La patrona de las enfermeras y el primer mártir de Méjico (Mc. 1, 24)
Oímos en el Evangelio del 4o. domingo de Tiempo Ordinario que un hombre endemoniado gritó atemorrizado a Jesús: “Sé quién eres” (Mc. 1, 24). Conociendo al Señor quiso apartarse de Él porque, nos explica S. León: “Nunca una vida manchada podrá contemplar el esplendor de la luz verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será el castigo de las que estén manchadas.” Por eso nos dice S. Agustín que a los demonios el Señor
“se dio a conocer según quiso, y quiso cuanto convino. No se dio a conocer como a los santos ángeles que, participando de su eternidad, gozan de El como Verbo que es. Se dio a conocer como debía para aterrarlos y librar de su tiránico poder a los predestinados.”
Como observó Noby en un comentario la semana pasada: “La luz del Señor desconcierta, y vacía de la vieja luz, que no es más que tiniebla”.
Los santos de hoy, al contrario que los demonios, al conocer al Señor en esta vida hicieron todo lo posible para poder verle en la siguiente. “El amor no descansa mientras no ve lo que ama; por eso los santos estimaban en poco cualquier recompensa, mientras no viesen a Dios. Por eso el amor que ansia ver a Dios se ve impulsado, por encima de todo discernimiento, por el deseo ardiente de encontrarse con el.” (S. Pedro Crisólogo) Por eso, contra toda expectativa, aceptaron el martirio con alegría en su juventud.