VIII. La gracia actual
VIII. La gracia actual
La perfección de la gracia santificante
El efecto fundamental de la gracia santificante, el cimiento o raíz y la fuente de todos los demás, es proporcionar una participación de la naturaleza divina, y, por tanto, el «no ser totalmente, sino tener algo de ella»[1]. Además, la participación divina es de una manera inherente o accidental y según cierta analogía, ya que la gracia sólo hace a su sujeto «participar según cierta semejanza del ser divino»[2] o de la «naturaleza divina»[3] Este admirable efecto en el alma muestra la perfección de la gracia, que, como también afirma Santo Tomás, perfecciona la esencia del alma «mediante una especie de nueva generación o creación»[4].
Del mismo modo se manifiesta la perfección sobrenatural de la gracia en sus otros tres efectos principales –la filiación divina adoptiva; la conversión en gratos a Dios como hermanos de Cristo y coherederos del cielo; y el ser templo de la Santísima Trinidad–. Igualmente, en todos los demás efectos derivados, como la comunicación de la vida sobrenatural, la unión intima con Dios, la capacidad de merecer, la justificación, y la santificación.
Para determinar el grado de perfección de la gracia, argumenta Santo Tomás, en lenguaje aristotélico, que ser un habito o una cualidad: «no puede ser substancia o forma substancial, sino que es forma accidental del alma misma, porque lo que está substancialmente en Dios se produce accidentalmente en el alma que participa la divina bondad, como se ve respecto de la ciencia. Según esto, como el alma participa imperfectamente la divina bondad, la misma participación de esta bondad –que es la gracia– tiene su existencia en el alma de un modo más imperfecto que la existencia del alma en sí misma».
En consecuencia, hay que afirmar que en cuanto accidente que inhiere en la substancia del alma, que es subsistente, la gracia santificante es menos perfecta que ella. «No obstante, es más noble que la naturaleza del alma, en cuanto que es expresión o participación de la bondad divina, aunque no en cuanto al modo de ser»[5].
Si se considera la gracia en sí misma, en su misma esencia, sin tener en cuenta el modo que existe en el alma humana, y que no procede de la substancia del alma, como los otros accidentes, sino de la misma substancia divina, puede decirse que de manera absoluta es más perfecta que el alma substancial, en la que está. Por ser una participación más plena de la naturaleza divina que la que tiene cualquier substancia creada, la gracia es más perfecta que cualquiera de ellas.
Aunque toda gracia sea un hábito accidental, es más noble que la substancia que inhiere, porque un accidente puede ser superior a su sujeto. Ciertamente: «Todo accidente es inferior en su ser a la substancia, porque la substancia es ente en sí mismo, y el accidente en otro. Más no siempre por razón de su especie. Así, el accidente causado por el sujeto es menos digno que el sujeto, como el efecto respecto de la causa; pero el causado por la participación de una naturaleza superior es de más dignidad que el sujeto en cuanto a la semejanza de la naturaleza superior, como la luz respecto de lo diáfano. En este sentido, la caridad es más digna que el alma, por ser una participación del Espíritu Santo »[6]. En este sentido, la gracia es más digna que el alma, por ser una participación del Espíritu Santo.
La obra máxima de Dios
De esta excelencia de la gracia sobre el alma, que las operaciones de la gracia, por ser ésta una participación de la naturaleza divina –aunque de modo accidental y analógico– también son superiores a cualquiera de las que puedan realizar las criaturas naturales.
Por ser la gracia formalmente divina, según el modo explicado, su operación propia es la contemplación de la esencia divina y el gozo de su bienaventuranza. Santo Tomás llega a afirmar, por ello, que: «El bien del universo es mayor que el bien particular de uno, si se entienden ambas cosas en el mismo sentido. Pero el bien de la gracia de uno es mayor que el bien natural de todo el universo»[7]. Cada gracia dada por Dios supera en perfección a toda la obra de la creación.
En este mismo lugar, Santo Tomás cita unas palabras de San Agustín, que confirman esta afirmación. Se pregunta el santo obispo de Hipona: «¿Qué obras mayores hay (…), sino que (el hombre) de impío sea hecho justo?»[8]. Justifica que es más hacer un pecador justo con la gracia que hacer el cielo y la tierra con la indicación del Evangelio que: «”el cielo y la tierra pasarán” (Mt 24,35); en cambio permanecerán la salvación y justificación»[9].
Las gracias operativas
La gracia santificante proporciona la vida sobrenatural, pero no, en cambio, la operación de actos sobrenaturales, porque, aunque sea propiamente un accidente, en el orden sobrenatural hace el papel de substancia, y, por ello, como ésta última, en el orden natural, necesita también para obrar otras cualidades, unas facultades o potencias[10]. De ahí que juntamente con la gracia santificante, hábito entitativo, se reciben otras gracias, que son hábitos operativos.
La gracia santificante por ser un hábito entitativo no es inmediatamente operativa, no es sustituida por las gracias operativas. Estás últimas son igualmente hábitos, pero operativos, actúan así como las facultades o poderes de la gracia santificante
Al igual que el alma es causa eficiente emanativa de las potencias operativas del hombre, la gracia santificante es causa eficiente emanativa de las gracias operativas, que son las virtudes sobrenaturales infusas y los dones del Espíritu Santo, infundidos por Dios con la gracia santificante. Aunque la gracia santificante es un hábito y las virtudes también, no se pueden identificar. «La gracia encaja en la primera especie de cualidad. Sin embargo, no es lo mismo que la virtud, sino una relación que se presupone a las virtudes infusas como a su principio y raíz»[11].
Explica Santo que: «Así como la luz natural de la razón es algo distinto de las virtudes adquiridas, las cuales tienen su razón de ser en orden a ella, así también la misma luz de la gracia, participación de la naturaleza divina, es algo distinto de las virtudes infusas, que tienen su origen en esta luz y a ella se ordenan».
Por la gracia santificante, se reciben las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Siempre juntamente con la gracia santificante se infunden estas gracias operativas o dinámicas, que son así inseparables de ella. «Así como las virtudes adquiridas perfeccionan al hombre para caminar conforme a la luz natural de la razón, así las virtudes infusas le perfeccionan para caminar como conviene a la luz de la gracia»[12].
Con sus actos, la vida sobrenatural puede como la natural crecer y desarrollarse[13]. Lasgracias operativas, que capacitan para realizar los actos sobrenaturales propios de la gracia santificante,son las virtudes infusas, teologales –que ordenan al fin sobrenatural, y son la fe, la esperanza y la caridad– y la virtudes infusas morales –que disponen al fin sobrenatural con relación a los medios y que se corresponden a las virtudes adquiridas o naturales–, y los dones del Espíritu Santo –también hábitos operativos para recibir y secundar con facilidad las mociones del Espíritu al modo divino–.
Las mociones sobrenaturales
Las virtudes y dones noson suficientes para los actos sobrenaturales. Estas gracias infusas, hábitos, que capacitan para realizar de manera connatural y sin esfuerzo las acciones sobrenaturales, necesitan una acción sobrenatural que les ponga en movimiento. Tales auxilios divinos son mociones sobrenaturales, porque, al igual que se requieren las mociones naturales para que la criatura actúe como causa segunda, lo mismo ocurre en el orden sobrenatural, que necesita el influjo divino.
El hombre en todas sus acciones, naturales o sobrenaturales, siempre es causa segunda. Nunca es independiente de la Causa primera. Necesita las mociones de la divina providencia. Las mociones divinas se extienden exclusivamente a todo, incluido igualmente lo singular. «Todo lo que de algún modo tiene ser, cae bajo su providencia. Además, son más entes los singulares que los universales, porque éstos no subsisten de por sí, sino únicamente en aquéllos. Por lo tanto, la providencia divina se extiende también a los singulares»[14].
Los singulares existentes en la realidad pueden ser objeto de lo que se denomina providencia general y providencia especial. Providencia general es la que se refiere a todos los entes o a un grupo de ellos. Providencia especial es para un solo singular.
Se da otra distinción en ambas providencias con respecto a su finalidad. Pueden ser de fin universal o de fin particular, según que su finalidad afecte a todos o sólo a algunos.
En la providencia general, el fin universal es el bien de todo lo creado o la gloria de Dios.El fin particular es menos general, como lo son los fines de las distintas leyes de la naturaleza, que se aplican a distintos géneros y especies de entes, como, por ejemplo, que el fuego queme.
En la providencia especial, el fin universales el mismo que el de la providencia general, el bien de lo creado o la gloria de Dios. El fin particular es el que se propone para el único individuo.
Sobre estas dos distinciones en la providencia de los singulares, debe notarse que, en primer lugar, siempre es infrustrable o inimpedible la providencia especial, tanto en el fin universal como en el fin particular respectivo.
En segundo lugar, que la providencia general de Dios en cuanto al fin universal también es infalible. No puede ser frustrada, porque todos los demás fines están ordenados al bien del universo o a la gloria de Dios.
En cambio, en tercer lugar, la providencia general en cuanto a la consecución del fin particular –por ejemplo, que el hombre haga el bien y evite el mal– es frustrable o impedible. El hombre puede no seguir la providencia general en cuanto al fin particular, y, por tanto, no cooperar, en este sentido, con ella. Puede así interrumpir el plan de la providencia, dejando de ejercerla, o modificando su especificación al bien. En lugar de continuar la dirección de la correspondiente finalidad hacia el bien, puede convertirla en mala.
Debe advertirse, por una parte, que, si bien es posible poner impedimento a la moción divina, correspondiente a la providencia general en cuanto al fin particular, a su curso o perseverancia, sin embargo, en la incoación o el momento iniciativo de la moción divina, el hombre no puede ponerle impedimento. En la providencia general, la moción de Dios nunca falta por si misma. Dios da siempre la moción general y mientras no la resista el hombre continúa su acción[15].
Las gracias actuales
El hombre, en su estado actual, en el que no puede hacer todo el bien proporcionado a su naturaleza, y que se explica como efecto de la culpa originaria, puede realizar en el orden moral solo actos imperfectos, Son, en este sentido, actos imperfectos aquellos que, para realizarlos, no se requieren todas las fuerzas morales de la naturaleza humana. Resultan, por ello, actos fáciles para el hombre. Así, por ejemplo, un acto imperfecto sería cumplir uno de los preceptos de la ley natural.
Actos perfectos son los actos humanos que, por necesitar todo el vigor moral de la naturaleza humana, son imposibles de realizar de hecho para el ser humano en su estado actual Son así actos difíciles para el hombre. Un ejemplo de un acto perfectoo difícil es el cumplir todos los preceptos por completo de la ley natural, o cumplir por mucho tiempo alguno de ellos, porque el tiempo convierte lo fácil en difícil[16].
Ni los actos imperfectos, como es lógico, ni los actos perfectos, imposibles para la mera naturaleza humana actual permiten la justificación y la salvación. Para ello se necesita además la gracia de Dios. Más concretamente, son necesarias dos especies de gracias. Escribe Santo Tomás: «El hombre para vivir rectamente necesita doble auxilio divino. Por un lado, un don habitual por el cual la naturaleza caída sea restaurada y así restaurada sea capaz de hacer obras meritorias de vida eterna que exceden las posibilidades de la naturaleza. Por otra, necesita el auxilio de la gracia para ser movida por Dios a obrar»[17].
El primer auxilio lo proporciona la gracia santificante, entidad accidental sobrenatural creada e intrínseca al alma, que es una cualidad habitual. Acompañan a esta gracia santificante, propiamente dicha, otros aspectos de la gracia santificante, que son otras cualidades habituales, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.
El segundo auxilio da la moción sobrenatural, denominada gracia actual, también entidad sobrenatural, como la gracia santificante, pero que no es un hábito ni ninguna especie de cualidad, es un movimiento del alma. «El hombre recibe la ayuda de la voluntad gratuita de Dios (…) en cuanto el alma es movida por Dios a conocer, a querer u obrar algo. De esta manera ese efecto gratuito en el hombre no es cualidad, sino un movimiento del alma, “pues el acto del que mueve en la cosa movida es movimiento” (Aristóteles, Física, III, c. 3, n. 1)»[18].
La gracia santificante y las gracias actuales
La gracia actual es distinta realmente de la gracia habitual. En primer lugar, porque, por una parte, la gracia actual se recibe precediendo a las gracias habituales, porque: «La preparación de la voluntad humana se ordena a conseguir el mismo don de la gracia habitual. Y para prepararse a recibir este don no es necesario presuponer otro don habitual en el alma, porque así no acabaríamos nunca; pero es necesario presuponer algún auxilio gratuito de Dios, que mueve al alma en su interior o la inspira el buen propósito (…) No cabe duda que necesitamos la moción divina»[19].
Por otra parte, las gracias habituales continúan además necesitando las gracias actuales. «El don de la gracia habitual no se nos da de modo que con él no necesitemos un ulterior auxilio divino, pues toda criatura necesita que Dios la conserve en el bien que de Él recibió. Por eso, aunque después de haber recibido la gracia, aún necesita el hombre el auxilio divino, no se puede concluir que la gracia se haya dado en vano o que sea imperfecta, porque también en el estado de gloria –cuando la gracia será totalmente– el hombre necesitará el auxilio divino»[20].
En segundo lugar, se advierte también la diferencia de la gracia actual con la gracia santificante, por un lado, por su carácter transeúnte. Las gracias actuales disponen a recibir las gracias habituales –cuando no se poseen por no haberlas tenido nunca o por haberlas perdido por el pecado–; o las mueven a la operación –y por ello, se llaman gracias actuales–; o ayudan a que se conserven, con acciones como el fortalecimiento de la naturaleza, para vencer las tentaciones, la indicación de los peligros externos o internos, la inspiración de buenos pensamientos y buenas acciones, y otras parecidas.
Por otro lado, se nota que las gracias actuales son distintas de las habituales, porque son mociones que empujan y producen las acciones de todas las operaciones de la vida sobrenatural.
Sin embargo, las gracias actuales no sólo disponen al alma para obrar, porque hay gracias actuales que disponen no para actuar, sino para recibir a las otras gracias, que permitirán después actuar. Es necesaria la gracia actual para recibir otras gracias que llevarán al último fin, porque la distancia entre el orden natural y sobrenatural es infinita en cualidad y cantidad y sólo la gracia actual puede salvar este inmenso abismo entre ambos. De manera que toda disposición a la gracia –como la oración, el arrepentimiento, o la remoción de obstáculos que impiden su recepción– es ya un efecto de una gracia actual.
Con los auxilios sobrenaturales y transitorios de las gracias actuales. Dios ilumina al entendimiento, con alguna verdad relacionada con el fin último sobrenatural, y ayuda a la voluntad para que quiera secundar espontánea y libremente la inspiración divina. Su finalidad es la realización de actos sobrenaturales. Sin embargo, también al que no posee la gracia santificante, porque está en pecado, la gracia actual le mueve al arrepentimiento. Igualmente mueve a los que la poseen a una mayor consolidación de la vida cristiana.
Las mociones naturales y las gracias actuales
Así como para todas las acciones naturales se necesita el concurso de Dios con sus mociones naturales, ya que los entes como causas segundas requieren la previa moción de la Causa primera, también es preciso, para la realización de actos sobrenaturales, la moción sobrenatural de la gracia actual. Sin embargo, entre la gracia actual y la moción del concurso en el orden natural se dan tres diferencias.
La primera, porque las mociones naturales, dada la libre creación de las criaturas por Dios, les son debidas de modo natural. En cambio, las gracias actuales son absoluta y completamente gratuitas. No son exigibles de ningún modo.
La segunda, porque las mociones naturales se dan en las acciones malas. Por el contrario, la gracia actual únicamente se encuentra en obras buenas, a la que está ordenada.
La tercera, porque el concurso natural no trasciende el bien puramente natural y la gracia actual mueve al bien sobrenatural, elevando a las facultades humanas al orden sobrenatural.
Las facultades superiores y las gracias actuales
La gracia actual puede recaer inmediatamente sobre las facultades superiores humanas. La gracia actual puede iluminar al entendimiento para que perciba lo que conviene para la salvación, como puede ser que se vea la verdad cristiana, en el infiel, o la malicia del pecado, en el pecador, o la bondad de la virtud, en el fiel.
Tales iluminaciones no son revelaciones, por un lado, porque no manifiestan ninguna verdad nueva, sino que disponen a que se entienda o se haga de un modo mejor lo ya revelado universalmente; por otro, porque casi siempre no se advierte en estas iluminaciones de la gracia actual, o por lo menos con suficiente claridad, su origen divino. Dios actúa, indica San Pablo: «iluminando los ojos de vuestro corazón»[21].
Igualmente la gracia actual puede incidir directamente en la voluntad ayudándole al conferirle los deseos y las fuerzas para querer y hacer las obras necesarias para la salvación, como originar en el infiel el deseo de buscar la verdad y dar fuerzas para seguirla a pesar de las dificultades y oposiciones; o impulsar al pecador a abandonar el mal y dirigirse con el arrepentimiento y penitencia hacia Dios; o dirigiendo al fiel hacia mayor bondad o santificación. Dice el mismo Cristo: «Nadie puede venir a mí, si el Padre, que me ha enviado, no le trae»[22].
También las gracias actuales pueden obrar indirectamente en el entendimiento y en la voluntad por medio de las facultades sensibles. Lo hace, en un primer modo, provocando actos indeliberados de los sentidos internos, como la imaginación y la memoria, o del apetito sensible, que impulsarán al bien sobrenatural o impedirán tentaciones o desordenes. De un segundo modo, por medio de sucesos externos, que provocarán buenos pensamientos o deseos, que puedan llevar al bien. Los acontecimientos buenos o malos, consejos, lecturas, etc., son así gracias actuales, que el hombre debe aprovechar.
Las gracias actuales con todas estas acciones pueden realizar una doble acción. Dar fuerzas morales, influyendo ––excitando, atrayendo e impulsando moralmente–– al bien a la voluntad para que lo haga; y lo que es más importante dar fuerzas físicas, proporcionando la potencia para realizar actos buenos para la vida eterna. Advierte San Pablo: «Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito»[23].
Al dar la potencia física, la gracia actual, moción divinas transeúnte y fluida, guarda una analogía proporcional con la gracia habitual o santificante, que pone en el alma una participación de la naturaleza divina no de manera moral sino natural o física; no virtual o implícita, sino formal o actual; y no de modo unívoco, sino análogo.
Podría decirse que la manera como Dios proporciona fuerzas morales y físicas con sus gracias actuales es algo parecido a la acción de una madre que ayuda a andar a su hijo pequeño. Lo hace con palabras amables y de ánimo, que serían una ayuda moral, y al mismo tiempo le sostiene con sus brazos y le impulsa a caminar, que sería el infundir la fuerza física. El niño sin la ayuda de su madre no podría andar ni sostenerse.
Eudaldo Forment
[1] SANTO TOMÁS, Exposición a los doce libros de la Metafísica, I lect. 10.
[2] IDEM, Suma Teológica, III, q. 62, a. 2, in c.
[3] Ibíd., I-II, q. 110, a. 4, in c.
[4] Ibid.
[5] Ibíd., I-II, q. 110, a. 2, ad 2.
[6] Ibíd., II-II, q. 23, a. 3, ad 3.
[7] Ibíd. I-II, q. 113, a. 9, ad 2.
[8] SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, trat. 72, 2.
[9] Ibíd., trat, 72, 3.
[10] Se explica la virtud activa de la nueva vida de la gracia con una analogía con la fuerza operativa de la vida natural del hombre, que requiere las potencias del alma. Hay que entender esta explicación como analógica , para no caer en malentendidos.
[11] SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I-II, q. 110, a. 3, ad 3.
[12] Ibíd., I-II, q. 110, a. 3, in c.
[13] Cf. IDEM, Suma contra los gentiles, III, c. 150.
[14] Ibíd., III, c. 75.
[15] Véase: F. MARÍN-SOLA, O.P., «El sistema tomista sobre la moción divina», en La Ciencia Tomista (Salamanca), 94 (1925), pp. 5-54, pp. 16-17.
[16] Ibíd., pp. 23-25.
[17] SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I-II, q. 109, a. 9, in c.
[18] Ibíd., I-II, q. 110, a. 2, in c.
[19] Ibíd., I-II, q. 109, a. 6, in c.
[20] Ibíd., I-II, q. 109, a. 9, ad 1.
[21] Ef 1, 18.
[22] Jn, 6, 44.
[23] Flp 2, 13.
6 comentarios
superior a su sujeto”. Sustancialmente la gracia siempre es divina pero con ella Dios crea a los hombres destinando la voluntad de sus elegidos a la perseverancia final para su salvación, mientras que en otros, que con culpa se apartan de él sin recurrir como los elegidos a la reconciliación con el auxilio de la gracia santificante, permite su condenación.
Muchas gracias por sus excelentes artículos, tan asequibles a la gente en general y, a la vez, tan profundos; en especial los dedicados a la gracia. Sería estupendo que pudiera escribir algunos sobre la inhabitación de la Trinidad en el alma del justo según Santo Tomás.
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