Muchos conocen la vinculación de esa entrañable fiesta mariana con la victoria cristiana en Viena frente al turco, pero pocos su vinculación con las Españas, porque antes de Viena ya existía. De 1969 a 2002 estuvo desaparecida hasta que la volvió a rescatar San Juan Pablo II.
Escribí sobre el origen de la advocación del «Dulce Nombre de María» hace años, me limito a refrescar la historia.
Dulce Nombre de María, suena más tierno el español que el formal de Santo Nombre, y es que a las Españas (península y Américas) le debe mucho esta fiesta, que a semejanza del Santo Nombre de Jesús, se celebraba en la octava de la Natividad. Lo judíos ponían el nombre a los ocho días.
La fiesta estuvo desaparecida unos años, en 1969 el «deformador» litúrgico Annibale Bugnini firmaba su acta de defunción: «Se suprime, por estar incluida en la fiesta de su Natividad» (el 8 de septiembre). Que a mí me suena a una macabra antítesis al adagio bernardino «de Maria nunquam satis»
Rescató la memoria San Juan Pablo II con la tercera edición típica del Misal Romano (2002). Nunca lo sabremos, pero no parece descabellado que pesase en el alma del Papa santo la ausencia una advocación también muy ligada a la historia de su pueblo, Polonia.
Y es que la fiesta del Dulce Nombre de María se extendió a toda la Iglesia como decisión de Inocencio XI, en 1683, en reconocimiento a la protección de la Virgen sobre las tropas cristianas que habían liberado Viena del sitío turco, en una de las batallas más trascendentales de la historia de la humanidad.
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