La prehistoria de un libro: Las llagas de la monja
Hay personas que un día se cruzan en tu vida de un modo inesperado y resulta que se acaban convirtiendo en uno de esos pocos amigos fieles, seguros y de toda la vida, porque ya saben lo que decía el aldeano de que aquella querida región española, donde el “muy” es sustituido por el “mucho”…, se lo escuche cuando tras cantar las excelencias de unos espárragos al grito de esto está “mucho” bueno, sentenció a continuación: “mira, Javierico, los amigos…, “mucho” pocos, y “mucho” elegidos”. Y eso es, exactamente, lo que a mí ha pasado con Sor Patrocinio, que forma parte del grupo de mis amigos históricos, que son muy pocos y muy elegidos.
Hace ya más de treinta años que hacía mi tesis doctoral, investigaba la figura de Pascual Madoz y estudiaba, por lo tanto su partido político, al que Salustiano Olózaga, ese personaje listo como pocos y malo como un diablo, cambio el nombre de partido exaltado por el de partido progresista. Y un buen día me encontré con un folleto de Sor Patrocinio. Lo recuerdo perfectamente, fue en el departamento de Historia de Don Federico Suárez, en el que aquella persona, buena y trabajadora como he conocido pocas, que se llamaba Ana María Berazaluce, había recogido y ordenado una utilísima biblioteca con la bibliografía fundamental del siglo XIX, de manera que a los que los fuimos detrás de ellos nos ahorró muchas horas de búsqueda, al poner a nuestra disposición lo que ellos ya habían encontrado con el trabajo de toda una vida. Así eran de generosos. Los que visitamos aquel departamento de Historia, nunca estaremos lo suficientemente agradecidos a Don Federico y a Ana María Berazaluce, porque además de ayudarnos profesionalmente nos querían a todos de verdad, incluida una compañera que también hacía la tesis conmigo y que era más roja que los pimientos de Tudela.