InfoCatólica / Schola Veritatis / Categoría: Sagrada Liturgia

17.09.23

Un Credo de cara a la apostasía de nuestro tiempo

Credo

«Cuando vino una crecida, arremetió el río
contra aquella casa, y no pudo derribarla
porque estaba construida sobre roca». (Lc 6,48)

 

El próximo martes 19 de septiembre, la Editorial católica SophiaInstitutePress, de Manchester, New Hampshire, USA, publicará el libro «CREDO, Compendio de la fe católica» (en adelante: Compendium), de Monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Santa María de Astaná, Kazajistán.

Escrito para los pequeños y los sencillos, en un lenguaje accesible y comprensible para personas no versadas en cuestiones teológicas, a la vez que exacto y fiel a la doctrina de la Iglesia, este Compendium expone la verdad de la Fe y de la Tradición católica de cara a la complejidad del momento actual que vivimos.

Constituye un deber y una responsabilidad de todo obispo católico, como lo hace Monseñor Schneider, en virtud de su consagración episcopal, la transmisión íntegra de la fe, la moral y la Sarada Liturgia regcibidas de la Iglesia. Tanto el Vicario de Cristo como los obispos no son dueños del Depositum fidei ni de la Sagrada Liturgia, ni pueden disponer de ellos según su arbitrio, ni tampoco tienen la potestad de proponer nuevas formas de expresión de la doctrina católica si no es en el mismo sentido y en la misma sentencia. A este respecto, es muy interesante el comentario de San Vicente de Lerins en el Commonitorium 8:

«La autoridad del Apóstol se manifestó entonces con su más grande severidad: “Aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema” (Gal. 1, 8).

¿Y por qué dice San Pablo “aun cuando nosotros mismos”, y no dice “aunque yo mismo”?

Porque quiere decir que incluso si Pedro, o Andrés, o Juan, o el colegio entero de los Apóstoles, anunciasen un Evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.

Tremendo rigor, con el que, para afirmar la fidelidad a la fe primitiva, no se excluye ni a sí mismo ni a los otros Apóstoles».

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3.08.23

El drama post-conciliar en una de sus víctimas y la esperanza de la restauración

Evelyn Waugh fue un escritor británico de la primera mitad del Siglo XX. Nace en Londres en el seno de una familia anglicana (vinculada a la High Church, pero sin mucho fervor en su práctica religiosa). En la juventud pierde la fe, y se convierte al catolicismo después de la separación con su esposa Evelyn Gardner. En cierto sentido, habiendo sido estudiante de Oxford durante su juventud, se le puede situar dentro de la estela del floreciente movimiento artístico, intelectual y espiritual que floreció en Inglaterra tras la conversión del Cardenal Newman. Para quien quiera profundizar en este tema, se recomienda la lectura del apasionante libro de Joseph Pearce Escritores conversos, del cual extraemos gran parte de lo que contamos en este artículo. También se recomienda la lectura del breve artículo de Rubén Peretó Rivas, Retorno a Brideshead, retorno a Waugh.

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4.01.23

Benedicto XVI: Sagrada Tradición y Sagrada Liturgia

Papa Benedito XVI

Publicamos a continuación el precioso testimonio de Monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la Archiodiócesis de María Santísima de Astaná, aparecido en el día de hoy, en el portal hermano de InfoVaticana con el título El legado del pontificado del Papa Benedicto XVI


El legado del pontificado del Papa Benedicto XVI

Con la muerte del Papa Benedicto XVI muchos católicos sintieron que perdían un punto de referencia claro y seguro para su fe. Uno puede tener la sensación de niños huérfanos. Podemos decir que el Papa Benedicto XVI fue un Papa, que puso en el centro de su vida personal y de la vida de la Iglesia la visión sobrenatural de la fe y de la vigencia perenne de la Sagrada Tradición de la Iglesia, que constituye la fuente y el pilar de nuestra fe junto con la Sagrada Escritura.

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23.04.22

La Resurrección de Cristo y la libertad humana

La Resurrección de Cristo y la libertad humana

HOMILÍA

Padre Pedro Pablo Silva, SV

Domingo, 17 de abril de 2022

Pascua de Resurrección

Surrexit Dominus vere, Alleluia!

Al meditar en la Liturgia de estos días, del Viernes Santo a Pascua de Resurrección, se me venía a la memoria un relato que contaba el padre Mauro Matthei OSB, del Monasterio Benedictino de Las Condes (Chile). Decía que cuando él era estudiante en el Monasterio de Beuron, Alemania -eran unos 50 “escolásticos” en una comunidad de 200 monjes (según el dato que recuerdo), en los años anteriores al Vaticano II- se programó una misa de rito oriental. Se repartieron los textos, él se preparó, y cuando se celebró esta misa, dice que fue algo tan impactante, algo que le penetró tan profundamente, que quedó como 2 días en que no podía hablar, totalmente fuera de sí…

Si nosotros realmente nos acercáramos un poco a la grandiosidad de la Sagrada Liturgia de estos días santos, lo que cabría es no hablar, algo así como si la palabra mental quedase en «éxtasis», paralizada, por plenitud de gracia. Los textos evangélicos que relatan una situación histórica vivida, la meditación de los mismos textos a través de los graduales, las secuencias, los responsorios, el canto gregoriano que interpreta musicalmente lo que dicen los mismos textos, todo lo que constituye la riqueza inconmensurable de la Sagrada Liturgia, donde se renueva la celebración del misterio de la Muerte y la Resurrección del Señor en la Eucaristía, la recepción de Cristo muerto y resucitado… es algo demasiado grande que nos sobrepasa sin medida.

Por eso, ahora entiendo mejor que en la Orden cartujana, por ley propia de los Estatutos, el día de Pascua de Resurrección no se habla, se medita, se vive, se está en silencio frente a tan gran misterio. Yo creo que no cabe otra cosa para alguien que se acerque aunque sea de muy lejos a lo que hemos vivido (en caso que sea posible).

En la homilía de anoche, de la Vigilia Pascual, concluíamos que la concentración del pecado desde Adán hasta el último hombre debió ser para Nuestro Señor y Su Madre Santísima de un dolor infinito, y por el mismo motivo, porque ese dolor fue tan grande, la Resurrección es motivo de una alegría mucho mayor aun. Se me viene a la cabeza cuando el Señor habla del parto de una mujer, del dolor del parto y del alumbramiento, el cual es tan hermoso por haber traído un hombre al mundo que el sufrimiento del mismo se olvida, pero hay una proporción. Nosotros nos vamos a alegrar de la Resurrección tanto en cuanto entremos en el misterio de la Crucifixión y no suprimiéndolo.

Es por tanto motivo de una alegría infinita la Resurrección cuando la luz de Cristo, simbolizada por el cirio pascual, haya difuminado la oscuridad del pecado del mundo. Y si esto es verdad para nosotros, cuánto más lo es para Cristo como para su Madre Santísima.

Querría ahora ahondar en otro aspecto de este misterio pascual, que es la tentación del Demonio en todos los tiempos, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Y esta tentación es oponer dialécticamente el hombre a Dios, más concretamente, pensar que Dios limita, coarta la libertad humana. El demonio indujo a Eva para que ella misma tomara conciencia de la prohibición de Dios (Cf Gen 3) haciéndola creer que Dios se oponía a la divinización del hombre mediante sus mandatos.

La Iglesia hoy se ve falsamente reducida como una institución que da reglas, que no me permite ser feliz: «no hagas esto», «no hagas esto otro»… Los mandamientos de la ley de Dios están contra el hombre. Así, los filósofos de la modernidad han visto como necesario para nuestra felicidad la muerte de Dios; han dicho: “Es necesario que Dios muera para que viva el hombre”, y la han proclamado abiertamente: «“¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! (…). Lo más sagrado y lo más poderoso que hasta ahora poseía el mundo sangra bajo nuestros cuchillos”. “Dios ha muerto. Queremos que viva el superhombre” (cf. Nietzsche, Así habló Zaratustra).

Sobre estas filosofías, las de la modernidad, se ha construido el mundo moderno y posmoderno en que vivimos, a partir del siglo XIV, siguiendo con la lustración, pero sobre todo a partir de la Revolución Francesa y sus «hijos ideológicos».

Por tanto, volviendo al Génesis, el Demonio presenta a Dios como enemigo del hombre: “No comerás”; “te dijo que no comieras porque si tú comes seréis como dioses”; “suprime a Dios para tú ser Dios”. Es la autoafirmación del hombre como lo absoluto.

¿Pero qué ha sucedido en verdad? ¿Cuál ha sido el resultado de estas filosofías modernas? Como dice San Juan Pablo II en Dominum et vivificantem, nº. 38:

… «a pesar de todo el testimonio de la creación y de la economía salvífica inherente a ella, el espíritu de las tinieblas es capaz de mostrar a Dios como enemigo de la propia criatura y, ante todo, como enemigo del hombre, como fuente de peligro y de amenaza para el hombre. De esta manera Satanás injerta en el ánimo del hombre el germen de la oposición a aquél que “desde el principio” debe ser considerado como enemigo del hombre y no como Padre. El hombre es retado a convertirse en el adversario de Dios».

Finalmente las ideologías de la muerte de Dios han terminado necesariamente en la muerte del hombre. Como Caín. Sacar a Dios de la vida de una persona, de un país, del mundo, acaba con la muerte del hombre. Hoy la primera causa de muerte en el mundo es el aborto, convirtiéndolo en un genocidio de proporciones inmensurables. Son, además de las guerras horribles en curso, 73 millones de seres humanos asesinados por el aborto cada año, y de esto nadie habla, y menos los supuestos defensores de los derechos humanos (https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=43183 ).

La verdad es, precisamente, todo lo contrario: solamente es Dios quien hace libre al hombre. El concepto de la libertad, que normalmente se repite, que nosotros escuchamos y que a veces también repetimos, sería la capacidad del hombre de escoger entre el bien y el mal. Si esto fuese así –es decir, que la libertad es que el hombre pueda escoger entre el bien y el mal-, el hombre en el Cielo no sería libre, lo que es absurdo, pues en el Cielo no se puede pecar. Dios tampoco sería libre porque no puede cometer el mal dado que Dios es su propia regla.

La libertad es entonces la facultad dada a las personas para hacer el bien. Sea para escoger entre diversos bienes: éste, ese o ese otro, sea para adherir un bien; un hombre se casa con esa mujer, y de ahí en adelante ya no escoje entre otras, sino que libremente ejercita su libertad amando a su mujer (y viceversa). Pero así como la vista está hecha para ver y uno puede quedar ciego, la libertad está hecha para el bien y uno puede cometer el mal y el pecado.

Es Dios quien libera al hombre de toda esclavitud del pecado y de la muerte, en virtud de la muerte salvadora del Verbo hecho hombre, Cristo. Es Dios quien hace y mueve al hombre libremente, con su gracia, y, de esta manera, fecunda la libertad humana. Es Dios quien nos salva de la muerte eterna por la Sangre Santísima de nuestro amado Redentor.

«El hombre no es más libre que cuando obedece a Dios. Todas las demás obediencias, las que hacen desobedecer a Dios, son tiranías, aniquilación del hombre por el hombre. En el sometimiento a la Ley de Cristo, sucede todo lo contrario» (P. Antonio Pérez-Mosso, Cristiandad, febrero 2022, p. 25)

Cristo ha resucitado –como veíamos anoche, citando La Pasión de Juan Sebastián Bach–, ha cumplido su misión en la tierra: «Todo está cumplido». Y esa misión es la redención del género humano, la salvación de todos los hombres, y en virtud de ella, ha dado al hombre la libertad para adherir al bien libremente, ha dado muerte a la muerte. Nadie en este mundo ha sido tan libre como Cristo, la Virgen María y los Santos. Cristo ha dado su vida libremente por la salvación de muchos.

Si nosotros queremos ser libres, si queremos ser felices, no pensemos que lo vamos a lograr siguiendo el camino de Caín, el de la apostasía del mundo moderno, ni tampoco el que proponen una falsa síntesis entre las filosofías de la modernidad y la teología (v. gr. la teología de la liberación), sino el de Abel, que es figura de Cristo. Cristo ha resucitado y todos esperamos con dolores de parto que esa Resurrección pase a la historia humana, al cosmos, en esta noche oscura de la historia del mundo. Él es nuestra esperanza. Como dice Juan Sebastián Bach: Él es la alegría del hombre. Es la única alegría de todo hombre. Amén. Aleluya.

16.04.21

Pascua, anticipo de eternidad

Resurrección

HOMILÍA

Padre Pedro Pablo Silva, SV

Iº Domingo del Tiempo Pascual

La Pascua en la Liturgia, un anticipo de la eternidad

Hemos terminado hace poco el tiempo de Cuaresma que la Liturgia nos hace vivir tan intensamente. La Cuaresma es como una mala noche en una mala posada – que diría Santa Teresa-, como la vida humana, pero con esperanza…, mirando una luz lejana que ha de venir al final de esos 40 días.

Y luego viene la Semana Santa que es muy intensa, muy fuerte, donde la Sagrada Liturgia nos lleva a vivir, como en carne propia, la pasión, la muerte, la negación de los discípulos, el significado de nuestro propio pecado en la crucifixión del Señor y, finalmente, su Resurrección. Luego, la Sagrada Liturgia nos ha hecho vibrar con la Octava de Pascua. Y actualmente entramos en este tiempo Pascual de 40 días, los cuales son como haber traspasado el umbral de esta vida -luego de la noche del Viernes Santo- para vivir en la eternidad, estando aún en este mundo.

Mirar la vida de los discípulos nos ayuda a nosotros a entender cómo vivir mejor esta etapa en que estamos, el tiempo Pascual. Mirar a San Pedro, a Santa María Magdalena y a los demás, atemorizados después de la Pasión del Señor, pero felices después de la Resurrección…, después de la venida del Espíritu Santo…, con una certeza, una valentía y una fortaleza interior que realmente nos admiran, pues no nos debemos olvidar que ellos negaron y apostataron de Cristo prácticamente todos.

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