Sentirse como en casa
Ushetu, Tanzania, 4 de septiembre de 2015
Trataré de entrelazar algunos pensamientos de cosas menos importantes, como por ejemplo, hablar del clima, con otras cosas de mayor monta, como pueden ser algunas reflexiones del día de hoy.
Me han escuchado repetir varias veces en este último tiempo que estamos en tiempo de sequía. Aquí el año se divide en estas dos épocas: tiempo de sequía y tiempo de lluvia (kiangazi, mazika, respectivamente, en swahili). Podrán entender también que es recurrente hablar de estos temas aquí, estando entre gente de campo, que vive de esto. Tiempo de sequía que puede durar casi siete meses… y de lluvia los meses restantes, tiempo en que llueve mucho realmente. Tiempo de sequía que puede significar, mucho calor, mucho polvo, ayudado por el viento que sopla… y se llena todo de tierra. Tiempo en que todo el pasto se pone amarillo, las hojas de los árboles caen, y los árboles que conservan en follaje son muy apreciados, sobre todos los árboles de mangos. Tiempo en que la tierra se pone dura como piedra, y al caminar al mediodía parece que quema.
Pero esto que les digo, si bien es una realidad que golpea, por otro lado cubre una realidad muy positiva, sobre todo en el ámbito misionero. El hecho es que en este tiempo no hay mucho trabajo en el campo, y la gente viene mucho mas a la iglesia. Es el tiempo de organizar los campamentos de niños, los retiros de jóvenes, los cursos de formación para los catequistas, y todo lo que se pueda ocurrir y esté al alcance de las posibilidades. No hay problema de días, ni de horarios. En este tiempo piden muchos sacramentos, especialmente matrimonios, porque se puede organizar la fiesta sin peligro de que llueva, y por lo tanto no hacen falta ni salones ni nada de eso, sino simplemente armar toldos, y basta. De paso que se suele disponer del dinero de la cosecha que se ha vendido, y les gusta organizar fiestas donde se invite a todos, y a todos les gusta ir a fiestas en este tiempo. Digamos lo mismo con respecto a los bautismos, y su respectivos festejos. Finalmente, digamos que es un tiempo muy valioso en el sentido apostólico.
Todo esto no deja de golpear a nuestra sensibilidad, es decir, que al momento de pasar varios meses de sequía, al menos en lo que a mí respecta, se hace un poco duro… ese calor que pega, esa tierra caliente, ese aire caliente y lleno de polvo… y esos meses que uno ve por delante. Pero a la larga, uno se hace la idea, y se acostumbra.
Hoy amaneció una brisa bien fresca, y al rato llegó el aroma de la tierra mojada… el “olor a lluvia”, y luego como una bendición, las gotas que se sentían en el techo de chapa de la iglesia. Todo esto justo en el momento de la adoración al Santísimo, el primer momento del día. Fue un sentimiento de alegría y acción de gracias, todo en uno. Esto suele suceder para esta época, es decir, luego de pasar los calores más fuertes, el viento se calma, y vienen un par de lluvias, que refrescan el aire, y yo digo que también el alma. Nos hace esperar un poco mas animados lo que falta de este tiempo de sequía, hasta noviembre, o si Dios quiere, fines de octubre si se adelanta el agua.
Hoy fue una bendición en todo aspecto, porque tenía que ir a dos aldeas, y en motocicleta, porque no hay camino de auto, al menos para una de las dos aldeas, y para la otra, para ir en auto hay que dar un rodeo muy largo. Así que en un día de trabajo pesado, poder disponer de un día así, realmente fue un regalo de Dios. Fui a las aldeas de Mliza y Kalembela. Para llegar a Mliza hicimos 16 km de recorrido, por caminos muy variados, hasta el color de la tierra va cambiando, por momentos es bien colorada, luego es color café, y por momentos gris, casi blanca. El camino es para disfrutar, sobre todo porque el que manejaba era Filipo, y yo iba atrás, y podía ir pensando en estas cosas. Pensamientos interrumpidos por algún salto, alguna rama que esquivar, y esas cosas… pero con la brisa fresca, andando por senderos en medio de bosques, colinas con vegetación y rocas, plantaciones y lejos de toda civilización, todo se prestaba a la reflexión.
Por momentos me parecía estar entrando en una película, son lugares que ni los he soñado así. Ver las casas, el paisaje, y sobre todo la gente. A medida que viajábamos en la moto íbamos viendo como en un film la vida de esta gente, los niños yendo a buscar agua con sus baldes en la cabeza, otros chicos pastoreando animales, la gente grande trabajando en la casa, arreglando sus casas y hornos de tabaco. Veía una postal de la vida hogareña, los patios, los niños jugando con lo que tienen, muchos niños… Algunos chicos al ver pasar la moto saludaban, y otros no atinaban a nada, sobre todo cuando me veían a mí. Saludos a todos los que nos cruzábamos, como es en el campo, aunque no se conozcan, hay que saludarse, no es como en la ciudad. Pasamos por Chang’ombe, por detrás de la casa de don José Mataba; luego pasamos por Kalmebela, donde regresaríamos por la tarde; y al fin llegamos a Mliza.
En Mliza me esperaban para todo lo posible… es decir, hicimos un rato de confesiones, luego la Santa Misa, y finalmente los bautismos. Aquí se bautizaron 19 personas: dos abuelas, tres adultos, y el resto niños. En esta aldea hicimos la procesión de Corpus Christi el año pasado, tal vez recuerden la crónica y las fotos. La gente se acordaba de eso, y esa era la última vez que yo había visitado la aldea. Todo estuvo muy lindo, sobre todo, fresco… aunque al mediodía las nubes dejaron pasar el sol, y el calor se sintió un poco, como para que no nos mal acostumbremos.
Luego de comer en la casa del líder de la aldea, montamos nuevamente la motocicleta, y en dirección a Kalemebela. De esta aldea ya les he contado también, en una crónica de este mismo año. Es una aldea pequeña, muy pequeña. Estuvieron un tiempo sin catequista, y la fe quedó abandonada. Muchos cristianos viven como paganos. Pocos son los que van a rezar. La iglesia es realmente pobre. Pero da un no sé qué de alegría llegar allí, será por lo sencillo del lugar, será porque es un grupo de gente que está comenzando de nuevo, y todo pequeño logro es una gran victoria. El catequista desde el año pasado se está esforzando en levantar esta aldea. Muchas veces viene medio desanimado a contarme de que es poca gente, y yo trato de animarlo a que siga adelante, de que Dios bendecirá sus esfuerzos, pero hay que tener perseverancia y paciencia. Para los campamentos de niños y de niñas, sólo pudo traer una niña. Pero hoy esa niña, de unos 10 años, se bautizó, y era llamativo cómo participaba de la Misa, y la alegría que mostraba. Junto a ella había otras niñas que rondaban su edad, que me dijeron que el año que vienen no se van a perder el campamento de catecismo. Hoy la pequeña capilla estaba repleta de gente… cerca de quince adultos, y otros tantos niños. Cuando sintieron la motocicleta, salieron a la puerta a recibirnos con cantos. Luego llamaron a la gente de la aldea golpeando un gran tambor, como se hacía antes en estos lugares, pero ahora en casi todas las aldeas han optado por golpear algún objeto metálico.
Aquí todo fue en menor proporción que en Mliza, es decir, las confesiones se terminaron rápido, porque muchos de los que van a la iglesia todavía no han terminado su catecumenado. Se bautizaron dos adultos, y cinco niños. En la Misa cantaban ayudados por Filipo, y estaban muy contentos. La verdad que las voces se escuchaban muy bien, les gusta mucho cantar y tienen talento. A principio de año, cuando estuve aquí, nadie cantaba… eso es un adelanto, ya comienzan a animarse a participar mas de la liturgia. Al final de la Misa pude ver a tres mujeres que estaban paradas afuera de la iglesia y miraban por una de las ventanas, pero sin acercarse mucho. Al terminar todo se hicieron los bailes de festejo en la puerta de la capilla, y allí se las invitó a venir a la iglesia los domingos. Le preguntamos al catequista Moses sobre ellas, y nos decía que no las conocía en absoluto. Vinieron atraídas por la gente, los cantos… y sobre todo, me imagino, por ese deseo de Dios, y de rezar, que está en todo hombre.
Comenzó otra vez a llover, no muy fuerte, pero si persistente, y era agradable. El aire fresco, y la gente que decía que habíamos llevado la bendición de la lluvia. Luego de la Misa, los festejos, nuevamente a comer, y emprender el regreso.
Entre las cosas que me preguntaba en el viaje, era: ¿cuánto tiempo nos puede llevar “sentirnos como en casa” en un lugar? Depende del tiempo para hacer amigos, lo cual puede llevar mucho tiempo. Depende de poder conocer las costumbres y cultura de la gente, y mucho va en eso el poder hablar su idioma, para poder comunicarse, hablar, escuchar sus problemas, aconsejarlos, y hasta reírse juntos. Depende de muchas cosas… y de a poco pude sentir que me estoy sintiendo “como en casa”… conociendo la gente, aprendiendo sus nombres y sus historias, estableciendo relaciones. Por otro lado, siempre quedará en nosotros los misioneros esa cuota de “extranjerismo”, de no hablar bien, de ser de otra cultura… y de ser diferentes, por mas que no lo queramos, ya que la piel no va cambiar de color, aunque pueda tomar un poco de color con el paso del tiempo. Esto me lo recuerdan las caras de susto que provoco en tantos niños, y que trato de mitigar con algún regalo o gesto de la cara, pero que no siempre dan resultado. Y esto es algo propio también de nuestra condición de misioneros.
Pero más allá de todo esto, hoy pude también reflexionar… ¿qué más da todo esto? Ya sea que uno aprenda mejor o peor un idioma, ya sea que se sienta en casa o no tanto, que haga mucho calor o un día fresco y agradable… mas allá de todo eso, pienso en las tres Misas que celebré, la gente que confesé, los veintiséis bautismos que pude hacer, entre ancianos, grandes y niños, las comuniones que di, las dos aldeas que visité, la gente que se alegró con todos estos dones sobrenaturales… Lo que más importa, es que somos misioneros. Representamos a Cristo, y llevamos a Cristo a las almas. ¿Qué más necesito? Pero como Dios es bueno, también nos quiere regalar esas cosas, que no son necesarias… y se dan por añadidura, como un día fresco, una hermosa lluvia, un paisaje bello, feligreses alegres, y regreso en paz.
Por todo esto, el deber de seguir ¡Firmes en la brecha! Y ¡Viva la misión!
P. Diego Cano, IVE.
7 comentarios
Gracias, P. Diego y ¡Viva la Misión!
El Señor se hace presente en el templo de nuestro corazón y también en los templos humildes hechos con barro
Adelante Padre
Gracias Padre Diego por compartir con nosotros tantas alegrías.
Dios obra maravillas por medio de usted , de ustedes.
Y ustedes pueden apreciar lo que a otros se les pasaría por alto...una brisa fresca y una agradable lluvia regaladas por añadidura...
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Muchas gracias! Y felicitaciones por tener una hija "futura misionera". rezo por ella, y por supuesto, por toda su familia. P. Diego.
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