La Resurrección de Cristo y la libertad humana
La Resurrección de Cristo y la libertad humana
HOMILÍA
Padre Pedro Pablo Silva, SV
Domingo, 17 de abril de 2022
Pascua de Resurrección
Al meditar en la Liturgia de estos días, del Viernes Santo a Pascua de Resurrección, se me venía a la memoria un relato que contaba el padre Mauro Matthei OSB, del Monasterio Benedictino de Las Condes (Chile). Decía que cuando él era estudiante en el Monasterio de Beuron, Alemania -eran unos 50 “escolásticos” en una comunidad de 200 monjes (según el dato que recuerdo), en los años anteriores al Vaticano II- se programó una misa de rito oriental. Se repartieron los textos, él se preparó, y cuando se celebró esta misa, dice que fue algo tan impactante, algo que le penetró tan profundamente, que quedó como 2 días en que no podía hablar, totalmente fuera de sí…
Si nosotros realmente nos acercáramos un poco a la grandiosidad de la Sagrada Liturgia de estos días santos, lo que cabría es no hablar, algo así como si la palabra mental quedase en «éxtasis», paralizada, por plenitud de gracia. Los textos evangélicos que relatan una situación histórica vivida, la meditación de los mismos textos a través de los graduales, las secuencias, los responsorios, el canto gregoriano que interpreta musicalmente lo que dicen los mismos textos, todo lo que constituye la riqueza inconmensurable de la Sagrada Liturgia, donde se renueva la celebración del misterio de la Muerte y la Resurrección del Señor en la Eucaristía, la recepción de Cristo muerto y resucitado… es algo demasiado grande que nos sobrepasa sin medida.
Por eso, ahora entiendo mejor que en la Orden cartujana, por ley propia de los Estatutos, el día de Pascua de Resurrección no se habla, se medita, se vive, se está en silencio frente a tan gran misterio. Yo creo que no cabe otra cosa para alguien que se acerque aunque sea de muy lejos a lo que hemos vivido (en caso que sea posible).
En la homilía de anoche, de la Vigilia Pascual, concluíamos que la concentración del pecado desde Adán hasta el último hombre debió ser para Nuestro Señor y Su Madre Santísima de un dolor infinito, y por el mismo motivo, porque ese dolor fue tan grande, la Resurrección es motivo de una alegría mucho mayor aun. Se me viene a la cabeza cuando el Señor habla del parto de una mujer, del dolor del parto y del alumbramiento, el cual es tan hermoso por haber traído un hombre al mundo que el sufrimiento del mismo se olvida, pero hay una proporción. Nosotros nos vamos a alegrar de la Resurrección tanto en cuanto entremos en el misterio de la Crucifixión y no suprimiéndolo.
Es por tanto motivo de una alegría infinita la Resurrección cuando la luz de Cristo, simbolizada por el cirio pascual, haya difuminado la oscuridad del pecado del mundo. Y si esto es verdad para nosotros, cuánto más lo es para Cristo como para su Madre Santísima.
Querría ahora ahondar en otro aspecto de este misterio pascual, que es la tentación del Demonio en todos los tiempos, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Y esta tentación es oponer dialécticamente el hombre a Dios, más concretamente, pensar que Dios limita, coarta la libertad humana. El demonio indujo a Eva para que ella misma tomara conciencia de la prohibición de Dios (Cf Gen 3) haciéndola creer que Dios se oponía a la divinización del hombre mediante sus mandatos.
La Iglesia hoy se ve falsamente reducida como una institución que da reglas, que no me permite ser feliz: «no hagas esto», «no hagas esto otro»… Los mandamientos de la ley de Dios están contra el hombre. Así, los filósofos de la modernidad han visto como necesario para nuestra felicidad la muerte de Dios; han dicho: “Es necesario que Dios muera para que viva el hombre”, y la han proclamado abiertamente: «“¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! (…). Lo más sagrado y lo más poderoso que hasta ahora poseía el mundo sangra bajo nuestros cuchillos”. “Dios ha muerto. Queremos que viva el superhombre” (cf. Nietzsche, Así habló Zaratustra).
Sobre estas filosofías, las de la modernidad, se ha construido el mundo moderno y posmoderno en que vivimos, a partir del siglo XIV, siguiendo con la lustración, pero sobre todo a partir de la Revolución Francesa y sus «hijos ideológicos».
Por tanto, volviendo al Génesis, el Demonio presenta a Dios como enemigo del hombre: “No comerás”; “te dijo que no comieras porque si tú comes seréis como dioses”; “suprime a Dios para tú ser Dios”. Es la autoafirmación del hombre como lo absoluto.
¿Pero qué ha sucedido en verdad? ¿Cuál ha sido el resultado de estas filosofías modernas? Como dice San Juan Pablo II en Dominum et vivificantem, nº. 38:
… «a pesar de todo el testimonio de la creación y de la economía salvífica inherente a ella, el espíritu de las tinieblas es capaz de mostrar a Dios como enemigo de la propia criatura y, ante todo, como enemigo del hombre, como fuente de peligro y de amenaza para el hombre. De esta manera Satanás injerta en el ánimo del hombre el germen de la oposición a aquél que “desde el principio” debe ser considerado como enemigo del hombre y no como Padre. El hombre es retado a convertirse en el adversario de Dios».
Finalmente las ideologías de la muerte de Dios han terminado necesariamente en la muerte del hombre. Como Caín. Sacar a Dios de la vida de una persona, de un país, del mundo, acaba con la muerte del hombre. Hoy la primera causa de muerte en el mundo es el aborto, convirtiéndolo en un genocidio de proporciones inmensurables. Son, además de las guerras horribles en curso, 73 millones de seres humanos asesinados por el aborto cada año, y de esto nadie habla, y menos los supuestos defensores de los derechos humanos (https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=43183 ).
La verdad es, precisamente, todo lo contrario: solamente es Dios quien hace libre al hombre. El concepto de la libertad, que normalmente se repite, que nosotros escuchamos y que a veces también repetimos, sería la capacidad del hombre de escoger entre el bien y el mal. Si esto fuese así –es decir, que la libertad es que el hombre pueda escoger entre el bien y el mal-, el hombre en el Cielo no sería libre, lo que es absurdo, pues en el Cielo no se puede pecar. Dios tampoco sería libre porque no puede cometer el mal dado que Dios es su propia regla.
La libertad es entonces la facultad dada a las personas para hacer el bien. Sea para escoger entre diversos bienes: éste, ese o ese otro, sea para adherir un bien; un hombre se casa con esa mujer, y de ahí en adelante ya no escoje entre otras, sino que libremente ejercita su libertad amando a su mujer (y viceversa). Pero así como la vista está hecha para ver y uno puede quedar ciego, la libertad está hecha para el bien y uno puede cometer el mal y el pecado.
Es Dios quien libera al hombre de toda esclavitud del pecado y de la muerte, en virtud de la muerte salvadora del Verbo hecho hombre, Cristo. Es Dios quien hace y mueve al hombre libremente, con su gracia, y, de esta manera, fecunda la libertad humana. Es Dios quien nos salva de la muerte eterna por la Sangre Santísima de nuestro amado Redentor.
«El hombre no es más libre que cuando obedece a Dios. Todas las demás obediencias, las que hacen desobedecer a Dios, son tiranías, aniquilación del hombre por el hombre. En el sometimiento a la Ley de Cristo, sucede todo lo contrario» (P. Antonio Pérez-Mosso, Cristiandad, febrero 2022, p. 25)
Cristo ha resucitado –como veíamos anoche, citando La Pasión de Juan Sebastián Bach–, ha cumplido su misión en la tierra: «Todo está cumplido». Y esa misión es la redención del género humano, la salvación de todos los hombres, y en virtud de ella, ha dado al hombre la libertad para adherir al bien libremente, ha dado muerte a la muerte. Nadie en este mundo ha sido tan libre como Cristo, la Virgen María y los Santos. Cristo ha dado su vida libremente por la salvación de muchos.
Si nosotros queremos ser libres, si queremos ser felices, no pensemos que lo vamos a lograr siguiendo el camino de Caín, el de la apostasía del mundo moderno, ni tampoco el que proponen una falsa síntesis entre las filosofías de la modernidad y la teología (v. gr. la teología de la liberación), sino el de Abel, que es figura de Cristo. Cristo ha resucitado y todos esperamos con dolores de parto que esa Resurrección pase a la historia humana, al cosmos, en esta noche oscura de la historia del mundo. Él es nuestra esperanza. Como dice Juan Sebastián Bach: Él es la alegría del hombre. Es la única alegría de todo hombre. Amén. Aleluya.
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