En la tormenta, mirar a Cristo
En el presente post compartimos con nuestros lectores un hermoso texto de la Vida de Cristo de Monseñor Fulton Sheen.
MONSEÑOR FULTON SHEEN (1885-1979), fue obispo de Estados Unidos, gran predicador y maestro de la fe católica. Fue pionero del uso de la TV y de la radio para predicar, destacando en sus programas “The Catholic Hour” (La Hora Católica) y “Life is Worth Living” (La Vida vale Vivirla)
El 3 de octubre de 1979 fue un momento muy especial para Mons. Sheen. El Papa Juan Pablo II lo abrazó en la Catedral de San Patricio, Nueva York, y le dijo: “¡Has escrito y hablado bien de nuestro Señor Jesucristo! ¡Eres un hijo leal de la Iglesia!". Tres meses más tarde, el 9 de diciembre, el Señor se llevó al buen obispo al cielo.
El 14 de septiembre, La Congregación para la Causa de los Santos oficialmente abrió la causa del Arzobispo Sheen y le confirió el título de “Siervo de Dios".
Aquí el texto, propicio para meditar en los tiempos de prueba y turbulencia, en las tentaciones y desconcierto, donde más que nunca debemos mantener la mirada interior fija en Cristo y en la victoria y fuerza de su gracia:
“Sería entre las tres y las seis de la mañana cuando se desencadenó una tormenta. Era la segunda que los sorprendía hallándose en el lago desde que habían sido llamados al apostolado; la primera fue en ocasión de una visita de nuestro Señor. Ambas tormentas tuvieron efecto a una hora temprana y ambas fueron intensas. Aquella tempestad debió de ser de tal modo violenta que pudiera afectar a unos hombres acostumbrados a tales lances en su vida de pescadores en aquel mismo lago. Tal vez no fuera sólo la tempestad lo que agitara su ánimo, sino también el hecho de que nuestro Señor se hubiera negado a ser rey. Es muy probable que llegaran a dudar incluso del poder de aquel que había multiplicado los panes y que ahora los enviaba a navegar por el lago en una noche tempestuosa. Si podía multiplicar el pan, ¿por qué no podía prevenir una tormenta?
Aquella tripulación solitaria no estaba tan sola como creía. El mismo ritmo de gozo y tristeza que corría a través de la vida de Él se hallaba también allí presente; ya que, en medio de la oscuridad, de la tormenta y del peligro, Jesús se les aparecía hollando con sus pies las blancas crestas del lago embravecido. Ahora que les había mostrado su poder: “Los que estaban en la barca, llegándose le adoraron, diciéndole: Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios” (Mt 14, 33 )
Fue en esta ocasión cuando Pedro, al ver el primero a nuestro Señor antes de que entrara en la barca, le pidió si también podría caminar sobre las aguas y llegar hasta Él. El Señor le invitó a ir a su encuentro, pero al poco rato Pedro empezó a hundirse. ¿Por qué? Porque tuvo en cuenta el viento, porque concentró su atención en dificultades de orden natural, porque no confió en el poder del Maestro y dejó de poner en Él sus ojos.
“Mas, viendo borrascoso el viento, tuvo miedo, y comenzó a hundirse” (Mt 14, 30).
Finalmente clamó al Señor en demanda de auxilio: “Y al instante Jesús extendió la mano, le cogió y dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mt 14, 31).
Primero hubo la liberación; luego el leve reproche, acompañado probablemente de una sonrisa en el rostro del Maestro y un acento amoroso en su voz. Pero no fue ésta la única vez que el pobre Pedro dudaría del Maestro a quien tanto amaba. Aquel mismo que pidió poder caminar sobre las aguas para llegar cuanto antes al lado del Señor era el que más adelante juraría estar dispuesto a ser encarcelado e incluso dar la vida por Él. Valiente en la barca, pero tímido en las aguas, habría de mostrarse audaz en la última cena, pero cobarde en la noche del proceso. La escena del lago preludiaba la otra caída de Pedro”.
Monseñor Fulton Sheen, Vida de Cristo, Cap. XIV
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