El Evangelio del XIII Domingo de Tiempo Ordinario nos dice que al resucitar a la hija de Jairo, Jesús: “No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan…” (Mc. 5, 39). Entre estos apóstoles, eligió a Pedro como primer Papa de Su Iglesia. A este Vicario de Cristo respetaban los primeros cristianos, entre los cuales estaba S. Pablo, que también fue privilegiado por el Señor en su conversión.
Podríamos pensar que claro que llegaron a ser santos cuando el Señor se mostraba tan generoso con ellos. Pero, S. Francisco de Sales indica que “para conocer si un hombre es de verdad prudente, sabio, generoso, noble, se ha de ver si estas virtudes tienden a la humildad, a la modestia y a la sumisión, porque entonces son verdaderos bienes; pero, si sobrenadan y quieren aparecer, serán bienes tanto menos verdaderos, cuanto más aparentes.”
Ambos apóstoles cambiaron de nombre y de actitud ante el Señor, ambos alcanzaron un alto grado de santidad a pesar de sus defectos humanos al someterse a Jesucristo, mientras que S. Pablo, a pesar de expresar a veces opiniones diferentes a S. Pedro, también reconocía su Primado. En el ejemplo de estos dos grandes apóstoles encontramos motivo suficiente para obedecer la voluntad del Señor, que quiso confiar Su Iglesia al Papa.
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