InfoCatólica / Schola Veritatis / Categoría: Espiritualidad

9.07.23

El teocentrismo de San Benito y su paternidad sobre una nueva civilización cristiana

«Hubo un hombre de vida venerable, por gracia y por nombre Benito, que desde su infancia tuvo cordura de anciano».Así comienza el Libro II de los Diálogos donde el Papa San Gregorio Magno relata la vida de Nuestro Padre San Benito. Llama la atención que un hombre que por un llamado de Dios se apartó del mundo y de los asuntos temporales tanto como él, dejándose guiar por el Espíritu Santo, en los caminos de la Providencia amorosa de Dios, se haya sido convertido, por acción de la gracia, ni más ni menos, que en Padre de toda una civilización y una cultura cristiana, esto es de la Europa medieval.

En esta preciosa vida de San Benito, escrita por el Papa San Gregorio Magno, dice lo siguiente:

«Al ver que muchos iban por los caminos escabrosos del vicio, retiró su pie, que apenas había pisado el umbral del mundo, temeroso de que por alcanzar algo del saber mundano, cayera también él en tan horrible precipicio. Se retiró, pues, sabiamente ignorante y prudentemente indocto».

Si uno reflexiona, por ejemplo, en otras figuras decisivas de la época, como San Agustín o el mismo San Gregorio Magno, se puede ver que ellos sí, en cuanto obispo, apologeta y Papa, tuvieron una labor mucho más directa desde el punto de vista temporal y político en relación al mundo nuevo que se iba gestando desde las ruinas del Imperio Romano. Pero San Benito, apenas se asoma a un mundo corrompido, huye literalmente a una cueva a buscar a Dios, sin tener en la mira otro fin que encontrarlo y unirse a Él. Nada hace pensar que él tuviera como objetivo la fundación de un Monasterio, mucho menos de una Orden, y ni pensar el ser Padre que engendraría una multitud de hijos santos que evangelizarían toda la futura Europa. Su vida estuvo centrada en buscar sólo a Dios.

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28.01.23

Dom Columba Marmion: una espiritualidad dogmática como antídoto contra el sentimentalismo modernista

Dom Columba Marmion

El 30 de enero del presente año, se cumple el centenario del fallecimiento del gran maestro espiritual del Siglo XX, Dom Columba Marmion, el cual fue beatificado por Juan Pablo II en el año 2000.

Joseph Marmion nació en Irlanda, el 1 de abril de 1858. Ingresó en el seminario diocesano y fue ordenado sacerdote en Roma, en 1881. Siempre sobresalió como un alumno aventajado. Después de unos años de ministerio sacerdotal y de profesor en el seminario de su diócesis, ingresó en la abadía belga de Maredsous, fundada unos años antes por el monasterio de Beuron (Alemania). Al tomar el hábito benedictino recibió el nombre de Columba, en honor de San Columbano, monje irlandés y gran apóstol de Europa. Los inicios de su vida monástica no fueron sencillos: las dificultades para entenderse con su maestro de novicio fueron una de las tantas cruces que marcaron este tiempo de purificación interior. Pero su gran espíritu de obediencia, humildad y compunción le dieron la clave para ir adelante con paz, y fueron los cimientos de su futura fecundidad espiritual.

Cuando se fundó Mont César, en Lovaina, el año 1899, dom Columba fue nombrado prior claustral, maestro de estudiantes y profesor. En los tres cargos hizo una gran labor. Sus clases se distinguían por la claridad extrema y por la aplicación práctica de su intensa vida interior. Desde un comienzo, buscó que las verdades de la teología inspirasen a los estudiantes a vivir sumergidos en los misterios que estudiaban. No era raro que después de las clases, los alumnos terminaran en la Capilla… Pronto, dom Columba Marmión comenzó a ser conocido también fuera de los límites del Monasterio y muchos solicitaron su dirección espiritual, entre ellos el futuro cardenal Mercier, con quien tuvo una gran amistad hasta su muerte.

En 1909 fue elegido abad de Maredsous. Su lema abacial, tomado de la Regla de San Benito, fue: “Servir, antes que ser servido". En su tiempo, la Abadía conoció un enorme florecimiento, tanto de vocaciones (llegaron a ser más de 100 monjes), como también material (instaló luz eléctrica y calefacción en todo el monasterio, un adelanto notable para la época). Una de sus principales tareas como Abad fue la de exponer la doctrina espiritual y monástica a sus monjes. Dom Columba lo hizo maravillosamente. Un monje de Maredsous, dom Thibaut, tuvo el cuidado de recoger en notas esas conferencias, lo que permitiría más adelante la publicación de sus principales obras: Jesucristo vida del alma, Jesucristo en sus misterios, Jesucristo ideal del sacerdote, Jesucristo ideal del monje.

Dom Thibaut describía con estas palabras la síntesis de toda la obra espiritual de Dom Columba: “La obra de Dom Marmion es eminentemente una. Dicha unidad se funda en el papel central que en ella representa la persona de Cristo. Asienta la vida espiritual sobre el conjunto orgánico del dogma cristiano; exhala por doquier un perfume de oración; su trama viviente la forman los textos de la Sagrada Escritura; lleva el sello de la ciencia de la experiencia espiritual personal; al infundir, finalmente, en el alma, paz y alegría, impulsa a la acción por la plenitud de la vida interior".

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26.12.22

Natividad: "Hemos contemplado su Gloria"

Adoración de los pastores, de Jacopo Bassano

Natividad: “Hemos contemplado su Gloria”

Homilía de la Misa de Navidad

Padre Pedro Pablo Silva

25-12-2022

Queridos hermanos,

Cada vez que nos hallamos en contacto íntimo con Dios, nos sentimos envueltos en el misterio. Dios habita en una luz inaccesible… Como dice el Salmo 97: «tiniebla y nube lo rodean». Esto es una consecuencia inevitable de la infinita distancia que separa a la criatura de su Creador; pues aunque el hombre puede llegar al conocimiento de Dios por vía racional y demostrar su existencia por diferentes vías, es imposible para nosotros comprehender o asir totalmente al que, desde toda la eternidad, es la plenitud misma del Ser, el Ipsum Esse, el Acto de los actos, el Ser que es Dios.

No solo nos es imposible comprehender a Dios sino también conocerlo enteramente. Ni siquiera será así en la visión cara a cara de la eternidad. Por eso, cuando a nuestro Padre Santo Tomás de Aquino –que es con toda seguridad uno de los cinco hombres más inteligentes de la historia humana–, al final de su vida, le fue dado contemplar más de cerca el misterio de Dios, se dio cuenta que todo lo que había escrito era simple paja. Y eso es verdad. Dios supera y es infinitamente más que todo lo que el más grande de los hombres pueda conocer y decir de Él: ¡es Dios! Y si el hombre contemporáneo no humilla su entendimiento frente a Dios, es que la soberbia lo ciega y va camino del abismo, como desgraciadamente sucede hoy.

El Apóstol San Juan dice: «Dios es luzy en él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1,5). Masesta Luz, cuyos fulgores nos envuelven y penetran, en vez de revelar a Dios a los ojos de nuestra alma, por su plenitud o super-abundancia, parece que lo oculta, de manera semejante a como el sol, por sus resplandores nos impiden contemplarlo. La Sagrada Escritura nos dice también que la Trinidad «habita en una luz inaccesible» (1 Tim 6,16). La luz divina deslumbra demasiado para que pueda penetrar con todos sus esplendores en nuestra débil mirada.

Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, Dios en su infinita bondad, ha querido, de alguna manera y en alguna medida, traspasar este abismo que nos separa de Él: el Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios de Dios, Luz de Luz, «resplandor de la luz eterna» (Sab 7,26), se ha revestido de nuestra carne y nace en Belén de Judá. Siendo Dios incomprensible, invisible, inasible e inaccesible para nosotros, por un designio difusivo de su bondad, quiso revelarse, quiso darnos a conocer la misma vida íntima Suya, quiso hacerse visible y, en cierto sentido, comprensible, abarcable y accesible para que, por Su medio, pudiéramos contemplar la divinidad y vivir en ella. Dios se hace hombre para que el hombre pueda contemplar a Dios. Como dice San Juan: «Hemos contemplado su gloria» (Jn 1,14).

Envuelta enteramente en las nubes del misterio, la Misa de medianoche comenzó con aquellas palabras solemnes del Introito: «El Señor me ha dicho: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy». Es el grito del alma humana de Cristo, que por vez primera revela a la tierra lo que oyen los cielos desde toda la eternidad. Este «hoy» es el día de la eternidad, día sin aurora y sin ocaso. El Padre celestial contempla a su Hijo encarnado, el cual hecho hombre no deja de ser su Verbo. La primera mirada que reposa sobre Cristo, el primer amor de que se ve rodeado, es la mirada y el amor de su Padre: «El Padre me ama» (Jn 15,9).

Y este misterio admirable ha tenido por finalidad que el hombre, vuelto a su santidad original, participe de la vida misma de Dios por la filiación adoptiva.

Pidámosle a María Santísima, en este día santo, que engendre y dé a luz al Verbo en nuestros corazones y en nuestro mundo contemporáneo, para que el fin grandioso que Dios se ha propuesto con la Encarnación, sea realidad en la historia humana, en Schola Veritatis y en cada uno de nosotros. Amén.

13.07.22

El corazón de la Regla de San Benito

San Benito Abad, vitral de autor desconocido

El capítulo VII de la Regla de nuestro Padre San Benito está dedicado a tratar el tema de la humildad. En cierto sentido, este capítulo constituye el corazón de toda la Regla de los monjes. San Benito comienza recordándonos que la Sagrada Escritura clama, ¡grita! que «todo el que se exalta será humillado y el que se humilla, será ensalzado» (Lc 14, 11). Este, y numerosos otros pasajes de la Escritura, nos hacen ver con claridad y firmeza que toda falsa exaltación de sí mismo es una forma de soberbia. Las formas de la autoexaltación son diversas: sea en los pensamientos (orgullo), en las palabras (jactancia), en los actos (desobediencia) o en los deseos (ambición y presunción).

Frente a todos estos vicios, San Benito nos presenta un itinerario espiritual de abajamiento interior en la vida presente para alcanzar la verdadera exaltación y grandeza a la que Dios nos llama, que no es otra cosa que la eterna bienaventuranza. Para explicar este camino utiliza el texto bíblico de Gen 28: Jacob va huyendo de su hermano Esaú y, por la noche, ve en sueños una escala que se levanta de la tierra al cielo, por la cual los ángeles del Señor suben y bajan. Tomando esta bella imagen de forma alegórica, nos explica que esta escala es nuestra vida y, a través de los diferentes escalones (que luego describirá en detalle en 12 etapas), por la humildad ascendemos al cielo, y por la soberbia descendemos.

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21.06.22

No negarle nada a Dios

Madre Teresa de Calcuta

 

HOMILÍA

Padre Pedro Pablo Silva, SV

No negarle nada a Dios

 

En la interesante Lectio que tuvimos tiempo atrás, apareció, emergió, la figura de la madre Teresa de Calcuta en sus diarios y cartas íntimas que se han publicado, y que han puesto de  manifiesto una faceta muy profunda de ella (cf. Madre Teresa, Ven sé mi luz, P. Brian Lolodiejchuk, M.C., Ed. Planeta Testimonio).

Entre otras cosas que Madre Teresa había hecho ella un voto de no negarle nada a Dios. Ni más ni menos. Esto ya de por sí es motivo de una profunda reflexión, frente a la cual quedamos mal parados, humillados y ofendidos…, por nuestras reiteradas resistencias al Espíritu Santo. Ese voto precioso, que, como digo, realmente vale la pena pensarlo, nos sitúa frente una problemática que atraviesa toda la modernidad y el mundo actual. Y esa problemática se puede resumir en esto: si el hombre se somete enteramente a Dios, ¿cómo es que es libre? ¿Cómo el hombre puede ser libre frente a un Dios que lo conoce todo, que lo invade todo, que lo mueve todo? Porque no hay nada que quede fuera de la soberanía de Dios, pues, en el orden natural Dios da el ser a cada cosa; todo lo que existe, todos los planetas, todo está creado por Dios y movido por Dios. Y en el orden sobrenatural, sin gracia no podemos ¡NADA!  ¿Dónde queda entonces la libertad del hombre?

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