InfoCatólica / Schola Veritatis / Categoría: Apologética

12.04.16

Los que siguen a Cristo más de cerca son aquellos que luchan por la verdad hasta la muerte

Cristo Rey, de autor desconocido

Hoy más que nunca, volvamos nuestra mirada hacia Cristo, quien ha venido al mundo “para dar testimonio de la verdad ” (Jn 18,37), verdad que como don de Dios concede la auténtica libertad al hombre (“la verdad os hará libres” Jn 8,32). Todo el que es de la verdad escucha la voz de Cristo y la sigue (cf. Jn 18, 37). Obrando así, en la adhesión plena a su Palabra, “puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero ésta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca” (Mt 7, 24).

San Juan Pablo II ha comentado estos esenciales pasajes evangélicos en la audiencia general que transcribimos abajo para nuestros lectores. Construyamos la casa de nuestras vidas sobre la roca de la Palabra de Cristo. Él es nuestra paz. Amén, Aleluya.

“El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán” (Mt 24,35).

“A Cristo le siguen más de cerca aquellos que luchan por la verdad hasta la muerte” (San Agustín, Tratado 124,5).

Los destacados en negrita y cursiva son nuestras.


Audiencia General del Papa San Juan Pablo II, del 4 de mayo de 1988

La misión de Cristo. “Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37)

1. “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37). Cuando Pilato, durante el proceso, preguntó a Jesús si Él era rey, la primera respuesta que oyó fue: “Mi reino no es de este mundo…” Y cuando el gobernador insiste y le pregunta de nuevo: “¿Luego tú eres Rey?", recibe esta respuesta: “Sí, como dices, soy Rey” (cf. Jn 18, 33-37). Este diálogo judicial, que refiere el Evangelio de Juan, nos permite empalmar con la catequesis precedente, cuyo tema era el mensaje de Cristo sobre el reino de Dios. Abre, al mismo tiempo, a nuestro espíritu una nueva dimensión o un nuevo aspecto de la misión de Cristo, indicado por estas palabras: “Dar testimonio de la verdad". Cristo es Rey y “ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad". El mismo lo afirma; y añade: “Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37).

Leer más... »

17.09.15

Satanás y la destrucción de la vida sobrenatural

En el presente post , queremos compartir con nuestros lectores un fragmento de la carta pastoral sobre la lucha por las almas, de Monseñor Alain De Boismenu, Obispo Vicario Apostólico de Papúa-Nueva Guinea. La traducción desde el francés es nuestra, así como los destacados en negrita y cursiva.

Alain-Marie Guinot de Boismenu nació el 27 de diciembre de 1870 en Saint-Malo, Francia. En 1888 hace sus votos religiosos en la congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón de Issoudun, con el deseo de ser enviado a las misiones que la congregación tiene en Nueva Guinea. Ordenado sacerdote en 1895, es enviado a Nueva Guinea en 1897, donde los misioneros sufren grandes privaciones a causa de la dureza del clima y la falta de personal. Se distingue rápidamente por su celo apostólico. Con sólo 29 años es nombrado obispo y consagrado en la basílica de Montmartre el 18 de marzo de 1900. Su labor como obispo vicario apostólico se extendió durante 45 años, obteniendo grandes frutos. Llamado por Paul Claudel el “obispo corazón de león” por su infatigable celo por la conversión de los paganos, murió en Nueva Guinea en 1953.


De la carta pastoral sobre la lucha por las almas, de Monseñor Alain De Boismenu

“Pues existen dos reinos que se dividen el mundo y se disputan las almas ; dos ejércitos siempre y violentamente enfrentados: el ejército de Jesucristo, la Iglesia, ardiente para salvar a las almas; el ejército de Satanás, furioso por perderlas.

Leer más... »

17.09.14

El odio a la Cruz conduce a la destrucción del hombre

  Días atrás (14 de septiembre) la Iglesia ha celebrado la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Reproducimos a continuación un interesante fragmento del gran G.K.Chesterton en su obra «La esfera y la cruz».

 «El monje empuñó el timón…  para, enderezándolo vigorosamente hacia la izquierda, impedir que la nave voladora se estrellase en la catedral de San Pablo.

 Una nube plana, negruzca, se extendía en torno del remate de la cúpula de la catedral, de suerte que la esfera y la cruz parecían una boya anclada en un mar de plomo.

 A través de la atmósfera densa de Londres, pudieron ver, abajo, el brillo de las luces de Londres.

 —La cruz está en lo alto de la esfera —dijo sencillamente el profesor Lucifer—. Es un error, sin duda alguna. La esfera debía estar en lo alto de la cruz. La cruz no es más que un sostén bárbaro; la esfera es la perfección. La cruz, todo lo más, es el árbol amargo de la historia del hombre; la esfera es el fruto final, pingüe y maduro. El fruto debería estar en lo alto del árbol, no al pie.

Leer más... »

30.08.14

La blasfemia y la libertad de expresión

Recomendamos al lector tomarse tiempo, sentarse bien, y leer atentamente el siguiente texto:

La redacción de El Ateísta venía, desde algunos años atrás, perdiendo su relevante interés como rasgo típico de Ludgate Hill. Al hombrecillo que dirigía El Ateísta, escocés fogoso, menudo, el cabello y la barba de un rojo encendido, y que atendía por Turnbull, la decadencia de su importancia pública le parecía no tanto triste y hasta insensata cuanto simplemente desconcertante e inexplicable. Había dicho las cosas peores que podían decirse; y parecían aceptadas y olvidadas como los lugares comunes de los políticos. Sus blasfemias eran más imprudentes cada día, y también cada día el polvo se espesaba sobre ellas.

Fueron pasando años, y al cabo llegó un hombre que trató con verdadero respeto y seriedad la tienda secularista de Mr. Turnbull. Era un joven con abrigo gris, que le rompió la vidriera. Montañés del clan de los Macdonalds por el nombre y la sangre, su familia tomó por apellido, como es frecuente en casos tales, el nombre de una rama secundaria, y para todos los designios que lo llevaban a Londres se llamó MacIan. Se había educado en cierta soledad y retiro, como fiel católico romano, dentro de la pequeña zona de católicos romanos enclavada en las montañas de la Escocia occidental. Y había llegado nada menos que hasta Fleet Street, en busca de un empleo casi prometido, sin haberse dado cuenta cabal de que hubiese en el mundo gente que no fuera católica romana.

 Hora y media después sus emociones lo dejaron, vacía la mente, en el mismo sitio: y en una manera de divagación perezosa vino a encontrarse parado ante la redacción de El Ateísta.

Leer más... »