José Rivera, Pasión por la santidad

De la lectura del libro Pasión por la santidad, de José Manuel Alonso Ampuero, (Fundación Gratis Date 2014), querría brevemente señalar algunos puntos  y comentar solamente uno, el primero. Invito a los lectores a detenerse en una meditación sobre cada uno de los puntos.

Destaco lo siguiente, sin pretender abarcarlo todo ni mucho menos.

Don José:

  1. Entendía la vida cristiana como un dar la vida toda, sin reservarse nada para sí.
  2. Tenía una conciencia viva, desde su juventud hasta su muerte, de que lo primero, lo más importante, aquello que daba sentido a su vida, era su propia santificación, y que ella era el mayor bien que se puede hacer a la Iglesia y al mundo.
  3. Estaba convencido que la oración acompañada de la penitencia era el fundamento de toda vida apostólica. Para conseguir algún fruto, él sabía que no sólo había que hacer apostolado sino fecundarlo con mucha oración, de lo contrario sería estéril. Y así pasaba noches en oración.
  4. Para don José el estudio tenía un papel también primordial. Él lo vivía integrado en el conjunto de su vida interior. El estudio en las noches era parte de su oración, parte de toda su vida, abarcando los más variados campos tanto del orden natural como sobrenatural.
  5. Vivía en una santa libertad interior espiritual. En lo personal, don José pensaba desde la Sagrada Escritura, Tradición y el Magisterio con independencia de lo que pensaran las personas que lo rodeaban, del ambiente donde estuviera. Era libre. Libre para pensar y buscar la verdad, cosa no común. No tenía ambiciones, no le importaba lo que los demás dijeran de él, no se cuidaba para evitar la persecución. No estaba sometido a lo eclesialmente correcto y esto le trajo muchos problemas e incomprensiones especialmente al final de su vida.
  6. En la dirección espiritual dejaba a las personas que fueran por donde el Espíritu Santo las llevaba, sin constreñirlas a “su camino”.
  7. Tenía una esperanza y confianza absoluta en la acción de la gracia, la cual, incluso, de forma inesperada podría operar un milagro en un alma y convertirla aunque fuese en el último instante de su existencia.

En la introducción al libro de Ampuero, Monseñor Demetrio Fernández dice que «entregar la vida es fecundo». A esa entrega de Don José quiero referirme ahora.

En el mundo actual donde prima el naturalismo, es decir una comprensión de la existencia sin consideración del horizonte sobrenatural, se dan simultáneamente + el odio a la vida en una cultura de la muerte, por ejemplo en las políticas abortistas, + con un cuidado extremo por cuidar la vida, por ejemplo en el cuidado de la salud física. En los santos, salvo excepción (léase las recomendaciones de Dom Guéranger a Dom Mauro Wolter en los comienzos de su abadiato en la Archiabadía de Beuron), hay un cuidado por la propia salud escasa o nula. Y eso no por faltar al amor natural de sí mismo, sino por la conciencia de que hay una vida sobrenatural y eterna por la cual vale la pena inmolar ésta. El amor a Jesucristo es un fuego devorador que desea incendiar al mundo entero sin que este anhelo ardiente sea moderado por el cuidado de sí mismo.

Si don José Rivera se hubiera «cuidado» un poco más desde el comienzo de su ministerio, probablemente habría vivido más tiempo, pero no necesariamente hubiese sido más santo ni más fecundo. Él perdió su vida por Cristo y el Evangelio, la gastó y la desgastó por un solo deseo: ser santo y trabajar por la santidad de los demás, de la Iglesia y la conversión del mundo. El final de su vida es significativo: él va a morir por entregar libremente su existencia por la vida sobrenatural de un sacerdote que había abandonado el sagrado ministerio. Esta ofrenda como víctima fue como la culminación de una vida que ya estaba plenamente entregada desde el principio.

Vale la pena reflexionar en esta entrega total de la vida, sin medida alguna, de la cual nos da ejemplo don José.

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