–Evangelio de la Misa de hoy, martes XIV, T.O. … Ahí los vemos, felices de que se les haya abierto un camino de perdición.
–Y aún nos quedan por ver apoteosis semejantes de gozo cuando, si Dios lo permite, se legalice por ejemplo la eutanasia. Qué felicidad: aborto y eutanasia libres… Pero sobre todo, qué felicidad: por fin somos nosotros los que decidimos qué es bueno y qué es malo: por fin somos como dioses.
–¿Por qué Cristo siente compasión por el mundo?
Jesús, «al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, ‘‘como ovejas sin pastor’’» (Mt 18,36). Sentía compasión porque sabía que cada hombre puede decir con verdad: «pecador me concibió mi madre» (Sal 50). Siente compasión porque sabe que «el mundo entero yace bajo el poder del Maligno» (1Jn 5,19). Porque sabe que el diablo es «el padre de la mentira», y «homicida desde el principio» (Jn 8,44-45).
En nuestro tiempo, la condición diabólica de la mayoría de las naciones «desarrolladas» se muestra de forma suficiente porque aprueban, financian y exigen la legalización del aborto; es decir, porque afirman como un dogma la gran mentira que hace lícito el homicidio abominable de seres humanos matados antes de nacer.
–¿Y cómo Cristo se compadece de los pecadores que integran este mundo?
El Hijo del Padre, siendo Dios eternamente, ve la miseria de la raza humana, incapaz por sí misma de librarse del pecado, y se solidariza inefablemente con ella por medio del misterio de la Encarnación. Así introduce en la humanidad por la Cruz, al precio de su sangre, una fuerza sobre-humana de salvación: la gracia que da al hombre una participación nueva en la vida de Dios.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, por quien todo fue hecho, que por nosotros los hombres y para nuestra salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Y por nuestra causa fue crucificado, resucitó al tercer día y subió al cielo. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Y en un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Y en la vida del mundo futuro.
El nombre de nuestro Salvador es Jesús, «porque Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21).
–¿La compasión de Cristo se extiende a los hombres de todas las religiones?
Todos, absolutamente todos, estamos necesitados de la compasión de Jesús, pues «ningún otro Nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvados» (Hch 4,12). ¿Todos? ¿También estaban necesitados de la compasión de Cristo los hombres muy religiosos de la ciudad de Éfeso, en el Asia Menor?… Consideremos como ejemplo este caso histórico.
Éfeso era en los comienzos de la Iglesia uno de los más prestigiosos centros religiosos. El templo de Artemisa o Diana era por entonces una de las siete maravillas del mundo antiguo, tan grandioso como las pirámides de Egipto, los jardines colgantes de Babilonia o al Faro de Alejandría. Aquel suntuoso templo era quizá el más espléndido y atraía a peregrinos de todas las partes del mundo. En su tercer viaje misionero el apóstol Pablo llega a la ciudad de Éfeso, y sus ciudadanos claman con el mayor entusiasmo: «¡Grande es la Artemisa de los efesios!» (Hch 19,28)… ¿Cuál es la actitud del Apóstol ante una religiosidad tan intensa? Una carta suya a la comunidad cristiana allí fundada por él nos la da a conocer:
«También vosotros un tiempo estabais muertos por vuestras culpas y pecados, cuando seguíais el proceder de este mundo, según el príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los rebeldes contra Dios. Como ellos, también nosotros vivíamos en el pasado siguiendo las tendencias de la carne [mundo-demonio-carne], obedeciendo los impulsos del instinto y de la imaginación; y, por naturaleza, estábamos destinados a la ira, como los demás.
«Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por nuestros pecados, nos ha hecho revivir por Cristo –estáis salvador por pura gracia–; nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él, para revelar a los tiempos venideros la inmensa riqueza de su gracia, mediante su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Ef 2,1-7).
–La compasión de Cristo por el mundo pecador se manifiesta continuamente en los misioneros que le envía
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,19-20).
Así fueron enviados los Apóstoles en la hora de la Ascensión. A San Pablo lo envía Jesús en el momento en que lo convierte, y lo hace con estas palabras: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y ponte en pie, pues me he aparecido a ti precisamente para elegirte como servidor y testigo tanto de las cosas que has visto como de las que te manifestaré. Te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a quienes te envío, para que les abras los ojos, y se vuelvan de las tinieblas a la luz y del dominio de Satanás al Dios; para que reciban el perdón de los pecados y parte en la herencia entre los que han sido santificados por la fe en mí» (Hch 26,15-18).
–«Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2,5)
Si Cristo se compadeció de la muchedumbre, viéndola como perdida y abandonada, como rebaño disperso y sin pastor, así nosotros tenemos que compadecernos de los hombres que vemos en esas condiciones y hacer en consecuencia lo que Él hizo por nosotros: «Yo os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Jn 13,15).
José María Iraburu, sacerdote
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