3.05.15

Sobre la lucha de la carne y del diablo contra el hombre espiritual y sobre la utilidad de la oración

San Bernardo (1090-1153), De los sermones de Cuaresma, sobre los tres modos de oración,

El amor que os tengo, hermanos, me obliga a hablar. Apremiado por él, os hablaría con más frecuencia, sino me lo impidiesen mis múltiples ocupaciones. No es nada extraño que me preocupe de vosotros, pues también encuentro en mí mismo muchos motivos y ocasiones de preocuparme. Cuando advierto mi propia miseria y mis muchos peligros, me asalta la tristeza. Mi desvelo por vosotros no puede ser menor si os amo como a mí mismo. El que sondea los corazones sabe muy bien cuántas veces mi diligencia por vosotros prevalece en mi corazón a mi propio cuidado.

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20.04.15

Santa Matilde de Hackeborn, “ruiseñor de Dios”

Reproducimos ahora la preciosa Audiencia General del Papa Emérito Benedicto XVI sobre Santa Matilde de Hackenborn.

Santa Matilde de Hackeborn

Queridos hermanos y hermanas,

Hoy quisiera hablaros de santa Matilde de Hackeborn, una de las grandes figuras del monasterio de Helfta, que vivió en el siglo XIII. Su hermana religiosa santa Gertrudis la Grande, en el VI libro de la obra Liber specialis gratiae (El libro de la gracia especial), en el que se narran las gracias especiales que Dios otorgó a santa Matilde, afirma así: “Lo que hemos escrito es bien poco en comparación con lo que hemos omitido. Únicamente para gloria de Dios y utilidad del prójimo publicamos estas cosas, porque nos parecería injusto mantener el silencio sobre tantas gracias que Matilde recibió de Dios no tanto para ella misma, en nuestro parecer, sino para nosotros y para los que vendrán después de nosotros” (Mechthild von Hackeborn, Liber specialis gratiae, VI, 1).

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6.04.15

Homilía de Pascua, la crucifixión de Cristo en la historia

La resurrección de Fra Angelico, 1440

 

 «Scimus Christus surrexisse a mortuis vere: tu nobis victor Rex, miserere» (Secuencia de Pascua)

 

En la Vigilia de anoche, con el canto del Pregón Pas­cual, exultamos de alegría con los ángeles y con toda la tierra por la victoria definitiva de Cristo sobre el de­monio, el pecado, la muerte, la mentira y el dolor. Con su Sangre, el Cordero nos ha «comprado» para Dios, y en adelante vivimos solo para El, gustando ya de su eterna bienaventuranza. Por este motivo la Sagra­da Liturgia nos ha envuelto en un ambiente jubiloso, manifestándonos con palabras, símbolos y cantos el verdadero motivo de nuestra alegría. «¡Cristo, nues­tro Cordero Pascual, ha sido inmolado!» (Versículo del Aleluya), «¡El Cordero ha redimido a las ovejas, ha re­conciliado con el Padre a los pecadores!» (Secuencia) «¡Este es el Día que ha hecho el Señor, alegrémonos y regocijémonos!» (Gradual).

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27.03.15

La inmolación de la inteligencia de María en la Cruz

Diego Velázques, 1632

Compartimos hoy con nuestros lectores un breve fragmento de la bella obra del Padre Marie-Dominique Philippe, dominico fundador de la Congregación de los hermanos de Saint Jean, Mystère de Marie (IV,3). La tradución del original francés es nuestra:

En el misterio de la cruz, la fe de María conoce un modo doloroso que inmola de una manera intensa su inteligencia. Esta fe contempla el misterio de Cristo crucificado. En este misterio hay como ciertas contradicciones aparentes en María: ¿No es Jesús para ella el Hijo de Dios que debe reinar eternamente sobre la casa de David, como el ángel Gabriel se lo había dicho? Ella guarda en su corazón esta palabra de la Anunciación, y ahora Jesús se presenta a ella como el Crucificado, el maldito de Dios y de los hombres. ¿No está dicho en la Escritura: maldito aquél que cuelga del madero? Jesús aparece entonces como el rechazado de Dios y no solamente aparece como tal sino que Él mismo lo declara: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?. Él, el Hijo amado, en quién el Padre se complace, es ahora el abandonado y el que debe vivir en este estado de anatema, de separado. Hay allí una oposición brutal que quiebra hasta en su fondo más íntimo la inteligencia de María, puesto que esta cuasi contradicción apunta a Aquél que es a la vez para ella su Verdad, su Camino, su Vida y su Hijo bienamado. Si María escuchara las exigencias de su inteligencia humana, apartaría inmediatamente una parte de esta contradicción aparente; o bien se abandonaría a la desesperación, pensando que el ángel la ha engañado; o bien se rehusaría a aceptar la Cruz, no queriendo guardar ni considerar sino la palabra del ángel. En estas condiciones, habría una elección humana, habría una herejía, dividiendo humanamente lo que está unido en la sabiduría de Dios. En nombre de las exigencias de la razón humana, ella haría una división, ya no guardaría íntegramente el mensaje de Dios.

Adhiriendo en toda su pureza a la voluntad infinitamente amable del Padre sobre su Hijo y sobre ella, María penetra mucho más adentro todavía en su intimidad. Pues la unidad se hace entonces en esta voluntad del Padre, en el Espíritu Santo. María coopera activamente en la obra de su Jesús. La Cruz se apodera de su inteligencia que, en este acto heroico de fe, es como enteramente ofrecida, enteramente inmolada. Recordemos el holocausto de Elías, prefiguración maravillosa del de la Cruz. ¡El fuego del cielo se apodera de las víctimas, del altar y del agua! Se trata verdaderamente de la fe de la esposa que cree en el amor del Esposo por ella misma, aun cuando las circunstancias exteriores parezcan negarlo, parezcan oponerse. Esta fe es totalmente silenciosa, pues implica el holocausto incluso de la inteligencia. Esta no puede decir nada más, no comprende nada, ya no puede comprender nada más. Es por eso que ya no hay ni siquiera el quomodo de la Anunciación. María debe permanecer totalmente pasiva, entregada a la voluntad del Esposo.

14.03.15

Todo lo que puede alcanzar la oración confiada

Del Tratado de Tertuliano, presbítero, Sobre la oración

(Cap. 28-29: CCL 1, 273-274)

La anunciación de Fray Angelico, 1430 

La oración es una ofrenda espiritual que ha eliminado los antiguos sacrificios. ¿Qué me importa -dice- el número de vuestros sacrificios? Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de becerros; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Quién pide algo de vuestras manos?

El Evangelio nos enseña qué es lo que pide el Señor: Llega la hora -dice- en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque Dios es espíritu y, por esto, tales son los adoradores que busca. Nosotros somos los verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes, ya que, orando en espíritu, ofrecemos el sacrificio espiritual de la oración, la ofrenda adecuada y agradable a Dios, la que él pedía, la que él preveía.

Esta ofrenda, ofrecida de corazón, alimentada con la fe, cuidada con la verdad, íntegra por la inocencia, limpia por la castidad, coronada con el amor, es la que debemos llevar al altar de Dios, con el acompañamiento solemne de las buenas obras, en medio de salmos e himnos, seguros de que con ella alcanzaremos de Dios cualquier cosa que le pidamos.

¿Qué podrá negar Dios, en efecto, a una oración que procede del espíritu y de la verdad, si es él quien la exige? Hemos leído, oído y creído los argumentos que demuestran su gran eficacia.

En tiempos pasados, la oración liberaba del fuego, de las bestias, de la falta de alimento, y sin embargo no había recibido aún de Cristo su forma propia.

¡Cuánta más eficacia no tendrá, pues, la oración cristiana! Ciertamente, no hace venir el rocío angélico en medio del fuego, ni cierra la boca de los leones, ni transporta a los hambrientos la comida de los segadores (como en aquellos casos del antiguo Testamento); no impide milagrosamente el sufrimiento, sino que, sin evitarles el dolor a los que sufren, los fortalece con la resignación, con su fuerza les aumenta la gracia para que vean, con los ojos de la fe, el premio reservado a los que sufren por el nombre de Dios.

 En el pasado, la oración hacía venir calamidades, aniquilaba los ejércitos enemigos, impedía la lluvia necesaria. Ahora, por el contrario, la oración del justo aparta la ira de Dios, vela en favor de los enemigos, suplica por los perseguidores. ¿Qué tiene de extraño que haga caer el agua del cielo, si pudo impetrar que de allí bajara fuego? La oración es lo único que tiene poder sobre Dios; pero Cristo no quiso que sirviera para operar mal alguno, sino que toda la eficacia que él le ha dado ha de servir para el bien.

Por esto, su finalidad es servir de sufragio a las almas de los difuntos, robustecer a los débiles, curar a los enfermos, liberar a los posesos, abrir las puertas de las cárceles, deshacer las ataduras de los inocentes. La oración sirve también para perdonar los pecados, para apartar las tentaciones, para hacer que cesen las persecuciones, para consolar a los abatidos, para deleitar a los magnánimos, para guiar a los peregrinos, para mitigar las tempestades, para impedir su actuación a los ladrones, para alimentar a los pobres, para llevar por buen camino a los ricos, para levantar a los caídos, para sostener a los que van a caer, para hacer que resistan los que están en pie.

Oran los mismos ángeles, ora toda la creación, oran los animales domésticos y los salvajes, y doblan las rodillas y, cuando salen de sus establos o guaridas, levantan la vista hacia el cielo y con la boca, a su manera, hacen vibrar el aire. También las aves, cuando despiertan, alzan el vuelo hacia el cielo y extienden las alas, en lugar de las manos, en forma de cruz y dicen algo que asemeja una oración.

¿Qué más podemos añadir acerca de la oración? El mismo Señor en persona oró; a él sea el honor y el poder por los siglos de los siglos.