Félix  Lope de Vega (Madrid, 1562-1635) es uno de los escritores más notables del Siglo de Oro, e incluso de toda la historia literaria de España. Dotado de una sorprendente fecundidad creativa, escribió excelentes  obras en novela , y aún más en poesía y teatro.  Destaca en su obra su poética religiosa. Lo que sigue reproduce el final del romance Repostaban sus ganados.

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Gonzalo de Berceo (1196-1264), clérigo que vivió en el monasterio de San Miguel de la Cogolla (Logroño), donde fue ordenado sacerdote, fue el primer poeta en lengua castellana, recién nacida. Y dedicó sus obras principales a Nuestra Señora, tanto los Milagros como los Loores. De una de ellas reproduzco este fragmento. 

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–Ya la Liturgia de las Horas española recoge un buen número.

–No las citaré, pues ya quedan a mano. Citaré otras, Dios mediante.

«Todas las generaciones me llamarán bienaventurada»

Estas palabras proféticas de la Virgen se cumplen ampliamente (Lc 1,48). El Espíritu Santo, en efecto, ilumina y suscita en la Iglesia una elocuencia religiosa muy especial para que glorifique a la Virgen. Es sorprendente la cantidad de poesías, villancicos, cantos, pinturas, estatuas, iglesias, que a lo largo de los siglos ha suscitado Dios en la Iglesia para gloria de la Bienaventurada Madre de Cristo… Pasadas las fiestas de Navidad y hasta el tiempo de Epifanía, haré, Dios mediante, que este blog sea un altar de oraciones poéticas ofrecidas a la Santa Madre de Dios, que hoy celebramos.

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–Ya pensaba yo que había dejado usted el blog.
–Y ya pensaba yo que usted lo pensaría. Pero no. No son más que edad, dolencias y trabajos.

La Inmaculada Concepción de María expresa que en ella, desde el primer instante de su concepción, cuando Dios infunde el alma, la exime del pecado original, y de toda sujeción al Diablo, ni siquiera como posibilidad. Es gracia inmensa, solamente concedida a María por la omnipotencia de Dios, porque va a ser Madre de su Hijo divino, y por los méritos de Jesucristo. Nace ella ya en la gracia santificante, sin huella alguna de pecado, en el orden santo exigido por su maternidad divina.

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