InfoCatólica / Schola Veritatis / Categoría: Santos

12.09.15

Acerca de la confesión directa con Dios

En el presente post, queremos compartir con nuestros lectores la maravilloso texto que el Oficio de lecturas del día de ayer del beato Isaac, abad del monasterio de Stella, la cual ofrece una respuesta clara y contundente para todos aquellos que, apartándose de la verdad y de las disposiciones de la divina Providencia, creen poder recibir el perdón de sus pecados confesándose “directamente con Dios” y prescindiendo de la mediación de la Iglesia y del sacerdocio.

Isaac nació en Inglaterra y tomó el hábito del Cister, la orden de Bernardo de Clairvaux. Fundó un monasterio en una isla de nombre desconocido, y pasó luego a Francia donde fue abad del monasterio de Stella (L’Etoile), en la diócesis de Poitiers, desde 1147 a 1169 aproximadamente. Escribió cincuenta y cuatro sermones, una epístola sobre la celebración de la misa, dirigida a Juan Belesme, obispo de Poitiers, un comentario aún inédito sobre el Cantar de los Cantares y un tratado epistolar, dirigido a Alquerio de Clairvaux, sobre la naturaleza del alma.


De los Sermones del beato Isaac, abad del monasterio de Stella

(Sermón 11: PL 194, 1728-1729)

Hay dos cosas que corresponden exclusivamente a Dios: el honor de recibir la confesión y el poder de perdonar los pecados. Por ello nosotros debemos manifestar a Dios nuestra confesión y esperar su perdón. Sólo a Dios corresponde el perdonar los pecados, por eso, sólo a él debemos confesar nuestras culpas. Pero, así como el Señor todopoderoso y excelso se unió a una esposa insignificante y débil -haciendo de esta esclava una reina y colocando a la que estaba bajo sus pies a su mismo lado, pues de su lado, en efecto, nació la Iglesia y de su lado la tomó como esposa-, y así como lo que es del Padre es también del Hijo y lo que es del Hijo es también del Padre -a causa de la unidad de naturaleza de ambos-, así, de manera parecida, el esposo comunicó todos sus bienes a aquella esposa a la que unió consigo y también con el Padre. Por ello, en la oración que hizo el Hijo en favor de su esposa, dice al Padre: Quiero, Padre, que, así como tú estás en mí y yo en ti, sean también ellos una cosa en nosotros.

Leer más... »

29.08.15

Testimonio de la verdad del matrimonio

En este día en que la Iglesia celebra el martirio de San Juan Bautista, compartimos con nuestros lectores la bella homilía de San Beda el Venerable acerca de este gran mártir de Cristo, mártir de la verdad del matrimonio.


De las Homilías de san Beda el Venerable, presbítero

(Homilía 23: CCL 122, 354. 356-357)

El santo Precursor del nacimiento, de la predicación y de la muerte del Señor mostró en el momento de la lucha suprema una fortaleza digna de atraer la mirada de Dios, ya que, como dice la Escritura, aunque, a juicio de los hombres, haya sufrido castigos, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Con razón celebramos su día natalicio, que él ha solemnizado con su martirio y adornado con el fulgor purpúreo de su sangre; con razón veneramos con gozo espiritual la memoria de aquel que selló con su martirio el testimonio que había dado del Señor.

Leer más... »

3.05.15

Sobre la lucha de la carne y del diablo contra el hombre espiritual y sobre la utilidad de la oración

San Bernardo (1090-1153), De los sermones de Cuaresma, sobre los tres modos de oración,

El amor que os tengo, hermanos, me obliga a hablar. Apremiado por él, os hablaría con más frecuencia, sino me lo impidiesen mis múltiples ocupaciones. No es nada extraño que me preocupe de vosotros, pues también encuentro en mí mismo muchos motivos y ocasiones de preocuparme. Cuando advierto mi propia miseria y mis muchos peligros, me asalta la tristeza. Mi desvelo por vosotros no puede ser menor si os amo como a mí mismo. El que sondea los corazones sabe muy bien cuántas veces mi diligencia por vosotros prevalece en mi corazón a mi propio cuidado.

Leer más... »

8.03.15

Huyamos de este mundo

Del Tratado de san Ambrosio, obispo, Sobre la huida del mundo

(Cap. 6, 36; 7, 44; 8, 45; 9, 52: CSEL 32, 192. 198-199. 204)

San Ambrosio. Berruguete, 1499. Catedral de Avila

 Donde está el corazón del hombre, allí está también su tesoro; pues Dios no acostumbra a negar la dádiva buena a los que se la piden. Por eso, porque Dios es bueno y porque es bueno sobre todo para los que esperan en él, adhirámonos a él, unámonos a él con toda el alma, con todo el corazón, con todas nuestras fuerzas, para estar así en su luz y ver su gloria y gozar del don de los deleites celestiales; elevemos nuestro corazón y permanezcamos y vivamos adheridos a este bien que supera todo lo que podamos pensar o imaginar y que confiere una paz y tranquilidad perpetuas, esta paz que está por encima de toda aspiración de nuestra mente.

Éste es el bien que todo lo penetra, y todos en él vivimos y de él dependemos; nada hay que esté por encima de él, porque es divino; sólo Dios es bueno, por tanto, todo lo que es bueno es divino y todo lo que es divino es bueno; por esto dice el salmo: Abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente; de la bondad divina, en efecto, nos vienen todos los bienes, sin mezcla de mal alguno.

Estos bienes los promete la Escritura a los fieles, cuando dice: Lo sabroso de la tierra comeréis. Hemos muerto con Cristo, llevamos en nuestros cuerpos la muerte de Cristo, para que también la vida de Cristo se manifieste en nosotros. Por consiguiente, no vivimos ya nuestra propia vida, sino la vida de Cristo, vida de inocencia, de castidad, de sinceridad y de todas las virtudes. Puesto que hemos resucitado con Cristo, vivamos con él, subamos con él, para que la serpiente no encuentre en la tierra nuestro talón para morderlo.

Huyamos de aquí. Puedes huir en espíritu, aunque te quedes con el cuerpo; puedes permanecer aquí y al mismo tiempo estar con el Señor, si a él está adherida tu alma, si tu pensamiento está fijo en él, si sigues sus caminos guiado por la fe y no por la visión, si te refugias en él, ya que él es refugio y fortaleza, como dice el salmista: A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado.

Así, pues, ya que Dios es refugio y ya que Dios está en lo más alto de los cielos, hay que huir de aquí abajo hacia allá arriba, donde se halla la paz y el descanso de nuestras fatigas, donde podemos festejar el gran reposo sabático, como dijo Moisés: El reposo sabático de la tierra será para vosotros ocasión de festín. Descansar en Dios y contemplar su felicidad es, en efecto, algo digno de ser celebrado, algo lleno de felicidad y de tranquilidad. Huyamos, como ciervos, a la fuente de las aguas; que nuestra alma experimente aquella misma sed del salmista. ¿De qué fuente se trata? Escucha su respuesta: En ti está la fuente viva. Digámosle a esta fuente: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Pues la fuente es el mismo Dios.

28.01.15

Es necesario que la Verdad sea el fin del universo, Fiesta de Santo Tomás de Aquino

Con inmensa alegría celebramos hoy la Solemnidad de Nuestro Padre Santo Tomás de Aquino. Al instante de su muerte en la abadía cistercience de Fosanova, San Alberto Magno, conociendo de un modo milagroso este hecho, dijo entre lágrimas: «Ha dejado esta vida mi hijo en Cristo, que ha sido la luz de la Iglesia». La infinita bondad del Sagrado Corazón ha querido que Santo Tomás, luz de la Iglesia, sea para nosotros un verdadero Padre. Agradezcamos a Dios este don inmenso.

Santo Tomás, antes de ser promovido al grado máximo de doctor en la Universidad de París, debió pronunciar una lección solemne. Encontrándose atribulado, por no saber que tema elegir, fue instruido en sueños por el mismo Santo Domingo de Guzmán, para centrar su lección en un pasaje del Salmo 103: “Desde tu morada riegas los montes, y la tierra se sacia de tu acción fecunda”. Este sermón se convirtió en el programa que orientó toda su vida, su camino de santidad. Comentando el señalado salmo, dice Santo Tomás que así como la lluvia desde el cielo riega los montes y forma ríos que descienden hacia los valles, así también la Sabiduría divina riega la mente de los hombres. En otras palabras, la luz del entendimiento humano es participación del entendimiento divino, y es por esto que podemos conocer la verdad. Como dice el salmo 35: “Tu luz, Señor, nos hace ver la luz”.

Leer más... »