Hagamos una tienda junto a Cristo Transfigurado
De los sermones de San Agustín, obispo, sobre los Evangelios Sinópticos
Hermanos amadísimos, debemos contemplar y comentar esta visión que el Señor hizo manifiesta en la montaña. En efecto,a ella se refería al decir: En verdad os digo que hay aquí algunos de los presentes que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino. Con estas palabras comenzó la lectura que ha sido proclamada. Después de seis días, mientras decía esto, tomó a tres discípulos, Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña. Estos tres eran de los que había dicho hay aquí algunos que no gustarán la muerte hasta que no vean al Hijo del hombre en su reino.
El mismo Señor Jesús resplandeció como el sol; sus vestidos se volvieron blancos como la nieve y hablaban con él Moisés y Elías. El mismo Jesús resplandeció como el sol, para significar que él es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Lo que es este sol para los ojos de la carne, es aquél para los del corazón. Sus vestidos, en cambio, son su Iglesia. Los vestidos, si no tienen dentro a quienes los llevan, caen. ¿Qué tiene de extraño señalar a la Iglesia en los vestidos blancos, oyendo al profeta Isaías que dice: Y si vuestros pecados fueran como escarlata, los blanquearé como nieve? ¿Qué valen Moisés y Elías, es decir, la ley y los profetas, si no hablan con el Señor? Si no da testimonio del Señor, ¿quién leerá la ley? ¿Quién los profetas? Ved cuan brevemente dice el Apóstol: Por la ley, pues, el conocimiento del pecado; pero ahora sin la ley se manifestó la justicia de Dios: he aquí el sol. Atestiguada por la ley y los profetas: he aquí su resplandor.
Ve esto Pedro y, juzgando de lo humano a lo humano, dice: Señor, es bueno estarnos aquí. Sufría el tedio de la turba, había encontrado la soledad de la montaña. Allí tenía a Cristo, pan del alma. ¿Para qué salir de allí hacia las fatigas y los dolores, teniendo los santos amores de Dios y, por tanto, las buenas costumbres? Quería que le fuera bien, por lo que añadió: Si quieres, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Nada respondió a esto el Señor, pero Pedro recibió, sí, una respuesta. Pues mientras decía esto, vino una nube refulgente y los cubrió. El buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo manifestó que para nosotros es una sola cosa lo que el sentido humano quería dividir. Cristo es el Verbo de Dios, Verbo de Dios en la ley, Verbo de Dios en los profetas. ¿Por qué quieres dividir, Pedro? Más te conviene unir. Busca tres, pero comprende también la unidad.
Al cubrirlos a todos la nube y hacer en cierto modo una sola tienda, sonó desde ella una voz que decía: Este es mi Hijo amado. Allí estaba Moisés, allí Elías. No se dijo: «Estos son mis hijos amados». Una cosa es, en efecto, el Único, y otra los adoptados. Se recomendaba a Aquél de donde procedía la gloria a la ley y los profetas. Este es, dice, mi Hijo amado, en quien me he complacido; escuchadle, puesto que en los profetas a Él escuchasteis y lo mismo en la ley. Oído esto, cayeron a tierra. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino de Dios. En ella está el Señor, la ley y los profetas; pero el Señor como Señor; la ley en Moisés, la profecía en Elías, en condición de servidores, de ministros. Ellos, como vasos; él, como fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, pero cuanto fluía de ellos, de Él lo tomaban.
El Señor extendió su mano y levantó a los caídos. A continuación no vieron a nadie más que a Jesús solo. ¿Qué significa esto? Oísteis, cuando se leía al Apóstol, que ahora vemos en un espejo, en misterio, pero entonces veremos cara a cara. Hasta las lenguas desaparecerán cuando venga lo que ahora esperamos y creemos. En el caer a tierra simbolizaron la mortalidad, puesto que se dijo a la carne: Eres tierra y a la tierra irás. Y cuando el Señor los levantó, indicaba la resurrección. Después de ésta, ¿para qué la ley, para qué la profecía? Por esto no aparecen ya ni Elías ni Moisés. Queda el que en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Queda Dios que es todo en todo. Allí estará Moisés, pero no ya la ley. Veremos allí a Elías, pero no ya al profeta. La ley y los profetas dieron testimonio de Cristo, de que convenía que padeciese, resucitase al tercer día de entre los muertos y entrase en su gloria. Allí se realiza lo que Dios prometió a los que lo aman: El que me ama será amado por mí Padre y yo también lo amaré. Y como si le preguntase: «Dado que le amas, ¿qué le vas a dar?» Y me mostraré a él. ¡Gran don y gran promesa! El premio que Dios te reserva no es algo suyo, sino El mismo. ¿Por qué no te basta, ¡oh avaro!, lo que Cristo prometió? Te crees rico; pero si no tienes a Dios, ¿qué tienes? Otro puede ser pobre, pero si tiene a Dios, ¿qué no tiene?
SAN AGUSTÍN, Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 78, 1-6, BAC Madrid 1983, 430-435
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