(149) La Cruz gloriosa –XIII. La devoción a la Cruz. 9
–¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!…
–Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto.
Con la gracia de Dios, atrevámonos a creer lo que dicen los santos y a vivirlo.
San Juan de la Cruz (+1591)
Nacido en Fontiveros, Avila, es Doctor de la Iglesia, especialmente por su doctrina espiritual. Se unió al movimiento renovador de Santa Teresa y fue el primer religioso del Carmelo reformado.
–Es doctrina de Jesucristo: «si alguno quiere seguir mi camino, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame. Porque el que quisiere salvar su alma, perderla ha; pero el que por mí la perdiere, ganarla ha [+Mc 8,34-35]. ¡Oh, quién pudiera aquí ahora dar a entender y a ejercitar y gustar qué cosa sea este consejo que nos da aquí nuestro Salvador de negarnos a nosotros mismos, para que vieran los espirituales cuán diferente es el modo que en este camino deben llevar del que muchos de ellos piensan! Entienden que basta cualquier manera de retiramiento y reformación en las cosas, y otros se contentan con en alguna manera ejercitarse en las virtudes y continuar la oración y seguir la mortificación, mas no llegan a la desnudez y pobreza o enajenación o pureza espiritual –que todo es uno–, que aquí nos aconseja el Señor. Piensan que basta negarla en lo del mundo y no aniquinarla y purificarla en la propiedad espiritual; de donde les nace que, en ofreciéndoseles algo de esto sólido y perfecto […] –la cruz pura espiritual y desnudez de espíritu pobre de Cristo– huyen de ello como de la muerte, y sólo andan a buscar dulzuras y comunicaciones sabrosas de Dios […] En lo cual espiritualmente se hacen enemigos de la cruz de Cristo [Flp 3,18]» (2Subida 7,4-5).
–Camino de cruz, camino de gozo. «Mi yugo es suave y mi carga ligera [Mt 11,30], la cual es la cruz. Porque si el hombre se determina a sujetarse a llevar esta cruz, […] hallará grande alivio y suavidad para andar este camino así, desnudo de todo, sin querer nada; empero si pretende tener algo, ahora de Dios, ahora de otra cosa con propiedad alguna, no va desnudo ni negado en todo, y así, ni cabrá ni podrá subir por esta senda angosta hacia arriba (2Subida 7,7). «La puerta es la cruz, que es angosta, y desear entrar por ella es de pocos, mas desear los deleites a que se viene por ella es de muchos» (Cántico 36,13).
–No se engañen a sí mismos. «Veo es muy poco conocido Cristo de los que se tienen por sus amigos; pues los vemos andar buscando en él sus gustos y consolaciones amándose mucho a sí, mas no sus amarguras y muertes amándole mucho a él (2Subida 7,12). «El daño de éstos es que comúnmente se engañan, teniendo por mejores las cosas y obras de que ellos gustan, que aquellas de que no gustan. Y alaban y estiman las unas y desestiman las otras, como quiera que comúnmente aquellas obras en que de suyo el hombre más se mortifica sean más aceptas y preciosas delante de Dios –por causa de la negación que el hombre en ellas lleva de sí mismo– que aquellas en que él halla su consuelo, en que muy fácilmente se puede buscar a sí mismo» (3Subida 29,8).
No se engañen. «¡Oh almas que os queréis andar seguras y consoladas en las cosas del espíritu!, si supiéredes cuánto os conviene padecer sufriendo para venir a esa seguridad y consuelo, y cómo sin esto no se puede venir a lo que el alma desea, sino antes volver atrás, en ninguna manera buscaríades consuelo ni de Dios ni de las criaturas, mas antes llevar la cruz y, puestos en ella, querríades beber allí la hiel y el vinagre puro, y lo habríades a grande dicha, viendo cómo, muriendo así al mundo y a vosotros mismos, viviríades a Dios en deleites de espíritu» (Llama 2,28).
No se engañen. «Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadire alguno, sea o no prelado, doctrina de anchura y más alivio, no la crea ni abrace, aunque se la confirme con milagros; sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas. Y jamás, si quiere llegar a la posesión de Cristo, le busque sin la cruz» (Cta. al P. Luis de San Ángelo, 1589-90?).
–Sigamos a Jesús, cargando con la cruz de cada día. En una ocasión, estando fray Juan de la Cruz en oración ante una imagen de Cristo con la cruz a cuestas, el Señor le dice: –Fray Juan, pídeme lo que quieras. –Señor, padecer y ser despreciado por vuestro amor.
Y esta misma es la doctrina que él da siempre a los otros, sean laicos o religiosos: «Cuando se le ofreciere algún sinsabor y disgusto, acuérdese de Cristo crucificado y calle» (Cta. 20 a una carmelita). «Sea enemiga de admitir en su alma cosas que no tienen en sí sustancia espiritual, por que no la hagan perder el gusto de la devoción y el recogimiento. Bástele Cristo crucificado, y con él pene y descanse… Al alma que se desnudare de sus apetitos, quereres y no quereres, la vestirá Dios de su pureza, gusto y voluntad… El que no busca la cruz de Cristo no busca la gloria de Cristo» (Avisos 90-91, 97, 101). «No te canses, que no entrarás en el sabor y suavidad de espíritu si no te dieres a la mortificación de todo eso que quieres… El que no busca la Cruz de Cristo no busca la gloria de Cristo» (Dichos 40, 101).
Santa Margarita María Alacoque (+1690)
Nacida en Autun, Francia, religiosa de la Visitación en Paray-le-Monial, tuvo notables visiones místicas sobre el sagrado Corazón de Jesús. Ella une siempre el Corazón de Jesús y su Cruz sagrada, y en sus escritos, tanto en la Autobiografía como en sus cartas,escribe sobre todo acerca de la Cruz de Cristo.
–Primera revelación, a los 26 años de edad (27-XII-1673): «Se me presentó el Corazón divino como en un trono de llamas, más ardiente que el sol, y transparente como un cristal, con su adorable llaga. Estaba rodeado de una corona de espinas, que simbolizaba las punzadas que nuestros pecados le inferían; y una Cruz encima significaba que desde los primeros instantes de su Encarnación, es decir, desde que fue formado este sagrado Corazón, fue implantada en Él la cruz. Desde aquellos primeros momentos se vio lleno de todas las amarguras que debían causarle las humillaciones, pobreza, dolor y desprecio que la sagrada humanidad debía sufrir durante todo el curso de su vida y en su sagrada pasión» (Cta. al P. Juan Croiset S. J., su director espiritual, 3-XI-1689, en Vida y obras principales de Sta. Margarita Mª de Alacoque, Cor Iesu, Madrid 1977).
–Vocación de víctima. Todos los cristianos, pero algunos en modo especial, somos en Cristo víctimas de expiación. En cierta ocasión, el Señor le muestra a Santa Margarita María una gran cruz cubierta de flores, y le anuncia que poco a poco se irán cayendo todas, hasta quedar sólo espinas. «Me alegraron inmensamente estas palabras, pensando que no habría jamás penas, humillaciones, ni desprecios suficientes para extinguir mi ardiente sed de padecer, ni podría yo hallar mayor sufrimiento que la pena de no sufrir lo bastante, pues no dejaba de estimularme su amor de día ni de noche. Pero me afligían las dulzuras: deseaba la cruz sin mezcla, y habría querido por esto ver siempre mi cuerpo agobiado por las austeridades y el trabajo. Tomaba de éste cuanto mis fuerzas podían soportar, porque no me era posi ble vivir un instante sin sufrimiento. Cuanto más sufría, más contentaba la santidad del amor [de Dios], la cual había encendido mi corazón en tres deseos, que me atormentaban incesantemente: el uno de sufrir, el otro de amarle y comulgar, el tercero de morir para unirme con Él» (Autobiografía, Apostolado Mariano, Sevilla s/f.).
–Crucificada con Cristo (Gál 2,19). El Señor «me ha destinado, si no me engaño, para ser la víctima de su divino Corazón, y su hostia de inmolación sacrificada a su beneplácito e inmolada a todos sus deseos, para consumirse continuamente sobre ese altar sagrado con los ardores del puro amor paciente. No puedo vivir un momento sin sufrir. Mi alimento más dulce y delicioso es la Cruz compuesta de toda clase de dolores, penas, humillaciones, pobreza, menosprecio y contradicciones, sin otro apoyo ni consuelo que el amor y la privación. ¡Oh, qué dicha poder participar en la tierra de las angustias, amarguras y abandonos del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo!
«Pero advierto que satisfago demasiado mi gusto hablando de la Cruz, la cual es como un perfume precioso que pierde el buen aroma delante de Dios, cuando se le expone al viento de la excesiva locuacidad. Es, pues, mi herencia sufrir siempre en silencio» (Cta. al P. Croiset 15-X-1689).
Mi herencia «es el Calvario hasta el último suspiro, entre los azotes, las espinas, los clavos y la Cruz, sin otro consuelo ni placer que el no tener ninguno. ¡Oh, qué dicha poder sufrir siempre en silencio, y morir finalmente en la Cruz, oprimida bajo el peso de toda suerte de miserias del cuerpo y del espíritu en medio del olvido y del desprecio! Bendiga, pues, por su parte a nuestro Soberano Dueño por haberme regalado tan amorosa y liberalmente con su preciosa Cruz, no dejándome un momento sin sufrir. ¡Ah! ¿qué haría yo sin ella en esta valle de corrupción, donde llevo una vida tan criminal que sólo puedo mirarme como un albañal de miserias, lo cual me hace indigna de llevar bien la Cruz para hacerme conforme a mi pacientísimo Jesús?
«Mas, por la santa caridad que nos une en su amable Corazón, ruéguele que no me rechace a causa del mal uso que he hecho hasta el presente de ese precioso tesoro de la Cruz; que no me prive de la dicha de sufrir, pues en ella encuentro el único alivio a la prolongación de mi destierro.
«No nos cansemos jamás de sufrir en silencio en el cuerpo y en el alma. La Cruz es buena para unirnos en todo tiempo y en todo lugar a Jesucristo paciente y muerto por nuestro amor. Es preciso, por tanto, procurar y hacernos verdaderas copias suyas, sufriendo y muriendo con la muerte de su puro amor crucificado, pues no se puede amar sin sufrir… Puesto que desea que nos escribamos de vez en cuando, no tratemos de otra cosa que del Amor divino y de la Cruz» (Cta. al P. Croiset, principios de 1690, poco antes de morir).
San Pablo de la Cruz (+1775)
Nacido en la Liguria, Italia, fundador de los Pasionistas, formado en los escritos de San Juan de la Cruz, Santa Teresa y San Francisco de Sales. Siendo un gran predicador itinerante, para seguir ayudando a sus hijos espirituales, hubo de servirse sobre todo de las cartas. Escribía veinte, cuarenta por semana, y se conservan unas dos mil.
–Los cristianos estamos crucificados con Cristo (Gal 2,19). «Es cosa muy buena y santa pensar en la pasión del Señor y meditar sobre ella, ya que por este camino se llega a la santa unión con Dios. En esta santísima escuela se aprende la verdadera sabiduría: en ella la han aprendido todos los santos. Cuando la cruz de nuestro dulce Jesús haya echado profundas raíces en vuestro corazón, entonces cantaréis: “sufrir y no morir”, o bien: “o sufrir o morir”, o mejor aún: “ni sufrir ni morir, sino sólo una perfecta conversión a la voluntad de Dios”.
«El amor, en efecto, es una fuerza unitiva y hace suyos los tormentos del Bueno por excelencia, que es amado por nosotros. Este fuego, que llega hasta lo más íntimo de nuestro ser, transforma al amante en el amado y, mezclándose de un modo profundo el amor con el dolor y el dolor con el amor, resulta una fusión de amor y de dolor tan estrecha que ya no es posible separar el amor del dolor ni el dolor del amor; por esto, el alma enamorada se alegra en sus dolores y se regocija en su amor doliente.
«Sed, pues, constantes en la práctica de todas las virtudes, principalmente en la imitación del dulce Jesús paciente, porque ésta es la cumbre del puro amor. Obrad de manera que todos vean que no sólo en lo interior, sino también en lo exterior, lleváis la imagen de Cristo crucificado, modelo de toda dulzura y mansedumbre. Porque el que internamente está unido al Hijo de Dios vivo exhibe también externamente la imagen del mismo, mediante la práctica continua de una virtud heroica, principalmente de una paciencia llena de fortaleza, que nunca se queja ni en oculto ni en público. Escondeos, pues, en Jesús crucificado, sin desear otra cosa sino que todos se conviertan a su voluntad en todo.
«Convertidos así en verdaderos amadores del Crucificado, celebraréis siempre la fiesta de la cruz en vuestro templo interior, aguantando en silencio y sin confiar en criatura alguna. Y ya que las fiestas se han de celebrar con alegría, los que aman al Crucificado procurarán celebrar esta fiesta de la cruz sufriendo en silencio, con su rostro alegre y sereno, de tal manera, que quede oculta a los hombres y conocida sólo de aquel que es el sumo Bien. En esta fiesta se celebran continuamente solemnes banquetes, en los que el alimento es la voluntad divina, según el ejemplo que nos dejó nuestro Amor crucificado (Carta 1,43; 2,440. 825: LH 19 octubre).
–Hemos caminar toda la vida cristiana llevando cada día la Cruz, pues por ella nos transfiguramos en Cristo glorioso. San Pablo de la Cruz no limita esta alta doctrina a sacerdotes y religiosos, sino que, como veremos con algunos ejemplos, es lo que él enseña y exhorta siempre a los laicos.
«Despójese ya de esos deseos y pensamientos inútiles y gócese de estar donde está; y cuanto más afligida se vea, entonces es cuando más debe alegrarse, porque se halla más cerca del Salvador Crucificado. Créame, hija mía, que yo nunca me hallo más contento que cuando voy pasando mi miserable vida momento por momento… Y no quiero que me compadezca, sino que compadezca a Jesús, crucificado por mis pecados» (Cta. a dña. Mariana Álvarez, 15-I-1735).
«Señora, grabe bien en su corazón estos consejos que le doy en esta carta: las cruces que padece, tanto de enfermedad, como de otras adversidades, són óptimas señales para usted; porque Dios la ama mucho, por eso la visita con el sufrimiento, como suele hacer siempre con aquellos que son más señalados siervos y siervas suyos. Por eso me alegro y me congratulo con usted. Acepte con resignación las molestias que Dios la manda paras que sea una casada perfecta. No se queje, sino bendiga a Dios y bese su santa mano, acariciendo y besando a menudo su cruz» (Cta. a una señora casada, 28-XII-1769).
«No se olvide nunca de inculcar en casa a sus hijos la devoción a la Pasión de Jesús y a los Dolores de María Santísima. Hágasela meditar como usted la medita, y esté seguro de que su familia se verá bendecida por Dios con gracias inestimables de generación en generación» (Cta. a don Juan Francisco Sánchez, 28-IX-1749).
«Hija mía amadísima en Jesucristo, hace unos momentos recibí su carta, por la que veo que se halla privada de todo consuelo. Doy gracias a Dios bendito, porque ahora se asemeja más al Esposo divino, abandonado de todos mientras agonizaba sobre la cruz… Ahora está en agonía sobre el lecho riquísimo de la cruz. ¿Qué le queda por hacer sino entregar su alma: “Padre dulcísimo, en tus manos encomiendo mi espíritu”? Y dicho esto, muera felizmente de esa preciosa muerte mística, y vivirá una nueva vida, renacerá a una nueva vida deífica en el divino Verbo Cristo Jesús, vida grandiosa y llena de inteligencia celestial…» (Cta. a dña. Ana María Calcagnini, 9-VII-1769).
«Tiene usted motivo de alegrarse mucho en el Señor, primero, por el feliz tránsito de su difunto marido, que pasa de esta vida a la eternidad dichosa, como vivamente espero; segundo, por la protección que Dios bendito dispensa a su familia; tercero, por hallarse cargada de cruces, siendo éste el mayor don que Dios puede hacer a sus siervos, porque quien más padece, con paciencia y resignación, más se asemeja a Jesucristo… Deseche esta tentación de pena por haber quedado viuda, antes dé gracias a Dios, porque ahora, como dice el Apóstol [1Cor 7,34], su corazón ya no está dividido, sino que su amor es todo para el dulce Jesús» (Cta. a dña. Jerónima Ercolani, 31-VII-1751). A otra señora, también viuda reciente, le escribe entre otras cosas: «No me ando con ceremonias de pésame con usted, porque me parece que le haría injuria grande» (Cta. a dña. María Juana Venturi Grazi, 19-II-1766).
«Nosotros predicamos a Cristo Crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, pero fuerza y sabiduría de Dios para los llamados, sean judíos o griegos» (1Cor 2,23-24).
José María Iraburu, sacerdote
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