InfoCatólica / Reforma o apostasía / Categoría: Santos

2.06.17

(436) La muerte cristiana, 15. –en San Francisco de Asís

Giotto, 1319 -Muerte de S. Francisco

–El San Francisco que nos pinta usted no se parece nada al que nos cuentan.

–Pocos santos han sido tan desfigurados por el mundo como él. Quizá San Juan XXIII…

 

–El amor que sentía San Francisco por todas las criaturas de Dios, no sólo por los hombres, es uno de los rasgos más conocidos de su espiritualidad. Su Himno al Hermano Sol lo expresa con gran elocuencia. Cito alguno de sus versos en la excelente traducción del poeta León Felipe (+1968), la que leemos en la Liturgia:

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29.04.17

(431) Catalina de Siena, una santa extra-ordinaria

Correggio - Desposorios Sta. Catalina de Siena

–Pues vaya… Todos los santos son extraordinarios.

–Cierto. Pero San Pablo dice que en el cielo de Dios lucen astros de diversas magnitudes: «una estrella se diferencia de la otra en el resplandor» (1Cor15,41). Hoy, 29 de abril, celebramos la fiesta litúrgica de tan gran Santa.

Conocemos muy bien la vida de Santa Catalina de Siena (1347-1380). El que fue su director espiritual, el Beato Raimundo de Capua, dominico (1330-1399), Maestro general de la Orden de Predicadores (1380-1399), escribió su vida hacia 1390 en la Legenda maior. De todo lo que en ella refiere de los hechos y dichos de la Santa tuvo conocimiento directo, o bien son confidencias que recibió de ella misma, o referencias comunicadas por testigos directos fidedignos. Él siempre precisa con exactitud científica la fuente de la que procede lo que de ella narra.

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24.04.17

(430) La muerte cristiana, 14. –en San Luis Gonzaga, S. J.

Guercini (+1666) - San Luis Gonzaga

–En el siglo XVI España vivía un nivel de cristiandad tan alto, que tenía santos incluso entre los ricos.

–Ahi tiene usted, por ejemplo, a San Francisco de Borja, S. J. (1510-1572), III General de la Compañía de Jesús, que había sido Duque de Gandía, Grande de España y Virrey de Cataluña.

San Luis Gonzaga, S. J. (1568-1591)

Don Ferrante Gonzaga, marqués de Castiglione, contrajo en Madrid matrimonio con doña Marta Tana de Santena, dama de honor de la reina Isabel de Valois. Luis fue el mayor de los siete hijos que tuvieron, y nació cerca de Mantua, en Lombardía. Doña Marta cuidó mucho de su educación cristiana. Don Ferrante, en cambio, pretendía ante todo para su primogénito más que grandes alturas de la gracia, las mayores glorias mundanas, que honrasen su casa y su linaje. Luis, que de niño y adolescente mostró un carácter más bien atrevido y turbulento, recibió a los 12 años la primera comunión de manos de San Carlos Borromeo (1538-1584), obispo de Milán. Asistido por gracias muy especiales, se destacó Luis por la castidad más firme y por las más duras penitencias, decidiéndose cada vez más claramente por la vida religiosa.

Su padre, desde que conoció el propósito de Luis, hizo todo lo posible por impedirlo; unas veces por medio de la indignación amenazante y colérica; otra veces intentando seducirlo con la vida mundana más festiva y prometedora de glorias y honores. Siempre, en cambio, encontró Luis el apoyo de su madre. Finalmente, renunció en favor de su hermano Rodolfo al título de príncipe, que le correspondía por derecho de primogenitura, e ingresó en la Compañía de Jesús, en Roma, donde recibió dirección espiritual de San Roberto Belarmino  (1542-1621). Cuidando enfermos en los hospitales, con ocasión de una peste, contrajo él mismo la enfermedad y murió el año 1591. Doña Marta viajó a Roma cuando el papa Paulo V beatificó a su hijo en 1605. Benedicto XIII canonizó a San Luis Gonzaga en 1726, declarándolo patrono de la juventud, título confirmado por Pío XI en 1926.

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San Luis Gonzaga ante la muerte

De una carta dirigida a su madre

Pido para ti, ilustre señora, que goces siempre de la gracia y del consuelo del Espíritu Santo. Al llegar tu carta, me encuentro todavía en esta región de los muertos. Pero un día u otro ha de llegar el momento de volar al cielo, para alabar al Dios eterno en la tierra de los que viven. Yo esperaba poco ha que habría realizado ya este viaje antes de ahora. Si la caridad consiste, como dice san Pablo, en estar alegres con los que ríen y llorar con que lloran [Rm 12,15]ha de ser inmensa tu alegría, madre ilustre, al pensar que Dios me llama a la verdadera alegría, que pronto poseeré con la seguridad de no perderla jamás.

Te he de confesar que, al sumergir mi pensamiento en la consideración de la divina bondad, que es como un mar sin fondo ni litoral, no me siento digno de su inmensidad, ya que él, a cambio de un trabajo tan breve y exiguo, me invita al descanso eterno y me llama desde el cielo a la suprema felicidad, que con tanta negligencia he buscado, y me promete el premio de unas lágrimas, que tan parcamente he derramado.

Considéralo una y otra vez, y guárdate de menospreciar esta infinita benignidad de Dios, que es lo que harías si lloraras como muerto al que vive en la presencia de Dios y que, con su intercesión, puede ayudarte en tus asuntos mucho más que cuando vivía en este mundo. Esta separación no será muy larga; volveremos a encontrarnos en el cielo, y todos juntos, unidos a nuestro Salvador, lo alabaremos con toda la fuerza de nuestro espíritu y cantaremos eternamente sus misericordias, gozando de una felicidad sin fin. Al morir, nos quita lo que antes nos había prestado, con el solo fin de guardarlo en un lugar más inmune y seguro, y para enriquecernos con unos bienes que superan nuestros deseos.

Todo esto lo digo solamente para expresar mi deseo de que tú, ilustre señora, así como los demás miembros de mi familia, consideréis mi partida de este mundo como un motivo de gozo, y para que no me falte tu bendición materna en el momento de atravesar este mar hasta llegar a la orilla en donde tengo puestas todas mis esperanzas. Así te escribo, porque estoy convencido de que ésta es la mejor manera de demostrarte el amor y respeto que te debo como hijo.

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Oración

Señor Dios, dispensador de los dones celestiales, que has querido juntar en san Luis Gonzaga una admirable inocencia de vida y un austero espíritu de penitencia, concédenos, por su intercesión, que, si no hemos sabido imitarle en su vida inocente, sigamos fielmente sus ejemplos en la penitencia. Por nuestro Señor Jesucristo.

 

José María Iraburu, sacerdote

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13.04.17

(428) La muerte cristiana, 13. –en San Juan Crisóstomo

San Juan Crisóstomo–No sabía yo que Siria hubiera sido tanto en la Iglesia desde su comienzo.

–Eso le confirma una vez más que los confines de su ignorancia son prácticamente ilimitados.

–Obispo y doctor de la Iglesia

Nació San Juan Crisóstomo en Antioquía hacia el año 349. Después de recibir una excelente formación, comenzó por dedicarse a la vida monástica. Más tarde, fue ordenado sacerdote y ejerció, con gran provecho, el ministerio de la predicación. El año 397 fue elegido obispo patriarca de Constantinopla, cargo en el que se comportó como un pastor ejemplar, esforzándose por llevar a cabo una estricta reforma de las costumbres del clero y de los fieles, llamando a todos –también a los laicos– a la perfección evangélica, es decir, a la santidad. 

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6.04.17

(427) La muerte cristiana, 12. –en Perpetua y mártires de Cartago: martirio y alegría

FELICIDAD Y PERPETUA–Y eso que antes se decía «el sexo débil»…

–La mujer suele ser más fuerte que el hombre para padecer, por ejemplo, las molestias de una enfermedad; y los hombres, más fuertes para atacar, por ejemplo, una trinchera de guerra. 

Septimio Severo, emperador (193-211)

«Al que quiera salvar la unidad del Imperio, no debe por algún tiempo ahorrar la sangre, a fin de poder, en el resto de su vida, mostrarse amigo de los hombres». Severo, africano, aplicando este principio suyo, logró en 197, como emperador único, reafirmar la unidad del Imperio, venciendo a Albino, su último rival. Pudo entonces reorganizar el ejército, realizar grandes obras públicas, dictar al mundo la Ley romana, teniendo en su Consejo a grandes juristas, como Papiniano y Ulpiano. Levantó, pues, a Roma de la postración en que había caído bajo el infame Cómodo (180-192), gladiador coronado. Le faltaba, sin embargo, frenar eficazmente el explosivo crecimiento de la Iglesia cristiana. Otro africano, el abogado Tertuliano, hacia el 197 escribía:

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