Si la Pietà pudiera hablar
En 1500, a los 25 años, Miguel Ángel Buonarotti terminó su famosa “Pietà” para el monumento funerario del cardenal francés que la encargó. Cinco siglos después, y a pesar de sus desproporciones y reparaciones, sigue conservando su atractivo la joven Virgen que encontró Miguel Ángel en un bloque de mármol. Sería la primera de cuatro estatuas del mismo tema y la única que completó. Al oir a un peregrino atribuirla a otro escultor, firmó su nombre sobre la cinta de la Virgen la misma noche, con un orgullo impulsivo que lloró después, dejando sin firmar sus demás obras.
El cincel divino de la Cruz y el martillo de nuestros pecados dejaron al descubierto sobre el Cuerpo lívido del Señor las llagas de Amor que firmaron nuestra Salvación. No es de extrañar que el centurión al pie de la Cruz reconoció a Jesús como Hijo de Dios: “al ver cómo había expirado” (Mc. 15, 39), según el evangelio del Domingo de Ramos. Pero, ¿no sorprende que Dios quisiera que el dolor de Su Madre recogiera en persona esas palabras junto la Cruz?