4.11.24

LXVII. La acción de Cristo en el infierno de los condenados

El infierno[1]

Santo Tomás, después del articulo dedicado a la acción de Cristo en el infierno de los santos padres, en el siguiente, lo destina a averiguar cuál fue su actuación en el infierno de los condenados. Su conclusión es que a los condenados: «el descenso de Cristo a los infiernos no les trajo la liberación del reato de la pena infernal»[2]. No libró a ninguno de ellos de la pena de daño ni de la de sentido, que habían recibido.

Los ángeles rebeldes o demonios habían sido arrojados al infierno y allí son también sumergidas las almas reprobadas. Al igual que a las otras estancias ultraterrenales, que en distintos lugares o estados viven los espíritus, y que, como explica Royo Marín: «no hay sobre este punto ninguna declaración dogmática de la Iglesia. No pertenece, por lo mismo, al depósito dogmático de la Iglesia. Fundamentalmente, los datos de la fe pueden salvarse diciendo que lo que afecta a las almas separadas es un nuevo estado (de salvación, condenación, purificación…), pero no un lugar determinado. Sin embargo, la opinión que asigna un determinado lugar a las almas separadas, aun antes de volverse a reunir con sus cuerpos resucitados, es la más probable, y, desde luego, la más común entre los teólogos»[3].

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15.10.24

LXVI. El descenso de Cristo al limbo de los justos

El pecado original en los justos[1]

En los restantes cuatro artículos de esta cuestión dedicada a la bajada de Cristo a los infiernos, Santo Tomás se ocupa de si hubo y cómo fue en su caso la liberación en el infierno de los santos padres, en el infierno de los condenados, en el infierno de los niños que murieron en pecado original y en el infierno de los que tenían pecados veniales o imperfectamente purificados de sus pecados.

Respeto al primer lugar de los infiernos, el limbo de los justos afirma Santo Tomás que Cristo liberó a todos los santos padres que estaban allí. Indica que es «lo que dice San Agustín, en un sermón sobre la Pasión, que cuando Cristo descendió a los infiernos, «quebrantó la puertas del infierno y los cerrojos de hierro» (Serm. Supuestos, serm. 160) y puso en libertad a todos los justos que allí estaban detenidos por causa del pecado original»[2].

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1.10.24

LXV. La permanencia de Cristo en los infiernos

Permanencia total[1]

En esta cuestión dedicada al descenso de Cristo a los infiernos, Santo Tomás se ocupa también de determinar, en los artículos siguientes de los dos ya comentados, el modo que estuvo Cristo en ellos y el tiempo que estuvo en los mismos. Su conclusión es que, a pesar de la separación de su alma de su cuerpo permaneció todo en los infiernos.

Obtiene esta tesis del siguiente argumento: «Como es manifiesto por lo dicho en la Primera Parte(q.31, a.2 ad 4), el género masculino se refiere a la hipóstasis o persona; el género neutro, en cambio, corresponde a la naturaleza»[2].

Esta es la primera premisa de la que parte. En el lugar citado había escrito: «El género neutro es informe, y, en cambio, el masculino, y lo mismo el femenino, es formado y distinto, Con el género neutro se expresa, pues, con propiedad la esencia común y con el masculino y femenino cualquier supuesto (substancia concreta individual) determinado en la común naturaleza. Así sucede también en las cosas humanas, pues si se pregunta: «¿Quién es éste?», se responde «Sócrates», que es nombre de supuesto. Más si se pregunta: «¿Qué es éste?». Se responde: «Un animal racional y mortal»[3]. Lo que denomina Santo Tomás género neutro es el término que significa la esencia concreta común; y los términos de géneros masculino y femenino expresan la esencia concreta e individual, la que posee todo supuesto o substancial individual, tanto el no racional como el racional o persona.

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16.09.24

LXIV. El Infierno de los condenados y Cristo

Naturaleza del infierno[1]

Como se indica en el nuevo Catecismo: «La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno» (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del pueblo de Dios, 12)». El infierno y las penas son eternos.

Se precisa seguidamente que: «La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira»[2]. Esta pena, que se denomina pena de daño, priva de la visión de Dios, por estar separado de Él, y de todos los bienes que proceden de esta condena.

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2.09.24

LXIII. Descenso de Cristo a los infiernos

Cristo en los infiernos[1]

Al empezar las ocho cuestiones, que Santo Tomás dedica a la pasión de Cristo, en sentido amplio, en su tratado de la vida de Cristo de la Suma teológica, indica que tratará respecto: «a la salida de Cristo de este mundo: primero de su pasión misma; segundo de la muerte; de la sepultura; y cuarta de su bajada a los infiernos»[2].

Como a las anteriores le da gran importancia, porque como escribió el dominico escriturista Alberto Colunga: «Santo Tomás tenía especial devoción por la pasión de Jesucristo y el Señor le había concedido una inteligencia grande de sus misterios, que el gustaba de explicar, sea al pueblo en sus sermones, sea a los doctos en sus comentarios al Nuevo Testamento. Las cuestiones de la Suma que tratan de este misterio fueron escritas el último año de la vida del Santo, y parece que fue sobre ellas y no sobre la Eucaristía sobre las que recibió de la imagen del crucifijo aquella aprobación «Bien has escrito de mí Tomás»[3].

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