Cuando se enfría nuestra relación con alguien a quien amamos
A nadie le gusta oír de alguien a quien ama que la relación se ha enfriado de parte de esa persona, pero eso le pasa al protagonista de “El pequeño escribiente florentino” (en “Corazón” por Edmundo de Amicis) y el que rechaza su afecto es su padre.
Este padre copiaba por la noche los nombres y las direcciones de los abonados de una editorial para suplementar su escaso sueldo. Preocupado por su salud, su hijo de 12 años se ofrece a ayudarle, pero el padre quiere que se dedique a sus estudios. Por eso, el niño decide hacerlo a escondidas por la noche, después de acostarse su padre. El sueño afecta sus estudios y su padre le empieza a mostrar menos cariño. Un día, su maestro le dice a su padre que ya no parecía esforzarse como antes.
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[Fragmento de “El pequeño escribiente florentino” en “Corazón” por Edmundo de Amicis:]
“Aquella noche el padre llamó a su hijo aparte y le dirigió unas palabras más duras de las que hasta entonces había oído.
-Ya ves, Julio, que me sacrifico por la familia, y tú no me secundas. No piensas lo más mínimo en tus hermanos, en tu madre, ni en mí.
-¡No digas eso, papá! -exclamó el hijo ahogado en llanto y decidido a aclararlo todo. Pero su padre lo interrumpió, diciendo:
-Conoces perfectamente la situación de la familia; sabes que todos debemos hacer lo que nos corresponda y sacrificarnos cuanto sea preciso. Yo mismo tengo que doblar mi trabajo. Este mes esperaba una gratificación de cien liras en el ferrocarril, y hoy he sabido que no puedo contar con nada.
Ante semejante noticia Julio se contuvo para que no saliese de su boca la confesión que se disponía a hacer, y se dijo resueltamente: «No, padre, me callaré y guardaré el secreto para poder trabajar por ti; de ese modo te compensaré de la pena que te causo; en cuanto a la escuela, siempre estudiaré lo suficiente para aprobar el curso; lo importante es ayudarte para salir adelante y aligerarte de la ocupación que te mata.»
Siguió adelante, transcurriendo otros dos meses de trabajo nocturno y de abatimiento durante el día, de esfuerzos desesperados por parte del hijo y de amargos reproches por parte del padre. Pero lo peor era que éste se mostraba cada vez más frío con el muchacho; raramente le dirigía la palabra considerándolo un hijo poco menos que desnaturalizado, del que poco o nada cabía esperar, y casi procuraba no cruzarse con su mirada. Julio se daba cuenta de todo y sufría interiormente, y cuando su padre le volvía la espalda, le enviaba un beso furtivamente con expresión de ternura compasiva y triste. Mientras tanto, por su gran pena y el mucho cansancio, Julio iba adelgazando y demacrándose, viéndose obligado muy a pesar suyo a descuidar cada vez más sus estudios.
Comprendía que todo aquello tendría que terminar. Cada noche se decía: «Hoy no me levantaré.» Pero al dar las doce, cuando habría debido confirmar vigorosamente su propósito, sentía remordimiento, pareciéndole que, si continuaba en la cama, faltaba a una obligación, qué robaba una lira a su padre y a la familia. Y se levantaba pensando que si su padre se despertaba y le sorprendía alguna noche, o si se enteraba por casualidad del engaño contando dos veces las fajas, entonces terminaría, naturalmente, todo, sin un acto de su voluntad, para el que no se sentía con ánimos. Y continuaba realizando el no pequeño sacrificio.
Mas una noche, en la cena, el padre pronunció una palabra que fue decisiva para él. Su madre le miró y, pareciéndole más demacrado y pálido que de costumbre, le dijo:
-Tú estás mal, Julio- Luego, dirigiéndose al padre, añadió: -Nuestro hijo está enfermo. ¿No adviertes su palidez? ¿Qué te pasa, Julito mío?
El padre le miró de reojo y dijo:
-La mala conciencia hace que tenga también mala salud. No estaba así cuando era un chico muy estudioso y un hijo cariñoso.
-¡Pero está enfermo! -replicó la madre.
-¡No me importa! -replicó el padre.
Aquella palabra fue como una puñalada en el corazón del infeliz muchacho. ¡Ah! ¡No le importaba ya su salud a su padre, que antes temblaba con sólo oírle toser! Así, pues, no lo quería; había muerto en el corazón de su padre…
«¡ No, no!, padre mío -dijo entre sí el muchacho oprimido por la angustia-; esto se ha acabado de verdad; yo no puedo vivir sin tu cariño; lo quiero íntegro para mí; te lo diré todo, no te engañaré más, suceda lo que suceda, padre mío, para que vuelvas a quererme. ¡Esta vez estoy del todo decidido!»
No obstante, todavía se levantó aquella noche, más por costumbre que por otra causa; y cuando se levantó quiso ir a visitar, a volver a ver unos minutos, en el silencio de la noche, por última vez, la pequeña habitación donde tanto había trabajado secretamente, lleno de satisfacción y de ternura. Y cuando volvió a encontrarse en la mesa, habiendo encendido el quinqué, viendo las fajas en blanco que ya no llenaría escribiendo unos nombres de ciudades y de personas que ya se sabía de memoria, le invadió una gran tristeza, y tomó con decisión la pluma para reanudar su acostumbrado trabajo. Mas, al extender la mano, tropezó con un libro que se cayó al suelo. Le dio un vuelco el corazón. ¡Si su padre se despertaba!… Claro está que no le sorprendería cometiendo ninguna mala acción, y que él mismo había decidido contárselo todo; sin embargo… el oír acercarse aquellos pasos en la oscuridad, el ser sorprendido a hora tan intempestiva, el que su madre se despertara y se asustara, el pensamiento de que tal vez experimentara su padre una humillación ante él al quedar todo descubierto… casi le aterraba. Aguzó el oído, contuvo la respiración… no oyó nada…; escuchó por la cerradura de la puerta que tenía a sus espaldas: nada. Todos dormían. Su padre no había oído. Se tranquilizó y empezó a escribir de nuevo.
Las fajillas se amontonaban unas sobre otras. Oyó el paso cadencioso de la guardia municipal por la desierta calle; luego, el ruido de un coche, que cesó al cabo de un rato; después, pasado cierto tiempo, el estrépito de una hilera de carros que rodaban lentamente por el empedrado; por último, un silencio profundo interrumpido de vez en cuando por el lejano ladrido de algún perro. Y continuó escribiendo.
Mientras tanto, su padre se hallaba detrás de él: se había levantado al oír caer el libro, y estuvo esperando buen rato; el ruido de los carros había hecho pasar inadvertido el roce de sus pies y el ligero chirrido de las hojas de la puerta; allí estaba con su blanca cabeza sobre la negra de Julio; había visto correr la pluma sobre las fajas, adivinando, recordando, comprendiéndolo todo, y un desesperado arrepentimiento, una inmensa ternura, habían invadido su alma, y le tenían clavado detrás de su heroico hijo.
Julio dio, de pronto, un grito muy agudo: dos brazos convulsos le habían estrechado la cabeza.
-¡Oh, padre, perdóname! -gritó al reconocer a su padre con lágrimas en los ojos.
-¡Tú eres el que debes perdonarme! -respondió el padre, sollozando y cubriéndole de besos la frente-. Lo he comprendido todo, lo sé todo, ¡por eso te pido perdón, santo hijo mío! ¡Ven, ven conmigo! -y le empujó, o más bien le llevó a la cama de su madre, que estaba despierta; se lo echó a sus brazos y le dijo:
-¡Besa a este ángel de hijo, que desde hace tres meses no duerme y trabaja por mí, y al que he entristecido cuando nos ganaba el pan!
La madre lo abrazó fuertemente contra su pecho, sin poder articular palabra; después le dijo:
-¡Vete a dormir y a descansar, hijo mío! ¡Llévalo a la cama!
El padre lo tomó en brazos, lo llevó a su habitación, lo acostó, acariciándole, y le arregló las almohadas y la ropa.
-Gracias, padre -repetía el hijo-, gracias; pero acuéstate; ya estoy contento; vete a la cama, papá.
Mas su padre quería verle dormido; sentóse junto a él, le tomó la mano y le dijo:
-¡Duerme, duerme, hijo mío!
Julio, rendido, se durmió y se despertó mucho después, gozando por primera vez, al cabo de unos meses, de un sueño tranquilo, soñando cosas alegres. Cuando abrió los ojos, hacía un buen rato que brillaba el sol. Primeramente notó y luego vio la blanca cabeza de su padre, que había pasado la noche apoyándola en el borde de la cama cerca de su pecho, y que todavía dormía con la frente inclinada junto a su corazón.
[Se puede leer el cuento completo hacia el final de “Diciembre” en el libro “Corazón” (para leer por Internet).
Se puede descargar el libro completo haciendo click en la portada del libro en esta página (.pdf en .zip)]
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El escribiente florentino me recuerda el inmenso sacrificio y amor generoso del Señor, que se da en silencio y nos cuida de infinitas maneras mientras nosotros a veces, como el padre del cuento, hacemos lo nuestro sin apenas dirigirle la mirada, sin apenas darnos cuenta de lo mucho que quiere el Señor nuestro amor sincero y de cómo le alegraría alguna muestra de nuestro afecto por Él. A veces hasta podríamos pensar que no se preocupa de nosotros cuando la verdad es todo lo contrario.
Nadie ama más que el Señor, cuyo corazón nunca se enfría para nadie, ni siquiera para los fariseos, a quienes recordó en el Evangelio del XXII Domingo de Tiempo Ordinario la profecía de Isaías: “‘su corazón está lejos de mí’” (Mc. 7, 6).
No nos podremos imaginar nunca el dolor que sufrió al lamentar: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos a la manera que la gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no quisiste!” (Mt. 23, 37) ¡Con qué ternura amó a los que pedirían su muerte! “Así que estuvo cerca [de Jerusalén], al ver la ciudad, lloró sobre ella…” (Lc. 19, 41).
Más dolor le causamos cuando pecamos, cuando elegimos alejarnos de Su Amor, dejando así que nuestra relación con Él se enfríe. ¡Qué pena si nos alejáramos del Señor por malentendidos, por pensar que Él no se preocupa de nosotros cuando nos da hasta su propia vida! Que el Señor nos conceda la gracia de amarle sobre todas las cosas y de cumplir Su mandamiento de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado.
[Fotos de WIkimedia Commons: tintero(Chris Wightman) / luna (Peter Freiman)]
Pregunta del día [Puede dejar su respuesta en los comentarios]: ¿Cree que la gente se aparta del Señor por malentendidos? Si es así, ¿a qué cree que se deben? ¿Cómo ayudar a alguien que piensa que el Señor no le ama personalmente?
Mañana: S. Gregorio Magno - “El culto que me dan está vacío”(Mc. 7, 7)
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- Le dice el Señor a Jeremías: "Antes que te formara en el vientre te conocí, antes de que tú salieses del seno materno te consagré y te designé para profeta de pueblos." (Jeremías 1, 5)
- Salmo 139 que comienza: "¡Oh Señor!, tú me has examinado y me conoces..." y termina: "Escudríñame, ¡oh DIos! y examina mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes, y mira si mi camino es torcido, y condúceme por las sendas de la eternidad"
- Nos dice Jesucristo que hasta nuestros cabellos están contados (Mt. 10, 30)
Si uno no piensa que el Señor le ama en particular, difícil sería para esa persona querer tener una relación personal con Él y buscarle en la Iglesia. Pero, el Señor está en nuestras vidas haciendo muchísimo por nosotros, pero trabaja silencioso y desapercibido muchas veces, como el aliento que nos da vida. Un saludo.
Creo que le ayudaría saber que es propio del ser humano tener noches oscuras y Jesucristo mismo, por ser verdadero hombre además de verdadero Dios, quiso pasar por esta prueba y tuvo que decir "Dios mío ¿por qué me has abandonado?", antes de decir: "Padre en tus manos encomiendo mi espíritu"
Cuanto nos sintamos abandonados debemos arrojarnos como Jesucristo en las manos del Padre con toda confianza.
O quizás le podría ayudar esta conocida historia que se titula HUELLAS EN LA ARENA:
Una noche tuve un sueño... soñé que estaba caminando por la playa con el Señor y, a través del cielo, pasaban escenas de mi vida.
Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor.
Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena.
Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: "Señor, Tu me dijiste, cuando resolví seguirte, que andarías conmigo, a lo largo del camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo porque Tu me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba".
Entonces, El, clavando en mi su mirada infinita me contestó: "Mi querido hijo. Yo te he amado y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas fue justamente allí donde te cargué en mis brazos".
Paz y bien
"Dios mío, yo creo en tu amor por mí"
Cuando lo sienta así, será una oración de agradecimiento.
Cuando no lo sienta así, será un acto de fe que agradará a Dios más aún que la acción de gracias.
Mi amiga no habla español, pero también buscaré la mejor oportunidad para pasarle sus consejos. Muchísimas gracias de todo corazón.
Maria Lourdes, bonito articulo y bonitas imagenes que lo ilustran; en especial, el ultimo grabado o pintura. (Practicamente nunca respondo a las preguntas del dia que planteas; !lo siento mucho!).
Pero, me acabo de enterar que el autor fue socialista, o sea que ojo a cómo presenta el patriotismo y los discursos políticos. A pesar de eso, también hay cartas de la madre del protagonista que escribe su diario animándole a rezar y a comportarse bien para que puedan estar juntos en el cielo. Creo que "De los Apeninos a los Andes" es considerado un clásico en la literatura infantil. Un saludo.
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