XXXI. La tercera tentación de Cristo
El tentador[1]
Sobre la tercera tentación de Cristo se dice en el Evangelio de San Mateo: «El diablo le subió a un monte muy alto, le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». Entonces Jesús le dijo: «Vete de aquí, Satanás; porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás y a el solo servirás (Dt 6, 13)». Entonces el diablo le dejó; y he aquí que los ángeles se acercaron y le servían»[2].
Escribe Santo Tomás que el diablo, en esta «tentación del monte, le tentó en dos pecados: la codicia y la idolatría»[3]. No solamente con uno, como el de la codicia, que conduce a la soberbia, porque: «también en las tentaciones precedentes intentó el diablo inducirlo por el apetito de un pecado en otro, por ejemplo, por el deseo del alimento en la vanidad de realizar un milagro injustificado; por la codicia de la vanagloria, a tentar a Dios precipitándose».
Se explica porque: «es pecado apetecer las riquezas y los honores del mundo cuando esto se hace desordenadamente. Esto se evidencia cuando el hombre se rebaja a cometer una vileza para obtener esos bienes,. Y por esto el diablo no se contentó con persuadirle a la codicia de las riquezas y los honores, sino que también trató de inducirle a que, por el logro de esos bienes, le adorase, lo que es mayor crimen y va contra Dios»[4].
Como advierte el escriturista José María Bover, con la terceratentación se advierte que hay un orden con las anteriores. «La segunda tentación nace de la primera. Satanás, fiel a su consigna de entrar con la nuestra para salir con la suya, toma como base y materia de nuevas tentaciones aquello mismo precisamente con que antes ha sido derrotado. Jesús le había vencido con la confianza en Dios y con un texto de la Escritura. Pues la confianza en Dios y otro texto de la Escritura van a servirle ahora para tentar nuevamente a Jesús, repitiendo el disimulado sondeo de su enigmática personalidad (…) jugando a dos manos como antes, Satanás pretende dos cosas: sacar a Jesús alguna declaración de su mesianidad e instigarle a un acto desordenado»[5].
Además: «las dos primeras tentaciones fueron disimuladas, bajo apariencia de bien. Lo que el tentador proponía, podía de alguna manera justificarse con motivos espirituales». En cambio: «totalmente diversa es la tercera, descubierta, descarada, brutal. Desesperado y fuera de sí, el tentador se quita la careta y sugiere a Jesús nada menos que la apostasía. Esperando tal vez fascinarle con visiones de dominación terrena y de gloria mundana, se propone hacer de Él, en vez de un agente de Dios, un agente de Satanás; en vez de Cristo, un anti-cristo»[6].
Recuerda también que: «Satanás es esencialmente el tentador, y su oficio es tentar a los hombres. Y desempeña su oficio con una astucia, con una obstinación, con una perversidad, que no podemos olvidar, si no queremos caer incautamente en sus redes y cadenas. Su objetivo es único: hacer mal, hacer al hombre todo el mal posible. Pero cuando más no puede, se da por satisfecho con el mal relativo, con impedir el bien, con estorbar un bien mayor»[7].
Además: «no siempre sugiere el mal abiertamente: muchas veces lo esconde bajo apariencias de bien, aun de bien espiritual. Ya tienta descaradamente, ya solapadamente; ya con violencia brutal, ya con halagos y lisonjas. ¿Es vencido una y otra vez? Él no se da nunca por vencido, antes vuelve al ataque con renovados bríos y con nuevos ardides, dispuesto a jugarse el todo por el todo. Y no hace escrúpulo en la elevación de las armas (…). Y con astucia refinadísima lo explora todo, para atacar por el flanco más vulnerable y para dar el golpe más certero. Entra con la nuestra para salirse con la suya»[8].
Por ello: «toma pie de nuestras necesidades, de nuestras inclinaciones viciosas u honestas, hasta de nuestras virtudes y nobles ideales; utiliza las relaciones sociales, las corrientes de la opinión o de la moda, las prosperidades y los infortunios, la paz y la guerra. Laxismos y rigorismos, jolgorios y penitencias, consolación y desolación, engreimiento y abatimiento, dinamismo e inercia: pueden ser otras tantas formas de tentación diabólica»[9].
La codicia
En el relato de esta tercera tentación de Cristo se dice que: «el diablo le subió a un monte muy alto»[10]. Según la tradición el monte elevado al que subió el diablo a Jesús, en esta tentación, fue la cumbre del llamado monte de la Cuarentena o monte de la Tentación. También dice que a este mismo lugar se retiro Jesús, durante los cuarenta días de su ayuno en el desierto de Judá. Se llega por «un camino difícil y peligroso, que saliendo de la fuente de Eliseo (junto a Jericó) va por escarpadas pendientes y entre vertiginosos derrumbaderos, bordeando un talud imponente».
El monte o «la roca (pues tal nombre se le puede dar), se eleva 492 m. sobre el mar Muerto, 323 m. sobre Ain es-Sultan (fuente de Eliseo), 98 m sobre el Mediterráneo; yérguese escarpado y casi vertical frente a Tell es-Sultan (montículo en ruinas del Jericó de la época de Josué). Las laderas del monte están perforadas de cavernas, que antiguamente estuvieron habitadas por anacoretas»[11].
El diablo con artificios y «trampantojos»[12], o trastornos de la vista, pudo hacerle ver los imperios de Roma por occidente y los de Babilonia por Oriente. «Desde la cumbre se domina toda la vasta llanura de Jericó y las sinuosidades del Jordán con la verde espesura de sus márgenes. Al norte la vista se dilata por el país de Gallad y de Basán, recreándose en las cumbres nevadas del Líbano; al oriente se divisa el país de los antiguos amorreos; al sur se extiende el mar Muerto y parte del desierto de Judá hasta el país de los idumeos, grandioso panorama, muy propio para el objeto que el tentador se proponía en el tercero de sus ensayos»[13].
Al describir esta tentación, cuenta San Lucas que el diablo le presentó todos los reinos de la tierra «en un instante»[14]; y ello «para indicar que Satanás no sólo mostró lo que por vía natural se alcanzaba ver desde la cima, sino que trató de agrandar la visión y el efecto que pudiera producir en Jesús, ya por medio de palabras, ya por un espejismo, ya finalmente influyendo en la fantasía del tentado. Aquí, pues, se da a conocer a las claras Satanás. Trató de apartar a Jesús de la vocación mesiánica y de hacer de Cristo un Anticristo. Que, en vez de fundar el reino celestial, contribuyera a establecer el reino del demonio. Para ello apeló al apetito de dominar, que en él suponía, al apetito de bienes terrenos, a la codicia y a la concupiscencia de los ojos, que tan fácilmente rinden los corazones de los hombres»[15].
Nota Santo Tomás que, según San Juan Crisóstomo: ««Lo que se dice de haberle mostrado todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, no es preciso entenderlo que viese los mismos reinos, las ciudades, los pueblos, el oro, la plata, sino que le mostraba con el dedo las regiones en que los reinos o ciudades estaban situados y de palabra le declarase los honres de cada reino y su estado» (Pseudo-San Juan Crisóstomo, Com. Evang. S. Mateo, Mt 4, 8, homil. 5). O, según Orígenes, «le mostró cómo el reinaba en el mundo por los diversos vicios» (Hom. S. Lucas, .Lc, 4, 5, hom. 30)»[16].
El diablo le dijo: «Todo esto te daré»[17] y con «estas palabras hace dos cosas: una promete, y otra espera. En la promesa es mentiroso, en la expectativa soberbio. El diablo primero exploró si era el hijo de Dios; y creyendo que ya había descubierto que no lo era, dice: «todo esto te daré», en lo que es mentiroso, porque estas cosas no estaban en su poder. «Por mi reinan los príncipes, y los poderosos dictan justicia» (Pr 8, 15). «Que los vivientes sepan que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, ya que a quien Él quiere lo da» (Dn 4, 14). Sino no hubiera dicho «todo esto te daré», porque ningún hombre malo reina sino por permisión divina. «Él es quien hace reinar a una hombre hipócrita a causa de los pecados del pueblo» (Jb 34, 30)»[18].
Debe advertirse que: «nada tiene para dar el diablo y, con todo su poder, no pasa de aquello que Dios le permite. Cuando el Salvador mismo le llama «príncipe de este mundo» (Jn 12, 3; 14, 30; 16, 11), no quiere con ello decir que el demonio sea señor del mundo creado por Dios, sino que es causa y, en cierto modo, señor y amo de todo lo malo y de todos los impíos del mundo»[19].
El mismo Cristo dijo a los fariseos: «Vosotros sois hijos del diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre; el fue homicida desde el principio y no permaneció en la verdad porque no hay verdad en él; cuando habla mentira habla de lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira»[20].
Por consiguiente: «No hay que hacer mucho hincapié en la sinceridad de la oferta ¿quién creerá al padre de la mentira? De todos modos la sola oferta de todo el mundo en razón de obtener un acto de apostasía muestra el altísimo valor moral que, aun a su juicio, tiene la inquebrantable fidelidad y adhesión del hombre a Dios»[21].
La idolatría
Al igual que otros comentaristas, el papa Benedicto XVI considera que la tercera tentación de Jesús es el «punto culminante de todo el relato»[22], y que, por ello, es la «tentación fundamental»[23]. El dominio del mundo, que le ofrece el demonio en ella: «¿No es justamente ésta la misión del Mesías? ¿No debe ser Él precisamente el rey del mundo que reúne toda la tierra en un gran reino de paz y bienestar?»[24].
De igual manera en la actualidad, se sigue esta tentación al: «interpretar el cristianismo como una receta para el progreso y reconocer el bienestar común como la auténtica finalidad de todas las religiones, también de la cristiana, es la nueva forma de la misma tentación. Ésta se encubre hoy tras la pregunta: ¿Qué ha traído Jesús, si no ha conseguido un mundo mejor? ¿No debe ser éste acaso el contenido de la esperanza mesiánica?»[25].
Jesús tiene poder sobre el mundo. «El Señor resucitado reúne a los suyos «en el monte» (cf. Mt 28, 16) y dice: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra» (28, 18)». Sin embargo, debe tenerse en cuenta que: «Jesús tiene este poder en cuanto resucitado, es decir: este poder presupone la cruz, presupone su muerte. Presupone el otro monte, el Gólgota, donde murió clavado en la cruz, escarnecido por los hombres y abandonado por los suyos»[26].
Explica Santo Tomás que esta tercera tentación es análoga a la tercera de Adán y Eva[27], a la de la extrema soberbia. Estas palabras del diablo, que como indica Bossuet: «Desde el momento en que la profirió, pensó confundir en el hombre la idea de Dios con la de la criatura y en dividir un nombre cuya majestad consiste en ser incomunicable». La idolatría en la humanidad quedó facilitada por el pecado original, ya que por el mismo: «Los hombres soportaron la molestia de quedar sometidos a sus sentidos; los sentidos lo decidieron todo y, a pesar de la razón, crearon todos los dioses que se adoró sobre la tierra».
A pesar de todo: «los hombres, sepultados en la carne y en la sangre habían conservado, sin embargo, una idea obscura del poder divino, que se sostenía por su propia fuerza, pero que, embrollada con las imágenes venidas de sus sentidos, les hacía adorar todas las cosas en las que aparecía alguna actividad y algún poder. Así el Sol y los astros que se hacían sentir desde tan lejos, el fuego y los elementos cuyos efectos eran tan universales, fueron los primeros objetos de la adoración pública. Los grandes reyes, los grandes conquistadores que todo lo podían en la tierra, y los autores de invenciones útiles a la vida humana, recibieron poco después los honores divinos»[28].
La idolatría, que entraña el odio a Dios, es el pecado más grave en sí mismo, porque: «en los pecados que se cometen contra Dios –que son los mayores–, el que implica más gravedad parece ser el tributar honores divinos a una criatura, El que esto hace atenta también, en lo que está de su parte, contra el imperio divino universal, introduciendo un nuevo Dios en el mundo».
Si se tiene en cuenta que: «la gravedad del pecado se mide también por el sujeto que lo comete», entonces se advierte que: «es más grave el pecado hecho con todo conocimiento que el que se hace por ignorancia»[29], En esta última tentación, el diablo inducía a pecar a Cristo más gravemente, porque objetivamente se le tentaba a un pecado gravísimo, pero que subjetivamente no hubiera podido excusarse por ignorancia.
Al poner a Cristo la condición «si te postras y me adoras»[30], el diablo: «pide desvergonzadamente la adoración debida a sólo Dios. Persiste obstinadamente Satanás, empedernido en el mal, en su loca pretensión de ser como Dios, que fue el principio de su catástrofe, convirtiéndole de estrella del cielo en tizón del infierno. El espíritu de las tinieblas ha padecido una tremenda ofuscación. O se ha convencido de que Jesús no es el Hijo de Dios, o, si todavía lo cree posible, ha dado en la quimera de pretender poner a Dios en contradicción con Dios. Quimera sobre quimera. Sólo explicable en aquella tenebrosa inteligencia, herméticamente cerrada a la luz de la verdad»[31].
A Cristo, como nota Santo Tomás, Satanás «no dijo solamente: «Si me adoras», sino que añadió: «si postrándote» (Mt 4,9); porque, como dice San Ambrosio: «la ambición tiene un peligro particular, que, para lograr el dominio de otros se somete a servidumbre; y se doblega obsequiosamente para alcanzar el honor; y, queriendo sublimarse, se abate» (Exp. Evang, Lc 4, 5, l. 4)»[32].
La enseñanza de Cristo
En las dos anteriores tentaciones: «Jesús ha respondido al disimulo con el disimulo, como si no conociese al tentador y no penetrase sus perversas intenciones; en la tercera, en cambio, le increpa severamente y le lanza lejos de sí. No podía ya Satanás apelar de nuevo al disimulo»[33].
En las palabras de Cristo «Vete de aquí, Satanás»[34], se advierte que: «al disimulo sigue ahora la voz de imperio. Lejos de acceder a su impía demanda, Jesús lanza al tentador lejos de sí. Y al increparle por su propio nombre, le da a entender que le conoce perfectamente. Conocer al tentador, lanzarle de sí resueltamente: tal es la doble lección que nos da el divino Maestro, para desbaratar victoriosamente las tentaciones de Satanás. Quien no le conoce o entable con él diálogos impertinentes, cerca esta de caer en sus garras»[35].
Al añadir Cristo, en su respuesta: «porque escrito está: «Al Señor tu Dios adorarás y a el solo servirás»[36], cita palabras, como en las dos anteriores tentaciones, del Deuteronomio, el libro de la ley. De manera que: «por tercera vez apela el Señor a la Escritura Sagrada. Medio excelente es, para vencer al mal enemigo, conocer y meditar los libros santos, en que se halla la palabra de Dios»[37].
Después de esta triple derrota, «el diablo le dejó»[38]. Hay que pensar que lo hizo: «desesperado de poder vencer a Jesús, y en espera de otra ocasión oportuna, si se le permite de nuevo acercarse a Él». Y se concluye en el relato evangélico que entonces llegaron los ángeles y le sirvieron. Así: «con el ministerio de los ángeles se ha cumplido la esperanza de Jesús; que, sin necesidad de convertir en panes las piedras, podía ser sustentado con toda palabra que saliese de la boca de Dios». Aunque: «dónde y cómo sirvieron los ángeles a Jesús, no lo dice el Evangelista y sería inútil perderse en conjeturas»[39].
Santo Tomás añade que: «como indica San Ambrosio, el diablo se apartó de Cristo «por un tiempo, porque luego, vino, no para tentar, sino para pelear» (Exp. Evang. S. Luc., l. 4, sob. Lc 4, 13), en tiempo de la pasión. Todavía en aquella ocasión parece que tentó a Cristo de tristeza y odio de los prójimos, como en el desierto le había tentado de gula y desprecio de Dios por la idolatría»[40].
Como también, en el mismo lugar: «escribe San Ambrosio: «La escritura no hubiera dicho que, acabada toda la tentación, el diablo se apartó de él, si en las tres tentaciones mencionadas no se encontrase la materia de todos los pecados. Porque las causas de las tentaciones lo son de las concupiscencias, a saber: el deleite de la carne, la esperanza de gloria y la ambición del poder» (Exp. Evang. S. Luc., l. 4, sob, 4, 13)»[41].
Ciertamente, como advierte Bover: «la psicología de Satanás es desconcertante. El contraste inverosímil de tanta inteligencia y tanta ofuscación, de tan fina astucia y tan grosera torpeza, de tanto poder y tanta impotencia, de tanta osadía y tanta cobardía, es capaz de desorientar al que no se ha dado cuenta de lo que es un ángel caído, mezcla incoherente de relámpagos y de negruras, espíritu de contradicción y de quimeras. Para él Jesús era algo misteriosos e inquietante ¿Qué podía ser aquel hombre extraño, tan diferente de los demás?. Bien sabía él que a Jesús nunca había podido llegar su influjo maléfico. Ni a su madre tampoco»[42].
Había comprobado que: «entre Jesús y él se abría un abismo, que le impedía todo acceso. Hay que suponer además que en el Jordán, con espanto y temblor, había de alguna manera visto la paloma y oído la voz del cielo. ¿Será el Mesías? ¿Y cómo es Hijo de Dios?. Aquí su orgullo trastornó su juicio. Satanás era incapaz de comprender que la gloria de Mesías e Hijo de Dios pudiera esconderse bajo apariencias tan humildes y vulgares»[43].
Respecto a la actuación de Satanás sabemos, sin embargo, que: «contra el arte del tentador, está el arte del Maestro; contra la astucia de Satanás, la sabiduría de Cristo ¿Cómo venció Jesús al tentador? Pudiera haberle vencido con la potencia de su majestad; pero prefirió derrotarle con la humildad y la verdad. Así su victoria era más gloriosa para el vencedor, más ignominiosa para el vencido y más instructiva para nosotros»[44].
Eudaldo Forment
[1] Gustave Doré, La tentación (1865).
[2] Mt 4, 8-11.
[3] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 41, a. 4, ob. 3.
[4] Ibíd., III, q. 41, a. 4, ad 3.
[5] P. BOVER, S.I., El evangelio de San Mateo, Barcelona, Editorial Balmes, 1946, pp. 87-88.
[6] Ibíd.,, p. 90.
[7] Ibíd., p. 93.
[8] Ibíd., pp. 93-94.
[9] Ibíd., p. 94.
[10] Mt 4, 8.
[11] I. SCHUSTER – J.B. HOLZAMMER (Trad. J. de Riezu), Historia Bíblica, Barcelona. Editorial Litúrgica Española, 1947, 2ª ed., 2 vv., v. 2, p. 123.
[12] P. BOVER, S.I., El evangelio de San Mateo, op., cit, p. 91.
[13] I. SCHUSTER – J.B. HOLZAMMER, Historia Bíblica, , op. cit., p. 123.
[14] Lc 4, 5.
[15] I. SCHUSTER – J.B. HOLZAMMER, Historia Bíblica, op. cit., v. 2, p. 112, nota 4.
[16] SANTO TOMAS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 41, a. 4, ad. 7.
[17] Lc 4, 6.
[18] SANTO TOMAS DE AQUINO, Lectura al Evangelio de San Mateo. c. IV, lect. 1.
[19] I. SCHUSTER – J.B. HOLZAMMER, Historia Bíblica, op. cit., v. 2, p. 121, nota 5.
[20] Jn 8, 44.
[21] P. BOVER, S.I., El evangelio de San Mateo, op. cit., p. 91.
[22] Benedicto XVI, Jesús de Anisarte, Madrid, La esfera de los libros, 2007, v. I, p. 63.
[23] Ibíd., p. 67.
[24] Ibíd.. p. 63.
[25] Ibíd., p. 68.
[26] Ibíd., p. 64.
[27] Cf. Gen 3, 1.
[28] .B. BOSSUET, Discurso sobre la historia universal (Trad. M. de Montoliu), Barcelona, E. Cervantes, 1940, II, c.2, p. 179.
[29] SANTO TOMÁSDE AQUINO, Suma teológica II-II, q. 91, a. 3, in c.
[30] Mt 4, 9.
[31] P. BOVER, S.I., El evangelio de San Mateo, op. cit., p. 91.
[32] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 41, a. 4, in c.
[33] P. BOVER, S.I., El evangelio de San Mateo, op. cit., pp. 90-91.
[34] Mt 4, 10.
[35] P. BOVER, S.I., El evangelio de San Mateo, op. cit., p. 91.
[36] Mt 4, 10.
[37] P. BOVER, S.I., El evangelio de San Mateo, op. cit., pp. 91-92.
[38] Mt 4, 11.
[39] Ibíd. p. 92.
[40] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 41, a. 3, ad 3.
[41] Ibíd., III, q. 41, a. 4, ad 4.
[42] P. BOVER, S.I., El evangelio de San Mateo, op. cit., pp. 83-84.
[43] Ibíd., p. 84.
[44] Ibíd., p. 94.
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