La misteriosa fecundidad de la vida contemplativa
De la Constitución Apostólica Umbratilem del Papa Pio XI, del 8 de julio de 1924
Cuantos han hecho profesión de pasar una vida oculta apartados del estrépito y de las locuras del mundo, de tal forma que no sólo contemplen con toda atención los divinos misterios y las verdades eternas, y pidan, en las preces que dirijan a Dios con fervor y constancia, que florezca su reino y se extienda cada día más, sino también que satisfagan y expíen con la penitencia del alma y del cuerpo, que les esté prescrita o voluntaria, las culpas, no tanto las propias como las ajenas, ésos, ha de decirse en verdad, que eligieron la mejor parte, como María de Betania. Porque no hay ninguna otra condición y modo de vivir más perfecto que pueda proponerse a los hombres, para que lo elijan y abracen, cuando el Señor verdaderamente les llame; pues, de la unión estrechísima con Dios y de la santidad interior de los que practican silenciosamente en los claustros la vida solitaria, se mantiene radiante la aureola de esa santidad, que la Esposa inmaculada de Cristo Jesús ofrece a todos para que la contemplen e imiten.
Nada, pues, tiene de extraño, si los escritores eclesiásticos de tiempos pasados, para explicar la virtud y eficacia de las oraciones de estos mismos varones religiosos, llegaron hasta compararlas con las de Moisés, recordando un hecho muy conocido: a saber, cuando Josué riñó la batalla en la llanura con los amalecitas, y Moisés oraba y suplicaba a Dios en la cima del monte cercano por la victoria de su pueblo, sucedió que, mientras Moisés levantaba las manos alcielo, vencían los Israelitas; si, por el contrario, alguna vez las bajaba por el cansancio, entonces los amalecitas ganaban a los Israelitas: por lo cual, Aarón y Hur le sostuvieron, de una y otra parte; los brazos, hasta que Josué salió vencedor de la pelea. Con cuyo ejemplo se significan ciertamente con toda propiedad, las preces de los mismos religiosos, que hemos mencionado, puesto que se apoyan, ora en el augusto sacrificio del Altar, ora en el ejercicio de la penitencia, como en dos sostenes, de los cuales el uno expresa de algún modo a Aarón, y el otro a Hur. Pues es cosa corriente y como la principal para los solitarios, según antes hemos dicho, el que se ofrezcan y consagren a Dios como víctimas y hostias de aplacamiento, por un cargo así como público, por su salvación y la de sus prójimos.
Fácilmente se comprende, pues, que contribuyen mucho más al incremento de la Iglesia y a la salvación del género humano, los que cumplen el deber asiduo de la oración y de la penitencia, que los que cultivan y trabajan enel campo del Señor; porque, si aquéllos no hicieran bajar del cielo la abundancia de gracias al campo que ha de ser regado, entonces seguramente cosecharán frutos más escasos de su labor los operarios evangélicos.
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