4.10.15

(341) El Sínodo comienza: Palabra de Dios en el Domingo XXVII

Sínodo Episcopal-2014

–Está bien eso. Lo primero es la Palabra de Dios.

–«En el principio era el Verbo» (Jn 1,1).

La lectura continua de la Biblia, tal como nos es ofrecida diariamente por la Iglesia, es sumamente recomendable. Hace años, hablando en dirección espiritual, un joven me dijo que se había decidido a leer la Biblia completa. –¿Y qué orden vas a seguir?, le pregunté. –Comenzando por el Génesis, hasta el Apocalipsis. Yo le recomendé entonces que leyera la Biblia siguiendo la lectio continua que hace de ella la Liturgia de la Iglesia, tanto en el leccionario del Misal romano, como en el Oficio de lectura de la Liturgia de las Horas. Las ventajas de este orden son muchas, como es el estar leyendo un día lo mismo que «toda la Iglesia», al menos la Iglesia latina, está leyendo en ese día.

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28.09.15

(340) Pecado –y 11. Lo primero, no pecar

Murillo- El hijo pródigo

–Lo primero es no pecar… Ascética muy negativa.

–Vamos a ver. Si usted quiere ganarse la amistad de un señor al que le ha robado la cartera, y él lo sabe, me figuro que lo primero que tendrá usted que hacer es devolverle la cartera… ¿O no?

Las edades espirituales

–En la sagrada Escritura la vida de la gracia siempre exige crecimiento; es vida, que bajo la acción del Espíritu Santo, se desarrolla en un constante dinamismo perfectivo. «El justo crecerá como palmera, se alzará como cedro del Líbano» (Sal 91,13). El Reino de Dios en el corazón del hombre es como una semilla que «germina y crece, sin que él sepa cómo» (Mc 4,26-27): «primero hierba, luego espiga, en seguida trigo que llena la es­piga» (4,28-29). La vida cristiana, por tanto, ha de ir pasando siempre de lo imperfecto a lo perfecto (1Cor 2,6; 13,9-10s; Flp 3,9-14), hasta llegar a ser «perfectos en Cristo» (Col 1,28; cf. Ef 4,15-16). «Sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).

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21.09.15

(339) Pecado –10. Lucha contra las tentaciones

Via crucis - Mérida, España, Circo romano (s. I)

–Padre, qué malito está el mundo…

–«Todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la arrogancia del dinero, todo eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa y también sus concupiscencias. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1Jn 1,16-17).

Demonio, carne y mundo son los enemigos del hombre: los tres obran en coalición permanente, y ellos son los que lo inducen al pecado y a la perdición temporal y eterna. El Evangelio de Cristo lo enseña con toda claridad y lo mismo los Apóstoles (Ef 2,1-3 et passim). El peor de los tres enemigos es el demonio, «príncipe de este mundo» (Jn 12,31), «dios de este mundo» (2Cor 4,4); y «quien comete pecado ése es del diablo» (1Jn 3,8), es decir, está más o menos cautivo de él, bajo su influjo.

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14.09.15

(338) Pecado –9. Consecuencias terribles del pecado

Taller de grupo

–«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

–Ése es, según el P. Amorth, el octavo sacramento para la salvación.

Si pensamos que «en Dios vivimos, nos movemos y somos» (Hch 17,28), y que es Él quien «actúa en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Flp 2,13), pareciera que resistir en nosotros la acción de Aquel  que nos está dando el ser y el obrar, rechazarle, ofenderle, preferir nuestra voluntad a la suya, es decir, pecar, podría producir en nosotros el aniquilamiento de nuestro ser, una recaída en la nada. Sin embargo, no es así, sino que durante la vida presente, tiempo de gracia y de conversión, la misericordia de Dios aguanta nuestra miseria, ofreciéndonos siempre a quienes rechazamos su don por el pecado la gracia de la conversión y del per-don.

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7.09.15

(337) Pecado –8. Pecados mortales y veniales

 porca miseria

–Padre nuestro, perdona nuestras ofensas.

–Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Pecado mortal y pecado venial. Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Reconciliatio et pænitentia (1984, 17), expone los fundamentos bíblicos y doctrinales de la distinción real entre pecados mortales, que llevan a la muerte (1Jn 5,16; Rm 1,32), pues quienes persisten en ellos no poseerán el reino de Dios (1Cor 6,10; Gal 5,21), y pecados veniales, leves o cotidianos (Sant 3,2), que ofenden a Dios, pero que no cortan la relación de amistad con Él. Ésta es, en efecto, la doctrina tradicional, que Santo Tomás enseña (STh I-II,72,5), como también el concilio de Trento (Dz 1573, 1575, 1577).

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