XLIII. Conveniencia de la muerte de Cristo en la Cruz
1. El corazón de la religión[1]
En la cuestión que dedica Santo Tomás a la Pasión de Cristo, después de tratar su conveniencia, de un modo más concreto lo hace sobre la muerte de cruz. Sostiene que por muchos motivos fue convenientísimo que Cristo padeciese la muerte de cruz. En el artículo que dedica al tema, da siete motivos.
El primero es el siguiente: «para ejemplo de fortaleza, pues dice San Agustín: «La Sabiduría de Dios tomó la naturaleza humana para ejemplo de vida recta». Este es uno de los motivos de la Encarnación.
Añade esta observación: ««Hay hombres que, si bien no temen la muerte, pero se espantan ante ciertos géneros de muerte». Y concluye: ««Para que ningún género de muerte infundiera temor a los hombres, que viven rectamente, hubo de mostrárseles el género de muerte en cruz de aquel hombre, pues nada había entre todos los géneros de muerte más execrable y más temible que aquél» (Ochenta y tres cuest. div., c.25)».
El segundo, porque este género de muerte era el más conveniente para satisfacer por el pecado del primer hombre, que consistió en comer de la fruta prohibida por el mandato de Dios. Y por eso fue conveniente que Cristo, para satisfacer por aquel pecado, tolerase ser clavado en un madero, como si restituyese lo que Adán había arrebatado, según las palabras del Salmo: «Lo que no arrebate lo hube de pagar» (Sal 68, 5). Por lo cual dice San Agustín en el Sermón sobre la Pasión: «Adán despreció el precepto, tomando la fruta del árbol; pero lo que Adán perdió, lo encontró Cristo en la cruz» (cf. S. Tomás, Cadena Áurea, sob. Mt 27, 35, n.7)».
El tercero, porque: «como dice San Juan Crisóstomo, en un sermón sobre la pasión: «padeció en un alto madero, y no bajo techado, para que hasta la condición del aire fuera purificada. Pero también la tierra recibía semejante beneficio al ser purificada por la sangre que corría del costado» (Dos homilías sobre la Cruz y el ladrón, hom. 2) .Y sobre las palabras de San Juan::«Es preciso que el Hijo del hombre sea levantado» (Jn 3,14), comenta: «Cuando oigas lo de ‘ser levantado’, entiende ser colgado en alto, a fin de que santificase el aire quien había santificado la tierra caminando por ella» (cf. Cadena Áurea sobre Jn 3, 14, n. 5)».
El cuarto es porque: «al morir en la cruz, nos prepara la subida a los cielos, como dice San Juan Crisóstomo (cf. Cadena Áurea sobre Lc 23, 33, n. 5) Y ésta es la razón de que el mismo Salvador diga «Y cuando sea levantado en alto en la tierra, todo lo atraeré a mí» (Jn 12, 32) »[2].
Toda esta extensa reflexión teológica sobre la muerte de Cristo en la Cruz de Santo Tomás, se explica por estas palabras de Newman: «La doctrina de la Cruz de Cristo puede ser llamada con toda razón, en lenguaje figurado el «corazón» de la religión. El corazón es considerado asiento de la vida. El principio del movimiento, del calor y de la acción. Desde él se va la sangre hasta las partes más extremas del cuerpo. Mantiene al hombre en sus potencias y facultades, y a la mente le permite pensar. Cuando el corazón es herido, el hombre muere. De igual manera, la sagrada doctrina del Sacrificio expiatorio de Jesús es el principio vital del que se nutre el cristianismo, y sin el cual sería impensable el cristianismo».
Tanto es así, que, como añade el santo ingles, canonizado el 13 de octubre de 2019 por el papa Francisco: «Ninguna otra doctrina puede considerarse con provecho si aquella no se acepta. Creer en la divinidad de Cristo, o en su humanidad, o en la Santa Trinidad, en el juicio y la resurrección de los nuestros, no sería exactamente la fe cristiana, a menos que confesemos también la doctrina del Sacrificio de Cristo».
Además, indica asimismo: que: «aceptarla presupone la recepción de otras altas verdades del Evangelio; pues implica creer en la verdadera divinidad de Jesús, en su verdadera encarnación, y en el estado pecador de la naturaleza humana. Prepara el camino para creer en la Sagrada Cena eucarística, en la que El que ha sido crucificado se da a nuestros cuerpos y almas de modo completamente verdadero en Su Cuerpo y Su Sangre»[3].
2. La muerte a la vida carnal
En el Compendio de teología, Santo Tomás da este otro argumento, relacionado con el último expuesto: «La muerte de cruz era también conveniente como signo, pues Cristo quiso demostrar con su muerte que debíamos morir a la vida carnal, de tal suerte que nuestro espíritu se elevase a las cosas del cielo, y por esto dice San Juan: «Y cuando sea levantado en alto en la tierra, todo lo atraeré a mí» (Jn 12, 32)».[4]
Sobre esta «muerte» a la vida según la carne ,o según las inclinaciones, deseos o concupiscencias desordenadas terrenas, que son excitados por nuestra condición débil, sensual, codiciosa, y con apetitos de placer contra las exigencias de la razón, escribe Newman: «La Cruz nos conducirá a dolernos, nos llevará al arrepentimiento, a la humillación, la oración y el ayuno. Lloraremos nuestros pecados, lloraremos junto a los sufrimientos de Cristo».
Sin embargo, advierte seguidamente que: «todo este dolor desembocará y será sobrellevado en una alegría mucho mayor que los goces proporcionados por el mundo, a pesar de que mentes descuidadas y mundanas no lo crean y ridiculicen este pensamiento, porque nunca lo han experimentado y lo consideran un asunto de meras palabras sin sentido, que la gente religiosa considera oportuno usar y trata de creer para que otros también lo crean».
Observa finalmente que: «porque la doctrina de la Cruz nos provoque alguna tristeza, el Evangelio sea un religión triste. Dice el salmista: «Los que siembran con lágrimas recogerán con alegría» (Sal 15, 5); y nuestro Señor exclama: «Los que lloran serán consolados» (Mt 5, 5). Que nadie piense que el Evangelio nos obliga a adoptar una visión melancólica del mundo y de la vida. Nos impide, desde luego, conformarnos con una visión superficial y encontrar una alegría transitoria y vana en lo que vemos. Pero nos prohíbe un goce inmediato sólo para darnos más tarde el goce verdadero y en plenitud». De manera que sólo nos prohíbe comenzar por el goce. Parece decirnos: si comenzáis por lo placentero terminaréis en el dolor. Nos invita a comenzar con la Cruz de Cristo, en la que encontraremos al principio alguna pesadumbre, de la que nacerán, sin embargo, paz y consuelo»[5]. Por consiguiente: «La Cruz de Cristo, al hablarnos de nuestra redención y de sus sufrimientos, nos hiere, pero lo hace de modo que seamos curados. Todo lo que es bello y brillante en la superficie de este mundo, y a pesar de no tener sustancia en sí mismo ni ser apto para ser disfrutado por sí mismo, es, sin embargo, figura y promesa de la verdadera alegría que deriva de la expiación». Debe decirse que: «es una promesa que llega anticipada respecto a lo que vendrá. Es una sombra que alimenta la esperanza, porque el cumplimiento se acerca, pero no debe ser tomada ella misma por la realidad prometida. Así es como Dios actúa usualmente con nosotros: nos envía misericordiosamente la apariencia antes que la realidad, porque nos consolemos con lo que va a venir antes de que venga»[6].
3. La figura de la Cruz
Los otros tres motivos que aduce Santo Tomás, en este pasaje de la Suma teológica, sobre lo convienentísimo que Cristo sufriera la muerte de cruz, son los siguientes:
Quinto, porque: «así convenía a lasalvación universal de todo el mundo. Porlo cual dice San Gregorio Niseno que: «la figura de la cruz desde un centro único irradia a los cuatro extremos, significando el poder y la providencia de Aquel que en ella pendía, difundida a todas partes» (Resurrec. de Cristo, hom. 1). Dice también San Juan Crisóstomo que: «en la cruz muere con las manos extendidas, a fin de atraer con una mano al pueblo del Antiguo Testamento, y con la otra al que proviene de los gentiles» (cf. Cadena Áurea sobre Lc 23, 33, n. 5)».
Sexto, porque: «con este género de muerte se designan diversas virtudes. Por esto dice San Agustín: «No en vano eligió tal género de muerte, para mostrarse maestro de la anchura, la altitud, la longitud y la profundidad» como dice San Pablo, (cf. Ef 3,18). Pues la anchura en aquel patíbulo se halla en el travesaño que se fija en la parte superior, y significa las buenas obras, puesto que en él se extienden las manos. La longitud, en aquel trozo que se prolonga hasta la tierra;, y en ella, en cierto modo, está firme, es decir, persiste, persevera, lo cual se atribuye a la longanimidad. La altitud se halla en aquella parte del madero que se prolonga desde el travesaño hacia arriba, esto es, hacia la cabeza del crucificado, y significa la suprema expectación de los que viven en la esperanza. Y por último, la parte del madero que se oculta bajo tierra y está fija en ella, de donde todo lo demás, significa la profundidad de la gracia gratuita» (Epístola 140, A Honorato, c. 26)».Y, como indica el mismo San Agustín: «el madero en que estaban clavados los miembros del paciente es también la cátedra del maestro docente» (Trat. Eveng. S. Juan, Trat,119, sob. Jn 19, 26)».
Séptimo, porque: «este género de muerte corresponde a muchas figuras. Como dice también San Agustín, en el Sermón sobre la Pasión: «del diluvio de muchas aguas libró el arca de madera al género humano (cf. Gen 6-8); cuando el pueblo de Dios huyó de Egipto, Moisés dividió el mar con un cayado, echando por tierra el poder del faraón y rescató al pueblo de Dios (cf. Ex 14,16-31); el mismo Moisés arrojó un madero al agua y de amarga y la volvió dulce (cf. Ex 15,25); con el cayado de madera hizo brotar de la roca agua saludable (cf. Ex 17,5-6); y, para que Amalec fuera vencido, Moisés extendió las manos frente al cayado (cf. Ex 17,8-13); y la Ley de Dios, el Testamento, se guarda en un arca de madera (cf. Ex 25,10); de modo que mediante todas estas figuras se llegue, como por ciertos grados, al madero de la cruz» (Cadena Áurea sobre Mt 27, 35, n. 7)»[7].
Estas figuras y símbolos que se se han encontrado revelan que, como notaba Newmna: «la sagrada doctrina del Sacrificio expiatorio no es tanto una verdad sobre la que hablar, como una verdad de la que vivir; no es para ser investigada irreverentemente, sino interiormente adorada; no es para usarla como instrumento necesario en la conversión del incrédulo, o para satisfacer a razonadores de este mundo, sino para ser comunicada a los sencillos y obedientes; a los jóvenes no corrompidos por el mundo; a quienes sufren y merecen consuelos, a los sinceros que buscan la verdad en serio y necesitan una norma de vida; a los inocentes que requieren consejo y advertencia; a los maduros y experimentados que se han ganado el conocimiento del misterio»[8].
4. Los sufrimientos en la cruz
En el artículo siguiente, Santo Tomás se ocupa de los sufrimientos que sufrió Cristo en la cruz. Sostiene que padeció todo género de sufrimientos que pude experimentar el ser humano.
Prueba esta tesis, pero previamente precisa que: «hablamos aquí de los sufrimientos inferidos desde el exterior, porque los sufrimientos que tienen una causa interior, como son las enfermedades corporales, no fue conveniente que los padeciese»[9].
Ya había explicado más arriba que: «No era conveniente que Cristo asumiese todos los defectos o enfermedades humanas. Hay algunos defectos que repugnan con la perfección de la ciencia y de la gracia, como serían la ignorancia, la inclinación al mal y la dificultad para hacer el bien». Defectos que se oponían a su ciencia y a su gracia, necesarias para satisfacer por el pecado de la naturaleza humana, de quien asumió defectos.
A diferencia de éstos: «hay otros defectos que no son comunes a toda la naturaleza humana y que no son debidos al pecado del primer hombre, sino a causas particulares, por lo que sólo se dan en algunos hombres: así, la lepra, la epilepsia y otros. Estos, a veces se originan por culpa del hombre, por ejemplo, a causa de una alimentación desordenada; a veces provienen de una constitución débil. Pero ninguna de estas dos cosas puede aplicarse a Cristo, pues su carne fue concebida del Espíritu Santo, que goza de una sabiduría y un poder infinitos y que no puede equivocarse ni degenerar. Por lo demás, Cristo no cometió desorden alguno en su conducta». Cristo no asumió, por tanto, las enfermedades corporales.
Por último: «Hay otros defectos debidos al pecado de nuestros primeros padres y que se encuentran comúnmente en todos los hombres, son estos: la muerte, el hambre, la sed y otros del mismo tipo. Todos estos los asumió Cristo»[10] , Al encarnarse Asumió estos defectos corporales, que no envolvían ninguna deformidad moral, y que eran convenientes para la finalidad redentora.
La demostración de la tesis sobre los sufrimientos de Cristo es la siguiente: «Los sufrimientos humanos pueden considerarse de dos maneras distintas. Una, en cuanto a la especie. Y bajo este aspecto, no fue necesario que Cristo padeciese todos los sufrimientos humanos, porque hay muchas clases de sufrimientos que son contrarios entre sí, por ejemplo la combustión por el fuego y el hundimiento en el agua.», como el morir abrasado o ahogado.
Añade que, en cambio: «en cuanto a los géneros de sufrimiento, Cristo los, padeció todos. Y esto puede considerarse de tres maneras. La primera por parte de los hombres, de quienes padeció, pues padeció de los gentiles y de los judíos; de los hombres y de las mujeres, como es evidente por las sirvientas que acusan a Pedro. Padeció también de los príncipes y de sus ministros, e incluso de la plebe, según las palabras del Salmo: «¿Por qué se amotinan las gentes, y trazan las naciones planes vanos? Se alian los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su ungido» (Sal 2, 1-2). Padeció también de los familiares y conocidos, como es claro en el caso de Judas, que le traicionó, y en el de Pedro, que le negó».
La segunda manera de géneros de sufrimientos de Cristo fue: «por parte de todo aquello en que el hombre puede padecer. Pues Cristo padeció de sus amigos, que le abandonaron; padeció en la fama, por las blasfemias proferidas contra Él; padeció en el honor y en la gloria, por las burlas y las afrentas que le hicieron; en los bienes, puesto que fue despojado hasta de los vestidos; en el alma, por la tristeza, el tedio y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los azotes».
La tercera manera que padeció los sufrimientos en su consideración genérica en la cruz fue por lo que atañe a los miembros del cuerpo. «Cristo padeció en la cabeza, por la corona de punzantes espinas; en las manos y pies, por los clavos, que le atravesaron; en el rostro, por las bofetadas y salivazos; y en todo el cuerpo, por los azotes y la crucifixión».
Además, «Padeció también en todos los sentidos del cuerpo, en el tacto, por haber sido flagelado y atravesado con clavos; en el gusto, porque le dieron a beber hiél y vinagre; en el olfato, porque fue colgado en el patíbulo en un lugar fétido por los cadáveres existentes ,llamado calvario, o lugar de la calavera; en el oído, al ser herido por las voces de los que le blasfemaban y escarnecían; y en la vista, al ver llorar a su madre y al discípulo amado»[11].
Sobre el monte Calvario. o Gólgota, en su forma semítica, los estudios actuales, confirman esta descripción de Santo Tomás, porque indican que: «era un lugar público, de tránsito, (…) la vía más importante que conducía fuera de Jerusalén, al menos para los romanos, era la vía occidental, que se dirigía a la capital provincial Cesárea, sede oficial del representante de Roma (… ) se comprende que la elección del lugar por parte de los romanos tenía sus razones: a) que fuese fuera de la ciudad, para no causar malestar a la población judía, que consideraba a Jerusalén como ciudad santa; b) que fuese en un montículo o altiplano para que resultase más visible y notorio el castigo como ejemplaridad para que viesen con qué rigor castigaba Roma los delitos públicos y notorios; c) que estuviese junto a una vía pública y junto a una de las puertas de la ciudad para que todos los que por allí transitaban apreciasen el castigo que Roma propinaba a los criminales, y a la vez resultase una monición pública»[12].
Puede así concluirse con Santo Tomás que: «En lo que se refiere a la suficiencia, el más mínimo padecimiento de Cristo fue suficiente para redimir al género humano de todos los pecados. Pero, en lo que atañe a la conveniencia, fue suficiente con que padeciese todos los géneros de sufrimientos»[13],
Y también con Newman: «Cualquiera que medite hondamente la historia de esos sufrimientos, recogidos en el evangelio, poco a poco y con la gracia de Dios, comprenderá el sentido que tienen, caerá en la cuenta, en cierta medida será como si lo viera, sentirá que no son solo un relato escrito en un libro, sino una historia de verdad, una serie de acontecimientos que ocurrieron»[14].
Eudaldo Forment
[1] Karen Dujardin , Calvario (1661).
[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 46, a. 4, in c.
[3]John Henry Newman, Sermones parroquiales, Madrid, Ediciones Encuentro, 2007-2005, 8 vv., v.
6, Serm, 7, «La Cruz de Cristo, medida del mundo», pp. 96-113, p. 101.
[4] Santo Tomás de Aquino, Compendio de Teología, c. 228, n.. 479.
[5]John Henry Newman, Sermones parroquiales, op. cit., v. 6, Serm, 7, «La Cruz de Cristo, medida del mundo., p. 102.
[6] Ibíd., p. 103.
[7] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 46, a. 4, in c.
[8] John Henry Newman, Sermones parroquiales, op. cit., v. 6, Serm, 7, «La Cruz de Cristo, medida del mundo., pp. 101-102.’
[9]Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 46, a. 5, in c.
[10] Ibíd., III, q. 14, a. 4, in c.
[11] Ibíd., III, q. 14, a. 5, in c.
[12] Luis Díez Merino, Calvario,, en Luis Díez Merino y Robin Ryan, Adolfo Lippi, (Dirs), Pasión de Cristo, Madrid, San Pablo, 2015, pp. 163-175m, pp. 165.
[13] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 46, a. 5, ad 3.
[14] .John Henry Newman, Sermones parroquiales, op. cit., v. 7, Serm, 10, «La Crucifixión, pp.131-139, p. 132.
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