La autoridad de los padres en la educación de los hijos
Con la expresa autorización de Dom Louis-Marie, Abad de Le Barroux (Abadía fundada por Dom Gerard Calvet en Provence, Francia), reproducimos para nuestros lectores la editorial aparecida en su última Carta trimestral a los amigos del Monasterio.
La Autoridad del Jefe de Familia
La elección de la escuela es una fuente de angustia para algunos padres, prestos a hacer grandes sacrificios a fin de donar una buena educación a sus hijos. Pero, ¡Atención! La escuela no lo hace todo. Al contrario, los padres son los primeros educadores de las almas que Dios les ha confiado muy especialmente. Lo principal de la educación se hace en el hogar. Permítanme, entonces, darles algunos consejos pedagógicos de base, sacados del capítulo de la Regla de San Benito sobre el abad, consejos de buen sentido sobre la autoridad de los padres. La autoridad de los padres, del padre y de la madre, es absolutamente necesaria para lograr una buena educación.
Que el padre y la madre se recuerden del nombre que ellos llevan , y realicen por sus actos el título de jefes de familia. Es decir, que ellos tomen consciencia de su participación en la autoridad de Dios sobre sus hijos; de hecho, que ellos tengan una verdadera autoridad sobre sus hijos en cuanto a las verdades que deben saber, y al comportamiento que ellos deben tener. Los padres deben darles a sus hijos órdenes e instrucciones como una semilla en las almas. Que el padre y la madre se recuerden a menudo que ellos deberán dar cuenta exacta en el juicio de Dios: sobre sus enseñanzas, y sobre la obediencia de sus hijos. ¿Les habrán ellos enseñado la verdad; habrán ellos hecho lo que sea necesario para que sus hijos les obedezcan? Porque no es suficiente sólo explicar, es necesario también aplicar lo explicado.
Demasiados padres no creen en su autoridad , o renuncian a ella, porque es una responsabilidad difícil y laboriosa la de conducir a las almas. Difícil, porque el educador debe adaptarse a cada temperamento: a algunos, el sólo consejo le es suficiente; a otros, será necesario repetírselos a menudo; a otros todavía, será necesario corregirles más duramente. Difícil, porque ellos no deben cerrar los ojos ante el mal, bien al contrario, ellos deben extirpar las faltas y pecados hasta en su raíz, y lo más rápido posible, a fin de inculcar a los niños buenos hábitos. Y al mismo tiempo, la corrección debe ser justa, y no rascar demasiado la herrumbre, ni quebrar la caña ya doblada.
Un punto muy importante : la unidad entre el padre y la madre. La doble autoridad es querida por Dios, porque Él la refuerza por el número, y la suaviza al mismo tiempo por la diversidad de las sensibilidades. Pero esto también tiene sus peligros. Si los niños sienten una oposición entre sus padres, ellos no tendrán la tranquilidad de espíritu para recibir en profundidad las buenas enseñanzas. Los hijos peligran también de tomar parte por el uno o por el otro, o de hundirse en el error para seguir sus propios placeres, o de tomar pretexto en estas desavenencias para no hacer caso a nada. Según san Benito, la desunión entre las autoridades es la peor cosa que pueda suceder en una comunidad. En revancha, la autoridad de los padres será tanto más aceptada, cuanto más ellos muestren ejemplo por sus actos. Ellos deben inculcar en sus hijos lo que es bueno y sano más por actos que por palabras. Y el acto primero y fundamental es la unidad.
Un último punto: san Benito pone en guardia a los “jefes de familia” de no descuidar la educación de las almas , dandole más importancia a las cosas pasajeras, terrestres y caducas. Que ellos no se preocupen excesivamente de tener pocos recursos, teniendo por eso que dejar a menudo a los niños solos en las casas. Un niño debería siempre encontrar a alguien en la casa cuando vuelve de la escuela. A alguien, y no a algo.
Dom Louis-Marie OSB, Abad de Sainte-Madeleine, Le Barroux, en la Carta a los Amigos del Monasterio del 15 de Septiembre de 2015
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