Fiebre de África (primera parte)
Es el testimonio de una voluntaria, doctora recién recibida, de Argentina, que estuvo con nosotros un mes y medio… perdón, pudimos disfrutar de su compañía un mes y medio. Se llama María Bernardita Soler.
Es un hermoso testimonio. Lo divido en dos partes, y que lo disfruten… P. Diego.
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Tanzania 1
Debe ser fiebre, o algo del tipo. Porque llevo más de medio mes en África, y no he escrito ni una vez. Y eso recordando que para algunos escribir es como vivir, y que no hacerlo le da al espíritu un algo como de huerta abandonada.
No es fiebre, familia, tranquilos. Gozo de la salud de una lechuga. O de ese tipo de hierba que nunca muere.
África te conquista. ¿África? Al menos esta porción de tierra africana, logra meterse entre los jirones del alma, y ahí parece que clava bandera.
La tierra roja, en este momento húmeda. Lleno de nubes el cielo. Mangos a caerse de tantos frutos. Palmeras. Arbustos. Vi el fin de la sequía, la Tanzania amarilla. Y veo la Tanzania que cultiva porque ha empezado a llover. Una fiesta de verdes distintos. La animalada ha tenido compasión de mi cobardía legendaria, y sólo he encontrado lagartijas (y otros de la familia dragonácea), murciélagos (compañeros de desvelo), arañas, burros, bueyes, y alguna que otra muestra más. (Escribiendo esto, veo una araña junto al teclado, pero es pequeña).
La naturaleza acá hace gala. Es preciosa. Y la gente… también. Aún más. Ya contaré en otra crónica de ellos, de lo que estoy aprendiendo, o al menos tratando de llenar las alforjas para seguir extrayendo cuando esto decante. Así y todo, son gente, y –como nosotros- tienen sus piojos. Pero créanme, se cuecen habas más comestibles.
En esta primera vuelta quería escribir otra cosa. Aclarar algo, que puede ser útil para los siguientes: venir un mes no es admirable. Venir un mes, con fecha de retorno, en categoría de visitante (alojada con caridad exquisita), donde la gente te recibe con gigantes sonrisas y ojos alegres, donde a pesar de no saber el idioma te tratan de ayudar y hacerse entender, venir con tu propio celular y tus bienes personales (esos que, sin darnos cuenta y pensando que somos “independientes”, nos dan seguridad), con tu red mosquitera y tu repelente, con tus vacunas y tu profilaxis antimalárica…
Estar acá es un privilegio. Es un regalo que, por grande, uno pide tímidamente y agradece en voz baja. Haber cumplido años en este lugar, fue una delicadeza extrema de mi Padre.
Sólo al pasar les cuento. Si en algún momento quise hacer caso al humo de los comentarios, sinceros y bienintencionados, de “¡qué admirable!”, el humo pronto voló con el viento de los testimonios. Hay personas que vienen sin pasaje de vuelta, con menos vienes propios, con menos reparos. Con menos gente “detrás” por si pasa algo. Hay personas que vienen “sin tanta gloria humana”. A los que el tiempo les permite toparse con las habas en la olla y con los piojos, cuando se acaba la “luna de miel”. Estas personas se quedan incluso con sus miserias personales, y aún cuando éstas parecen arruinar parcialmente la obra, cuando descubren que hay otros mejores que podrían venir (certeza experimentada en propia carne). Y hay Alguien que sabe de esa miseria, de esa pobreza, de toda la nada, y trabaja con ella, y en ella reposa.
A Él la admiración. Y al resto sólo de reflejo.
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Tanzania 2. Aeropuertos
Llegar a Dar es Salaam. Para solicitar visa hay que hacer fila… …bueno, tratar de llegar al mostrador.
Lo de la fila no es tan estricto. Entrego mi pasaporte, el efectivo y la solicitud. Reciben todo y me dan de vuelta un billete que, con todos los nervios encima, no me animo a mirar (“me devuelven el dinero…no se pagaba acá…deben pensar que fue intento de coima….me han retenido el pasaporte… ¿cada cuánto recibirán visita los presos en Tanzania?…”), y así, a la imaginación se le suelta la cadena y puede hacer desastres. Me habían dado el vuelto, simplemente, y trataban de hacerme entender que debía esperar en otra zona.
Allí fui. Todos de pie, esperando su pasaporte. Salía cada tanto un hombretón alto, vestido como policía, y leía los nombres del manojo de documentos que llevaba en la mano. Un chico (creo que indio), intentaba conversar en inglés, pero pronto se dio cuenta que venía con pocas pulgas la cuestión. Yo sufría tratando de comprender lo que leía el oficial, sospechando que cada nombre que decía era una variante de pronunciación tanzana del mío. Sí, creo que mi cara era de esa que dicen “de pocos amigos”. Finalmente, con MI pasaporte en mano, ingreso oficialmente al país.
Pregunto dónde realizar el check-in del siguiente vuelo, y me dicen que debe ser en otro aeropuerto (de reciente inauguración), y el argumento es de tipo descartable (acá no es, ergo, debe ser allá). Llego donde me indican, ya con cara de menos amigos, y nadie sabe nada de mi vuelo, excepto que la empresa responsable tiene oficina… en el primer aeropuerto. Así, pego la vuelta, para entonces con cara de ningún amigo.
Finalmente, todo resultó bien. Casi al límite de perder el vuelo, al límite del peso de equipaje (corrijo, al exceso), pero también al límite de la alegría, al estar sentada en MI butaca del avión (pase lo que pase, ¡es tuya!, has peleado por ella a costa de transformación facial decadente).
Llegar a Mwanza y ver caras amigas esperando, e ir a comer una pizza, sencillamente impagable.
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Tanzania 3. Caminos
En la crónica anterior, los dejé sentados en la pizzería de Mwanza. Pero hasta el destino final, Ushetu, faltan un par de kilómetros y horas de viaje.
Los caminos en Tanzania deben ser un placer para los seguidores del Dakar, y para los que venden amortiguadores. Peleando el segundo puesto, nefrólogos (por razones obvias) y neurólogos (porque hay posibilidades de que termines con uno o ambos riñones alojados en la fosa posterior del cráneo).
No todos los caminos son tan malos. De hecho, y ya sin bromas, se disfrutan.
Llegué en tiempo de sequía, con gran parte del camino amarrillo y terroso. Pero los árboles de mangos siempre están verdes, y contrastan con esos tramos de tierra roja que tanto nos gustan.
A medida que pasamos en la camioneta, se oye a los niños (y a veces no tan niños), gritar: “lifitiii!”, “llévame” (al que quiera escribirlo mejor, les cuento que el swahili tiene un tanto de árabe y un tanto de inglés, y se escribe como se pronuncia…. Aunque no sé si esto es swahili o inglés, así que disculpen que lo escriba como pueda), “padri”, “sister” (continuando con mi lógica anterior, debería escribir “sistaa”) y “pipi” (caramelo).
Niños entre los surcos, a veces desnuditos y listos para ser modelo de pintor (“píntame angelitos negros”), o jugando en grupos de tres o cuatro. Y mientras saludan, ostentan sus gigantes sonrisas y sus ojos también risueños. Son hermosos.
Los que no son tanto, son otros personajes de la ruta: los guardianes del asfalto. Y esto sin rencor, verán que es cierto. Uniformados y papeles en mano, casi lustrando la lapicera de tanto cariño que le profesan, son “policías velocímetros”. Han adquirido esos aparatitos que te delatan, y no perdonan. Pero debo agradecerles, por estar en un papel oficial del país (fuera del aeropuerto): Miss Maria Bernadita, overspeed 73/50 KPH. Lo fantástico es lo ágil del sistema (pago inmediato). Sin rencor, han visto. Me han regalado momentos de risa, aunque sospecho que tales momentos son inversamente proporcionales al número de multas.
En época de lluvias, el camino es diez veces más bonito. No sólo se ven los niños jugar o pastorear las vacas, también a los hombres con azada en mano abriendo la tierra (todos en hilera, haciendo surcos al mismo ritmo, como si fueran un solo ancho hombre de varios brazos, a veces guiados por uno que canta y toca el bombito) y a las mujeres plantando (maní, maíz, etc). A los bordes del camino, gente cargando en bicicleta enormes bolsas de carbón. Mujeres con su niño atado en las espaldas (a modo de canguro mochilero) y el balde de agua en la cabeza (deben acarrearla cada día, junto a la leña).
Además de bonito, en esta época es diez veces más complicado desplazarse. Hay aldeas que quedan incomunicadas porque los caminos se inundan (principalmente si cruzan por campos de arroz, que son como piletones de agua y barro blando). En el último viaje, ya de camino al aeropuerto, se decidió que no iríamos por el camino habitual (intransitable), sino por uno alternativo. Nos enterramos. Se nos venía el atardecer y ahí estábamos, precisamente “en el medio de la nada misma”. Doble tracción, tres hombres ayudando, ramas bajo las ruedas, mi ángel, y un acelerador bien decidido, nos ayudaron a salir.
De los caminos de Ushetu, hay varios buenos. Pero el mejor es el de ida.
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Tanzania 4. Sukumas de Ushetu
A las 6 am. Philipo, el catequista, toca la campana. Llama a adoración.
Media hora más tarde, la campana vuelve a sonar, para dar comienzo al Rosario ante el Santísimo. La gente viene a rezar. Todos los días.
El sacerdote va hacia la parte última de la iglesia, a la izquierda de la puerta de ingreso, por si alguien desea confesarse. La gente se confiesa. Y lo hace de rodillas.
Mientras, Philipo dirige el Rosario. Cada Misterio lo inicia una persona distinta, a veces una voz de niño, a veces de mujer, a veces de hombre joven. Y los van intercalando con cantos a la Virgen. De esto quisiera escribir toda una crónica: cantan naturalmente a varias voces, y entonadísimos. Para alquilar balcón.
Al finalizar el cuarto misterio, los monaguillos se van a preparar. Bendición y letanías. A las 7 am se llama a Misa. La gente viene. Ofrece sus semillas antes de sembrar, y los frutos en tiempos de cosecha. No miran el reloj. Se arrodillan, y cómo. De un modo que te recuerda eso de que nunca es tan grande el ser humano como cuando está de rodillas. Adoración con tanta dignidad y belleza.
Luego, cada uno a su lugar. Las mujeres a buscar agua y leña para cocinar, los niños a clases o al campo. Algunas hermanas al dispensario y otras al colegio. El p. Diego quizá tenga programada la visita a alguna aldea. Pero el día ya comenzó hace un par de horas, antes del amanecer.
Me sorprendió cuando escuché a un tanzano decir que la enfermedad nos recuerda que somos creaturas, y por eso… tiene su utilidad. No es un pueblo que no sufra, o al que no le duela la muerte. Pero me dio la impresión de que simplemente saben que es así, aún antes de encontrar el sentido más profundo del dolor, como lo escuché: “nos recuerda que somos creaturas”. Al vivir en contacto con la tierra, cerca de varios animales y con poca atención (o ninguna) al reloj tirano que limita la contemplación, es como si hubieran descubierto que hay leyes, y que no fuimos ni somos nosotros sus legisladores. Que hay un tiempo de lluvia y un tiempo de sequía, y así es. Por eso hay que anticiparse. Que si uno no cultiva, difícilmente coma. Que preceden a la lluvia muchos insectos, anunciándola, y que eso no depende de nosotros. Así, con muchos mejores ejemplos y de distintos colores (que a esta mente demasiado urbanizada no se le ocurren), se ubican en el puesto real, de creaturas, y en un orden, la creación. Esto, que en mi tierra y en Europa puede sonar a leyenda, es mucho más lógico y acá se palpa. Después de preguntarán quién y cómo es la causa, pero da la impresión de que no tienen dificultades en reconocer que ésta no somos nosotros.
Es bastante razonable que contemplando tan de cerca el orden, no te creas ni menos ni más de lo que eres, ni animal ni Dios.
No digo que todas las personas de Ushetu. Pero creo que los pueblos tienen más facilidad para ciertas virtudes y más inclinación para ciertos vicios (quién niega la legendaria puntualidad de los ingleses, aunque no sean todos puntuales, o lo pragmático de los estadounidenses, o lo irónico de los argentinos). Así, de estos sukumas de los que hablo, pienso que se puede decir que tienen facilidad para ubicarse.
Ahí lo dejo.
(Nota del P. Diego: La segunda parte la envío dentro de algunos días)
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Siempre lo guardo en mis oraciones.
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