El Tercer Camino
Arrojado a la vida para caminar, el escritor se encontró ante “dos sendas que nacían de un mismo lugar, una era tan angosta que no admite encarecimiento, y estaba, de la poca gente que por ella iba, llena de abrojos y asperezas y malos pasos”. Y preguntando a un mendigo que sentado a la vera descansaba, si por aquella senda había ventas y mesones le respondió:
“¿Cómo queréis que les haya en este camino, si es el de la virtud? En el camino de la vida -dijo- el partir es nacer, el vivir es caminar, la venta es el mundo, y en saliendo de ella, es una jornada sola y breve desde él a la pena o a la gloria. Diciendo esto se levantó y dijo: -¡Quedaos con Dios!; que en el camino de la virtud es perder tiempo el pararse uno y peligroso responder a quien pregunta por curiosidad y no por provecho.”
Ante la seca respuesta, decidió probar por la otra senda, a sabiendas de el segundo camino acababa en una puerta con entrada y sin salida del Infierno. Nuestro escritor nunca había visto “tanto coche, tanta carroza cargada de competencias al sol en humanas hermosuras, y gran cantidad de galas y libreas, lindos caballos, mucha gente de capa negra y muchos caballeros (…) todo eran bailes y fiestas, juegos y saraos, y no el otro camino, que por falta de sastres iban en él desnudos y rotos, y aquí nos sobraban mercaderes, joyeros y todos oficios. Pues ventas, a cada paso, y bodegones sin número”.
Y de repente se quedó sobrecogido al ver a lo lejos un tercer camino “por donde iban muchos hombres de la misma suerte que los buenos, y desde lejos parecía que iban con ellos mismos; y llegado que hube vi que iban entre nosotros. Estos me dijeron que eran los hipócritas, gente en quien la penitencia, el ayuno, y la mortificación, que en otros son mercancía del Cielo, es noviciado del Infierno”.
Acierto pleno el de Quevedo, que se adelantó unos cuantos siglos a diagnosticar la carcoma del catolicismo actual, porque si en el siglo XVII los hipócritas ya caminaban por senda propia, ahora por aglomeración haría falta construirles una gran autopista con muchos carriles. No, el verdadero y grave problema de la Iglesia nunca ha estado fuera, sino dentro, como la carcoma que opera desde el interior. Los verdaderos enemigos de los católicos no son los que solo pueden matar el cuerpo, sino los que emponzoñan la doctrina para envenenar el alma.
El tercer camino no es radical sino acomodaticio, porque es el camino de los hipócritas a los que les espanta la radicalidad exigente de la santidad, que ordena arrancarse el ojo o cortarse el brazo, cuando el ojo o el brazo lo que nos corta es el camino del Cielo.
Por el tercer camino viven y disfrutan los hipócritas que instalados en la instituciones eclesiásticas, nuevos movimientos o como se les quiera llamar, se sirven de la Iglesia en lugar de servir a la Iglesia.
Van por el tercer camino, tapando su hipocresía con ropajes eclesiásticos quienes rebajan la doctrina del matrimonio y por eso hace tiempo que ya no predican lo de uno con una y para toda la vida.
Marchan solemnes por el camino de los hipócritas, revistiendo su perversidad con la monserga de la misericordia, quienes hace tiempo perdieron el respeto a la doctrina eucarística de Jesucristo y dejaron de adorar la Sagrada Hostia, y por eso ya no les parece mal que los adúlteros coman y beban su propia condenación.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá
26 comentarios
Modélica enseñanza.
Muchas gracias. J.L.M.
Por dirección distinta, discurre en ese sueño otro sendero: tan estrecho y empinado, que no es posible recorrerlo a lomo de caballería. Todos los que lo emprenden, adelantan por su propio pie, quizá en zigzag, con rostro sereno, pisando abrojos y sorteando peñascos. En determinados puntos, dejan a jirones sus vestidos, y aun su carne. Pero al final, les espera un vergel, la felicidad para siempre, el Cielo. Es el camino de las almas santas que se humillan, que por amor a Jesucristo se sacrifican gustosamente por los demás; la ruta de los que no temen ir cuesta arriba, cargando amorosamente con su cruz, por mucho que pese, porque conocen que, si el peso les hunde, podrán alzarse y continuar la ascensión: Cristo es la fuerza de estos caminantes."
Amigos de Dios, "Tras los pasos del Señor", n. 127.
No tardaron en darse cuenta los enemigos de Dios y de los hombres que la Iglesia no podría ser destruida por medios violentos. (Por gracia de Dios sabemos que por ningún medio, pero ellos ignoran eso). Entonces han optado por la infiltración. Desde el Clero Juramentado revolucionario hasta los actuales promotores del horrible sacrilegio de la Eucaristía en pecado mortal, toda una pléyade de traidores han asolado y asolan a la Iglesia.
Tocó a San Atanasio toparse con una realidad parecida: una gran parte de la Iglesia era arriana pues creía que Jesús era no más que un buen hombre, una criatura de Dios como nosotros. Los cuales llegaron incluso a expulsar de los templos a los creyentes en la divinidad de Cristo, frente a lo cual respondió el santo con su elocuencia y energía características: "Ellos tienen los templos, nosotros la Fe".
La Parábola del Buen Samaritano no nos dice qué pensaba el samaritano sobre los judíos-que podía ser poco halagüeño dado el desprecio conque los trataban-sino lo que hizo con aquel judío en concreto, robado y herido.
Muchos antiabortistas consuelan y ayudan a mujeres que han abortado, mujeres concretas llenas de dolor, independientemente de lo que piensen sobre el aborto. Eso es misericordia.
Ahora bien la misericordia moderna y degradada consiste en aprobar todo tipo de conductas y justificarlas a como dé lugar sin necesidad de hacer absolutamente nada. Por eso se ha convertido en una monserga, en un bien falso porque ya no hay que bajarse del caballo, curar las heridas, llevarlo a la posada y regresar para pagar la deuda al posadero, como hizo el samaritano, sino que basta con pedir al gobierno que invierta más dinero en seguridad ciudadana, aprobar el aborto, el matrimonio de los homosexuales, la comunión de los divorciados y ¡alehop! ya eres misericordioso.
Se ha hecho con la misericordia como con la ropa, que ya no lavamos a mano sino que la lava la lavadora. Facilísimo, oiga.
Misericordiosa era mi madre que, no pudiendo hacer casi nada en su vejez, utilizaba el oído. Escuchaba con verdadero interés a todo el mundo y tenía el Don de Consejo. He oído a muchas personas comentarme lo especial que era, pero ella no lo sabía y murió sin saberlo.
A ver si aprendemos a no caer en determinadas trampas.
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