InfoCatólica / María Lourdes Quinn / Categoría: ........ - Presbíteros

28.08.09

Razones para quedarnos en la Iglesia Católica

En el Evangelio del XXI Domingo de Tiempo Ordinario, cuando Jesucristo preguntó a sus apóstoles si se querían irse de Él, S. Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir?” (Jn. 6, 68).

S. Agustín (354-430) se convirtió en 387 tras las incontables lágrimas y oraciones de su madre Sta. Mónica a lo largo de los años y llegó a ser Obispo. Este Doctor de la Iglesia expresaría lo mismo que S. Pedro al decir en sus “Confesiones”: “Nos hiciste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti”. En el mismo libro diría:

S. Agustín le encontró a su gran amor, Cristo, en la Iglesia Católica y en sus escritos se encuentran estas otras razones para quedarse en ella:

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24.08.09

21.08.09

Gravedad de los errores modernistas

En el Evangelio del XX Domingo de Tiempo Ordinario dijo Jesús claramente: “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn. 6, 53).

En vista de eso, no sorprende que el Papa S. Pio X (1835-1914) declarara al permitir la Primera Comunión desde la edad de razón: “la inocencia de los primeros años, apartada de abrazarse con Cristo, se veía privada de todo jugo de vida interior” ( “Quam Singulari”, 5), como ya se comentó en “La edad de la Primera Comunión: ¿Por qué tanta prisa?”. También permitió este santo de humildes orígenes que se recibiera la Comunión con más frecuencia.

El Señor decía las cosas como las veía sin miramientos humanos, sin cambiar su mensaje porque no agradara a algunos o aunque muchos dejaran de seguirle por no querer aceptar lo que decía. Siguiendo el ejemplo del Señor, el Papa S. Pio X denunció el 8 de septiembre de 1907, en su “Carta Encíclica ‘Pascendi’ sobre las doctrinas de los modernistas” los ataques de los modernistas eclesiales con palabras que no son precisamente políticamente correctos, como muestra su comienzo:

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20.08.09

"Diles que les amo"

En una escuela católica donde daba catequesis me llamó la atención una pequeña placa junto a la oficina de la directora: “‘Tell them that I love them’ – Jesus” (“ ‘Diles que les amo’ – Jesús”), que no es una cita bíblica. Vi una placa con la misma inscripción en la sala de urgencia de un hospital católico. En ninguno de esos lugares me dijo nadie que Jesús me ama, pero en silencio esa frase grita grandes verdades.

Recuerda el gran Amor que Dios nos tiene, pero también lo poco que correspondemos los hombres a ese Infinito Amor porque si le amáramos de verdad, no necesitaríamos que nadie nos lo recordara y si ardiéramos de amor de Dios, ya se notaría en todo lo que hacemos.

S. Bernardo de Claraval (1090-1153) estaba tan enamorado de Dios que no sólo insistió en seguir su vocación a un monasterio a pesar de la oposición de su familia, sino que se llevó consigo a más de treinta hombres, entre ellos algunos parientes, y en su vida atrajo a cientos más a la vida cisterciense. ¿Cómo les comunicó con tanto éxito que Dios les ama?

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19.08.09

¿Por qué no son santos todos los católicos que comulgan con frecuencia?

En el Evangelio del XX Domingo de Tiempo Ordinario Jesucristo nos dice sobre sí mismo: “Este es el pan que ha bajado del cielo” (Jn. 6, 58). Estando Él mismo en la Eucaristía, quizás extrañe a algunos que tantos católicos no mostremos en nuestras vidas la santidad que podría uno esperar de los que reciben el Pan del Cielo.

El P. Lallemant (en una cita de “La teología de la perfección cristiana” por el P. Antonio Royo Marín, O.P., Parte III, 2) hace una observación sobre religiosos que bien se podría aplicar también a los seglares que comulgan con frecuencia:

“Uno se asombra de ver tantos religiosos que, tras haber vivido 40 o 50 años en estado de gracia, diciendo Misa todos los días y practicando todos los santos ejercicios de la vida religiosa, y, por consecuencia, que poseen todos los dones del Espíritu Santo en un grado muy alto – uno se asombra, digo yo, de ver que estos religiosos no dan reconocimiento alguno de los dones del Espíritu Santo en sus acciones y en su conducta; de ver que su vida es completamente natural; que, cuando son corregidos o cuando están desanimados, muestran su resentimiento; que muestran tanta preocupación por la alabanza, la estima y el aplauso del mundo; que se complacen en él, y que aman y buscan su consuelo y todo lo que atraiga a su amor propio.

“No hay razón para asombrarse. Los pecados veniales que cometen continuamente atan los dones del Espíritu Santo, y no es asombroso que los efectos de los dones no sean evidentes en ellos. Es verdad que estos dones crecen juntos con la caridad habitualmente y en su ser físico, pero no crecen actualmente y en la perfección que corresponde al fervor de la caridad y aumenta el mérito en nosotros, porque los pecados veniales, siendo opuestos al fervor de la caridad, impiden la operación de los dones del Espíritu Santo.

“Si estos religiosos se esforzaran por la pureza de corazón, el fervor de la caridad aumentaría en ellos más y más y los dones del Espíritu Santo brillaría en su conducta; pero esto no será nunca muy aparente en ellos, viviendo como hacen sin recogimiento, sin atención a su vida interior, dejándose llevar y ser guiados por sus inclinaciones, y evitando sólo los pecados más graves mientras descuidan las cosas pequeñas. (“The Spiritual Doctrine of Father Lallemant” (Westminster, Md.: Newman, 1955), Prin. 4, c. 3, a. 3)

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S. Juan Eudes (1601-1680) se preocupó por la santificación del clero y demostró en su vida todo lo contrario de los ejemplos que da el P. Lallemant de los que viven una vida completamente natural.

Era el mayor de 7 hermanos, de padre muy devoto, y celebró su primera Misa en la noche de Navidad de 1625 en la capilla del Oratorio de París, ofreciéndose en perpetua servidumbre a Jesús y María. Dejó el Oratorio en 1643 para fundar con permiso del Obispo de Bayeux la Congregación de los Seminarios de Jesús y de María con estos fines:

Trabajar con el ejemplo y la instrucción por establecer la piedad y santidad entre los sacerdotes y aquellos que aspiran al sacerdocio, enseñándoles a llevar una vida conforme a la dignidad y santidad de su condición, y desempeñar convenientemente todas las funciones sacerdotales, como también emplearse en la enseñanza de la doctrina cristiana por medio de misiones, predicaciones, exhortaciones, conferencias y otros ejercicios".

Se preocupaba de la santificación del clero porque comprendía el bien que los sacerdotes santos hacen a los seglares, de cuyas almas también se preocupaba.

Ayudaba a mujeres de mala vida colocándolas en hogares buenos temporariamente, pero una mujer que las acogía le comentó una vez: “Ahora os vais tranquilamente a una iglesia a rezar con devoción ante las imágenes y con ello creéis cumplir con vuestro deber. No os engañéis, vuestro deber es alojar decentemente a estas pobres mujeres que se pierden porque nadie les tiende la mano". En vez de desanimarse o de sentirse resentido por la crítica, abrió en 1672 una casa para esas mujeres, atendidas por visitandinas. Treinta años después se aprobaría la Congregación de Ntra. Sra. de la Caridad del Refugio.

No le importaban los respetos humanos. Considerado un “león en el púlpito y un cordero en el confesionario”, no temía recordar a la corte de Francia que tenían que ayudar a los súbditos en vez de pasarse la vida en diversiones, y que el infierno no respetaba las posiciones sociales de nadie.

Se pasaba muchas horas en el confesionario porque: “el predicador agita las ramas, pero el confesor es el que caza los pájaros”. Por eso escribió un libro para confesores. También propagó en sus libros y misiones el culto a los Sagrados Corazones, obteniendo permiso para celebrar en su instituto litúrgicamente la fiesta del Corazón de Jesús en 1672, un año antes de mostrar el Señor Su Corazón a Sta. Margarita María de Alacoque.

Aceptó las dificultades y las persecuciones que sufrió a lo largo de su vida sin desanimarse, viendo en cada cruz la voluntad de Dios. Tenía aprobación de Roma para abrir un seminario en Caen, pero el sucesor del Obispo de Caen le cerró la capilla, que se abrió cuando éste falleció. No consiguió aprobación canónica de la Congregación de Jesús y de María y fue desterrado de la corte francesa, aunque al final de su vida el rey le volvió a apoyar.

“[Los jansenistas] Me cargan con trece herejías. El motivo de toda su cólera está en que me opuse en todas partes a sus novedades, que sostengo en alto la fe en la Iglesia y la autoridad del Romano Pontífice y que he quemado un libro detestable compuesto contra la devoción a la Santísima Virgen.”

Su gran devoción a Cristo en la Eucaristía le dió fuerza y le llevó a decir: “Para ofrecer bien una Eucaristía se necesitarían tres eternidades: una para prepararla, otra para celebrarla y una tercera para dar gracias". Que el Señor nos conceda muchos más sacerdotes santos como S. Juan Eudes que nos animen a buscar y alcanzar la santidad esperada de todos, especialmente de los que recibimos al Señor en la Eucaristía.


Preguntas del día [Puede dejar su respuesta en los comentarios]
: ¿Cómo respondería a la crítica de que si el Señor estuviera verdaderamente presente en la Eucaristía seríamos los católicos más santos? En su propia vida, ¿qué efectos tiene la recepción de la Eucaristía?

Mañana: S. Bernardo – “habita en mí y yo en él” (Jn. 6, 56)