“Una sola cosa es necesaria”
Queridos todos en el Verbo Encarnado:
Aquí me dispongo a hacer mi primer envío desde mi nuevo destino, en Ushetu, Tanzania. Y si bien tal vez lo que esperan es una crónica, lamento decirles los voy a decepcionar. Quería mandar unos pensamientos que escribí el año pasado, y que no me animé a mandar entonces.
En estos días, releyendo esas ideas, me pareció que podía venir bien. Un motivo, porque a las pocas semanas de haberlo hecho el año pasado, el P. Walker nos enviaba unas palabras del P. Segundo Llorente en que hablaba de la necesidad de escribir, y venía adjunto el testimonio de un sacerdote que había descubierto su vocación misionera “por culpa del P. Llorente y sus crónicas”.
En segundo lugar, porque el motivo que me frenaba, es que estando en Argentina, a veces uno no sabe bien si lo que se tiene para decir le pueda interesar a alguien. En verdad que eso pensaba. Sé que es un error, pero de eso me doy cuenta ahora.
Ahora, entonces, una aclaración respecto de lo que mando ahora y de lo que, si Dios quiere, mandaré en el futuro… a mi me gusta escribir en primera persona, y como imaginándome a alguien enfrente, o a algún grupo de personas, y así me salen mas fácilmente las palabras y las ideas. Me gusta que sea algo mas directo, aunque el peligro es que uno termina manifestando opiniones y percepciones muy personales.
Les pido disculpas si este estilo a alguno no le agrada del todo. Tienen todo el derecho de tener otros gustos, y sobre todo, el derecho de saber que son apreciaciones muy personales muchas veces… y muy limitadas, por cierto.
También les cuento que he leído mucho del P. Llorente, a quien admiro como misionero, sacerdote, y escritor. Por eso, muchas veces van a ver que lo cito, o que son ideas suyas las que se dejan ver entre líneas. Respecto a algunas cosas, prefiero apoyarme en su gran autoridad. En fin… creo que ya este prólogo va quedando largo. Va lo que escribí el año pasado en Argentina.
Me encomiendo a sus oraciones… y hasta pronto… ya les contaré de Tanzania.
P. Diego Cano, IVE
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Espero que esto que deseo expresar sirva a alguien. Sé que muchos deben haber pensado estas cosas y las han vivido. No creo ser original en esto. Pero la verdad que providencialmente hace unos días recibí un escrito del P. Segundo Llorente, que me envió una misionera, en el cual este gran apóstol del Polo Norte exhortaba a los misioneros a escribir crónicas. La importancia de escribir, no pensando en uno, sino en los demás. “Todos tenemos un mensaje que comunicar. El misionero es, por el mero hecho, un mensajero con un mensaje para el mundo. Para todo el mundo. Para la vanguardia y para la retaguardia. Pero comunicar ese mensaje no es siempre fácil”.
Y sigue diciendo con su acostumbrada habilidad para “garabatear”: “Se ha dicho que el que escribe va zurciendo una maroma con la que se le cuelga a su debido tiempo; porque no hay escritor que no diga alguna vez cosas mal dichas, que son la famosa maroma. Y como a nadie le gusta que le cuelguen, mejor es dejar las sogas en paz. Y el resultado es que los misioneros escriben poquísimo y muchos ni siquiera escriben”.
Y es así como este experimentado misionero y escritor dice que muchas veces sabemos que cuando leamos después de algunos años lo que hemos escrito, a nosotros mismos nos darán ganas de prenderle fuego… y sabemos que muchas veces “seremos colgados” de aquello que escribimos… pero en fin, “dichosa cuerda o maroma”, que causa una muerte que no carece de cierto heroísmo.
No me creo misionero por el lugar donde estoy, ya que no estoy tan lejos, y por lo tanto no experimento las privaciones, cruces y sufrimientos de tantos misioneros en lugares lejanos, lejos de la patria, amigos, cultura, hogar… crucificados con el aprendizaje de lenguas tan difíciles, rechazados por sociedades para nada cristianas… Pero quiero “sentirme” misionero… viviendo mi trabajo diario y apostolado como una verdadera misión… uniéndome a las misiones de tantos apóstoles de nuestra querida Congregación.
Y comienzo entonces esta reflexión contando algo que tuvo lugar en el día del Verbo Encarnado, como una gracia otorgada por Verbo Encarnado. En esa ocasión celebré la misa en una de las comunidades de las hermanas, una celebración sencilla, pero muy digna, devota, con todo lo que correspondía a la Solemnidad. Es verdad que éramos pocos, pero a mí me recordaba aquellas celebraciones de grandes fiestas “nuestras” en lugares lejanos… viviendo sobre todo interiormente el misterio, y brotando desde ese interior una gran alegría. Creo que todos vivimos muy bien este misterio tan importante para nosotros. Al finalizar la misa, intercambiamos saludos y felicitaciones, y emprendí el regreso a la casa. Una mañana apacible, como corresponde a la época del año en San Rafael, inicio del otoño… paisaje mendocino, álamos y montañas, viñedos y olivos. Pero se ve que en ese momento Dios daba permiso para que entre esa paz aparecieran ciertos pensamientos que eran como pequeñas nubes en el cielo… que si no se dispersan, amenazan a irse amontonando y formar una tormenta…
En el camino pensaba que en esos momentos, en el Seminario Mayor, estaría toda la familia religiosa reunida. Recordaba el júbilo de esas reuniones. La ceremonia con gran solemnidad, con muchos sacerdotes concelebrando, el coro y los ornamentos… El encuentro con muchos familiares, la gente amiga… Los primeros votos religiosos de muchos seminaristas que habían sido seminaristas menores, a quienes yo conocía desde los trece y catorce años, y de quienes fui el superior y padre durante tantos años… Y no poder estar allí… sobre todo para manifestarles mi alegría y afecto. Vivir algo que para el religioso es tan importante… en fin. Pensamientos que iban y venían. Y dejaban un poco desabrida al alma… Por cierto que esos pensamientos eran buenos en sí… de cosas buenas, pero “esa cierta nostalgia” no podía ser buena. Dios ama al que da con alegría, no con amargura. No puede ser agradable una ofrenda dada como de mala gana. Dios no mira lo externo de la obra sino la caridad y buena voluntad con que se hace. Así que pidiendo la gracia a la Virgen, en atención a tan gran misterio que acabábamos de celebrar, las nubes se disiparon, para dar lugar a la luz en el alma.
Al día siguiente tenía que celebrar la misa temprano, antes del resto de la comunidad. En el silencio de la capilla solitaria, rodeado de la oscuridad de aquella hora, me acordaba de las misas que relata el P. Llorente en las soledades alaskanas… Ése recuerdo le daba una fuerza especial a la celebración, como si estuviera en un lugar de misión muy lejano. Algo así como una “maniobra” espiritual, una “composición de lugar” de lo que sería una misa en un lugar remoto, celebrada por un misionero solitario, y uniéndome a él. Creo que en el momento de la consagración, Dios terminó de enseñarme lo que el día anterior había comenzado con su paternal pedagogía. Al elevar la hostia consagrada, me pareció que me decía Cristo (por decir de alguna manera, no que “escuchara” a Cristo, entiéndase bien): “¿Qué más necesitás? ¿No me tienes en tus manos? ¿No me tienes todos los días y cuando quieres? ¿No sos sacerdote? ¿No celebrás todos los días el Santo Sacrificio que renueva el de mi cruz? ¿Puede haber algo más grande que esto que estás haciendo?” Y cosas parecidas. La verdad que me dio una gran alegría pensar en eso. Le di gracias por darme a entender lo superficial que soy tantas veces, y no considero lo más importante de lo que hago cada día. No considero muchas veces que tengo a Dios en mis manos cada día, que Dios me ha colmado de dones, especialmente con el sacerdocio, con quien me han venido tantas gracias. Como reflexionaba aquel gran Obispo de Nueva York, Mons. Fulton Sheen, que si un esposo no está contento con su esposa, es porque no la ama. Y así el sacerdote, que no está contento con Cristo, es porque no lo ama de verdad, y en definitiva es un “pobre tipo”, porque no se da cuenta de cuánto le ha dado Dios al elegirlo para hacerlo otro Cristo. Recordaba las palabras de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás tú bajo mi sombra? ¿Qué más has menester?” Y las palabras de Santa Teresa: “Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta”. Todas cosas contenidas en aquellas palabras del Maestro a Marta: “por muchas cosas de afanas, sin embargo una sola es necesaria…”.
Sé que estos pensamientos ya han pasado por el alma de muchos. Como ya dije al inicio, y sigo insistiendo, no creo ser original al escribirlo. Y creo que los misioneros en lugares difíciles tienen mucha más experiencia de estas cosas que yo. Simplemente hago lo que puedo, por si le sirven a alguien estas palabras. Y si no sirven, aquí tienen una buena “maroma” para colgarme. “…escriba crónicas largas y frecuentes, aunque luego le ahorquen con ellas, que morir en la horca es un modo de morir que no carece de cierto heroísmo.”
“Escriba, que, al hacerlo por amor de Dios, encontrará un día su nombre escrito en el libro de la vida encabezando la larga lista de nombres que se salvaron gracias a sus escritos.” Trato de hacer lo que puedo, por si Dios quiere dar un premio tan desproporcionado a algo tan pobre de méritos.
P. Diego Cano, IVE.
24 de mayo de 2012
Día de María Auxiliadora
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