente hechas personalmente por el Verbo de Dios, sin intermedio de ningún otro sujeto, según la naturaleza humana personalmente asumida en el seno de María Santísima.

Cuando Jesús ama, sonríe, obedece a su Madre la Virgen María es el Verbo de Dios quien realmente ama, sonríe y obedece a su madre, según la naturaleza humana realmente asumida. El Verbo no se posa sobre un hombre especialmente escogido pero ya existente o preexistente, sino que el Verbo, El mismo, se hace hombre, piensa como hombre, quiere como hombre, y reza como hombre, pero es siempre el Verbo de Dios y el Hijo unigénito quien actúa humanamente con actos que son realmente suyos.

Confesar que el Hijo de Dios se hace hombre, significa que el Hijo de Dios asume la aventura de realizar humanamente, día tras día, en el mundo de los hombres, su propia identidad personal de Hijo de Dios. Confesar que el Verbo de Dios se ha hecho hombre quiere decir que el Verbo, Imagen substancial y eterna de Dios, ha asumido la tarea de vivir una existencia humana que sea, en el conjunto de su vida, muerte y resurrección, la imagen humana definitiva y absoluto del ser y del Vivir de Dios para los hombres y para el mundo de los hombres.

De esta doctrina de la Encarnación se deduce espontáneamente la perfecta santidad y la definitiva humanidad de la vida de Jesús, que es la vida humana del Hijo eterno de Dios. Y por tanto, el valor universal y permanente de las acciones humanas de Jesús como realización plena y principio real de todo lo humano, en sus relaciones con Dios y por tanto en su realización religiosa y escatológica. La compasión de Jesús ante los enfermos o los pecadores, es ciertamente un sentimiento humano, pero es también la compasión humana del Hijo de Dios, con una vinculación real y directa con la persona divina. La oración de Jesús es una oración humana de un hombre viador, pero es la oración humana y viadora del Hijo de Dios que vive humanamente la relación filial y substancial con su Padre que le constituye Hijo y Verbo de la Trinidad.

Esta pertenencia personal y real de los actos de Jesús al Verbo de Dios hacen que la vida humana de Jesús alcance una perfección y una plenitud, no solo teologal, sino también categorial, humana, que la hace como un infinito relativo, un absoluto dentro del orden de lo humano. La personificación del Verbo de Dios, no es una referencia puramente gramatical, sino que es una misteriosa continuidad real con el Ser infinito del Verbo, que da a la vida humana de Jesús un carácter de plenitud irrepetible, en virtud del cual llega a ser plenitud y principio de todo lo humano, nuevo Adán, plenitud de los tiempos, primogénito de la creación, referencia central de todo lo humano, causa de salvación y de consumación para todos los que crean en El y se arraiguen en El por la fe y el amor.

Por sorprendente que pueda parecer esta doctrina, es toda ella la consecuencia inevitable de las expresiones de Jesús y de la elaboración cristológica de Pablo y del evangelio de Juan. “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. He aquí que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”(Mt 28,18-20). “Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, y nadie conoce bien al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 27). “porque en El reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2, 9-10).

Afirmar que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, implica afirmar que la humanidad ha sido hecha a la medida de la encarnación del Verbo. En la mentalidad evolucionista el hombre llega a ser el culmen de la evolución por causalidad, sin una razón determinante. En la mentalidad cristiana el hombre ha sido pensado y creado para hacer posible la existencia central de Jesucristo como realización plena y principio universal de la humanidad. En el existe y subsiste la humanidad realizada en su plenitud como modelo, principio y consumación de todos los hombres.

La unicidad de Cristo.

Cristo es del todo diferente a todos los fundadores de las demás religiones, y no puede ser equiparado a Buda, Sócrates o Confucio. El es el puente entre el cielo y la tierra, es la verdad que ha venido a nosotros. Cristo es la entera verdad de Dios acerca del hombre. Y es la verdad definitiva y eterna del hombre ante Dios.

Afirmar esto, no da lugar a ninguna superioridad de los cristianos sobre los demás. El valor es de Cristo no de los cristianos. Nosotros somos agraciados, obligados a corresponder al amor conocido y a anunciar a los demás esta gracia que les pertenece a ellos tanto como a nosotros.

Ni impide tampoco reconocer que pueda haber en las demás religiones y en los logros humanos “fragmentos importantes” de la verdad y de los bienes de la salvación, procedentes de Cristo y que solamente en Cristo pueden encontrar su plenitud. Este reconocimiento de los “semina Verbi”, relacionados con la humanidad de Cristo, nos permite iniciar un diálogo con la filosofía y con las otras religiones, seguros de poder encontrar elementos comunes, que nos permitirán profundizar en el conocimiento de los dones de Cristo y ofrecer una posibilidad de perfeccionamiento a las instituciones humanas que no rechacen su acercamiento a Jesucristo, como plenitud de toda sabiduría humana y de cualquier apertura hacia la plenitud del saber y de la vida.

Podemos apretar más nuestro análisis preguntándonos ¿puede el hombre con su sola razón descubrir un camino de salvación y de justicia para la humanidad?

En primer lugar, en nuestro mundo real, es muy difícil poder aplicar rectamente esa expresión “con su sola razón”. Vivimos en un mundo habitado por Dios e iluminado por Cristo. Y es éste el único mundo real aunque algunos no quieran o no puedan aceptarlo. Todo en nuestro mundo, comenzando por nosotros mismos, estamos tocados por la gracia de Dios que está en Cristo, nadie puede sentirse enteramente inmune de la influencia de Cristo. Su luz y su gracia llegan a todos los hombres de mil maneras, por dentro y por fuera. “Todo fue creado por El y para El, todo subsiste en El, suyas son todas las cosas”. El ateo que pretenda limpiar su mente de toda contaminación cristiana, tiene al menos esa influencia de tener que estar rechazando algo que tiene irremediablemente ante él.

Salvador personal

En virtud de la doctrina recibida, nosotros afirmamos que Jesucristo es el salvador necesario, el único salvador real de todos los hombres y de todo el mundo de los hombres. En la actualidad no es extraño oír expresiones autosuficientes como ésta, “Salvador ¿de qué? Vivo a gusto en mi mundo, tengo dinero, trabajo, casa, tengo mi familia y mis amigos, ¿qué salvación necesito?

La respuesta llega sola con tal de dejar pasar un poco de tiempo. Necesitamos salvación de la mortalidad que destruye nuestra vida desde dentro. Queremos vivir, queremos que vivan aquellos seres que amamos, pero siempre llega un momento en que nuestro querer se muestra impotente. Amamos la vida y tenemos que morir, nos encontramos con que nace dentro de nosotros la incapacidad de seguir viviendo: “¿Quién podrá salvarnos de este cuerpo mortal?”

Más profundamente, en muchos momentos de nuestra vida nos vemos dominados por la injusticia, incapaces de amar y servir como querríamos, sometidos a una ley interior que nos hace ser injustos en contra de lo que nosotros querríamos ser. ¿Quién no quiere ser enteramente justo, sin tener que ocultar nada, sin tener que arrepentirse de nada, sin dejar de hacer ningún bien posible? Tenemos que morir, tenemos que presentarnos ante el juicio de Dios y no podemos garantizar nuestra justicia. De todo ello necesitamos y pedimos salvación.

La salvación no puede venir de nosotros mismos, como la luz no puede venir de las tinieblas, ni la justicia puede venir del pecado. Sabemos que Dios dejó que todos quedáramos encerrados en el pecado para ser misericordioso con todos (Cf Rom 11,32). Y la misericordia de Dios se llama Jesucristo. El es la aparición de la gracia y de la misericordia de Dios en nuestro mundo, de manera definitiva, para todos los hombres por los siglos de los siglos.

El deseo de salvarse a sí mismo, sin necesidad de invocar la ayuda de nadie, es una tentación permanente para el hombre. Jesús nos dio la respuesta de manera sencilla y tajante, “Nadie puede añadir un palmo a su estatura ni un día a su vida” (Cf Mt 7, 17). Llevamos la debilidad dentro de nosotros y todo lo que hacemos queda afectado por nuestra debilidad interior. Llevamos el no-ser dentro de nuestro ser. ¿Cómo podrá un naufrago salvarse si alguien no viene en su ayuda desde fuera? La cultura, la técnica, la política se mueven dentro de la limitación humana. No podemos esperar de ellas la salvación. Todo lo humano forma parte de nuestro naufragio. La salvación tiene que venir de fuera de nosotros mismos. De alguien cuya intervención no altere sino que clarifique y consolide nuestra propia existencia.

En el mundo actual el mensaje cristiano padece muchas debilidades añadidas. El cristianismo es un mensaje de salvación. Tradicionalmente hemos hablado de la obligación y el cuidado de “salvar el alma”. Ahora nadie sabe qué significa ese concepto de alma, si existe o no existe, en cualquier caso es un concepto sumamente borroso. Quienes lo siguen manteniendo piensan con frecuencia que “salvar el alma” es algo de última hora que influye poco en la realidad de la vida. Descubrir el valor del cristianismo como un modelo nuevo de vida, con nuevo fundamento, con nuevas posibilidades de vida, es una tarea decisiva para el futuro de la fe cristiana. Desarrollar el mensaje de la esperanza cristiana como un fundamento nuevo de la existencia del hombre, purificación y fortaleza de los deseos al mismo tiempo. La antropología cristiana tiene que presidir las tareas de la nueva evangelización y configurar de verdad la existencia de los cristianos y de la comunidad entera.

Un lenguaje respetuoso y verdadero.

¿Cómo presentar hoy esta verdad de Cristo al hombre contemporáneo sin que resulte humillante? El hombre actual es muy consciente de sí mismo y de su libertad, quiere ser presuntuosamente autónomo. No está muy predispuesto para admitir un Salvador. Considera una falta humillante de respeto que alguien pretenda ofrecerle una salvación.

Con toda caridad y claridad tendríamos que hacerle ver cómo Dios, en su infinita sabiduría y misericordia, ha hecho las cosas de modo que nos ofrece una salvación que sí viene de su poderosa misericordia, pero es a la vez interna a nuestra propia realidad de hombres. Los hombres somos imágenes de Dios, interlocutores de Dios, y formamos parte de una historia real que comienza en Adán y que nos envuelve a todos. Cristo, nacido de mujer, forma parte de esta humanidad en la que estamos arraigados El y nosotros. Por eso Cristo no es exterior a nosotros. Cristo es nuestro, forma parte de nuestra historia, de nuestra humanidad. Es patrimonio de cada uno de nosotros. Como Cervantes, como Dante, como Platón o como Buda, Jesucristo es un bien de la humanidad, algo mío, que está a mi alcance, sin el cual no puedo conocer ni alcanzar todo lo que mi humanidad me ofrece y reclama de mí. De alguna manera, toda la historia espiritual de la humanidad es patrimonio real de cada uno de nosotros, es pulpa de nuestra propia humanidad. Y dentro de este patrimonio común de la humanidad, como una realidad inevitable, está Jesucristo, su vida, sus enseñanzas, su testimonio sobre la verdad de Dios y la verdad del hombre. Nadie que quiera ser del todo hombre, puede dejar de acercase a Jesucristo para conocer su historia y escuchar su mensaje.

Tendríamos que ser capaces de presentar la encarnación del Verbo, la historia de Jesús, no en el marco de la Iglesia, sino en el marco del mundo, de la realidad histórica de la humanidad en cuanto tal. La existencia de Jesús es un hecho real, desvelador del verdadero ser de la humanidad y de los hombres, un hecho objetivo que está ahí independientemente de que creamos o no creamos, y con el que cada hombre tiene que aclararse para aclararse consigo mismo. No se puede estar en paz con la propia humanidad sin haberse aclarado con la presencia y la significación humana de Jesucristo. El hecho de la Encarnación del Hijo de Dios ha cambiado la ontología de la humanidad. El nos descubre unas dimensiones nuevas de humanidad ante las cuales cada hombre tiene que definirse aceptando o negando lo que sin El no estaría en nuestro horizonte humano.

Recibir la salvación de Jesucristo no es dejarnos llevar fuera de nosotros mismos. Jesucristo no nos ofrece una salvación heterónoma, ajena a nuestro ser de hombres. El está dentro de nuestra humanidad, dentro de cada uno de nosotros. Es El quien define nuestra potencia y nuestro modo de ser, es El la manifestación de la última posibilidad de ser de mi humanidad, de la humanidad de todos los hombres. Es El en realidad la potencia verdadera y cabal del ser de todos los hombres. Solo si Cristo es posible somos posibles todos los demás hombres. Sólo como Cristo es posible somos posibles los demás hombres. Sólo si El es aceptado y vive ante Dios podremos nosotros ser acogidos y vivir en su presencia.

Por su perfección única, Cristo no es sólo parte de nuestra humanidad, como ser histórico real que se realiza en la unidad de todos los hombres, sino que es un segundo principio de la humanidad, un segundo Adán que reasume al primero, lo supera, lo reconstruye, y nos ofrece la posibilidad de renacer de nuevo entroncándonos por la fe y el amor en este segundo comienzo y principio de la humanidad que es el propio Jesucristo, nacido de María, muerto en la Cruz y constituido en la resurrección Señor de todo lo humano y de la creación entera.

Pero el mensaje de Jesús es interpelante como ninguno. Nos habla de Dios como un Padre justo y misericordioso, nos llama a la conversión, nos ofrece un programa de justicia y de vida, nos llama con autoridad al seguimiento, “si quieres ser perfecto deja lo que tienes y sígueme”. Sus discípulos nos lo presentan como el Hijo de Dios hecho hombre, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación.

Quien llega hasta aquí ya no puede quedar indiferente. Necesitamos salvación, buscamos la salvación, y la salvación está delante de nosotros. Amamos la verdad, deseamos la justicia, queremos vivir, y tenemos delante a quien es la verdad, la justicia y la vida. No podemos ser plenamente hombres, ni comprender ni desplegar del todo nuestra propia humanidad, sin acogernos a la presencia y la intervención de Jesucristo. No hay otros mundos alternativos, a gusto de cada uno, en los que no esté presente ni la historia ni la presencia de N.S. Jesucristo. El es el Α y el Ω , el primero y el último, El delimita el espacio de realidad en el que se decide la verdad y la autenticidad de nuestro ser de hombres.

La verdad del cristianismo es tan sencilla, tan profunda, tan pegada a la más estricta realidad del hombre que vale para todos, siempre y en todas partes. Es siempre actual por sí misma, no necesita actualización, basta con que quien la anuncia le deje brillar en su belleza original. La fuerza cautivadora y la virtud sanadora del cristianismo, no están en quien lo anuncia sino en la palabra misma del evangelio, tanto más cuanto más limpia y desnudamente es anunciada. Es Jesús, presente y operante en su palabra, por la fuerza del Espíritu Santo, quien ilumina las mentes y cautiva los corazones.

+Fernando Sebastián Aguilar,
Arzobispo emérito de Pamplona-Tudela

14 comentarios

  
Camino
En estos días de darle vueltas y vueltas al accidente de Barajas... y a tantas miserias y muertes que nos rodean aunque queramos ocultarlas, es muy consolador lo que nos explica.

Déjeme repetir dos de sus párrafos, pero cambiados de orden. Me han hecho mucho bien. ¡Gracias, monseñor, la verdad es tan luminosa y sencilla!

"El deseo de salvarse a sí mismo, sin necesidad de invocar la ayuda de nadie, es una tentación permanente para el hombre. Jesús nos dio la respuesta de manera sencilla y tajante, “Nadie puede añadir un palmo a su estatura ni un día a su vida” (Cf Mt 7, 17). Llevamos la debilidad dentro de nosotros y todo lo que hacemos queda afectado por nuestra debilidad interior. Llevamos el no-ser dentro de nuestro ser. ¿Cómo podrá un naufrago salvarse si alguien no viene en su ayuda desde fuera? La cultura, la técnica, la política se mueven dentro de la limitación humana. No podemos esperar de ellas la salvación. Todo lo humano forma parte de nuestro naufragio. La salvación tiene que venir de fuera de nosotros mismos. De alguien cuya intervención no altere sino que clarifique y consolide nuestra propia existencia.

La salvación no puede venir de nosotros mismos, como la luz no puede venir de las tinieblas, ni la justicia puede venir del pecado. Sabemos que Dios dejó que todos quedáramos encerrados en el pecado para ser misericordioso con todos (Cf Rom 11,32). Y la misericordia de Dios se llama Jesucristo. El es la aparición de la gracia y de la misericordia de Dios en nuestro mundo, de manera definitiva, para todos los hombres por los siglos de los siglos"
22/08/08 8:46 AM
  
gorgonilla
basta con que quien la anuncia le deje brillar en su belleza original- dice

(N. de M. Lea las instrucciones de todos los blogs, gorgonilla)
22/08/08 9:52 AM
  
asun
Magnífico el artículo.
Usted hace énfasis en esa verdadera humanidad de Jesucristo que tantos le hurtan porque piensan que le restaría divinidad.
No nos salvamos sin Dios, pero no nos salva sin nosotros. Nos ha creado libres y capaces de acogerle, y nos muestra en Jesucristo el ideal del hombre como Hijo de Dios para que todos podamos ser hijos, unidos al Hijo.
Dios nos crea para la salvación libremente acogida, para nuestra transfiguración en su Hijo.
Muchas gracias.
22/08/08 5:54 PM
  
Madrileño
A mi también me ha ayudado mucho su cita de Romanos 11, 32, nada más leerlo he tenido que coger una Biblia y echarle un vistazo.

Cuando me pongo delante de Jesús todas las noches, y he cometido pecado me veo a mi mismo indigno de un regalo tan maravilloso como es Jesucristo y le veo ahí crucificado por mi, por tan poca cosa, y ni siquiera he podido seguir sus enseñanzas y a la primera de cambio me he olvidado de El... Desde luego muuuuuucha misericordia debe tener conmigo, más de la que merezco sin ninguna duda.

Bellas palabras Monseñor, no sólo por el estilo, si no porque suele llegar al corazón... al menos en mi caso... no hay duda que el Espíritu Santo dirige sus dedos cuando está delante del teclado.

Bendiciones a todos y saludos.
22/08/08 8:59 PM
  
Mons. Sebastián
Buen ánimo para todos. Pienso que podemos decir cosas hermosas, porque la realidad es hermosa, la realidad mas profunda de nuestro mundo es la presencia y la misericordia de Dios, la verdad y la belleza de Jesucristo como cimiento del mundo. Todo lo que decimos es una pobre aproximación a la realidad del amor y de la bondad de Dios que esta en el origen de todo y nos sostiene en todo. .
22/08/08 11:50 PM
  
Perote
Está muy bien resumido el documento Dominus Jesus. Dom Columba Marmion, beatificado por SS Juan Pablo II, tiene un libro "Jesucristo vida del alma", que tiene pasajes de una verdadera belleza acrca de la humanidad del Verbo.
23/08/08 5:58 PM
  
Mimar
Siempre he lamentado que los obispos eméritos desaparecieran de sus comunidades, como si nada tuvieran ya que decir los que hasta ese momento las han regido. Siguen siendo obispos de la iglesia y sucesores de los Apóstoles. Mi alegría de que Monseñor Fernando Sebastián siga cumpliendo con su ministerio en este blog, del que ya nos aprovechamos muchos más. Dios mantenga su lucidez en su magisterio.
23/08/08 11:52 PM
  
Cuca
Otro gran artículo que agradecemos mucho y que nos servirá para meditar durante días. No sólo es luz para nuestra inteligencia y conocimiento, sino que además mueve nuestros corazones.
La cercanía de Dios y el hombre es tal que según decía Tertuliano y creo que también San Ireneo, el hombre fue creado como bosquejo de lo que sería la plenitud humana de Jesucristo. El es nuestro modelo perfecto y nuestra meta es la semejanza con El para ser “otros Cristos”, “el mismo Cristo”. Me gusta una afirmación que creo es de Glez de Cardedal, de que Cristo es el “rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre”. No se puede decir mejor en pocas palabras.
Creo que en la transmisión del mensaje, mejor del mismo Cristo, ha fallado el hacer hincapié en las exigencias y prohibiciones del cristianismo, en lugar de hablar de la belleza y plenitud del hombre que sigue a Cristo, de su universalidad y de la felicidad que ha venido a traer a nuestras vidas, dándole un sentido nuevo, trascendente, no a ras de tierra como el materialismo utilitarista pretende.
El documento Dominus Iesus, que usted cita, es fundamental, dado el relativismo religioso que hasta en ocasiones es defendido por teólogos católicos
24/08/08 3:35 PM
  
THEBOXER
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". Juan 14,6. Digamos que esta puede ser una síntesis de lo que brillantemente nos ha explicado Monseñor Sebastián, o lo que nos ha explicado es una ampliación de aquello.
25/08/08 2:06 PM
  
Isa
Qoe el Señor le conserve muchos años, D. Fernando, pues sus aríiculos dan en la diana de lo que queremos escuchar o leer.
También enriquecen y mucho, los comentarios de las personas que entran a sus escritos.Gracias a todos.
26/08/08 8:01 AM
  
Eduardo Jariod
Simplemente, gracias. A medida que voy cumpliendo años más me estremezco de este sencillo y enorme misterio de amor: la presencia hecha carne de Dios. Lo hemos oído infinidad de veces, pero dejarse penetrar por este Amor es la conquista de toda una vida.
26/08/08 7:32 PM
  
Mons. Sebastián
Me alegro mucho con vuestras reacciones de agradecimiento. Agradecimiento a Jesús, por ser Quien es y como es, agradecimiento a Dios porque nos envio a su Hijo en la fragil carne humana. Con los años yo tambien me estremezco y me confundo y me arrepiento y me entusiasmo ante la bondad y el amor de Dios en Cristo para cada uno de nosotros. Y aun así andamos asustados por la vida! Que más queremos???
27/08/08 11:53 PM
  
alexia
me ha gustado mucho esta entrada al blog.M.Sebastian .
:)
29/08/08 11:51 PM
  
Shu Gen
No cabe duda de que la Iglesia Catolica ha dado un paso en la buena direccion, la de reconocer que existe algo de Dios en todas las religiones. Por ejemplo el budismo. Muchos cristianos se acercan al budismo en busca de esas semillas que, según la Iglesia Catolica, el Espiritu Santo sembró en esa religion. Yo mismo, que me considero budista, me siento halagado por ese reconocimiento y admiro ese interes por el budismo en el seno del cristianismo.

Como budista, tambien he hecho el camino inverso y me he acercado al cristianismo con el fin de encontrar aquello que en él tiene un sentido común. Y he encontrado cosas, hasta el punto de que Cristo podria ser considerado desde la optica budista como un ser realizado. Asi se desprende de la lectura del Evangelio, al menos.

En cierto foro catolico, durante un tiempo, coloqué diariamente un comentario al evangelio, desde el punto de vista de un budista zen. Cada día leía el evangelio de la misa catolica, y buscaba en él una inspiración. Me sorprendió mucho ver que Jesús tenia connotaciones muy similares con los maestros Zen.

Pero claro, el budismo Zen no se basa en creencias, sino en experiencia (la experiencia de la iluminacion). Si una persona no tiene esa experiencia no puede realmente ver las similitudes entre Cristo y Buda. Personalmente he tenido un cierto sabor de esa experiencia, y encuentro que Cristo tiene mucho en común con Buda. Pero la historia demuestra que los lideres cristianos no siempre han entendido el mensaje de Cristo. Como budista tengo mi propia vision del Evangelio de Cristo, y creo que en el fondo hay una experiencia común de ambos. Pero claro, nosotros no creemos en ningun Dios, de modo que no lo utilizamos en nuestro lenguaje
15/10/08 4:14 PM

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