LXVI. El descenso de Cristo al limbo de los justos

El pecado original en los justos[1]

En los restantes cuatro artículos de esta cuestión dedicada a la bajada de Cristo a los infiernos, Santo Tomás se ocupa de si hubo y cómo fue en su caso la liberación en el infierno de los santos padres, en el infierno de los condenados, en el infierno de los niños que murieron en pecado original y en el infierno de los que tenían pecados veniales o imperfectamente purificados de sus pecados.

Respeto al primer lugar de los infiernos, el limbo de los justos afirma Santo Tomás que Cristo liberó a todos los santos padres que estaban allí. Indica que es «lo que dice San Agustín, en un sermón sobre la Pasión, que cuando Cristo descendió a los infiernos, «quebrantó la puertas del infierno y los cerrojos de hierro» (Serm. Supuestos, serm. 160) y puso en libertad a todos los justos que allí estaban detenidos por causa del pecado original»[2].

Explica seguidamente que, como ha dicho en el artículo anterior: «Cristo, al descender a los infiernos, obró por la virtud de su pasión. Y por su pasión, como también más arriba se ha dicho Cristo libro al género humano no sólo del pecado, sino también del reato de la pena», por tanto, del reato o lo debido por la culpa.

Sin embargo, debe tenerse en cuenta que: «los hombres estaban sujetos por el reato de la pena de dos modos: uno, por el pecado actual, que cada persona había cometido. Otro, por el pecado de toda la naturaleza humana, que del primer padre pasó a toda la descendencia, como dice San Pablo a los Romanos (Rom 5, 12)»[3].

San Pablo dice en este versículo citado: «como por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, también así pasó la muerte a todos los hombres, por cuanto todos pecaron»[4].

En su extenso comentario a este versículo sobre el pecado del primer hombre, del pecado original, y las consecuencias del mismo para todos los demás, presenta Santo Tomás la siguiente dificultad: «los defectos que se transmiten por un origen viciado no tienen razón de culpa. No merecen pena, sino más bien misericordia, como dice el Filósofo de aquel que nace ciego, o de cualquier otro modo con alguna privación. Y esto es así, por lo tanto, si algún contacto nos resulta por el origen del primer padre, no se ve que haya en nosotros razón de culpa, sino de pesar»

Sin embargo ,afirma Santo Tomás que hay culpa, porque: «Así como el pecado actual es un pecado de la persona, porque se comete por la voluntad de la persona que peca, así también el pecado original es un pecado de la naturaleza que es cometido por voluntad del principio de la naturaleza humana».

Se puede comprender mejor esta razón si: «se considera que como los diversos miembros del cuerpo son partes de la persona de un hombre, así también todos los hombres son partes y como miembros de la naturaleza humana. De aquí que también Porfirio diga que en la participación de la especie muchos hombres son un solo hombre. Y vemos que el acto de pecado cometido por algún miembro, por ejemplo, por la mano o por el pie, no tiene razón de culpa por la voluntad de la mano o del pie, sino por la voluntad de todo el hombre, de la cual como de cierto principio se deriva el movimiento del pecado al miembro particular».

De manera parecida: «por voluntad de Adán, que fue el principio de la naturaleza humana, todo desorden de la naturaleza tiene razón de culpa en todos, a los cuales se deriva en cuanto a que son susceptibles de culpa. Y así como el pecado actual, que es pecado de la persona, se deriva a un miembro particular por algún acto personal, así también el pecado original se deriva a cada uno de los hombres por un acto de la naturaleza, el cual es la generación. Y así como por la generación humana se transmite la naturaleza, así también por la generación se transmite el defecto de la naturaleza humana, el cual es consecuencia del pecado del primer padre».

Defectuosidad de la naturaleza humana

El defecto de la naturaleza es aquí: «la carencia de la justicia original, que divinamente se le había concedido al hombre, no sólo en cuanto era una persona singular, sino también en cuanto era el principio de la naturaleza humana, de modo que junto con la naturaleza la transmitiría a los posteros»[5].

Explica Santo Tomás, en la Suma teológica, que, según el Eclesiástico: «Dios hizo al hombre recto» (Ecl 7, 30). Esta rectitud consistía en que la razón estaba sometida a Dios; las facultades inferiores, a la razón; y el cuerpo, al alma. La primera sujeción era causa de las otras dos, ya que, en cuanto que la razón permanecía sujeta a Dios, se le sometían a ellas las facultades inferiores».

En este primer estado de justicia, o rectitud con respecto a Dios, un estado de inocencia antes del pecado: «mediante la justicia original, la razón dominaba las fuerzas inferiores y, al mismo tiempo, ella estaba sometida a Dios. Esta justicia original desapareció por el pecado original; y, como consecuencia lógica, todas esas fuerzas han quedado disgregadas, perdiendo su inclinación a la virtud».

El defecto de la naturaleza consistió en «esa falta de orden respecto del fin», que se denomina también «herida de la naturaleza». Más concretamente la naturaleza quedó con cuatro llagas, porque: «como son cuatro las potencias del alma que pueden ser sujeto de la virtud, a saber, la razón, en quien radica la prudencia; la voluntad, que sustenta a la justicia; el apetito irascible, que sostiene a la fortaleza, y el concupiscible, en que está la templanza».

Quedaron heridas y, por ello, debilitadas, las dos facultades espirituales del hombre y sus dos apetitos sensibles o corporales, que son el sujeto de estas cuatro virtudes cardinales, porque: «en cuanto que la razón pierde su trayectoria hacia la verdad, aparece la herida de la ignorancia; en cuanto que la voluntad es destituida de su dirección al bien, la herida de la malicia; en cuanto que el apetito irascible reniega de emprender una obra ardua, la herida de la flaqueza, y en cuanto que la concupiscencia se ve privada de su ordenación al bien deleitable, conforme la ley de la razón, la herida de la concupiscencia»[6], o deseo desordenado de los bienes corporales y sensibles.

A las heridas del apetito sensible se le denomina «fomes», término latino que significa la yesca que da pábulo para las llamas, ya que es como material combustible que fomenta el pecado. De manera que «los fomes no son otra cosa que la concupiscencia desordenada del apetito sensitivo, que es una concupiscencia habitual», una inclinación, «porque la actual es un movimiento pecaminoso»[7].

Como se dijo en el Concilio de Trento: «la Iglesia Católica nunca ha entendido que esta concupiscencia, llamado pecado alguna vez por el Apóstol, sea de este modo llamada porque haya en los bautizados verdadero y propiamente pecado, sino porque del pecado procede y al pecado inclina»[8]. A esta inclinación, que procede del pecado original, podría decirse que es natural, en cuanto heredado con la naturaleza humana, impulsa al pecado actual, al pecado personal.

Los pecados personales

Además, al fomes le favorecen: «los impulsos de las pasiones corporales y las cosas apetecibles según el sentido y muchas ocasiones de obrar el mal, que fácilmente provocan al hombre a pecar, a no ser que se retraiga por una fuerte adhesión al fin último, que es efecto de la gracia»[9]. Gracia, que recibieron los patriarcas por los sacramentos del Antiguo Testamento.

Estos sacramentos de la Antigua Ley causaban la gracia como causa ocasional, porque servían para manifestar la fe y la unión con el futuro Mesías, y así expresar el arrepentimiento por los propios pecados. Causaban, por tanto, la gracia «por la obra del que obra» (ex opere operantis), porque estos sacramentos requerían la disposición previa del que hace la obra o del que recibe la actuación de la causa. Esta última causación sería la propia de los sacramentos de la Antigua Ley que requerían para su eficacia salvadora la fe en la venida de Cristo.

En cambio, los sacramentos de la Nueva Ley, instuidos por Cristo confieren la gracia por sí mismos con su mera aplicación, independientemente de las acciones subjetivas del que los administra o del que los recibe. Su causación es «por la obra realizada» (ex opere operato), porque el efecto es producido sólo en virtud de la misma constitución de la causa, prescindiendo de todo lo demás.

A diferencia de los antiguos sacramentos, con la gracia del bautismo, se quita la culpa y la pena del pecado original de cada hombre. Sin embargo, aunque: «por el bautismo se limpia uno del pecado original en cuanto a la culpa, pues el alma recupera la gracia en cuanto a su mente (o actividad espiritual), sin embargo permanece el fomes»[10], que, como se ha dicho, si no pasa al acto no es pecado.. El hombre al ser bautizado queda limpio de la culpa y absuelto de toda la pena debida por la misma, pero le queda el hábito pecaminoso.

Además, la gracia del bautismo, y también de los otros sacramentos, regenera las cuatro heridas de la ignorancia, la malicia, la flaqueza y la concupiscencia en su naturaleza, dejadas por el pecado original. Sin embargo, con su reparación, queda especialmente siempre el hábito del fomes, la concupiscencia o el apetito sensible desordenado, que no es propiamente pecado, pero, por provenir del pecado, del pecado original de la naturaleza, ha dejado en tal naturaleza humana una propensión o tendencia al pecado, al pecado personal.

Por último, nota Santo Tomás que: «estas mismas cuatro heridas son las que proceden de cualquier clase de pecados, ya que por el pecado la razón pierde agudeza, principalmente en el orden práctico; la voluntad se resiste a obrar el bien; la dificultad para el bien se nace cada vez mayor; y la concupiscencia se inflama sin cesar», De manera que «la inclinación al bien de la virtud va disminuyendo en cada hombre a causa del pecado»[11].

Según lo dicho, todos los hombres se encontraban como en germen y como fusionados en el primer hombre, de ahí que sus voluntades estaban como fusionadas en la voluntad de Adán cuando pecó. No es una herencia injusta, la de la culpa y la pena correspondiente, porque, como explica Santo Tomás en la Suma teológica: «Todos los hombres nacidos de Adán pueden ser considerados como un solo hombre, en cuanto todos convienen en la naturaleza, que reciben del primer hombre, lo mismo que todos los miembros de una comunidad civil son considerados como un solo cuerpo, y la comunidad como un solo hombre»[12].

De su situación actual, de naturaleza caída, efecto del pecado original, aunque no ha sido de un pecado personal suyo, el hombre es culpable. Como se afirmó en el Concilio de Trento: «Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él solo, sino para toda la naturaleza humana; cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído»[13]. Igualmente se dice en el nuevo Catecismo: «todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, S. Pablo lo afirma: «Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores» (Rm 5, 19)»[14].

Si, sin el primer pecado, se hubiera heredado la justicia original: «de manera semejante la privación de tal justicia original se transmitió a los posteriores, teniendo en ello razón de culpa por lo dicho». Por ello, se puede inferir que: «en la propagación del pecado original la persona inficionó la naturaleza, o sea, que pecando vició Adán la naturaleza humana». En cambio, en los demás fue a la inversa, porque en ellos: «la naturaleza viciada inficionó a la persona»,

Sin embargo, los pecados personales de los hombres posteriores: «no se transmiten a los hijos, porque únicamente por el primer pecado quedó perdido el bien de la naturaleza, que había de transmitirse por origen de la naturaleza»[15].

Las penas del pecado original

Aparte del defecto de la naturaleza, el primer pecado implicó un castigo. Explica Santo Tomás que: «pena de este pecado es la muerte corporal y la exclusión de la vida de la gloria, como es evidente por lo que se dice en el Génesis (Gen 2, 17 y 3, 3. 19. 23ss.), que Dios arrojó al hombre del paraíso después del pecado, a quien, antes del pecado, había amenazado con la muerte si pecaba».

Por lo que: «Cristo, bajando a los infiernos, por la virtud de su pasión libró a los santos de ese reato, por el que estaban excluidos de la vida de la gloria, de modo que no podían ver a Dios por esencia, en lo que consiste la perfecta bienaventuranza del hombre, como se ha expuesto más arriba»[16].

Santo Tomás había probado que la felicidad del hombre está en la visión de Dios, ya que: «el hombre no es perfectamente feliz mientras le quede algo que desear y buscar». Se explica porque el entendimiento, facultad superior del hombre: «tiene por objeto «lo que cada cosa es», a saber, la esencia de las cosas, como dice Aristóteles (Sobre el alma, III, c. 6, n. 7). Por esto, la perfección del entendimiento se da en la medida en que conoce la esencia de una cosa».

Se sigue de ello que: «para la perfecta felicidad se requiere que el entendimiento alcance la misma esencia de la causa primera. De esta suerte logrará la perfección por la unión con Dios, como con su objeto, en el cual únicamente está la bienaventuranza del hombre»[17].

Por todo ello, se puede concluir que: «Los santos Padres estaban detenidos en el infierno por cuanto a causa del pecado del primer Padre, les estaba cerrada la entrada a la vida gloriosa. De manera que Cristo, bajando a los infiernos, libró de ellos a los santos Padres. Esto es lo que se dice en Zacarías: «Tú, mediante la sangre de tu alianza, sacaste a los cautivos del lago en que no había agua» (Zc 9, 11). Y a los colosenses escribe San Pablo: «Despojó a los principados y a las potestades» (Col 2, 15), es decir infernales, y, «arrebatando a Abrahán, Isaac y Jacob con los demás justos, los trasladó lejos del reino de las tinieblas, al cielo», como dice a Glosa»[18].

Puede objetarse a la afirmación que, en su bajada a los infiernos, Cristo libró de allí a los santos Padres, lo siguiente: «Quitada la causa, queda quitado el efecto. Pero la causa de la bajada de Cristo a los infiernos era el pecado, que fue quitado por la pasión de Cristo, como ya se ha dicho». La pasión de Cristo fue la causa del efecto de quitar los pecados. Por tanto, el descenso de Cristo ya no podía ser la causa de este efecto. «Luego los santos Padres no fueron sacados de los infiernos por el descenso de Cristo a los mismos»[19], puesto que ya habían sido redimidos.

No niega Santo Tomás que la pasión fue la causa de la remisión de los pecados, pero precisa, en su respuesta que: «Al instante de morir Cristo su alma descendió a los infiernos, mostrando el fruto de su pasión a los santos que estaban retenidos en el infierno, aunque no salieran de allí mientras Cristo moró en aquel lugar, pues a misma presencia de Cristo pertenecía al culmen de la gloria»[20].

También se podría negar la conveniencia del descenso de Cristo al infierno con la siguiente argumentación: «Ninguno es retenido en los infiernos si no es por el pecado. Los santos Padres fueron justificados del pecado por la fe en Cristo durante su vida. Luego no tenían necesidad de que Cristo los librase de los infiernos al descender a ellos»[21].

En su réplica, recuerda Santo Tomás que: «Los santos Padres, por la fe en Cristo, fueron liberados en vida de todo pecado, tanto original como actual, y del reato de la pena de los pecados actuales; pero no del reato de la pena del pecado original, por el que estaban excluidos de la gloria, mientras no se pagase el precio de la redención humana». Los pecados actuales o personales habían sido perdonados por los sacramentos de la Antigua Ley, pero no del pecado de la naturaleza humana, que les impedía entrar en el cielo, pero fueron liberados por la pasión de Cristo del reato de esta culpa,

Debe tenerse en cuenta que: «De este modo también ahora los fieles de Cristo quedan libres, por medio del bautismo, del reato de los pecados actuales, y del reato del pecado original en cuanto a la exclusión de la gloria». Este reato queda perdonado y podrán ya ir al cielo.

Sin embargo, precisa Santo Tomás «quedan obligados todavía por el reato del pecado original a la necesidad de la muerte corporal, pues son renovados en el espíritu, pero no según la carne, conforme lo que dice San Pablo: «El cuerpo está muerto (condenado a la muerte) por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia»(Rm 8, 10)»[22].

Al comentar este versículo de San Pablo explica Santo Tomás que en el mismo se dice: «Cristo viene al mundo de modo que en cuanto al espíritu está lleno de gracia y de verdad, y, sin embargo, en cuanto al cuerpo tiene semejanza de carne de pecado»[23]. Sin embargo: «Cristo no tuvo carne de pecado, o sea, concebida con pecado, porque su carne fue concebida por el Espíritu Santo que quita el pecado (…) Pero tuvo semejanza de carne de pecado, esto es, semejante a la carne pecadora en que era pasible, porque la carne del hombre antes del pecado no estaba sujeta al sufrimiento»[24].

Así se explica que ahora: «es forzoso que esto ocurra también en nosotros por nuestro cuerpo», que «el pecado aún permanezca en nuestra carne (…) esto es, abandonado a la necesidad de la muerte». No obstante: «en la resurrección no sólo se les quitará a nuestros cuerpos que sean muertos, esto es, que tengan necesidad de la muerte, sino también que sean mortales, esto es, la posibilidad de morir, como fue el cuerpo de Adán antes del pecado. Porque después de la resurrección nuestros cuerpos serán totalmente inmortales»[25].

 

Eudaldo Forment



[1] Giotto di Bondone, «Descenso al Limbo» (1320-1325).

[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 52, a. 5, sed c.

[3] Ibíd., III, q. 52, a. 5, in c.                                                                                    

[4] Rm 5, 12.

[5] Santo Tomás de Aquino, Comentario a la epístola a los romanos, c. 5, lec. 3.

[6] Ibíd., I-II, q. 85, a. 3, in c.

[7] Ibíd. III, q. 27, a. 3, in c.

[8] CONCILIO DE TRENTO, Decreto sobre el pecado original, V.

[9] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, c. 160.

[10] ÍDEm, Suma teológica, I-II, q. 81, a. 3, ad 2.

[11] Ibíd., I-II, q. 85, a. 3, in c.

[12] Ibíd., I-II, q. 81, a. 1, in c.

[13] Concilio de Trento, Decreto del pecado original, II.

[14] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 402.

[15] Santo Tomás de Aquino, Comentario a la epístola a los romanos, c. 5, lec. 3.

[16] ÍDEM., Suma teológica, III, q. 52, a. 5, in c.

[17] Ibid., I-II, q. 3, a. 8, in c.

[18] Ibíd., III, q. 52, a. 5, in c.

[19] Ibíd., III, q. 52, a. 5, ob. 3.

[20] Ibíd., III, q. 52, a. 5, ad 3.

[21] Ibíd., III, q. 52, a. 5, ob. 2.

[22] Ibíd., III, q. 52, a. 5, ad 2.

[23] ÍDEM, Comentario a la Epístola a los romanos, c. VIII, lec. 2.

[24] Ibíd., c. VIII, lec. 1

[25] Ibíd., c. VIII, lec. 2.

 

2 comentarios

  
Vladimir
La doctrina del Pecado Original, aquí presentada, nos ofrece un edificio bien construido, en el que hay respuesta y solución para todas las objeciones, pero que al hombre de hoy le suscita serias dificultades, por lo menos a mí, cuando se trata de HACER RAZONABLE LO QUE NOS ENSEÑA LA FE.
“El hombre al ser bautizado queda limpio de la culpa y absuelto de toda la pena debida por la misma, pero le queda el hábito pecaminoso”. Es que la Gracia de Dios no alcanzó a SANAR de forma plena la naturaleza humana? Tenemos que hablar entonces de una redención insuficiente?
“De su situación actual, de naturaleza caída, efecto del pecado original, aunque no ha sido de un pecado personal suyo, el hombre es culpable”. Cómo argumentarle, de forma razonable, al hombre de hoy, que él es culpable por el solo hecho de nacer?
«Los santos Padres, por la fe en Cristo, fueron liberados en vida de todo pecado, tanto original como actual, y del reato de la pena de los pecados actuales; pero no del reato de la pena del pecado original, por el que estaban excluidos de la gloria, mientras no se pagase el precio de la redención humana». Según esto, los “santos Padres” fueron liberados de los pecados actuales, del pecado original y del reato…de los pecados actuales; pero les faltó el reato…del pecado original. Fueron liberados de tres cosas, pero les faltó una. De esta fueron liberados hasta más tarde. Cómo asimilar esto?
Dos verdades son innegables: Dios crea al hombre bueno – El hombre, desde su origen, ya tiene inclinación al pecado. Cómo afirmar ambas a la vez? Pienso que hay que DESARROLLAR la doctrina del pecado original para hacerla más concorde con el nivel alcanzado en otros ámbitos de la Teología Católica (como, por ejemplo, la Antropología Cristiana, la Gracia y el Pecado, la Sacramentología, la Escatología; etc.).


----

E. F.:

Respuesta en Santo Tomás:


«Por el bautismo se limpia uno del pecado original en cuanto a la culpa y el alma en su parte espiritual, que recupera la gracia. Pero continua el pecado original en cuanto al fomes, que es un desorden de las partea inferiores del alma y del cuerpo» («Suma teológica», I-II, q. 81, a. 3, ad 2).

«La reparación de la gracia de Cristo, aunque está comenzada en la mente, aún no está consumada en la carne, lo cual se dará en el cielo, donde el hombre no sólo podrá perseverar, sino que, además no podrá pecar» («Suma teológica», I-II, q. 109, a. 10, ad 3).

«Es uno mismo quien nos quita la culpa original y la actual y todos sus defectos consiguientes (...) paro cada cosa a su debido tiempo, según la disposición de la sabiduría divina» («Suma teológica», I-II, q. 85, a. 5, ad 2).

«Es necesario que antes de llegar a la inmortalidad e impasibilidad de la gloria, que ha comenzado en Cristo y por Él no ha sido adquirida nos configuremos previamente con sus sufrimientos» («Suma teológica», I-II, q. 85, a. 5, ad 2).
15/10/24 8:41 PM
  
Javier
Buenas tardes, don Eudaldo. ¿Ha publicado el libro sobre santo Tomás? Me gustaría contactar con usted para una consulta filosófica. Muchas gracias.

------

E. F.:

Gracias por su interés. El «Compendio de filosofía tomista» todavía no ha salido. Puede hacer todas las consultas que quiera por este medio.
19/10/24 7:54 PM

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.