XXIX. La inconsistencia del mal
301. ––Según el Aquinate, el mal no tiene esencia, ni, por ello, ninguna esencia puede ser mala. Sin embargo, indica que: «parece que se podría rebatir la doctrina anterior con algunas razones». A continuación presenta seis. La primera es la siguiente: «el mal es, en algunos géneros, la diferencia específica, a saber, en los hábitos y actos morales». El acto humano, el que se realiza por la voluntad libre y, por tanto responsablemente, se convierte en bueno o malo, por la diferencia específica de ajustarse o no a la recta razón, imagen de la razón de Dios. «Pues, así como la virtud es, según su especie, un hábito bueno, del mismo modo el vicio contrario es, según su especie un hábito malo. Lo mismo cabe decir de los actos de las virtudes y vicios. Luego el mal específica algunas cosas», como son los actos humanos malos y los vicios. El mal pertenece entonces a su esencia. «Por lo tanto, el mal tiene esencia y es connatural a algunas cosas»[1]. ¿Cómo refuta el Aquinate esta bien argumentada objeción?
––Después de manifestar que «no es difícil» resolverla, nota que: «El bien y el mal, en lo moral, se ponen como diferencias específicas, según indica la primera razón, porque lo moral depende de la voluntad, y una cosa cae bajo el género de lo moral cuando es voluntaria».
Sin embargo, deben hacerse dos precisiones sobre la diferencia específica en los actos morales. Por una parte: «el objeto de la voluntad son el fin y el bien; y por esto lo moral se específica por el fin, así como las acciones naturales se especifican por la forma del principio activo, por ejemplo, el calentar se específica por el calor. Y como bien y mal se dicen con relación al orden universal al fin, o a la privación de tal orden, es necesario que, en lo moral, el bien y el mal sean las primeras diferencias, puesto que en cada género ha de haber una primera medida».
Por otra parte: «la medida de lo moral es la razón. Según esto, en moral algo se dirá bueno o malo con relación al fin de la razón, porque en moral lo que recibe la especie de un fin conforme a la razón se llama específicamente bueno; mas lo que se específica por un fin contrario al de la razón se dice específicamente malo». Una diferencia más próxima es la recta razón
Cuando no se sigue la naturaleza humana racional: «este fin, aun cuando suplante al de la razón es, no obstante, algún bien, como lo es lo deleitable con respecto a los sentidos. De aquí que para algunos animales son bienes, y también para el hombre cuando son moderados según la razón. Y lo que puede ser bueno para los primeros, puede ser malo para los segundos», si no se sigue el dictamen de la razón, que se manifiesta en la propia conciencia, que se fundamenta en la ley eterna de Dios.
Debe así concluirse que: « ni aun el mal, considerado como diferencia específica dentro de lo moral, implica algo malo esencialmente, sino algo que en sí es bueno, pero malo para el hombre, porque destruye el orden de la razón, que es el bien del hombre»[2].
302. ––La segunda objeción es muy breve: «Dos cosas contrarias tienen una naturaleza común, porque, si nada hubiera entre ambas, una sería con respecto a la otra una privación o una pura negación. Se dice que el bien el mal son contrarios. Luego el mal es cierta naturaleza»[3]. No se puede negar que dos opuestos contrarios tienen ambos naturaleza y que es la misma en cuanto al género. Así, por ejemplo, el blanco y el negro tienen la misma naturaleza, que es el color. ¿Cómo resuelve el aquinate esta dificultad lógica?
––Para comprender adecuadamente la respuesta de Santo Tomás conviene recordar que la oposición entre dos entidades se da cuando una excluye de algún modo a la otra. Según el tipo de exclusión, como enseñó Aristóteles, se pueden dar cuatro modos de oposición.
Es contradictoria, cuando la oposición es irreductible, como la que hay entre el ente y el no ente, o entre la afirmación y la negación, y, no hay, por tanto, un medio entre los opuestos contradictorios. Se de entre toda idea y su negación pura y siempre
La contraria es la oposición que se da dentro de un género y, por consiguiente, en un ámbito limitado. A diferencia de la oposición contradictorias, tolera la existencia de algo medio. Por ejemplo, entre el blanco y el negro, extremos del géneros color, pero que entre ellos están los otros colores; o bien la alegría y la tristeza, sentimientos contrarios, que tienen distintos grados intermedios, que pueden considerarse otras especies de sentimientos.
La oposición privativa resulta de la posesión de una perfección debida a su sujeto y de su falta, como la salud y la enfermedad. También permite el medio, tal como se patentiza en el ejemplo, en el que caben distintos grados.
Por último, la oposición correlativa, existente entre relaciones, y también entre los sujetos de las mismas, pero que guardan un orden entre sí. Como en la primera forma de oposición, no hay medio entre los opuestos relativos. Un ejemplo de ella es la paternidad y la filiación e igualmente entre padre e hijo[4].
Desde estas líneas de oposición, se advierte que el bien y el mal se oponen privativamente y, por tanto, no pertenecen al mismo género. En la objeción, se argumenta con la consideración del bien y el mal en el sujeto moral o en los actos morales, que son buenos o malos, y puede así concluirse que tales sujetos o actos son contrarios. De manera que: «el mal y el bien son contrarios si se toman en sentido moral», como algo que es bueno o que es malo. Sin embargo: «no lo son en sí mismos», como se pretende en esta segunda objeción, puesto que: «el mal, en cuanto mal, es la privación de bien»[5].
303. ––La tercera objeción se basa en que: «Aristóteles dice que “el bien y el mal son géneros de contrarios” (Categorías. I, 11)». Además que: «todo género tiene esencia o naturaleza», pues si careciera de ella, sería nada, no-ente, ya que« el no-ente ni tiene especies ni diferencias, y así lo que no es no puede ser género». Por consiguiente, por ser un género, necesariamente «el mal tiene esencia o naturaleza»[6]. ¿El mal es algo?
––Nota Santo Tomás, en su réplica, que al afirmar Aristóteles que «el mal y el bien son “géneros de contrarios”, que es en lo que se funda esta tercera razón» se refiere a vicios o actos malos y a virtudes o actos buenos. Se advierte que esta es la interpretación adecuada, porque: «en las cosas morales contrarias, o una y otra son malas, como la prodigalidad y la avaricia, o una cosa es buena y la otra mala, como la generosidad y la avaricia». En los géneros de males, hay diferencias específicas entre ellos, de manera que hay diferencias malas, según su mala ordenación, y entre los géneros de los actos morales los hay buenos y malos según su ordenación a fines buenos o malos moralmente.
Se puede así concluir que: «el mal moral es género y diferencia, no en cuanto, que es privación de un bien de razón, que es lo que llamamos mal», de un bien que no está presente en aquel sujeto, pero es de justicia o de razón que estuviera, y así sólo se expresa en el lenguaje como contenido de pensamiento. Las intenciones lógicas de género y diferencia en el mal moral se toman: «por la naturaleza de la acción o del hábito ordenados a un fin que es opuesto al debido fin de la razón», que no tiene que ser malo en sí mismo. De manera parecida a como: «por ejemplo (…) lo irracional es una diferencia del animal, no porque signifique privación de razón», que sería un mal si fuera debida, si debería tenerla por su misma naturaleza, «sino porque expresa una naturaleza que implica carencia de razón»[7] y de este modo no es un mal.
304. ––Con esta interpretación de la frase citada de Aristóteles en la cuarta objeción, el Aquinate responde adecuadamente a ella. Sin embargo, ¿porqué continúa la respuesta con otros dos párrafos?
––En el primero indica que podría darse otra respuesta, porque: «puede también decirse que Aristóteles llama géneros al bien y al mal no porque él lo sostenga, pues entre los diez primeros géneros, en cada uno de los cuales se encuentra alguna contrariedad, no los enumera; sino que lo hace según la opinión de Pitágoras».
Explica a continuación que Pitágoras: «sostuvo que el bien y el mal son los primeros géneros y principios, añadiendo a cada uno diez primeros contrarios, a saber; bajo el bien colocó lo finito, lo par, el uno, lo derecho, lo masculino, lo quieto, lo recto, la luz, lo cuadrado, y, por último, el bien; y bajo el mal, los siguientes: lo infinito, lo impar, lo plural, lo izquierdo, lo femenino, lo movido, lo curvo, las tinieblas, lo largo y mal».
Aristóteles refiere esta tabla de oposiciones, al principio de su Metafísica, al escribir que los pitagóricos: «dicen que hay diez principios, que enumeran paralelamente: Finito e Infinito, Impar y Par, Uno y Pluralidad, Derecho e Izquierdo, Masculino y Femenino, Quieto y En movimiento, Recto y Curvo, Luz y Oscuridad, Bueno y Malo, Cuadrado y Oblongo»[8].
305. ––¿Sería esta doctrina pitagórica de un dualismo cósmico, por la oposición absoluta entre los principios buenos y malos, un precedente del dualismo maniqueo posterior?
––Sobre el maniqueísmo[9], una de las sectas gnósticas –movimientos religiosos, que pretendían la salvación por el conocimiento[10]–, que apareció en el siglo III, afirma el tomista Francisco Canals, al estudiar las herejías gnósticas cristianas, que: «la mitología de la dialéctica de las tensiones y de la polaridad de los contrarios antitéticos, con la misma malicia que tiene en la modernidad, no sólo estuvo vigente en las gnosis, sino que a través de ellas remonta a las fuentes más antiguas del saber filosófico griego, en aquello que la filosofía griega recibió muy probablemente del esoterismo mágico y sacerdotal del Oriente».
Explica Canals que: «algunos pitagóricos, según refiere Aristóteles, entendieron la realidad como estructurada y fundamentada no en un principio unitario, sino en una dualidad polar de coelementos antitéticos, que, a la vez, se exigen y se contraponen»[11].
Los pitagóricos pensaron los objetos matemáticos como integrados en la realidad, porque los tomaban como si fuesen cosas. Decía Aristóteles que: »Los pitagóricos conciben las cosas como números, porque conciben los números como cosas»[12]. Por ello, como indica Canals: «Si la esencia de todas las cosas es el número, según la característica doctrina pitagórica, se descubrió en los mismos números el enfrentamiento de los “pares y nones”. Algo así como una derecha y una izquierda en los números, ya que la divisibilidad de los pares los constituye en fuente de indeterminación. Y así los números, como esencia de la realidad, exigen también explicar ésta no sólo desde el principio de determinación y límite, sino también desde lo “indeterminado”, principio coelemental y antitético al que establece en la realidad la determinación de la figura y de la consistencia».
Desde esta inferencia: «se sigue toda una cadena de tensiones. Después de lo determinado y lo indeterminado, de lo impar y no par siguen, con el mismo ritmo de polaridad antitético y coelemental: lo uno y lo múltiple, la derecha y la izquierda, lo masculino y lo femenino, lo estático y lo móvil, lo recto y lo curvo, la luz y las tinieblas, el bien y el mal, lo cuadrado y lo oblongo».
Además: «si leemos como serie continua cada una de las “parcialidades” contrapuestas, hallamos en la línea de lo determinado, de lo uno, lo impar, la derecha, lo masculino, lo recto, lo estático, la luz, el bien y lo cuadrado; y en la serie de lo indeterminado y de lo múltiple, lo par, la izquierda, lo femenino, lo curvo, lo móvil, lo tenebroso, el mal y lo oblongo»[13].
306. ––¿Por qué, en esta explicación de la tabla pitagórica, dice Canals que tenía la «malicia» que las oposiciones «antitéticas» propias de la «modernidad»?
––Advierte seguidamente Canals que: «Esta década de parejas, que atribuye Aristóteles a los pitagóricos del siglo IV (a. C.), hoy puede ser utilizada por nosotros para una reflexión, de actualidad sorprendente. El bien y el mal son ya en la tabla pitagórica principios de la realidad, como lo son para la vida humana lo masculino y lo femenino; es decir, el mal es interpretado como algo consistente y sustantivo, exigido por el ser mismo, y en tal caso leemos en la tabla el dualismo maniqueo o el de las religiones de tipo semejante al mazdeísmo»[14], a la religión dualista iraní fundada por Zoroastro en el siglo VI a. C.
También, por otra parte: «si nos centramos en la polaridad bien-mal e interpretamos el mal, como es obvio, como mal, es decir, como advirtió san Agustín, no como algo que es; en este caso leeremos en la tabla la tesis de que es malo y tenebroso lo femenino, lo en movimiento (“la donna è mobile”), lo indeterminado, lo múltiple, lo curvo y lo rectangular».
En esta segunda posibilidad: «tal observación puede resultar desconcertante, pero no cabe duda de que malentendidos de este tipo han recogido en gran manera las escisiones y antítesis de los movimientos filosóficos o de las actitudes culturales o sociales. En la década de contrarios coelementales a que nos referimos encontramos expresado lo que llamaríamos un maniqueísmo de derecha monista y enemigo de la pluralidad, antifeminista, inmovilista, partidario de lo cuadrado y lo determinado (lo figurativo)».
En este caso, las «polaridades» no expresarían una carencia, sino que: «se trata realmente de un maniqueísmo porque se ha dado consistencia al mal y porque a la vez se han puesto en la línea de lo malo elementos de la realidad que son integrantes y exigidos por el mismo ser y bien del Universo: como lo femenino, lo móvil, lo múltiple o lo rectangular». Se considera así a algo que es bueno, pero que puede se contrario correlativo con otro bien, como algo malo, como una privación. «Y en esto consiste el maniqueísmo. El mal adquiere consistencia y, a la vez, dimensiones positivas de la realidad pasan a ser interpretadas como malas»[15].
Por otra parte, si: «atravesaremos la línea divisoria de las parcialidades y pasaremos nuestra simpatía al otro lado de la tabla pitagórica. Consideraremos malo lo unitario y unificante (la autoridad, la monarquía, el papado), o tal vez, y sin cambiar el bien y el mal de sus lugares en la tabla, hablaremos gustosamente de “las flores del mal” o de “los malhechores del bien”; en todo caso, estaremos de parte de lo abstracto contra lo figurativo y de la multitud enfrentada al principio de unidad (el pueblo contra la monarquía, el Colegio frente al Papado); profesaremos una pedagogía de espontaneidad e intuición y tendremos como la más peyorativa calificación la de inmovilista; con Wagner, en su Tristán e Isolda, simpatizaremos con los valores morales indeterminados y nocturnos frente a la fijeza y conformismo de la ética diurna»[16].
307. ––¿Cuál es la respuesta a esta visión del mal?
––No parece posible dar razón del maniqueísmo sin referirse «a un misterio de iniquidad que obra en la historia». Así, el maniqueísmo, que «venia operando secularmente», y que «a partir del Renacimiento y especialmente desde la Ilustración (…) se difunde sobre todas las dimensiones de la vida cultural y social»[17].
Incluso en la religiosa, cuyo precedente estaría la herejía marcionita, de la primera mitad del siglo II. Creada por Marción, en «su sistema gnóstico se dio el precedente más vigoroso del dualismo maniqueo como herejía cristiana. Marción afirmó la existencia de dos dioses: de una parte, el Dios de Israel, creador del mundo, poderoso, legislador, justiciero y “belicoso”; y, de otra, el Padre de Jesucristo, no autoritario ni legislador, ni poderoso, cuya obra no es crear y regir el mundo, Dios de bondad y amor cuya obra es la liberación del hombre frente a la esclavitud de la ley. Enfrentando al “Dios de los fariseos”, el Dios de los cristianos es, diríamos hoy, un dios de izquierda”»[18].
El dualismo antitético de los marcionitas, propio de todos los sistemas gnósticos, se manifestaba en la oposición radical entre lo cristiano y lo judío. Enseñaban los marcionitas que el auténtico cristianismo había venido a liberar del sometimiento de la ley, desde la bíblica a la natural. Su antinomismo absoluto les llevaba al desprecio y hostilidad de los bienes terrenos y del orden natural.
Podría afirmarse que en esta tensión se encuentra también la modernidad. Por ello, confiesa Canals: «Me he preguntado muchas veces que ha ocurrido en el mundo de hoy para que la verdad quede convertida, en la perspectiva de su apariencia en el plano sociológico, en un “ismo” parcial; para que la ortodoxia íntegra se presente como una posición extremista; para que la doctrina verdadera parezca la opción caprichosa de un grupo; y para que no haya manera de afirmar la verdad sin ser al punto acusado de enfrentamiento hostil a toda una serie de dimensiones de la realidad»[19].
Para orientarse en esta situación, considera Canals que hay que tener en cuenta dos observaciones respecto al mal. La primera es que se da el mal y se opone al bien, pero: «en la permisión divina, la misma contrariedad antitética de lo malo se subordina al bien del universo». El mal, por voluntad divina, no destruye el bien, sino que contribuye al mismo
La segunda, que: «el mal es privación y desorden y no consistencia ni sustantividad; ni un elemento del mundo. Y ningún elemento ni dimensión de la realidad en cuanto tal es malo»[20]. Todo ente en sí mismo es bueno.
Además, desde la «síntesis metafísica y teológica (…) regida por la fe» se pueden aportar tres aclaraciones. Una, que: «la diversidad, la complejidad, la multiplicidad queridas por el “pluralismo” divino, manifiestan la generosidad de Dios bueno y omnipotente»[21].
A este respecto, recuerda Canals que: «Dios es uno. “Oye, Israel, el Señor tu Dios es el Señor uno” (Dt 6, 4). Dios, que es uno, ha creado el mundo; “y vio Dios todas las cosas que había creado y eran muy buenas” (Gn 1, 31). Toda pluralidad y diversidad entitativa es efecto de la generosidad de Dios, del plan efusivo de su amor que comunica el bien. Por la bondad de Dios uno, existen miríadas de espíritus angélicos, de hombres y animales de toda especie y toda variedad de linajes de pueblos. Por la bondad de Dios –“no es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2, 18)– existe la mujer»[22].
Otra observación, que se puede obtener igualmente, de la doctrina de Santo Tomás, es que, por una parte: «No hay un Dios malo; el ángel creado bueno falta al orden debido al no someterse a Dios».
Por otra parte: »la caída de los espíritus angélicos y la acción del tentador sobre la humanidad pone en marcha la lucha de las “dos ciudades”», según la conocida expresión de la teología de la historia de San Agustín.
Por último, el profesor Canals, enuncia esta original tesis, que es una consecuencia de lo expuesto, pero que puede parecer sorprendente: «la ciudad del mal no tiene nada que aportar a la historia: todo lo que en ella es entidad y eficacia tiene su soporte en la obra creadora de Dios y en las potencias dadas por Dios al hombre y al mundo. El mal no obra sino por virtud del bien, como enseñaron san Agustín y Santo Tomás»[23].
308. ––Si Aristóteles no sostenía que el bien y el mal fuesen «géneros de contrarios», tal como interpreta el Aquinate esta afirmación, que se encuentra en el libro de Las categorías, y que era propia exclusivamente de los pitagóricos ¿cómo se explica, sin embargo, que la cite?
––Santo Tomás completa su interpretación al indicar, en un segundo párrafo, que no es extraña esta cita de Aristóteles, porque:«así también en muchos lugares de sus libros sobre lógica se sirve de los ejemplos de algunos filósofos». Todavía añade que ponía estos ejemplo, porque en su época eran consideradas opiniones, pues para los filósofos: «eran, como cosas probables para aquellos tiempos».
Respecto a la opinión de que el bien y del mal sean géneros contrarios, y que Aristóteles la ponga como ejemplo, no sólo porque la considerada probable, sino también, porque, aunque no la tome como cierta, observa Santo Tomás que: «no obstante, dicha afirmación tiene algo de verdad, pues es imposible que lo probable sea absolutamente falso».
Queda confirmado, en la consideración del bien y el mal como contrarios, porque que: «en las cosas contrarias, una se considera perfecta y la otra disminuida, como si estuviera mezclada con cierta privación; por ejemplo, lo blanco y lo cálido son perfectos, pero lo negro y lo frío son imperfectos como si significaran una privación». En relación a lo perfecto hay una carencia o privación, pero es debida a su naturaleza.
No obstante: « como toda disminución y privación pertenecen a la razón de mal» aunque también con el carácter de debido, e «igual que toda perfección y complemento pertenecen a la razón de bien», se infiere entonces que «en los contrarios, uno parece estar comprendido bajo la razón de bien y otro bajo la razón de mal. Y, en este sentido, el bien y el mal parecen ser los géneros de todos los contrarios»[24].
309. ––De la máxima: «el obrar sigue al ser» se infiere de modo inmediato que, como se afirma, por una parte, en la cuarta objeción: «todo lo que obra es alguna cosa». Por otra, que también puede decirse que: «El mal obra en cuanto mal, pues se opone al bien y lo corrompe». Se obtiene de ello la conclusión: «Luego el mal, en cuanto tal, es alguna cosa»[25], lo que va en contra de la tesis del Aquinate sobre la no entidad del mal. ¿Cómo la defiende de esta argumentada refutación?
––En primer lugar, en la correspondiente respuesta, queda explicitada está máxima sobre la acción, porque supone que el obrar es según la forma o naturaleza, que origina la acción y el fin al que se dirige. De manera que se obra «según las formas y fines, que tienen razón de bien, y son verdaderos principios de acción». Cuando se da: «privación en las formas y dirigido a fines contrarios, la acción que sigue de tal forma y de tal fin, se atribuye también a la privación y al mal aunque accidentalmente». Solo se asigna la acción al mal de este manera, en cuanto este mal está en el bien que queda, después de la privación que comporta todo mal. El que realmente actúa es este bien restante, «porque, la privación en cuanto tal no es principio de acción alguna».
El mal en sí mismo no actúa «Lo confirma Dionisio que escribr: “El mal no lucha contra el bien, sino en virtud del mismo bien, pues de sí es impotente y débil” (Los nombres divinos, IV, 20), es decir, que no es principio alguno de acción».
Sin embargo, observa Santo Tomás: «se dice que el mal corrompe al bien, no sólo obrando en virtud del bien, como se ha expuesto, sino también propia y formalmente, como se dice que la ceguera corrompe la vista». No obstante, en este último caso, se dice: «porque es la corrupción misma de la vista», que es un bien. «Igual que decimos que la blancura colorea la pared, porque es el color mismo de la pared»[26], y no el de una pintura que se le haya aplicado.
310. ––La argumentación de la quinta objeción es la siguiente: «en toda cosa se dan el más y el menos, y así hay cosas sujetas a un orden». En cambio: «las negaciones y privaciones no son susceptibles de más y menos». Sin embargo, entre los males se encuentra un orden, porque: «entre los males, uno es peor que otro». Puede así concluirse que: «Es preciso pues que el mal sea algo»[27]. Tanto las premisas como la conclusión parecen verdaderas. ¿Cómo lo rebate el Aquinate?
––No niega Santo Tomás la veracidad de las premisas, pero advierte que de ellas no se puede hacer la inferencia que invalida la inconsistencia del mal, porque la premisa mayor es ambigua. Debe completarse, porque: «se dice que algo es con respecto a otra cosa más o menos malo, según su apartamiento del bien», no con respecto al mal, como se supone en la objeción.
En general: «todo lo que importa privación aumenta o disminuye, como lo desigual o lo desemejante, porque se llama más desigual a lo que está más lejos de la igualdad , y desemejante a lo que se aparta mas de lo semejante». Por este motivo: «se dice más malo a lo que tiene mayor privación de bien, por estar más distanciado del bien.».
Como consecuencia: «las privaciones aumentan, no porque tengan alguna esencia, como las cualidades y las formas, según objeta la quinta razón, sino porque aumenta su causa; por ejemplo, el aire se hace más tenebroso cuando se multiplican los obstáculos de la luz, porque entonces está más lejos de participar de la luz»[28]. En las privaciones, no aumenta o disminuye su entidad de la que carecen, sino su misma carencia.
311. ––La última objeción a la tesis del Aquinate sobre lo que es el mal, es la más breve, pero estrictamente metafísica. Según la doctrina de los trascendentales o modos generales del ente: «Cosa y ente se convierten». Al igual que los otros cinco – unidad, «aliquidad (incomunicabilidad o individualidad), verdad, bien y belleza–– son convertibles o equivalentes entre sí en las proposiciones, y, por ello, se pueden intercambian como sujeto y predicado. Además, «El mal está en el mundo» como también la «cosa», que es como se denomina al ente, en cuanto tiene esencia o naturaleza, «Luego (el mal) es cosa o naturaleza». ¿Qué le objeta el Aquinate a este claro razonamiento?
––La premisa mayor es totalmente verdadera porque los trascendentales se identifican entre sí, aunque no son nociones sinónimas, porque cada concepto trascendental o máximamente universal o general, explícita un matiz distinto, pero conserva implícitamente los otros seis restantes. En cambio, la premisa menor, para que sea verdadera, debe completarse. Es cierto que: «el mal está en el mundo», pero «no como si tuviera una esencia determinada o fuera alguna cosa, como indica esta sexta argumentación, sino por la misma razón que se dice que es mala una cosa por el mismo mal», que le hace existir como mala. Ocurre: «como la ceguera u otra privación se dice que existe, porque el animal es ciego por la ceguera».
En este segundo caso, sólo se puede considerar como cosa o ente en un sentido no real. Explica Santo Tomás: «El ente, como dice Aristóteles en la Metafísica (IV, 7), se toma en dos sentidos: uno, según significa la esencia de la cosa, y así se divide en diez predicamentos; y así ninguna privación puede llamarse ente». Ente, en esta acepción, se corresponde a algo real, a una cosa. Es el ente que se divide en diez géneros supremos llamados predicamentos o categorías,
Añade que: «Otro sentido de ente, es según significa la verdad de la composición (el juicio o la proposición); y así el mal y la privación se dice ente, en cuanto que por la privación se dice que algo está privado». Las privaciones y también las negaciones pueden ser términos en las enunciaciones o proposiciones, y cumplir la función de sujeto o predicado. Sin embargo, no se corresponden a cosa alguna de la realidad, si bien lo significado existe en ella, existe una carencia. El mal, como privación, por consiguiente, se pueda nombrar y formar parte de los juicios y razonamientos, pero su entidad es sólo lingüística o lógica, es un ente de razón, que se refiere a una presencia en la realidad, pero sin entidad real.
312. ––¿Cuál sería en síntesis la doctrina sobre el mal, que se encuentra en estos dos capítulos sobre el mal, dedicados a estas esta seis objeciones y a sus respuestas»
––Santo Tomás ha probado quepara el ente, el mal es un estado de inconveniencia, que implica y que produce la corrupción, el daño o el sufrimiento para su sujeto. El mal se encuentra en la substancia, aunque como un inconveniente, por ser una carencia para ella. Está también en los accidentes, porque puede estar en toda clase de entidades, pero siempre situado en algo al que no conviene, o al que nunca ha convenido.
El mal no es ente, porque no sólo no tiene esencia, sino que tampoco tiene ser. Aunque el mal no tenga esencia, ni ser, ni, por ello, sea un ente, tiene existencia El mal existe, está presente en la realidad, en los entes substanciales y en los accidentales. Aunque el mal no tenga ser, que es la causa de la existencia, sin embargo, es posible que exista. El mal no tiene ser propio, pero existe por el ser de la substancia o del accidente, a los que está privando de bien.
Debe notarse que, aunqueel mal existe, pero no tiene ser propio, no se identifica, por ello, con los accidentes. El mal no es accidente, porque, aunque exista por otro y en otro, carece de toda esencia. No es una entidad natural, como los accidentes.
Esta doctrina de las carencias entitativas del mal, confirma las dos tesis ya expuestas obre el mismo. Una, que si el mal no tiene esencia o naturaleza, a la inversa no hay naturaleza mala. La otra, que si todo ente considerado en sí mismo no es malo, es bueno. Cuando queda privado algo de su naturaleza es cuando aparece el mal.
Eudaldo Forment.
[1] Santo Tomás, Suma contra los gentiles, III, c. 8.
[2] Ibíd., III, c. 9.
[3]Ibíd., III, c. 8.
[4] Cf. Aristóteles, Metafísica V, 10.
[5]Santo Tomás, Suma contra los gentiles, III, c. 9.
[6]Ibíd., III, c. 8.
[7] Ibíd., III, c. 9.
[8] Aristóteles, Metafísica, I, 5, 60
[9] Véase: H-Ch. PUECH, La religión de Mani, en Cristo y las religiones de la Tierra, Madrid, BAC, 1961, vol. II, pp. 467-525.
[10] Véase: S. HUTIN, Los gnósticos, Buenos Aires, Eudeba, 1964.
[11] Francisco Canals, Monismo y pluralismo en la vida social, en Miscelánea, Barcelona, Editorial Balmes, 1997, pp. 81-96, p. 85.
[12] Aristóteles, Metafísica I, 5-
[13]Francisco Canals, Monismo y pluralismo en la vida social, o. p. cit., p. 85.
[14]Ibíd., pp. 85-86.
[15]Ibíd., p. 86.
[16] Ibíd., pp. 86-87.
[17] Ibíd., p. 87.
[18] Ibíd., p. 84.
[19] Ibíd., pp. 83-84.
[20] Ibíd., pp. 87-88.
[21] Ibíd., p. 88.
[22] Ibíd., p. 87.
[23] Ibíd., p. 88.
[24]Santo Tomás, Suma contra los gentiles, III, c. 9.
[25]Ibíd., III, c. 8.
[26]Ibíd., III, c. 9.
[27] Ibíd., III, c. 8.
[28] Ibíd. III, c. 9.
2 comentarios
Muchísimas gracias por sus aportes.
Muchas gracias Don Eudaldo por sus explicaciones. Saludos desde Cuenca, Ecuador.
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