Al principio del cristianismo los discípulos de Cristo veían con espanto, dolor y amor el signo de la Cruz. Pero Jesús, como lo vemos en las catacumbas, por ejemplo, era representado más bien bajo otras imágenes, como la del Buen Pastor. La veneración de la Santa Cruz comienza en tiempo del emperador Constantino –«in hoc signo vinces»–, y ha de ser relacionada también con el hallazgo de la Cruz y la construcción de la basílica de la Resurrección, edificada sobre el sepulcro de Cristo (335). Es una fiesta litúrgica muy entrañada hasta hoy en la devoción del pueblo cristiano.
Pronto la teología y la espiritualidad de la Cruz, que ya en el Nuevo Testamento –sobre todo en San Juan y en San Pablo– tenían fundamentos tan profundos y tan altos, halla en los Padres de la Iglesia desarrollos preciosos. La Cruz, finalmente, vino a ser el signo fundamental del cristianismo: en lo más alto de las iglesias cristianas, junto al altar, en el ábside, en el pectoral de los Obispos, abades y muchas congregaciones religiosas, en la pared de los hogares cristianos, en los cruceros de caminos de toda la cristiandad…
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