Jubileo de la Misericordia y algo más... (2/2)
Los dejo con la segunda parte…
Del campamento de monaguillos les cuento que lo veníamos postergando por las muchas actividades y los pocos misioneros por estos lados. Pero no podía fallarles a los chicos, porque venían esforzándose desde la mitad de año, asistiendo a Misa, a las reuniones, al rosario, a la adoración. Es admirable ver un grupo de chicos rezando a la mañana ante el Santísimo, cuando todavía es de noche. Son los primeros en llegar. Y si bien es verdad que saben que se les anotan puntos a favor para una futura entrega de premios o un campamento, por otro es verdad que no lo hacen sólo por eso. Lo hemos visto porque siguen viniendo cuando ya hemos entregado premios… y eso es lo que procuramos, que se les vaya haciendo el hábito. Y no es de despreciar el que un niño haya acolitado en más de noventa misas en el curso de cinco meses, sin contar las veces que ha participado como los demás fieles. Sumado a esto es muy grato ver que se acercan con confianza a la confesión, y sirve para hacer una breve dirección espiritual, tomando también de a poco esta costumbre.
Como no se realizó este año el encuentro de monaguillos en la diócesis, tuvimos que organizar nuestro propio campamento de monaguillos. Buscamos un lugar, y fuimos a la parroquia del P. Salvatore, el padre italiano, en Kabuhima. Nos dio como lugar para acampar una aldea, Msasa, donde hay una iglesia grande muy bonita, y además se dispone allí de aulas donde podían dormir los chicos. Luego, el espacio de juegos, allí mismo y en la escuela primaria cercana. Tuvimos que viajar en nuestra camioneta, donde nos apretamos lo más posible, para llevar también los elementos de camping, cocina, comida, deporte, bolsos, etc. La mitad hizo la travesía en “dala-dala” o minibús… toda una aventura.
Siempre me admiro mucho de ver cuando nos vamos acercando a la ciudad las caras de muchos de los chicos. Pregunto quién es la primera vez que viene a la ciudad, y siempre hay varios que levantan la mano. Pensar que estamos tan sólo a 60 km, y es la primera vez que vienen… algunos de ellos tienen 14 años y nuca salieron de su aldea. Por ejemplo, varios de ellos era la primera vez que veía el asfalto… ¡Asfalto!, decían… Uno de ellos, como el lugar donde estábamos acampando estaba cerca de la ruta asfaltada, la mañana del primer día se despertó antes de que salga el sol y les dijo a todos: “me voy a la ruta a ver pasar los autos”. Causó risa, y fue motivo de bromas todos los demás días, pero imaginemos la ansiedad que tenía, para despertarse a las 6:00 am e “ir al asfalto”. La Catedral de Kahama es el edificio más alto que han visto en toda su vida… y miraban con la boca abierta el enorme Cristo Crucificado.
Los días de campamento transcurrieron como es de esperarse, con gran alegría, y se hicieron muy cortos. Fueron muy emotivos los rosarios caminando al atardecer, y las buenas noches en una gruta de la Virgen. Un buen testimonio también, para los niños de esa aldea que en todo momento se acercaron a ver los juegos y este grupo que corría todo el tiempo de un lado a otro al sonido del silbato. Cuatro días intensos, sobre todo para los dos padres que fuimos… menos mal que el P. Víctor es más joven, y se encargaba de correr, y andar de acá para allá con ellos. Comenzando con los ejercicios a la madrugada, y continuando hasta los juegos nocturnos.
Junto a las fotos de los monaguillos les dejo algunas fotos del encuentro diocesano de las niñas, las Watoto wa Yesu, la infancia misionera, que se hace cada año en los primeros días de enero. Llevamos un grupo de quince niñas de la parroquia, y puedo decir lo mismo que lo del viaje de los monaguillos… admiradas de llegar a la ciudad varias de ellas, por primera vez. Ver las caras de asombro, alegría, y escuchar el espontáneo “Asante padre” (gracias padre)… no tiene precio. Produce una alegría interior que no se puede comparar con nada de este mundo. Es el salario con se conforma el misionero. Y ese contacto de confianza y amistad que se establece, es la puerta para entrar en sus corazones, como nos enseña Don Bosco, base para un buen trabajo espiritual.
A los que han llegado leyendo hasta aquí, les agradezco, y quedan comprometidos a rezar por todas estas almas.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE.
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