8.03.15

Huyamos de este mundo

Del Tratado de san Ambrosio, obispo, Sobre la huida del mundo

(Cap. 6, 36; 7, 44; 8, 45; 9, 52: CSEL 32, 192. 198-199. 204)

San Ambrosio. Berruguete, 1499. Catedral de Avila

 Donde está el corazón del hombre, allí está también su tesoro; pues Dios no acostumbra a negar la dádiva buena a los que se la piden. Por eso, porque Dios es bueno y porque es bueno sobre todo para los que esperan en él, adhirámonos a él, unámonos a él con toda el alma, con todo el corazón, con todas nuestras fuerzas, para estar así en su luz y ver su gloria y gozar del don de los deleites celestiales; elevemos nuestro corazón y permanezcamos y vivamos adheridos a este bien que supera todo lo que podamos pensar o imaginar y que confiere una paz y tranquilidad perpetuas, esta paz que está por encima de toda aspiración de nuestra mente.

Éste es el bien que todo lo penetra, y todos en él vivimos y de él dependemos; nada hay que esté por encima de él, porque es divino; sólo Dios es bueno, por tanto, todo lo que es bueno es divino y todo lo que es divino es bueno; por esto dice el salmo: Abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente; de la bondad divina, en efecto, nos vienen todos los bienes, sin mezcla de mal alguno.

Estos bienes los promete la Escritura a los fieles, cuando dice: Lo sabroso de la tierra comeréis. Hemos muerto con Cristo, llevamos en nuestros cuerpos la muerte de Cristo, para que también la vida de Cristo se manifieste en nosotros. Por consiguiente, no vivimos ya nuestra propia vida, sino la vida de Cristo, vida de inocencia, de castidad, de sinceridad y de todas las virtudes. Puesto que hemos resucitado con Cristo, vivamos con él, subamos con él, para que la serpiente no encuentre en la tierra nuestro talón para morderlo.

Huyamos de aquí. Puedes huir en espíritu, aunque te quedes con el cuerpo; puedes permanecer aquí y al mismo tiempo estar con el Señor, si a él está adherida tu alma, si tu pensamiento está fijo en él, si sigues sus caminos guiado por la fe y no por la visión, si te refugias en él, ya que él es refugio y fortaleza, como dice el salmista: A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado.

Así, pues, ya que Dios es refugio y ya que Dios está en lo más alto de los cielos, hay que huir de aquí abajo hacia allá arriba, donde se halla la paz y el descanso de nuestras fatigas, donde podemos festejar el gran reposo sabático, como dijo Moisés: El reposo sabático de la tierra será para vosotros ocasión de festín. Descansar en Dios y contemplar su felicidad es, en efecto, algo digno de ser celebrado, algo lleno de felicidad y de tranquilidad. Huyamos, como ciervos, a la fuente de las aguas; que nuestra alma experimente aquella misma sed del salmista. ¿De qué fuente se trata? Escucha su respuesta: En ti está la fuente viva. Digámosle a esta fuente: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Pues la fuente es el mismo Dios.

3.03.15

Las lágrimas purificadoras de la compunción interior

San Antonio Abad, icono de autor desconocidoPara alimentar la oración cuaresmal de nuestros lectores, compartimos con ellos una selección de preciosos apotegmas de los padres del desierto sobre la compunción del corazón. A fin de entender mejor este tema que es uno de los centrales en la tradición monástica, ponemos a modo de introducción un fragmento de la gran obra del Beato Columba Marmion, Jesucristo vida del alma, sobre la compunción (Capítulo VI,2)

“¿Qué debemos entender por compunción del corazón? Se trata de un sentimiento habitual de pesar por haber ofendido a la divina bondad. Esta disposición brota principalmente de la contrición perfecta, del amor arrepentido. Y produce en el alma la detestación del pecado, por el disgusto que causa a Dios y por el perjuicio que nos irroga. Si en el sacramento de la penitencia basta un acto transitorio de contrición imperfecta para abrir el alma a la gracia y fortificarla contra nuevas caídas; cuando tenemos un sentimiento de verdadero pesar inspirado por el amor y lo mantenemos en el alma en toda su viveza, crea en ella un estado de oposición irreductible a toda complacencia en el pecado. Os daréis perfecta cuenta de que hay una incompatibilidad absoluta entre la voluntad de aborrecer el pecado y el hecho de continuar cometiéndolo. Esta disposición habitual constituye el mejor remedio para evitar la tibieza.

Este constante pesar por las faltas pasadas: «Mi pecado está siempre ante mí» (Ps., 50, 5) no debe referirse a las circunstancias de cada una de ellas, sino al hecho mismo de haber ofendido a Dios. No debemos traer a la memoria los detalles concretos, lo que a veces suele ser peligroso, sino arrepentirnos de haber opuesto nuestra soberanía, de haber despreciado su amor y de haber descuidado, derrochado o aún perdido el incomparable tesoro de la gracia.”

Ahora pasamos a los apotegmas de los padres del desierto. 

    ***

Un hermano rogó al abad Amonio: «Dime una palabra». El anciano le dijo: «Adopta la mentalidad de los malhechores que están en prisión. Preguntan:
“¿Dónde está el juez? ¿Cuándo vendrá?” y a la espera de su castigo lloran. También el monje debe siempre mirar hacia arriba y conminar a su alma diciendo:
“¡Ay de mí! ¿Cómo podré estar en pie ante el tribunal de Cristo? ¿Cómo podré darle cuenta de mis actos?”. Si meditas así continuamente, podrás salvarte».

***

El abad Evagrio dijo: «Cuando estés en tu celda, recógete y piensa en el día de la muerte. Represéntate ese cuerpo cuya vida desaparece: piensa en esta calamidad, acepta el dolor y aborrece la vanidad de este mundo. Sé humilde y vigilante para que puedas siempre perseverar en tu vocación a la hesyquia y no vacilarás. Acuérdate también del día de la resurrección y trata de imaginarte aquel juicio divino, terrible y horroroso. Acuérdate de los que están en el infierno. Piensa en el estado actual de sus almas, en su amargo silencio, en sus crueles gemidos, en su temor y mortal agonía, en su angustia y dolor, en sus lágrimas espirituales que no tendrán fin, y nunca jamás serán mitigadas. Acuérdate también del día de la resurrección e imagínate aquel juicio divino, espantoso y terrible y en medio de todo esto la confusión de los pecadores a la vista de Cristo y de Dios, en presencia de los ángeles, arcángeles, potestades y de todos los hombres. Piensa en todos los suplicios, en el fuego eterno, en el gusano que no muere, en las tinieblas del infierno, y más aún en el rechinar de los dientes, terrores y tormentos. Recuerda también los bienes reservados a los justos, su confianza y seguridad ante Dios Padre y Cristo su Hijo, ante los ángeles, arcángeles, potestades y todo el pueblo. Considera el reino de los cielos con todas sus riquezas, su gozo y su descanso. Conserva el recuerdo de este doble destino, gime y llora ante el juicio de los pecadores, sintiendo su desgracia y teme no caer tú mismo en ese mismo estado. Pero alégrate y salta de gozo pensando en los bienes reservados a los justos y apresúrate a gozar con éstos y en alejarte de aquéllos. Cuidare de no olvidar nunca todo esto, tanto si estás en tu celda como si estás fuera de ella, ni lo arrojes de tu memoria y con ello huirás de los sórdidos y malos pensamientos».

***

El arzobispo Teófilo, de santa memoria, dijo al morir: «Dichoso tú, abad Arsenio, que siempre tuviste presente esta hora».

***

El abad Jacobo dijo: «Así como una lámpara ilumina una habitación oscura, así el temor de Dios, cuando irrumpe en el corazón del hombre, le ilumina y le enseña todas las virtudes y mandamientos divinos».

***

Viajando un día por Egipto, el .abad Pastor vio a una mujer que lloraba amargamente junto a un sepultero y dijo: «Aunque le ofreciesen todo los placeres del mundo, no arrancaría su alma del llanto. De la misma manera el monje debe llorar siempre por si mismo».

***

Sinclética, de santa memoria, dijo: «A los pecadores que se convierten les esperan primero trabajos y un duro combate y luego una inefable alegría. Es lo mismo que ocurre a los que quieren encender fuego, primero se llenan de humo y por las molestias del mismo lloran, y así consiguen lo que quieren. Porque escrito está: “Yahveh tu Dios es un fuego devorador” (Dt 4, 24). También nosotros con lágrimas y trabajos debemos encender en nosotros el fuego divino».

***

El abad Hiperiguio dijo: «El monje que vela, trabaja día y noche con su oración continua. El monje que golpea su corazón hace brotar de él lágrimas y rápidamente alcanza la misericordia de Dios».

25.02.15

¿Se puede ser santo sin orar? ¿Se puede orar sin silencio del alma?

San Bruno, Capilla de San Bruno, La Grande Chartreuse

A continuación, proponemos para la meditación de nuestros lectores en este santo tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión y de gracia, tres textos maravillosos sobre la virtualidad sanante y santificante de la oración contemplativa. 

1.- De San Juan Maria Vianney, cura de Ars (1786-1859), en su Catecismo sobre la oración. 

“Mirad, hijos míos, el tesoro de un cristiano no está en este mundo sino en el cielo.(Mt 6,20) Así pues, nuestro pensamiento tiene que encaminarse hacia donde está nuestro tesoro. La persona humana tiene una tarea muy bella, la de orar y la de amar. Vosotros oráis, vosotros amáis: he aquí la felicidad de la persona en este mundo.

La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Cuando el corazón es puro y está unido a Dios, uno percibe en su interior un bálsamo, una dulzura que embriaga, una luz que deslumbra. En esta íntima unión Dios y el alma son como dos trozos de cirio fundidos en uno; ya no se pueden separar. ¡Qué hermosa es esta unión de Dios con su pequeña criatura! Es una felicidad que sobrepasa toda comprensión. Habíamos merecido no saber orar; pero Dios, en su bondad, nos permite hablarle. Nuestra oración es incienso que él recibe con infinita benevolencia.

Hijos míos, tenéis un corazón pequeño, pero la oración lo ensancha y lo capacita para amar a Dios. La oración es una pregustación del cielo, un derivado del paraíso. Nunca nos deja sin dulzura. Es como la miel que desciende al alma y lo suaviza todo. Las penas se deshacen en la oración bien hecha, como la nieva bajo el sol".

2.- De la Beata Teresa de Calcuta (1910-1997) fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad, Camino de sencillez, cap. 7.

“Ante todo hay que dedicar tiempo a la contemplación y al silencio, sobre todo si vivimos en las grandes ciudades donde todo es agitación. Por esto he decidido abrir nuestra primera casa de hermanas contemplativas, cuya vocación es de orar durante la mayor parte del día, en Nueva York y no en el Himalaya, porque sentía que en las grandes urbes hay más necesidad de silencio y de contemplación.

Yo comienza la oración siempre por el silencio. En el silencio habla el corazón con Dios. Dios es amigo del silencio y debemos escucharle porque lo que cuenta no son nuestras palabras sino lo que él dice, y lo que dice a través de nosotros. Lo que la sangre es para el cuerpo, es la oración para el alma. Nos acerca a Dios y purifica nuestro corazón. Una vez purificado el corazón podemos ver a Dios, hablarle y descubrir su amor en la persona de cada uno de nuestros hermanos humanos. Si vuestro corazón es puro, vosotros seréis transparentes en la presencia de Dios, no disimularéis nada, y entonces le ofreceréis libremente lo que él espera de vosotros".

3.- De San Juan de la Cruz (1542-1591), Cántico Espiritual B 1, 8-9

“¿Qué más quieres, oh alma, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu Amado, a quien desea y busca tu alma?…Sólo hay una cosa, es a saber, que, aunque esté dentro de ti, está escondido….

Pero todavía dices: “puesto está en mí el que ama mi alma, ¿cómo no le hallo ni le siento?” La causa es porque está escondido, y tú no te escondes también para hallarle y sentirle. Porque el que ha de hallar una cosa escondida, tan a lo escondido y hasta lo escondido donde ella está ha de entrar, y, cuando la halla, él también está escondido como ella. Como quiera, pues, que tu Esposo amado es el tesoro escondido en el campo de tu alma, por el cual el sabio mercader dio todas sus cosas (Mt 13,44) convendrá que para que tú le halles, olvidadas todas las tuyas y alejándote de todas las criaturas, te escondas en tu retrete interior del espíritu (ib 6,6) y cerrando la puerta sobre ti, es a saber, tu voluntad a todas las cosas, ores a tu Padre en escondido; y así, quedando escondida en él, entonces le sentirás en escondido, y le amarás y gozarás en escondido y te deleitarás en escondido con él, es a saber, sobre todo lo que alcanza la lengua y sentido".

13.02.15

La misteriosa fecundidad de la vida contemplativa

San Bruno de Jean-Antoine HOUDON, 1766

De la Constitución Apostólica Umbratilem del Papa Pio XI, del 8 de julio de 1924

Cuantos han hecho profesión de pasar una vida oculta apartados del estrépito y de las locuras del mundo, de tal forma que no sólo contemplen con toda atención los divinos misterios y las verdades eternas, y pidan, en las preces que dirijan a Dios con fervor y constancia, que florezca su reino y se extienda cada día más, sino también que satisfagan y expíen con la penitencia del alma y del cuerpo, que les esté prescrita o voluntaria, las culpas, no tanto las propias como las ajenas, ésos, ha de decirse en verdad, que eligieron la mejor parte, como María de Betania. Porque no hay ninguna otra condición y modo de vivir más perfecto que pueda proponerse a los hombres, para que lo elijan y abracen, cuando el Señor verdaderamente les llame; pues, de la unión estrechísima con Dios y de la santidad interior de los que practican silenciosamente en los claustros la vida solitaria, se mantiene radiante la aureola de esa santidad, que la Esposa inmaculada de Cristo Jesús ofrece a todos para que la contemplen e imiten.

Nada, pues, tiene de extraño, si los escritores eclesiásticos de tiempos pasados, para explicar la virtud y eficacia de las oraciones de estos mismos varones religiosos, llegaron hasta compararlas con las de Moisés, recordando un hecho muy conocido: a saber, cuando Josué riñó la batalla en la llanura con los amalecitas, y Moisés oraba y suplicaba a Dios en la cima del monte cercano por la victoria de su pueblo, sucedió que, mientras Moisés levantaba las manos alcielo, vencían los Israelitas; si, por el contrario, alguna vez las bajaba por el cansancio, entonces los amalecitas ganaban a los Israelitas: por lo cual, Aarón y Hur le sostuvieron, de una y otra parte; los brazos, hasta que Josué salió vencedor de la pelea. Con cuyo ejemplo se significan ciertamente con toda propiedad, las preces de los mismos religiosos, que hemos mencionado, puesto que se apoyan, ora en el augusto sacrificio del Altar, ora en el ejercicio de la penitencia, como en dos sostenes, de los cuales el uno expresa de algún modo a Aarón, y el otro a Hur. Pues es cosa corriente y como la principal para los solitarios, según antes hemos dicho, el que se ofrezcan y consagren a Dios como víctimas y hostias de aplacamiento, por un cargo así como público, por su salvación y la de sus prójimos.

Fácilmente se comprende, pues, que contribuyen mucho más al incremento de la Iglesia y a la salvación del género humano, los que cumplen el deber asiduo de la oración y de la penitencia, que los que cultivan y trabajan enel campo del Señor; porque, si aquéllos no hicieran bajar del cielo la abundancia de gracias al campo que ha de ser regado, entonces seguramente cosecharán frutos más escasos de su labor los operarios evangélicos.

7.02.15

La visión de la esencia divina por parte del hombre

Adoración de la Eucaristía en Monasterio Mater Veritatis

Breve comentario a la Suma Teológica de Santo Tomas, Iª q.12 a.1y ss.

El tema grandioso de la visión de Dios es algo que cuestiona a todo hombre a través de la historia, y muy particularmente a los filósofos. Santo Tomás hablando en un contexto de orden sobrenatural, dice en la solución a las objeciones a la q.12:

 «Como quiera que la suprema felicidad del hombre consiste en la más sublime de sus operaciones, que es la intelectual, si el entendimiento creado no puede ver nunca la esencia divina, o nunca conseguirá la felicidad, o ésta se encuentra en algo que no es Dios. Esto es contrario a la fe».

 Ahora  bien, ningún entendimiento creado puede ver la esencia divina. Esto debiera ser la sentencia común, porque la trascendencia divina hace imposible al entendimiento creado, en el orden natural, aspirar a tal «operación».

 Por tanto no puede afirmarse que el hombre pueda alcanzar naturalmente la visio Dei, porque no existe proporción entre ésta y sus capacidades. Ninguna creatura tiene como objeto adecuado la esencia divina. El objeto del entendimiento humano es el ente; es su horizonte natural. 

 Pero como no hay nada que colme plenamente al entendimiento humano sino la visión beatífica, hace falta, por parte del sujeto el lumen gloriae, esto es un aumento de la capacidad intelectiva que es don y gracia divina que le permita ver a Dios. De aquí que cantemos con el salmista «Señor, en ti está la fuente viva y tu luz (lumen gloriae) nos hace ver la Luz (tu esencia) (Salmo 35).