El martirio en la vida de todos los cristianos (II)
El martirio en la historia de la Iglesia
Los discípulos
En las vísperas de su muerte se manifiesta vivamente la preocupación del Maestro por la suerte de sus discípulos. Sabe que a ellos les va a ocurrir algo parecido a lo que le está ocurriendo a Él. Desde los primeros momentos les dice que van a ser perseguidos por su causa y les anima a no tener miedo a los que solamente pueden matar el cuerpo. Les llevarán ante los tribunales, les azotarán, les perseguirán, pero no tienen que asustarse porque el Espíritu estará con ellos y les dirá lo que tienen que decir en cada momento. Al fin y al cabo a él también le están persiguiendo y el discípulo no puede ser más que el Maestro. Desde el principio queda claro que el destino martirial de Jesús va a ser también el destino de sus discípulos. Y es que la fe es seguimiento, participación en la vida y en la muerte del Maestro. Tanto él como los discípulos tienen que confiar en la providencia del Padre que cuida de las flores y de los pajarillos del campo. El Padre del Cielo cuidará de todos en este mundo hostil donde tienen que anunciar su nombre y manifestar su amor y su misericordia en medio de apreturas y persecuciones (Mt 5, 11; 10, 20ss).
Los hermosos textos de despedida están llenos de este presentimiento y de la solicitud de Jesús por sus discípulos. El sabe que los discípulos serán rechazados y perseguidos como él y quiere ayudarles a afrontar con serenidad y fortaleza el momento de la prueba: Os perseguirán, tendréis tribulaciones, os llevarán ante los tribunales. Pero no tengáis miedo, no estaréis solos, yo estaré con vosotros, yo he vencido al mundo, el Padre os amará, vendremos a vosotros, el Espíritu de Dios estará con vosotros y os dará fortaleza para que vuestro gozo sea cumplido. Vosotros daréis testimonio como yo doy testimonio. Os lo he dicho todo por adelantado para que cuando ocurra no se turbe vuestro corazón. Ahora estáis tristes, pero volveré y vuestro corazón se llenará de gozo (Jn cc. 14-17, passim).
El anuncio de Jesús se cumplió literalmente. Todos o casi todos sus apóstoles consumaron su testimonio con la verdad inapelable del martirio. Fueron enviados como ovejas entre lobos y los lobos no perdonan. Antes que los mismos Apóstoles, el diácono Esteban tuvo que soportar en su carne el odio de los judíos al Maestro y selló con su muerte la firmeza de su fe y la verdad de su testimonio. Pronto la comunidad cristiana tuvo que prepararse con la oración para ser fieles al Maestro hasta la muerte en medio de la persecución. “Tened los ojos fijos en Jesús, iniciador y consumador de la fe con su propia muerte, él sufrió la contradicción de los pecadores y soportó la cruz sin temer la ignominia. Todavía no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha con el pecado” (Cf Hbr 12, 1-4). La vida del cristiano continúa la lucha de Jesús contra el poder del Mal en el mundo. Resistir la contradicción hasta la sangre entra en la vocación del cristiano. La posibilidad del martirio está siempre presente ante nosotros.
Los primeros cristianos
La experiencia de las persecuciones ayuda a los primeros cristianos a descubrir las profundas implicaciones de su conversión y de su fe. San Pablo es el mejor maestro en esta reflexión. La vida del hombre sobre la tierra está sometida al pecado. Dios dejó que quedáramos encerrados dentro de las redes del pecado para desplegar el poder de su misericordia y de su gracia. Jesús, con su muerte, venció los poderes del mal y llegó a la gloria de la resurrección. Quienes creemos en El tenemos que morir a la vida de la carne, tenemos que dejar atrás esta forma de vivir pervertida por la ignorancia de Dios y la exaltación de los bienes de este mundo, para poder renacer como nuevas criaturas a otra vida nueva que es ya el principio de la vida celestial, participación de la vida de Cristo resucitado en la presencia del Padre, vida de libertad verdadera, animada por el Espíritu de Dios, regida por el amor, abierta por la esperanza a la realidad de la vida eterna, enriquecida ya con los dones escatológicos de la paz y del gozo.
Esta es la experiencia de Pablo. El está ya muerto a este mundo de la carne, está crucificado como Jesús y vive con Cristo junto a Dios, esperando sólo que la muerte física manifieste lo que ya es verdad en el fondo de su corazón. Por eso su vida es un verdadero combate, y la muerte una ganancia. El desea partir y estar con Cristo. Busca la justicia que viene de Dios y desea hacerse semejante a Jesucristo no de cualquier manera sino “en su muerte”. Sabe que el corazón de su seguimiento consiste en vivir la muerte dando testimonio de su fe en la resurrección de Jesús y en la gracia de Dios que lo levantó del sepulcro para hacerle entrar en la gloria eterna. Solamente el encargo recibido del Señor y el amor a sus hermanos le hace soportable este vivir lejos de su Señor. (Cf. Fil 1, 20-30). Cuando llega la hora decisiva, la muerte no es un drama sino el coronamiento, la manifestación y el cumplimiento de lo que ha estado viviendo durante toda su vida “Estoy a punto de llegar al final, he mantenido la fe, llego ya al final de mi carrera, espero entrar en la gloria del Señor” (II Tm 4, 6-8).
Su experiencia no es excepcional, sino que es la condición de todos los cristianos, pues “los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones” (II Tm 3, 13). El ha vivido en su propia carne el rechazo del mundo contra el mensaje y la persona de Jesús. La persecución que tuvo que soportar el Maestro se ha prolongado sobre él, sus padecimientos son la extensión de los padecimientos de Cristo, su muerte, prevista y aceptada, es su participación personal en la muerte de Cristo así el testimonio de Cristo se prolonga también en su personal testimonio.
Esta es la significación profunda y la perfecta eficacia del bautismo. El cristiano, al creer en Jesús, se sumerge espiritualmente en la vida y en la muerte de Jesús, muere con él a la vida de la carne para librarse del poder del pecado, traspasa espiritualmente las fronteras de este mundo de la carne y entre en la comunión con Dios, para renacer a la vida de la justicia que viene de Dios, la vida santa de Jesús resucitado y de los santos en el cielo. Porque ha vivido espiritualmente su propia muerte a este mundo, el cristiano es ya ciudadano del cielo. Los cristianos viven en este mundo sin ser ya del mundo, como “muertos retornados a la vida” (Cf Rom 6, 5-11; 8, 10). La vida cristiana es una vida realmente nueva, vida venida de Dios y vivida en comunión con Dios, por eso el cristiano lleva en su corazón la situación de muerte a este mundo vivida por Jesús, y este despojamiento interior de la vida según la carne le permite vivir ya en este mundo la vida santa de la piedad y de la caridad, propia de Jesús resucitado y de los santos en el cielo. “Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la muerte de Jesús (el morir, el estado de muerte de Jesús), a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal” (II C 4, 10-11). “El cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el espíritu vive para Dios a causa de la justicia” (Rom 8, 10-11).
De esta manera el cristiano vive espiritualmente la ruptura definitiva con el pecado que fue y sigue siendo la muerte de Jesús, escapa del mundo cerrado de la carne en el que reina el Demonio y alcanza ya la vida escondida de Cristo en Dios (Col, 3,1). Se diría que el cristiano es una especie de mártir intencional y la vida bautismal un “martirio crónico” que sólo en algunos elegidos se hace efectivo y completo. “Tenemos que pasar muchas tribulaciones para poder entrar en el Reino de Dios” (Hch 14, 22).
Podemos intentar hacer un resumen un poco sistemático de las ideas expuestas hasta aquí.
- Dios nos creó para vivir santamente en comunión con El.
- El pecado rompió definitivamente esta comunión del hombre con Dios dejándonos encerrados en este mundo material, ignorantes de los planes de Dios, centrados en nosotros mismos, sujetos a la seducción de los bienes terrenos, esclavizados por el Demonio.
- Dios envió a su Hijo a este mundo de pecado para vencer el poder del Mal y restaurar la comunión original de la humanidad con El.
- Los hombres no recibieron al Hijo, lo rechazaron y lo mataron. Este viviendo la muerte en obediencia, amor y confianza venció el poder del Maligno, abrió los caminos de una nueva vida de comunión con Dios en santidad y justicia y así estableció el Reinado de Dios en el mundo.
- Desde entonces la muerte de Jesús sigue siendo la victoria sobre el Mal, la puerta para la justicia y la salvación.
- Los cristianos, creyendo en Jesús, mueren espiritualmente con El a la vida de este mundo, y así renacen a la vida santa de la piedad y de la caridad.
- La vida de los cristianos no puede ser bien vista desde fuera de la fe, donde sigue reinando el pecado. Los justos, con su vida, denuncian y condenan la vida del mundo como vida falsa, pecaminosa, destructiva. Por eso con frecuencia son rechazados, padecen persecución y son entregados a la muerte.
- Esta muerte, aceptada y vivida en el nombre de Jesús, es consecuencia lógica de su fe y de su vida en un mundo dominado por el pecado, en el que se niega la soberanía de Dios y el hombre pretende ser dueño absoluto de la vida y de la muerte.
- Por eso el martirio es la consumación del bautismo, la manifestación exterior del secreto interior de la vida cristiana, la perfecta asimilación del cristiano con Jesucristo, la victoria definitiva sobre el poder del mal, la plena afirmación de la libertad y de la soberanía del cristiano y la entrada triunfal en la gloria de la vida eterna.
Lo mismo que “toda la vida es el tiempo del bautismo”, podemos también decir que toda la vida cristiana es de alguna manera martirial. El martirio explicita los componentes internos de la vida bautismal y de la vida cristiana en general. Los maestros de la vida espiritual han hecho ver los aspectos martiriales de todos los elementos de la vida cristiana, personales y comunitarios. Así p.e. Louis Bouyer, en Historia de la Espiritualidad Cristiana, II. Espiritualidad de los Padres. Hace una larga exposición de la doctrina de los Padres acerca de la condición martirial de la vida cristiana con los siguientes apartados:
Martirio y Escatología
Deseo del martirio
Martirio y seguimiento
Martirio y Eucaristía
Martirio y Bautismo
Martirio y monaquismo.
18 comentarios
Eres muy ambiguo cuando dices "un grupo de obispos que no dan la altura". ¿Cuántos obispos abarca el grupo ése que dices?
Por otra parte, ¿cuánto más no habrá hecho ese mismo "grupo de obispos" por impedir que los jóvenes no se aparten de la Iglesia?
¿Quién aparta verdaderamente a los jóvenes de la Iglesia? ¿La propia Iglesia? Eso es el típico argumento con el que sus verdaderos enemigos siempre han querido engañarnos (muy parecido, por cierto, a aquel de que "el diablo no existe": ningún otro mejor argumento podrá ofrecer el diablo para darle vía libre).
Por otra parte, el distanciamiento de los jóvenes y de los no tan jóvenes, dicho sea de paso, igual de malo que el primero, es también nuestro martirio diario.
Saludos
Eres muy ambiguo cuando dices "un grupo de obispos que no dan la altura". ¿Cuántos obispos abarca el grupo ése que dices?
Por otra parte, ¿cuánto más no habrá hecho ese mismo "grupo de obispos" por impedir que los jóvenes no se aparten de la Iglesia?
¿Quién aparta verdaderamente a los jóvenes de la Iglesia? ¿La propia Iglesia? Eso es el típico argumento con el que sus verdaderos enemigos siempre han querido engañarnos (muy parecido, por cierto, a aquel de que "el diablo no existe": ningún otro mejor argumento podrá ofrecer el diablo para que le demos vía libre).
Por otra parte, el distanciamiento de los jóvenes y de los no tan jóvenes, dicho sea de paso, igual de malo que el primero, es también nuestro martirio diario.
Saludos
En uno de los libros de Platón, no recuerdo en cual, se refiere el castigo de un hombre justo, precisamente porque con su vida pone de manifiesto la injusticia del mundo y de los demás hombres. Sufre toda clase de torturas, que, salvo en que le sacan los ojos, recuerdan totalmente a la Pasión y Muerte de Jesús. El Mal que anida en el corazón de cada hombre, en mayor o en menor medida, no soporta su contrate con el Bien, con la Verdad, y tiende a destruirlo.
Como cristianos redimidos queremos y debemos, con la ayuda de la Gracia, “ahogar el mal con la abundancia del bien” el odio con el amor, la injusticia con la justicia, el egoísmo y la insolidaridad con la caridad cristiana. Solos no podemos, pero hay que recordar que “todo lo puedo en aquel que me conforta”. Algunos llegan hasta el martirio dando su vida como testimonio –que eso es lo que significa mártir- otros nos contentamos con sufrir las pequeñas contradicciones de cada día, con buen ánimo y con la esperanza puesta en Cristo, y con la ayuda de la Iglesia –incluidos los obispos-.
El martirio cristiano es un misterio y es un don.
El justo siempre sufrirá, pero el cristiano, que espera con fe, recibirá con gozo su sufrimiento (Tiburcio decía, obligado a caminar sobre ascuas: "Estas ascuas me parecen rosas en el nombre del Señor").
El sufrimiento del justo no terminará nunca ("siempre habrá pobres entre vosotros") y sus logros siempre correrán el peligro de convertirse en tristes recuerdos en medio de un mundo anegado por las nuevas desgracias e injusticias de cada momento. Sus propios logros serán motivo de desesperanza, si no quiere vivir engañándose pensando que el mundo es mejor "gracias a sus conquistas". Hasta las obras más útiles y necesarias pueden desaparecer en un momento ("no acumuléis riquezas en la tierra, sino en el cielo"). Tampoco significa que no haya que hacerlas. El prójimo siempre estará reclamando nuestra caridad, igual que el pobre de espíritu siempre esperará nuestro perdón, "setenta veces siete" si hiciera falta.
Jesús, sin embargo, nunca nos abandonará a nosotros ni a su Iglesia.
Aunque le voy a rogar que me permita un comentario desagradable. Los mártires son testigos del Señor, pero hoy estamos muy lejos de ser dignos, no ya de llamarnos testigos, sino a veces de querer serlo. Admirado Monseñor, no sabe cómo me duele que la emisora que controla el episcopado español tenga como máximos exponentes a un agnóstico amargo e inquisitivo insultante, y a un protestante que escribe en contra de los dogmas marianos.
Es sólo un comentario. Un cordial saludo
Monseñor, escribe usted: “La vida de los cristianos no puede ser bien vista desde fuera de la fe, donde sigue reinando el pecado. Los justos, con su vida, denuncian y condenan la vida del mundo como vida falsa, pecaminosa, destructiva. Por eso con frecuencia son rechazados, padecen persecución y son entregados a la muerte.” Y yo le pregunto que por qué se produce en el mundo esta enorme división. Es el mayor problema que tiene, ha tenido y tendrá la humanidad. La división entre quienes conocen y siguen a Jesús y quienes no lo conocen y lo rechazan. Pero están aquellos que no lo conocen, viven en el mundo y llevan una vida de virtud y son justos y piadosos. ¿Existe la vida falsa, pecaminosa y destructiva por la existencia del Demonio o por la maldad del hombre que le lleva al pecado? ¿El pecado es responsabilidad del hombre o es responsabilidad del Demonio? Si lo es del hombre, ¿para qué el martirio de Jesús? Si lo es del Demonio, ¿por qué no fulmina al Ángel caído? ¿Por qué el Ángel caído no se rinde ante su Creador recuperando su naturaleza angelical? Yo, como los autores de muchos Salmos, me pregunto por qué el Señor deja a tantos hombres abandonados ante sus enemigos. Saludos a todos. ¡Con qué fuerza debe manifestarse el espíritu para que el Reino de Dios prevalezca en un mundo que, aun entre los bautizados, da la espalda a Dios!
Y la respuesta la tiene Jesús en su agonía cuando se dirije al Padre gritando y suplicando, pero, a pesar de morir como un criminal siendo inocente, fue escuchado por Dios. Eso dice la carta a los hebreos.
¿Que fue escuchado?. Entonces ... ¿Por qué el Padre no acudió en su ayuda fulminando a los verdugos?.
El Padre acude en su ayuda, pero no librándolo de una muerte atroz e injusta sino muriendo con él porque «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo» (2 Co 5, 19).
Saludos y feliz día de la Ascensión del Señor que, como todos sabemos, implica previamente descender y abajarse, vaciarse y entregarse hasta la muerte.
- Los justos, con su vida, denuncian y condenan la vida del mundo como vida falsa, pecaminosa, destructiva. Por eso con frecuencia son rechazados, padecen persecución y son entregados a la muerte.
- Por eso el martirio es la consumación del bautismo,la perfecta asimilación del cristiano con Jesucristo, la victoria definitiva sobre el poder del mal, la plena afirmación de la libertad y de la soberanía del cristiano y la entrada triunfal en la gloria de la vida eterna
Eso, ahí en el Cielo nos espera el Señor glorioso, y aquí en la tierra está con nosotros para pasar por los abucheos, indiferencias y persecuciones que él permita.
dueño absoluto de sí y de los demás, ser centro del mundo. ¿No habéis sentido nunca la tentación de que el mundo se acomode a nuestros gustos? Lo sentimos muchas veces aunque no nos demos cuenta, en cosas pequeñas y en cosas grandes. No se puede negar que en nuestro corazón hay una seducción, como un vértigo, por querer que las cosas sean de otra manera, por ser nosotros los dueños últimos de nosotros mismos, de la vida de los demás, momentos en los que parece que Dios nos estorba, nos estorba su verdad, su presencia, su voluntad que es ley de vida. La cultura contemporánea pretende construir la nueva sociedad sobre esta voluntad de hacer a los hombres dioses de sí mismos, y de cuanto puedan. Es la cultura de la soberbia y del orgullo, del egoísmo. Es la soberbia del "seréis como dioses" Por eso es también la cultura del desamor, de la soledad y de la muerte. En el advenimiento de esta cultura hemos tenido parte todos de distinta manera, pecados antiguos de los cristianos, divisiones, guerras, incomprensiones y falta de comunicación, que provocaron el surgimiento y el crecimiento de la crítica antirreligiosa, del laicismo, de la conspiración cultural y política contra la Iglesia y contra la religión. Estas tendencias han estado apareciendo y desapareciendo en nuestra historia. Ahora están en pleno auge, en la cultura, en los medios, en la política. Mientras tanto muchos cristianos no hemos estado a la altura, a altura de coherencia y santidad, de testimonio, de buena apologética, de unidad entre nosotros. Es dificil repartir responsabilidades. Tampoco sirve de nada. En el fondo de todo está el misterio de la libertad de cada uno, con sus capacidades y sus dependencias. Ahora mismo ¿qué influencias están recibiendo nuestros jóvenes? ¿Qué responsabilidad tienen ellos mismos de buscar unas cosas y prescindir de otras? Lo más razonable es dejarlo todo en las manos misericordiosas de Dios. No juzguéis... La pregunta honesta no es preguntar por las responsabilidades de los demás, sino por las propias. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué podemos hacer? ¿Qué debo hacer? Ante todo rezar. Situarnos con el corazón muy cerca de Dios. Con el Señor Jesús, con la Virgen y los santos. Ellos son la verdadera humanidad, nuestro mundo verdadero. Tratar de vivir de verdad la vida nueva de Jesús, dejar que brille en nosotros la verdad de Jesús, la hermosa humanidad de su mensaje. Para que en nuestra vida (hechos, palabras, gestos), quien quiera, vea la gloria de Dios y crea en El. Y los que no quieran, los que se dejen seducir... siempre debemos esperar que un día el Señor les haga caer en la cuenta de la verdad. El Espíritu Santo es como el aire que no se ve pero se nos mete a todos hasta lo más hondo del corazón. ¿Recordáis la parábola del trigo y la cizana? ... Animo, que Dios os bendiga.
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