María Magdalena, la que llora
Este 22 de julio, celebraremos la fiesta de Santa María Magdalena, que la liturgia tradicional venera con el apelativo de «penitente». Así mismo, la tradición la ha identificado con la mujer pecadora que llora a los pies del Señor (Lc 7, 36-50), y también con María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro.
Vencida por la gracia, después de llevar una vida de pecado público, Magdalena de postra a los pies de Jesús para recibir su misericordia y su perdón. Aquella, «de la que salieron siete demonios» (Lc 8, 1-3), se convierte en la más ardiente discípula de Jesús. La gracia de la conversión, en su vida, se convierte en un ascenso vertiginoso hasta las cumbres de la santidad. En la tradición oriental se le ha dado también el nombre de «apóstol de los apóstoles», por haber sido ella la primera en llevar el mensaje de la Resurrección.
La figura de Santa María Magdalena trae a colación un tema muy amado por la espiritualidad monástica: la compunción. A continuación traemos un pasaje del libro de Jean-Pierre Ravotti, Marie-Madeleine, femme évangelique, que nos puede ayudar a profundizar en el sentido espiritual de las lágrimas de contrición.
«En la tradición popular y en la imaginación colectiva, María Magdalena ha quedado como la mujer de las lágrimas, aquella que llora. Cuando alguien derrama lágrimas abundantes, ¿no decimos que «llora como una Magdalena»? Ciertamente, en muchas circunstancias María llora. Sus lágrimas tienen razones diversas y no tienen todas el mismo sentido. Son lágrimas de arrepentimiento, de contirción sincera, al momento de su conversión en casa del fariseo; lágrimas de dolor y de duelo en Betania, por la muerte de su hermano Lázaro; lágrimas de angustia, la mañana de Pascua, en el jardín del sepulcro, en una búsqueda angustiosa del Cuerpo de Jesús. ¿Y cómo habría ella podido retener sus lágrimas en el Calvario, cuando Jesús moría en la cruz? Con frecuencia, Magdalena deja correr sus lágrimas, desvelando así un corazón sensible, un espíritu ardiente, un alma apasionada, una humanidad profunda, una fidelidad sin falla. Pero notemos que Jesús es siempre la razón primera de sus lágrimas, porque Él es el objeto supremo, único, de su amor. Magdalena llora ante Él, por Él, a causa de Él.
En su experiencia de convertida, quizás santa María Magdalena haya conocido, compartido y anticipado esta oración con lágrimas que luego será tan familiar a la tradición espiritual del Oriente cristiano y que, con el nombre de compunción de lágrimas, se expandirá luego en Occidente, gracias en particular a los escritos de Juan Casiano, célebre iniciador del monaquismo marsellés en el siglo V.»
(cap.4 «La que llora»)
Es este mismo don de lágrimas que la Iglesia imploraba hasta hace poco, antes de la reforma post-conciliar, en tres oraciones del Misal Romano. Transcribimos una de ellas:
Omnipotens et mitissime Deus, qui sitienti populo fontem viventis aquae de petra produxisti: educ de cordis nostri duritia lacrimas compunctionis ; ut peccata nostra plangere valeamus, remissionemque eorum, te miserante, mereamur accipere.
Dios todopoderoso y dulcísimo, que, para apaciguar la sed de los hebreos, hiciste brotarde la roca una fuente de agua viva; haz brotar de la dureza de nuestros corazones lágrimas de compunción, para que podamos llorar nuestros pecados y recibir de tu misericordia el perdón.
Que Santa María Magdalena nos obtenga en este día la gracia de estas lágrimas, las mismas que surcaron las mejillas de San Pedro, después de su triple negación. Lágrimas que, al final del camino, son fuente de gozo interior, por la purificación y pacificación que trae a nuestras almas.