La verdad como camino de vida interior
«Viam veritatis elegi» Salmo 118
He escogido el camino de la verdad. He aquí unas palabras muy grandes del Profeta que pretendemos, con el auxilio del Espíritu Santo, desarrollar en algunos post, para la gloria de la Santísima Trinidad.
Santo Tomás de Aquino, el gran doctor universal, cuyo pensamiento alcanzó bajo el influjo de la gracia unas cotas que la inteligencia humana jamás podría haber pensado (cf. Fides et Ratio 44), ha dicho al comienzo de su Suma Contra Gentiles que «es necesario que la verdad sea el fin del universo» (CG I,1). Y si la verdad es el fin del universo, es necesario que sea también el fin de cada criatura inteligente que constituye una parte de ese universo. Es necesario, por tanto, que la verdad sea nuestro propio fin. Esta finalidad del hombre a la verdad, es decir, la íntima orientación de su entendimiento a proferir, por una palabra interior, la realidad de las cosas, constituye algo crucial de comprender en el momento actual de la historia humana, en el que la divina Providencia nos ha hecho nacer y vivir.
En una conferencia pronunciada por Jacques Maritain en Avignon el 20 de octubre de 1923, con motivo del aniversario de la canonización de Santo Tomás, dice las siguientes palabras en las que vale la pena detenerse un minuto a reflexionar: «El mal que sufren los tiempos modernos es ante todo un mal de la inteligencia; comenzó por la inteligencia y ahora ha llegado hasta las más profundas raíces de la inteligencia. ¿Por qué admirarnos si el mundo aparece como envuelto por las tinieblas? Si oculus tuus fuerit nequam, totum corpus tuum tenebrosum erit (si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas). Si esto es válido “materialiter”, cuánto más para la razón humana. De la misma manera que en el primer instante del pecado se rompió toda la armonía del ser humano, por cuanto había sido violado el orden de la razón sometida a Dios, así también, en el comienzo de todos nuestros desórdenes podemos apreciar, por de pronto y ante todo, una ruptura de las normas supremas de la inteligencia. La responsabilidad de los filósofos es aquí inmensa ». Esta lúcida reflexión concuerda plenamente con las palabras que San Pablo dirigió a Timoteo, haciendo referencia a los tiempos finales: «Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán su oído de la verdad y se volverán a las fábulas». (2 Tim 4,4).
Es indudable que hoy, en los más variados ámbitos del pensamiento y del quehacer humano, las palabras proféticas del Apóstol se muestran plenamente verdaderas. Deambulamos en una tenebrosa oscuridad que nosotros mismos hemos conquistado durante un proceso de siglos. Cada vez más vemos una cierta incapacidad para soportar la verdad (“cum sanam doctrinam non sustinebunt…”), al mismo tiempo que existe, a nivel social, una capacidad asombrosa para creer las más insólitas falsedades carentes de todo fundamento racional, metafísico, histórico y teológico. El Papa Pablo VI, en un discurso dirigido a la Iglesia que está en Iberoamérica, a la Asamblea General del CELAM, durante la Conferencia de Medellín, en 1968, dijo al respecto: «La desconfianza que, incluso en los ambientes católicos, se ha difundido acerca de la validez de los principios fundamentales de la razón, o sea, de nuestra philosophia perennis, nos ha desarmado frente a los asaltos de pensadores de moda; el vacuum producido en nuestras escuelas filosóficas por el abandono de la confianza en los grandes maestros del pensamiento cristiano, es ocupado frecuentemente por una superficial y casi servil aceptación de filosofías de moda, muchas veces tan simplistas como confusas, y éstas han sacudido nuestro arte normal, humano y sabio de pensar la verdad». Vale la pena leer este texto a la luz de las palabras de San Pablo citadas más arriba.
Un monje cartujo del siglo XII, Dom Guigo, nos ha legado unos hermosos pensamientos acerca de la verdad que nos viene bien considerar aquí. «Paz sin fin, como la de los ángeles, es el fruto de la verdad. Amargura y dolor, como los del demonio, son los dejos de la mentira». «Sin apariencias, sin adornos y aun clavada en una cruz, hay que adorar a la Verdad.» Y también: «Cuanto es más noble y poderosa una criatura, con tanto más gusto se somete a la verdad. Más aún, en tanto será noble y poderosa, en cuanto se someta a esta verdad.»El camino de la verdad es, en efecto, maravilloso, sanante, pacificante, restaurador de la vida interior, de la afectividad desordenada, de la inquietud del pensamiento. El entendimiento descansa en la verdad. «QUIESCIT INTELLECTUS IN VERITATE» (santo Tomás de Aquino). La vida entera del hombre descansa en la verdad, y se eleva serenamente hacia su fin beatífico cuando la verdad natural y la sobrenatural son la roca en la que ella se fundamenta y apoya. En otras palabras, la verdad es la ruta sólida por donde caminar con alegría a la santidad a la que Dios nos llama por su gracia. «Veritas liberabit vos» La verdad os hará libres (Jn 8,32).
Este amor a la verdad natural y a la Verdad sobrenatural de la cual aquí hablamos implica una profunda actitud interior, un verdadero camino espiritual, entendido como una inclinación o una dirección de toda la vida hacia la luz. Es, en otras palabras, un “caminar hacia la luz”. Lo cual es ciertamente un don del Espíritu Santo que se puede y se debe pedir en la oración: «Emitte lucem tuam et veritatem tuam» Envía, Señor, tu luz y tu verdad (Salmo 42). Si amamos conscientemente la verdad, toda verdad, siempre que esa verdad llegue a nosotros, del orden que sea y por medio de quien sea, correremos a abrazarla y hacerla nuestra. Porque en cierto sentido, por nuestro amor a ella, ya la poseíamos antes de conocerla concretamente. Esta actitud, que es una gracia excelsa, marcará una orientación completa de nuestra vida en la que necesariamente iremos creciendo desde la luz a una luz mayor, y en la que probablemente los sectores de tiniebla que todos tenemos irán disminuyendo en la medida de nuestra docilidad al Espíritu Santo. Lógicamente no se trata propiamente de “acumular conocimientos” al modo de un disco duro. Cada uno, en el tiempo de su vida, podrá “conocer” en todo orden de cosas lo que Dios le dé a conocer concretamente con las capacidades personales y posibilidades específicas con que cuenta. Existen personas llenas de conocimientos y que, sin embargo, están muy lejos de la verdad. Pero más allá de eso, y más importante que eso, si nuestra vida está orientada entera hacia a la luz, en el minuto de la muerte, cuando nos encontremos cara a cara con la Verdad, esa Verdad va a ser para nosotros luz y vida, será, por la Luz de la Gloria, nuestra eterna felicidad, la saciedad plena de nuestro ser.
En post sucesivos iremos desarrollando distintos aspectos de esta propuesta contemplativa, que es la de asumir la verdad como un camino de vida interior y por tanto, como algo que implica al hombre entero, en todas sus facultades corpóreas y espirituales, en su camino de retorno al Padre, por Cristo en el Espíritu Santo.
Que la Virgen Inmaculada, que ha dado a luz a la Verdad eterna constituyéndose así en Madre de la Verdad, interceda por nosotros hoy y siempre.
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