InfoCatólica / Sapientia christiana / Categoría: Sin categorías

28.02.19

LIII. La seguridad de la propia salvación

Garrigou Lagrange581. ––¿La bondad de la providencia divina garantiza invariablemente la eficacia de la oración?

––La providencia de Dios es infinitamente buena, pero advierte Santo Tomás que: «Esto no impide, sin embargo, que algunas veces no admita Dios las peticiones de los que oran». Se puede probar que ello es comprensible con el argumento siguiente: «ya se ha demostrado que Dios cumple los deseos de la criatura racional por la exclusiva razón de que ésta desea el bien. Y a veces sucede que lo que se pide no es un bien verdadero, sino aparente y en realidad un mal. Por tanto, Dios no puede escuchar semejante oración. De ahí que Santiago diga: «Pedís y no recibís, porque pedís mal» (San 4, 3)»[1]. También dice San Juan: «Ésta es la confianza que tenemos con Él: que Él nos escucha si pedimos algo conforme a su voluntad»[2]. Cuando pedimos algo a Dios, que no nos conviene, su amor es el que hace que no nos lo conceda.

Explica más adelante que: «A veces sucede que alguien niega por amistad a su amigo lo que éste le pide, pues sabe que le es nocivo, o que lo contrario le librará mejor; como cuando el médico no accede a la petición del enfermo, porque sabe que no le facilitará la consecución de la salud corporal; de donde, habiéndose demostrado ya que Dios cumple, por el amor que tiene a la criatura racional, los deseos que ésta le propone mediante la oración, no hay que admirarse, porque alguna vez no cumpla la petición de aquellos que principalmente ama, porque obra así para cumplir lo que más conviene a la salvación de quien pide».

Todo ello también es manifiesto en la Escritura. Así, por ejemplo: «cuando Pablo le pidió por tres veces que le librase del aguijón de la carne, no se lo quitó, pues sabía que le convenía para conservar la humildad»[3]. Además, el Señor le contestó: «Te basta mi gracia»[4]. Añade Santo Tomás: «A propósito dice el Señor a algunos: «No sabéis lo que pedís» (Mt 20, 22). Y San Pablo: «Pues no sabemos lo que nos conviene pedir» (Rm 8, 26). Y, en conformidad con esto, dice San Agustín: «Bueno es el Señor, que muchas veces no nos da lo que queremos, para concedernos lo que más queremos» (Epíst. 31, 1)».

Leer más... »

15.02.19

LII. La gracia de la oración

569. ––Si, como se ha probado: «todo cuanto se realiza aquí abajo, incluso lo contingente, cae bajo la divina providencia», parece que se plantea la siguiente alternativa: «o que la providencia no sea cierta o que todo suceda necesariamente». Las dos opciones son contrarias a lo expuesto hasta este nuevo capítulo, dedicado a la certidumbre de la providencia divina. ¿Cómo resuelve el Aquinate esta dificultad que plantea?

––La dificultad la presenta Santo Tomás en cinco objeciones distintas. Para resolverlas, presenta una síntesis de lo ya ha expuesto y probado. Para hacer frente a estas objeciones, recuerda estas tres tesis. Primera: «nada escapa a la divina providencia». Segunda: «el orden de la misma es inmutable». Tercera: «todo lo provisto por ella tiene que acontecer necesariamente».

La primera queda probada si: «se tiene en cuenta que, como Dios es la causa universal de todo cuanto existe y a todo da el ser, es preciso que el orden de su providencia lo abarque todo; pues a las cosas a las que dio el ser es preciso que les dé la conservación, y que, además, les confiera la perfección en su último fin (III, c. 64 y ss.)».

Leer más... »

31.01.19

LI. La buena suerte y la fatalidad

559. ––En capítulos anteriores, se ha probado que: «las elecciones y los movimientos de la voluntad son inmediatamente dispuestos por Dios», porque los causa. «Por el contrario, el conocimiento humano, o sea, el intelectual, es regulado por Dios mediante los ángeles», en el sentido de ayudado para que se perfeccione; «y en cuanto atañe al cuerpo, sean cosas interiores o exteriores, destinados al uso, es gobernado por Dios mediante los ángeles y los cuerpos celestes», en cuanto causas ocasionales indirectas. ¿Hay un motivo por el que el Aquinate afirme que «las cosas humanas se reducen a las causas superiores»?

Leer más... »

16.01.19

L. Los astros y las facultades humanas

548. ––Después de los siete capítulos, dedicados al modo que se ejecuta el orden de la providencia divina, ¿qué es lo que estudia a continuación el Aquinate sobre la providencia?

––En los siguientes capítulos, Santo Tomás se ocupa de examinar si, además de las substancias espirituales, gobiernan al hombre otras substancias. Antes en un capítulo, a modo de epílogo de los anteriores, recuerda que: «Acerca de la inquisición del orden que se ha de imponer a las cosas, podemos colegir que Dios lo dispone todo por si mismo (…) Sin embargo, en cuanto a la ejecución, administra las cosas inferiores por las superiores: las corporales por las espirituales (…) Y los espíritus inferiores, administrados por los superiores (…) Administra también los cuerpos inferiores por los superiores»[1].

Los cuerpos superiores, o «cuerpos celestes», como todo lo corpóreo, están compuestos de materia, pero considera Santo Tomás que están en la escala de los entes en un grado superior dentro del nivel de los cuerpos. Esta tesis, que parece sorprendente se explica, porque, como notaba el dominico Jesús Valbuena, al ocuparse de esta temática: «habla el santo Doctor según los conocimientos y el estado de las ciencias físico-químicas y físico-biológicas y astronómicas de su tiempo».

Leer más... »

3.01.19

XLIX. Los Demonios y los hombres

537.     ––Se ha establecido que los ángeles, por voluntad divina, intervienen en la vida de los hombres ¿Puede afirmarse también que actúan sobre los seres inferiores a los hombres?

––Para conocer la respuesta a esta cuestión, que en la Suma contra los gentiles no trata directamente, debe tenerse en cuenta  que Santo Tomás sostiene que: «Dios rige los cuerpos inferiores mediante los cuerpos celestes».

Se explica, porque: «Así como en las substancias intelectuales hay unas superiores a otras, así también las hay en las substancias corporales. Mas las substancias intelectuales son regidas por las superiores, a fin de que la disposición de la divina providencia descienda gradualmente hasta lo más bajo, según se dijo (III, c. 78 y s.). Luego, por idéntica razón, los cuerpos inferiores son regidos por los superiores».

Da varios argumentos para probar esto último. Uno de ellos, basado en la Física de Aristóteles, es el siguiente: «Es necesario que el primer principio del movimiento sea algo inmóvil. Según esto, las cosas más cercanas a la inmovilidad deben ser motoras de las otras. Es así que los cuerpos celestes están más próximos a la inmovilidad del primer principio que los cuerpos inferiores, porque sólo se mueven con una especie de movimiento, el local, mientras que los otros cuerpos muévense con toda clase de movimientos. Luego, los cuerpos celestes son motores y rectores de los inferiores»[1].

Leer más... »