¿Sabemos lo que queremos de los que elegimos como gobernantes?

Richard P. Feynman fue uno de los físicos que ayudó a desarrollar la bomba atómica y el que explicó lo que pasó en el accidente de 1886 del transbordador espacial Challenger, dejando caer un pedazo de goma en un vaso de agua fría. De joven, solía ir al centro para jóvenes judíos en su templo para poder estar con Arlene, la que sería su primera mujer.

“Una vez, cuando no estaba allí, alguien me propuso para la presidencia del centro juvenil. Los ancianos comenzaron a ponerse nerviosos, porque por entonces ya era un declarado ateo.[…] tener a alguien como yo elegido como presidente les hubiera causado mucha vergüenza. Para nuestro mutuo alivio, no fui elegido…” (“What do You Care What Other People Think?”, traducido)

Los que le propusieron como presidente del centro no sabían lo que estaban pidiendo. Tampoco lo sabían los monjes de Vicovaro que rogaron a S. Benito de Nursia (480-547), gemelo de Sta. Escolástica, que abandonara su vida ermitaña en Subiaco (donde había estado tres años) para ser su nuevo abad. Les advirtió que no sería un abad ideal para ellos, pero ante los ruegos de la comunidad, aceptó el cargo.

Una vez que se dieron cuenta de la austeridad que el santo pedía de sí mismo y de otros, unos monjes intentaron envenenarle, pero el vaso se rompió al bendecirlo S. Benito como solía hacer. Por eso se alejó de allí para fundar su famoso monasterio en Monte Cassino. Igual que la gente se escandalizó del Señor preguntándose: “¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado?”, según el Evangelio del XIV Domingo de Tiempo Ordinario, los monjes no aceptaron tampoco el cambio de vida propuesto por el futuro Patrón de Europa y Patriarca del monasticismo occidental.

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Probablemente recordó el santo su experiencia como abad en Vivovaro al escribir el Capítulo 64 de su Regla: “La ordenación del Abad”(2, 9-11, 16-17, 20)

Sobre la elección del abad

“[El abad] debe ser elegido por el mérito de su vida y la doctrina de su sabiduría, aun cuando fuera el último de la comunidad.” (2)

“Pero si toda la comunidad, lo que Dios no permita, elige de común acuerdo a uno que sea tolerante con sus vicios, y estos vicios de algún modo llegan al conocimiento del obispo a cuya diócesis pertenece el lugar en cuestión, o son conocidos por los abades o cristianos vecinos, impidan éstos la conspiración de los malos, y establezcan en la casa de Dios un administrador digno, sabiendo que han de ser bien recompensados, si obran con rectitud y por celo de Dios, y que, contrariamente, pecan si no lo hacen.” (3-6)

Caracteríasticas del buen abad

“Debe ser docto en la ley divina, para que sepa y tenga de dónde sacar cosas nuevas y viejas; sea casto, sobrio, misericordioso, y siempre prefiera la misericordia a la justicia, para que él alcance lo mismo. Odie los vicios, pero ame a los hermanos.” (9-11)

“No sea turbulento ni ansioso, no sea exagerado ni obstinado, no sea celoso ni demasiado suspicaz, porque nunca tendrá descanso. Sea próvido y considerado en todas sus disposiciones, y ya se trate de cosas de Dios o de cosas del siglo, discierna y modere el trabajo que encomienda […] Sobre todo, guarde íntegramente la presente Regla” (16-17, 20)

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S. Benito alcanzó la Sabiduría del Señor y la santidad de vida por su lema “orar y laborar”. Le motivaba también lo que recomendaba a sus seguidores: “Hay que tener un deseo inmenso de ir al cielo”. En cambio, Richard P. Feynman, admirado por su conocimiento científico, trabajó mucho sin apenas rezar. Perdió su fe judía a los once o doce años cuando un rabino le dijo que se inventó una historia para expresar mejor lo que sufrieron los judíos. Le dijo al rabino:

“¡He escuchado todas estas historias, y ahora no sé, de todo lo que me ha contado, lo que era verdad y lo que no era verdad! […] había estado luchando para comprender todos estos milagros, y ahora – pues, ¡se resolvieron muchos milagros de seguro! Pero me sentía infeliz.” (“What do You Care What Other People Think?”, traducido al español)

Sorprendido y decepcionado por un ejemplo inventado para facilitar la comprensión de niños, descartó todo como mentira, excepto la ciencia. Al no poder comprender la religión sólo por sus esfuerzos, se creó una. El hombre se reducía para él a “átomos con conciencia; / materia con curiosidad. // De pie junto al mar, / se pregunta sobre preguntarse: yo / un universo de átomos / un átomo en el universo.” (“What do You Care What Other People Think?”, traducido)

Viene muy a cuento una cita que compartió la lectora Azahar hace poco:

“Si perdemos completamente de vista lo eterno, entonces también lo intramundano pierde su valor, porque se agota en ese breve período en el que vivimos. Por tanto, también desde un punto de vista humano es necesario abrirse a la eternidad y abrirse a Dios. Ahora bien, si a partir de ahí se descuida lo terreno, entonces se ha entendido de forma equivocada a Dios y a la eternidad, porque precisamente la fe en Dios y la fe en la eternidad lleva a reforzar la responsabilidad por lo terreno, porque en cada momento de mi vida yo voy creando eternidad y si descuido ese devenir terreno, ese hacer eternidad en lo temporal, entro en una contradicción conmigo mismo. Me parece que eso es lo que tenemos que aprender: que sin la eternidad no se puede vivir porque el tiempo se queda vacío, pero que sólo si ese saber de la eternidad llega a llenar plenamente este tiempo, entonces eso adquiere sentido.” (Cardenal Ratzinger, Revista “Nuestro Tiempo”, 1998)

¿Sabemos lo que queremos no sólo al elegir gobernantes sino también al regir nuestras vidas?

Preguntas del día [Puede dejar su respuesta en los comentarios]: ¿Se debe prescindir de lo espiritual al elegir gobernantes? ¿Se puede aplicar lo que recomienda S. Benito sobre la elección de un abad a la elección de otros tipos de gobernantes?

Mañana – Beatos Louis y Zelie Martin – “los fue enviando de dos en dos” (Mc. 6, 7)