Hace algún tiempo, la lectora Camino Iriarte recomendó un escrito de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), “La vida oculta y la Epifanía”, que es muy apropiado para acompañar la meditación del Evangelio del domingo de Epifanía. Fue escrito en 1940 para la primera profesión de una hermana religiosa, poco después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, después de que las carmelitas le trasladaron de su convento en Alemania a uno en Holanda para intentar salvarle la vida y dos años antes de su muerte en Auschwitz. La segunda parte nos ayuda a meditar: “y cayendo de rodillas lo adoraron” (Mt. 2, 11). [La primera parte se encuentra aquí]. A continuación tienen la traducción de una versión en inglés que se puede encontrar aquí.
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En las personas reunidas alrededor del pesebre tenemos una analogía de la Iglesia y su desarrollo. Los representantes de las antiguas dinastías reales a quienes el salvador del mundo fue prometido y los representantes de los fieles constituyen la relación entre los antiguos y los nuevos pactos. Los reyes del lejano Oriente indican los gentiles por quienes la salvación vendrá de Judea. O sea que aquí ya está “la Iglesia compuesta de judíos y gentiles”. Los reyes en el pesebre representan buscadores de todas las tierras y gentes. La gracia les guió antes de que pertenecieran jamás a la Iglesia externa. Vivió en ellos un deseo puro de la verdad que no se paró en las fronteras de las doctrinas y tradiciones indígenas. Porque Dios es verdad y porque Él quiere ser encontrado por los que le buscan con todo su corazón, más pronto o temprano la estrella tenía que aparecer para mostrar a estos Reyes Magos el camino de la verdad. Y por tanto están de pie ante la Verdad Encarnada, se postran y lo adoran, y ponen sus coronas a sus pies, porque todos los tesoros del mundo no son más que un poco de polvo comparados a ella.
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