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3.03.25

LXXV. El cuerpo glorioso de Cristo

Gloria y claridad[1]

San Pablo, en el texto de la enumeración de los cuatro dotes o cualidades de los cuerpos resucitados, nombra, en segundo lugar a la «gloria»[2], en el sentido de claridad, tal como se ha interpretado siempre . Explica Santo Tomás que «habla del dote de claridad diciendo «sembrado en ignominia» (1 Cor 14, 43) esto es un cuerpo que antes de la muerte y en la muerte está sujeto a muchas fealdades y miserias «el hombre nacido de mujer, viviendo breve tiempo, está cercado de muchas miserias» (Job, 14, 1) pero «resucitará en gloria» (1 Cor 14, 41) la cual significa claridad como dice San Agustín que los cuerpos de los santos serán claros y luminosos, como se dice en la Escritura: «los justos resplandecerán como el sol» (Mateo 13, 43)»[3].

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17.02.25

LXXIV. El cuerpo de Cristo resucitado

El cuerpo resucitado[1]

Al tratar Santo Tomás, en la siguiente cuestión, las cualidades de Cristo resucitado, plantea, en primer lugar, si Cristo tuvo verdadero cuerpo después de la resurrección. Comienza presentando tres argumentos, que parecen concluir que no tuvo un auténtico cuerpo al resucitar.

En el primero se dice que: «El verdadero cuerpo no puede estar junto con otro cuerpo en el mismo lugar. Pero el cuerpo de Cristo, después de la resurrección, estuvo junto con otro cuerpo en el mismo lugar, pues entró donde los discípulos, estando las puertas cerradas, como se dice en San Juan (Jn 20, 26). Luego parece que Cristo no tuvo verdadero cuerpo después de su resurrección»[2].

En la correspondiente respuesta explica Santo Tomás que el cuerpo glorioso de Cristo: «no por la naturaleza del cuerpo, sino por el poder de la divinidad que le está unida, entró aquel cuerpo verdadero donde los discípulos, cerradas las puertas. Por lo que San Agustín dice, en un Sermón de Pascua, que algunos disputaban de este modo: «Si era cuerpo, si resucitó del sepulcro el cuerpo que pendió en la cruz ¿cómo pudo entrar a través de unas puertas cerradas?». A lo que responde: «Si comprendieras el modo, no sería milagro. Donde la razón no alcanza, allí hay edificación de la fe» (San Agustín, Aparición a los discípulos, Serm. 247)».

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3.02.25

LXXIII. Autor de la resurrección de Cristo

Causa de la resurrección de Cristo[1]

Como en Cristo: «según se ha probado más arriba (III, q. 50, a. 2,3), por la muerte de Cristo no se separó la divinidad ni de su alma ni de su cuerpo. Con todo, tanto el alma de Cristo muerto como su cuerpo pueden considerarse de dos maneras: la una, en razón de la divinidad a que están unidas; la otra, en razón de su naturaleza creada» y , por tanto, en sí misma».

Según esta consideración: «en virtud de la divinidad, que le está unida, el mismo cuerpo vuelve a tomar el alma de que se había separado, y el alma toma el cuerpo que había dejado. Y esto es lo que se dice de Cristo: «si bien fue crucificado por nuestra debilidad, pero vive por el poder de Dios» (II Cor 13, 4). La causa del de la resurrección, fue, por tanto, por sí mismo, por su cuerpo y su alma unidas siempre a la divinidad.

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15.01.25

LXXII. Cristo, primer resucitado

Prueba de la Sagrada escritura[1]

En el artículo siguiente, el tercero de la cuestión de la Suma teológica dedicada a la resurrección de Cristo, Santo Tomas afirma que fue el primero en resucitar de todos los muertos. Lo confirma con estas palabras de San Pablo: «Cristo resucitó de entre los muertos, como primicias de los que mueren»[2]. Explica seguidamente que «Sobre lo cual dice la Glosa ordinaria: «Porque es el primero de los resucitados en el tiempo y en la dignidad » (IV, 58 r)»[3]. También se lee en otra de las epístolas paulinas: «Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia, y el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la primacía»[4].

Indica Santo Tomás, al comentar este último pasaje, que San Pablo: en él: «propone y expone la parte o papel que corresponde a Cristo en toda la Iglesia», que es el de ser «cabeza de la Iglesia».

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2.01.25

LXXI. El día de la resurrección de Cristo

La prueba del tercer día[1]

En el siguiente artículo, el segundo de la cuestión de la Suma teológica sobre la resurrección de Cristo, Santo Tomás se ocupa de examinar la conveniencia respecto al día en que ocurrió. Según: «lo que el Señor dice en el Evangelio de San Mateo: «Le entregarán a los gentiles para escarnecerle, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará» (Mt 20, 19)»[2].

En Jesús de Nazaret, Joseph Ratzinger advierte que: «El tercer día no es una «fecha teológica», sino el día de un acontecimiento que para los discípulos ha supuesto un cambio decisivo tras la catástrofe de la cruz». Este día no sólo se refiere al hecho de la resurrección, sino también: «al primer encuentro con el Señor resucitado. El primer día de la semana –el tercero después del viernes– está atestiguado desde los primeros tiempos en el Nuevo Testamento como el día de la asamblea y el culto de la comunidad cristiana (Cf 1 Co 16, 2; Hch 20, 7; Ap 1, 10)».

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