La guerra del demonio contra la belleza sacral del canto litúrgico según Santa Hildegarda
Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) fue una abadesa benedictina, compositora, escritora, filósofa, mística,fundadora, médica y profetiza alemana. Considerada una de las personalidades más influyentes, polifacéticas y fascinantes de la Baja Edad Media y de la historia de Occidente, es también de las figuras más ilustres del monacato femenino de los mejores ejemplos del ideal benedictino,al estar dotada de una inteligencia y cultura fuera de lo común, comprometida con la reforma gregoriana y al ser una de las escritoras más fecundas de su tiempo. Además es considerada por muchos expertos como madre de la historia natural.
Le medievalista Régine Pernoud, en su obra biográfica “Hildegarde de Bingen, conscience inspirée du XII siècle” (Editada en francés por Editions du Rocher, 1994) cita una carta dirigida a los Prelados de Maguncia, la cual hemos querido traducir y transcribir en este post para nuestros lectores. Los destacados y la misma traducción son nuestros.
El contexto de la presente epístola es la sentencia de interdicción que el Monasterio fundado por Santa Hildegarda había sufrido por parte del Obispo de Maguncia, al negarse la Abadesa a obedecerle en el mandato de desenterrar un muerto enterrado en el cementerio de la Abadía. Este había sido un pecador público, pero que había fallecido reconciliado con la Iglesia según las mismas monjas pudieron constatar en sus últimos momentos. La sentencia de interdicción prohibía la celebración de la Santa Misa y la celebración solemne del Oficio Divino dentro de la Iglesia abacial.
He aquí la carta, luminosa y profética como toda la obra de esta gran mística.
“Recordemos como el hombre ha deseado volver a encontrar la voz del Espíritu viviente, que Adán había perdido por su desobediencia. Adán, antes de su caída, siendo todavía inocente, tenía una voz semejante a aquella que poseen los ángeles por su naturaleza espiritual (…). Adán perdió esta semejanza con la voz angélica que tenía en el paraíso, y se durmió de tal manera a este maravilloso arte del cual estaba dotado antes del pecado, que, despertándose como de un sueño, se volvió ignorante después de haber sido engañado por la sugestión del diablo. Y, oponiéndose a la voluntad de su Creador, se encontró envuelto en las tinieblas de la ignorancia interior a causa de su iniquidad. Pero Dios, que preserva para la bienaventuranza primera a las almas de los elegidos a la luz de la Verdad, decidió que cada vez que El tocara el corazón de algunos hombres, derramando sobre ellos el espíritu profético, les devolvería junto con la iluminación interior, algo de aquello que Adán había poseído antes del castigo de su desobediencia.
Por lo tanto, para que el hombre pueda gozar de esta dulzura de la alabanza divina, la que tenía Adán antes de su caída y de la cual ya no podía acordarse en su exilio, para incitarlo a buscarla, los profetas instruidos por ese mismo Espíritu, inventaron no solo salmos y cánticos, que eran cantados para aumentar la devoción de aquellos que los escuchaban, sino también diversos instrumentos de música gracias a los cuales emitían múltiples sonidos, a fin de que, tanto por las formas y las cualidades de estos mismos instrumentos como por el sentido de las palabras que escuchaban, despertados por estos medios, ellos pudieran ser instruidos interiormente. Es por eso que sabios y estudiosos, imitando a los santos profetas, encontraron también algunos géneros de instrumentos, gracias a su arte, para poder cantar según la delectación del alma. Y lo que ellos cantaban, gracias a los movimientos de su dedos, lo hacían imitando a Adán, formado por el dedo de Dios, es decir, por el Espíritu Santo, en la voz de Aquél en quien todo sonido de armonía y todo el arte de la música, eran dulzura antes del pecado. Si el hombre hubiera permanecido en el estado en el cual había sido formado, la debilidad del hombre mortal no habría podido de ninguna manera soportar la fuerza y la sonoridad de su voz primigenia.
Entonces, cuando el diablo engañador escuchó que el hombre, bajo la inspiración de Dios, había comenzado a cantar, y a través de esto era invitado a recordar la suavidad de los cánticos de la patria celestial, viendo que las maquinaciones de su engaño se encontraban reducidas a nada, se aterró, se atormentó, y comenzó a reflexionar y a buscar, según las fuentes múltiples de su maldad, de que forma podría ahora no solamente multiplicar en el corazón del hombre malas sugestiones e inmundos pensamientos o distracciones diversas, sino incluso en el corazón de la Iglesia, en todas partes donde fuera posible, a través de disensiones y escándalos o por órdenes injustas, perturbar o impedir la celebración y la belleza de la divina alabanza y de los himnos espirituales.
Es por eso que vosotros y todos los prelados debéis reflexionar con extrema vigilancia antes de cerrar a través de una sentencia, la boca de cualquiera que en la Iglesia cante las alabanzas de Dios, cuando los suspendéis prohibiéndoles recibir los sacramentos. Antes de hacer todo esto, debéis examinar con cuidado las causas por las cuales lo hacéis, habiendo primero discutido con la mayor atención".
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