X. El orden de la concepción de Cristo
Instantaneidad de la concepción del cuerpo de Cristo
Para completar su explicación de sobre la concepción de Cristo, en la siguiente cuestión, Santo Tomás trata del orden en que Verbo asumió las partes del cuerpo de Cristo, informadas por su alma espiritual y formado por el Espíritu Santo en el seno de la Santísima Virgen. La tesis del Aquinate es que el cuerpo de Cristo, con todas sus partes integrantes, se formó instantáneamente en el primer instante de su concepción.
En primer lugar, indica que lo afirma San Gregorio Magno, porque escribía «en su obra Libros de Moral. «Al anunciarlo el ángel y venir el Espíritu Santo, el Verbo estuvo en el seno de la Virgen, y al instante se hizo carne en su seño» (XVIII, c. 52)».
En segundo lugar, lo prueba del siguiente modo: «la formación del cuerpo, en la que consiste principalmente el hecho de la concepción, se realizó en un instante, por dos razones: Primera, por el poder infinito del agente, esto es, del Espíritu Santo, que formó el cuerpo de Cristo, como antes se ha dicho (III, q.32, a.l)».
Se comprende, porque: «con tanta mayor rapidez puede un agente disponer la materia cuanto mayor sea su poder. Por lo que un agente de poder infinito puede disponer en un instante la materia para la forma oportuna».
Segunda: «por parte de la persona del Hijo, cuyo cuerpo se formaba. No era conveniente que el Verbo asumiese un cuerpo no formado. Y en caso de haber precedido algún instante de la concepción antes de la formación perfecta, no se podría atribuir al Hijo de Dios toda la concepción, que no se le atribuye si no es por razón de la asunción. Y por eso, en el primer instante en que la materia reunida llegó al lugar de la generación, quedó perfectamente formado y asumido el cuerpo de Cristo. Por esto se dice que el Hijo de Dios fue concebido, lo que de otro modo no podría decirse»[1].
Una vez formado instantáneamente el cuerpo de Cristo, tuvo lugar: «el crecimiento conveniente hasta el momento del parto»[2]. Después: « el cuerpo de Cristo creció en un tiempo determinado, como sucede con los cuerpos de los otros hombres, puesto que en se dice en la Escritura que «Jesús crecía en edad y en sabiduría» (Lc 2, 52)»[3].
Este crecimiento no invalida la tesis de la formación instantánea del cuerpo de Cristo, porque debe distinguirse entre el aumento del cuerpo en el tiempo y su formación. «El crecimiento se realiza por la la potencia aumentativa del ser mismo que crece, no del que es engendra». En cambio: «la formación del cuerpo se verifica, por la potencia generativa no del que es engendrado, sino del padre que engendra[1] mediante el semen, en el que obra la fuerza formativa derivada del padre».
No fue exactamente igual en Cristo. La formación fue distinta, porque como: «el cuerpo de Cristo no fue formado del semen del varón, sino por obra del Espíritu Santo, como antes se ha dicho (III; q.31 a.5 ad 3), se sigue que:, «la formación debió ser tal como convenía al mismo Espíritu Santo». Sin embargo, el crecimiento fue como el del cuerpo de los demás hombres, porque: «el aumento del cuerpo de Cristo se realizó en virtud a la potencia aumentativa del alma de Cristo, la cual siendo específicamente igual que la nuestra, del mismo modo debió hacer que el cuerpo creciese como crecen los cuerpos de los demás hombres, para que, por esto, se mostrara la verdad de su naturaleza humana»[4].
Instantaneidad del alma en la concepción de Cristo
Precisa Santo Tomás que el cuerpo de Cristo, desde el primer instante de su concepción recibió el alma racional o espíritu humano, creado por Dios. Después de citar estas palabras de San Juan Damasceno: «en el mismo instante fue carne, carne del Verbo de Dios y carne animada por un alma racional e intelectual»[5], argumenta: «para que se pueda atribuir la concepción al mismo Hijo de Dios, como confesamos en el Símbolo de los Apóstoles (credo de la liturgia bautismal), al decir: «Que fue concebido del Espíritu Santo», es necesario afirmar que el mismo cuerpo, al ser concebido, fue en el mismo instante tomado por el Verbo de Dios. Como ya se dijo (III, q. 6, a. 1-2.), el Verbo de Dios tomó el cuerpo mediante el alma, y el alma mediante el espíritu, esto es, el entendimiento; luego fue preciso que en el primer instante de la concepción el cuerpo de Cristo hubiera sido animado por el alma racional»[6].
Por admitir Santo Tomás la doctrina aristotélica de la animación retardada en el hombre, indica en este mismo lugar que: «según Aristóteles, en la generación del hombre se requiere antes y después, porque antes es viviente, después animal, finalmente hombre»[7],
Explica Santo Tomás que: «lo que Aristóteles dice, tiene lugar en la generación de los otros hombres, porque su cuerpo se forma y dispone lentamente a la recepción del alma. De manera que primero, como imperfectamente dispuesto, recibe un alma imperfecta; luego, cuando en disposición es perfecta, recibe el alma perfecta. Pero el cuerpo de Cristo, a causa del poder infinito del agente, quedó perfectamente dispuesto desde el primer instante, y así, desde luego, en ese primer instante, recibió su forma perfecta, es decir, el alma racional»[8]. De manera que: «el cuerpo de Cristo estuvo perfectamente formado, antes que el de los otros hombres, y también animado antes»[9].
La animación retardada
La doctrina de la animación humana retardada, según los descubrimientos de la embriología moderna, ya no es sostenible. Según la genética actual como explica Abelardo Lobato, al comentar estos textos: «desde el primer momento se da la materia organizada, no sólo por parte del semen, sino del óvulo femenino: la unión del espermatozoide y del óvulo realizada en la fecundación. A partir de ese momento hay materia dispuesta para la animación, porque todo el proceso ulterior de desarrollo se verifica a partir del mismo óvulo fecundado, el cual es principio de la propia arquitectura y hasta de la propia casa, del cerebro y del corazón»[10].
En cambio, como indica también Lobato, sostiene Santo Tomás que: «el proceso normal del embrión humano requiere tres momentos previos a la animación: primero, el semen masculino y la «sangre» femenina se han de unir en el lugar de la generación, que es el útero materno; segundo, por la virtud activa del semen, de esa materia se ha de formar un cuerpo organizado; tercero, el cuerpo así formado, con vida vegetativa primero y sensitiva después, debe crecer hasta una cierta cuantidad. En el cuerpo ya formado deben tener su función los principales órganos, el corazón y el cerebro. Cuando haya una disposición proporcionada de la materia, al final de estos tres momentos, se realiza el definitivo, la animación, o la infusión del alma en el cuerpo»[11].
A esta explicación, se le presentaba una importante dificultad, porque de acuerdo con ella, el alma espiritual: «lo mismo que las demás formas naturales, requiere una cantidad determinada en su materia. Pero el cuerpo de Cristo, en el primer instante de su concepción, no tenía ya la cantidad como la que tienen los cuerpos de los otros hombres cuando son animados. En otro caso, de otro modo, si luego hubiera seguido su crecimiento normal continuamente, entonces o hubiera nacido más pronto, o al nacer hubiera tenido mayor cantidad que los otros niños».
No parece que pueda admitirse ninguna de las dos posibilidades. Queda confirmado, porque: «lo primero va contra San Agustín, que prueba que Cristo permaneció por espacio de nueve meses en el seno de la Virgen (cf Trin., IV, 6.) ; lo segundo se opone a autoridad de San León, Papa, que en un sermón sobre la Epifanía del Señor dice: «Encontraron al Niño Jesús, que en nada se distinguía de los otros niños» (Serm,, 34, c. 3)». Por consiguiente, no puede admitirse que: «el cuerpo de Cristo fuese animado en el primer instante de su concepción»[12], con la complicación ya indicada, que ello implica.
Para el mantenimiento de la doctrina Santo Tomás resuelve la dificultad del siguiente modo: «El alma requiere la debida cantidad en la materia en la que es infundida; pero tal cantidad tiene cierta amplitud, puesto que se salva tanto en la cantidad mayor como en la menor». Además: «La cantidad que tiene el cuerpo al serle infundida inicialmente el alma es proporcionada a la cantidad perfecta a que llegará por el crecimiento. De manera que los hombres más corpulentos tienen mayor cantidad de materia al infundirles el alma».
De acuerdo con ello, puede decirse que: «Cristo, en la edad perfecta, tuvo una grandeza conveniente, regular, a la cual estaba proporcionada la cantidad de su cuerpo en el momento en que los cuerpos de los otros hombres reciben su alma, pero en Cristo fue menor en el instante de su concepción que los cuerpos de los otros hombres». Ello no representó ningún obstáculo para el caso milagroso de la Encarnación, porque: «tal cantidad no era tan pequeña que no se salvara en ella la noción de cuerpo animado, pues en una cantidad parecida son también animados los cuerpos de algunos hombres pequeños»[13].
Sin embargo, a pesar de la imposibilidad actual de sostenerse la teoría de la animación retardada, puede mantenerse la premisa aristotélica en que se apoya toda la explicación tomista, porque, tal como la sintetiza Lobato: «la teoría general de la información de la materia exige en ésta una disposición adecuada para recibir la forma: la leña si no está seca no arde; al ojo enfermo le hace daño la luz y no ve. Sin vida sensitiva no hay posibilidad para el ejercido de las operaciones del alma espiritual. Tomás pensaba que el corazón es el órgano principal de la vida sensitiva del animal, en cuanto primum vivens y ultimum moriens. Por ello, no era posible poner la unión del alma con el cuerpo y el principio de la vida humana hasta que el organismo humano tuviera el corazón formado y ejerciendo su función. Por ello, es partidario de la animación retardada»[14].
Advierte Lobato, además, que: «si hubiera conocido cuanto la ciencia moderna ha descubierto en este campo, no hubiera tenido el mínimo inconveniente en admitir para todos los hombres lo que, por excepción, sólo veía posible en el caso de la concepción del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María. Todo está en la disposición de la materia y en la cuantidad requerida. La disposición del patrimonio genético es suficiente, a pesar de sus microscópicas dimensiones». De manera que: «lo que ocurría en Cristo, por virtud del Espíritu Santo, y por su misma dignidad en el misterio del Dios que se hace hombre, puede ser aplicado a todos los hombres, cuando se prueba que la disposición de la materia es apta para recibir el alma».
Parece que es innegable que incluso Santo Tomás, como concluye Lobato: «en el caso de haber conocido que ya desde el primer momento no sólo hay funciones vegetativas, sino toda la estructura para las funciones sensitivas, que van con la célula, Santo Tomás no hubiera dudado en hacer general el principio que ponía sólo como excepción en el caso de la formación del cuerpo de Cristo en el seno de la Virgen, en el primer instante»[15].
Simultaneidad en la concepción de Cristo
El cuerpo y el alma de Cristo, que empezaron a existir simultáneamente fueron asumidas por el Verbo en el mismo instante. De manera que no fue concebida primero la naturaleza humana de Cristo y después asumida por el Verbo, la segunda persona de la Santísima Trinidad.
Santo Tomás se ocupa asimismo de esta tesis, enseñada por la Iglesia como verdad católica, no definida o dogmática, pero definitiva, porque es necesaria sostener para la custodia y exposición de varios dogmas, como el de la unión hipostática de las dos naturalezas de Cristo y el de la maternidad divina de la Virgen María, Para explicarlo, recuerda que ya afirmó que: «decimos con toda propiedad que Dios se hizo hombre, pero no decimos con la misma propiedad que el hombre se hizo Dios (Cf. III; q.16 a. 6 y 7), porque Dios tomó lo que es esencial del hombre y esto no preexistió, con propia subsistencia por sí mismo, antes de ser asumido por el Verbo».
No hubo ninguna naturaleza humana concreta, ni específica ni individual, que antes de ser tomada en la Encarnación fuese subsistente, tuviese un ser propio y, por tanto, fuese una substancia, ni, por ello existiese. «Si la carne de Cristo hubiera sido concebida antes de ser tomada por el Verbo, hubiera tenido en algún tiempo una hipóstasis distinta de la hipóstasis del Verbo de Dios». Hubiera sido una persona humana, una substancia o hipóstasis racional, distinta de la persona o hipóstasis del Verbo de Dios, que asumió una naturaleza humana individual.
Advierte seguidamente Santo Tomás que: «esto es contrario a la noción de la Encarnación, según la cual afirmamos que el Verbo de Dios se unió a la naturaleza humana, y a todas sus partes, en unidad de persona». Por ser asumida la naturaleza humana por la persona divina, subsiste por el ser divino, de modo que la unión de la naturaleza humana y divina se realizó en la persona divina, por su ser divino. De manera que en Cristo hay dos naturalezas, humana y divina, no fundidas entre sí, sino unidas en la persona divina, que es la única de Cristo.
Añade Santo Tomás que podría todavía decirse que al asumir el Verbo la naturaleza humana eliminase su subsistencia y, con ello, su ser propio, en definitiva por tanto, la persona humana, con su ser. Sin embargo, debe decirse que: «No fue conveniente que esta hipóstasis preexistente de la naturaleza humana, o de alguna de sus partes, fuera destruida por el Verbo al tomar la naturaleza humana». Por consiguiente: «resulta ser contrario a la fe el decir que la carne fue primero concebida y luego tomada por el Verbo de Dios»[16].
Una objeción que también podría hacerse a esta afirmación es que: «lo que no existe no puede ser asumido»[17], por tanto, Cristo no pudo asumir su naturaleza humana, si está no existiera previamente a la Encarnación.
A ella responde Santo Tomás que el Verbo la asumió no antes de existir, sino «en el instante mismo de ser concebida (…) de manera que han sido simultáneos el ser concebida y el estar concebida. Por esto escribe San Agustín: «decimos que el mismo Verbo de Dios fue concebido al unirse la carne, y que la misma carne del Verbo fue concebida en la Encarnación del Verbo» (Pseudo-San Agustín, La fe; dedicado a Pedro, c. 18)»[18].
Por último, podría asimismo objetarse que es innegable que: «en todo ser engendrado es cronológicamente primero lo imperfecto que lo perfecto», y que «el cuerpo de Cristo es un ser engendrado. Por consiguiente, Cristo no pudo llegar «a su última perfección, consistente en la unión con el Verbo de Dios, al momento en el primer instante de su concepción». Debe pues sostenerse que: «primero fue concebida la carne, y después fue asumida»[19], primero lo imperfecto y después lo perfecto.
Replica Santo Tomás que: «en el misterio de la Encarnación no se considera a modo de«ascensión», como si una criatura preexistente que ascendiera hasta a la dignidad de la unión hipostática, como sostuvo el hereje Fotino. Más bien se considera a modo de «descenso», en cuanto que el Verbo perfecto de Dios tomó la imperfección de la naturaleza humana, según lo que se lee en San Juan: «yo he bajado del cielo» (Jn 6, 38)»[20].
Eudaldo Forment
[1] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 33, a. 1, in c.
[2] Ibíd., III, q. 33, a. 1, ad 1.
[3] Ibíd., III, q. 33, a. 1, ob. 4
[4] Ibíd., III, q. 33, a. 1, ad 4.
[5] San Juan Damasceno, Expositio accurata Fidei Orthodoxae, III, c. 2.
[6] Santo Tomás, Suma teológica, III, q. 33, a. 2, in c.
[7] Ibíd., III, q. 33, a. 2, ob. 3
[8] Ibid., III, q. 33, a. 2, ad 3.
[9] Ibíd., III, q. 33, a. 2, ad 1.
[10] Abelardo Lobato, El cuerpo humano, en IDEM (dir.), El pensamiento de Santo Tomás de Aquino para el hombre de hoy, I, El hombre en cuerpo y alma, Valencia, Edicep, 1994, pp. 101-275, pp. 191-192.
[11] Ibíd., p. 191.
[12] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 32, a. 2, ob 2.
[13] Ibíd., III, q. 32, a. 2, ad 2.
[14] Abelardo Lobato, El cuerpo humano, op. cit., p. 191.
[15] Ibíd., p. 192.
[16] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 33, a. 3 in c.
[17] Ibíd., III, q. 33, ob. 1.
[18] Ibíd., III, q. 33, ad 1.
[19] Ibíd., III, q. 33, ob. 3.
[20] Ibíd., III, q. 33, ad. 3.
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