No hay ninguna mención en los Evangelios de que el Señor dijera a nadie: “Te amo”, pero no le hacía falta decirlo porque por medio de sus obras dejaba claro que Él era Amor. Así, en el Evangelio del XXVII Domingo de Tiempo Ordinario, a los niños: “los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos” (Mc. 10, 16), demostrando su predilección por ellos.
En el silencio de su estricta observancia de la Regla de S. Benito, los cartujos siguen el ejemplo de su fundador, S. Bruno (1034-1101), correspondiendo al amor de Dios por los sencillos y amando también al prójimo sin necesidad de muchas palabras.
Pero, sí entonan oraciones como el Te Deum laudamus (un himno de alabanza, agradecimiento y petición a Dios que refleja los salmos 113 y 148), como demuestran los monjes de la “Grande Charteuse” que se oyen en este vídeo [traducción del himno al final del post]:
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El Te Deum ha inspirado a compositores como Haendel, Berlioz y Charpentier. Pero, más importante aún, ha sido el último canto de numerosos mártires. Su autor no es ni S. Ambrosio, ni S. Agustín, como se solía pensar, ni S. Hilario, ni S. Abundio, ni S. Sisebuto, otros santos a quienes se les ha sido atribuído el himno, según “Te Deum” en la Enciclopedia Católica (enlace en inglés) ¿Cuál es su origen?
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