(719) Iglesias descristianizadas (3) por malas doctrinas, tarde reprobadas o promovidas (2). A. De Mello, M. Vidal, O. González de Cardedal
–La Iglesia es una
Una, santa, católica y romana. La unidad de la Iglesia es la de Cristo y su Cuerpo, sólo tiene uno; y de su Esposa, solo tiene una. El fruto primero de la Cruz de Cristo es «congregar en la unidad a todos los hijos de Dios que están dispersos» (Jn 11,52).
Por el don del Espíritu Santo el misterio de Pentecostés vence a la dispersión de Babilonia. De diferentes naciones y lenguas, reunidos en la Iglesia, «la muchedumbre de los creyentes tiene un corazón y un alma sola» (Hch 4,32), porque todos «perseveran en escuchar la enseñanza de los Apóstoles» (Hch 2,42), y viven «concordes en un mismo pensar y un mismo sentir» (1Cor 1,10).
En la historia de la Iglesia, la unidad de la Católica es obra del Espíritu de la verdad, que siempre la guía hacia la verdad completa (Jn 16,13). Por eso la Iglesia en todos los siglos es «columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,15). Y el sacramento de la Eucaristía es signo y causa de esa sobrehumana unidad: «todos somos un solo Cuerpo, porque todos participamos de un mismo Pan» (1Cor 1,17). Y de una misma Verdad, que nos llega por Escritura, Tradición y Magisterio apostólico.
–La división en la Iglesia no la disgrega en su propio ser
Es obra del Diablo. Es él quien, en el campo de trigo del Señor, siembra la cizaña durante la noche, aprovechando en la oscuridad que los guardianes están dormidos Pero la cizaña no es Iglesia, como tampoco las termitas que invaden una edificio, por muy dentro que estén y muy numerosas, son una parte del edificio carcomido.
Es la verdad de Cristo lo que mantiene en la unidad a todos los creyentes, sean éstos de la raza, cultura y lengua que sean. Y por eso en los Obispos, presididos por el de Roma, tienen como misión primaria mantener unido el rebaño de fieles que Dios les confía. De cuatr0 modos fundamentales.
1º. –Predicar la verdad es el primer deber de los Obispos
Jesucristo Salvador: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15).
San Pablo a Timoteo: «Te conjuro ante Dios y Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, por su aparición y su reino: predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, argumenta, enseña, exhorta con toda paciencia y doctrina» (2Tim 4,1-2). Y Pablo VI advertía: «Es necesario además emplearse para que se conviertan. Es preciso predicar para que vuelvan», si se han alejado (27-06-1968; +Evangelii nuntiandi, 1975). «¡Ay de mí si no evangelizara!» (1Cor 9,16).
2º. –Refutar el error
Santo Tomás: «A toda empresa va necesariamente unido procurar una cosa y rechazar la contraria. Por eso, así como es misión del sabio enseñar a los demás la verdad,… así lo es impugnar la falsedad contraria» (Contra Gentes I,1).
3º. –Refrenar al difusor del error
Si no se da esta tercera función, quedan inútiles las dos anteriores.
Santo Tomás: «Por parte de la Iglesia está la misericordia para la conversión de los que yerran… Pero si todavía alguno se mantiene pertinaz, la Iglesia, sin esperar a su conversión, lo separa de sí misma por sentencia de excomunión, mirando la salud de los demás» (STh II-II,11,3). Ya Cristo enseñó, por el gran amor a los suyos, que «al que escandaliza [con el error] a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino y le arrojaran al fondo del mar» (Mt 18,6).
San Pablo, en Mileto, llama a los Obispos de Éfeso, para despedirse. Y les dice: «Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido Obispos, para apacentar la Iglesia de Diios, que Él adquirió con su sangre. Yo sé que después de mi partida vendrán a vosotros lobos rapaces… que enseñarán doctrinas perversas, para arrastrar a los discípulos en su seguimiento. Estad, pues, vigilantes» (Hch 20,28-31). Nótese que episcopos significa vigilante, guardián). Es evidente que el Pastor está para guiar y defender al Rebaño que Dios le confía.
4º. –Refrenar pronto las doctrinas falsas y a sus autores
Si una chispa provoca un incendio en un bosque, todos corren a apagarla cuanto antes, porque saben que si no lo consiguen pronto, dará fuego al bosque entero… Lo mismo sucede en la Iglesia con las malas doctrinas, especialmente aquellas que tienen gran difusión. Habrá que proceder respecto de su autor con prudencia y caridad. Pero esas mismas virtudes deberán ejercitarse con firmeza y eficacia, pensando en el pueblo cristiano que sufre la quemadura de ese fuego malo, siempre procedente del Demonio, Padre de la Mentira.
Voy a recordar, a modo de ejemplo, las reprobaciones muy tardías de dos autores de gran difusión en su tiempo.
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–P. Anthony de Mello, S.J. (1931-1987)
La Congregación de la Doctrina de la Fe publicó una Notificación (24-06-1998), señalando los graves y numerosos errores contenidos en sus obras. Comienza señalando que este autor «es muy conocido debido a sus numerosas publicaciones, que traducidas a diversas lenguas, han alcanzado una notable difusión en muchos países».
La Notificación, por su fecha, nos deja perplejos, pues es una reprobación que se da once años después de la muerte del autor, y medio siglo después del inicio torrencial de sus publicaciones –vendidas, principalmente, al ser obras religiosas, en librerías diocesanas–. Y más nos deja estupefactos cuando leemos los errores tan graves que la misma Notificación reprueba. La Congregación de la Fe nos advierte que el P. Anthony de Mello
«sustituye la revelación acontecida en Cristo con una intuición de Dios sin forma ni imágenes, hasta llegar a hablar de Dios como de un vacío puro… Nada podría decirse sobre Dios… Este apofatismo radical lleva también a negar que la Biblia contenga afirmaciones válidas sobre Dios… Las religiones, incluido el Cristianismo, serían uno de los principales obstáculos para el descubrimiento de la verdad… A Jesús, del que se declara discípulo, lo considera un maestro al lado de los otros… La Iglesia, haciendo de la palabra de Dios en la Escritura un ídolo, habría terminado por expulsar a Dios del templo», etc.
La Editorial Sal Terræ, de la Compañía de Jesús, siguió difundiendo impasible las obras diabólicas de Anthony de Mello, y en 2003 publicó su Obra completa en dos preciosos tomos (1603 pgs), en edición cuidada por el P. Jorge Miguel Castro Ferrer, S.J., con un amplio prólogo hagiográfico de Andrés Torres Queiruga, en el que cita a Hegel, Heidegger, Ricoeur, pero que no menciona, ni siquiera de paso, la citada Notificación romana.
Vergogna.
–P. Marciano Vidal, C.Ss.R. (1937-)
Marciano Vidal, español, redentorista, profesor académico de Teología Moral, publicó a partir de 1974 su Moral de actitudes, obra precedida y seguida de otras muchas. La gran obra tuvo pronto ediciones en portugués (1975ss), italiano (1976ss) y a otras lenguas. La edición italiana de 1994ss traduce la 8ª edición española (8 ediciones españolas en 20 años)… Mientras tanto cualquier católico, suficientemente formado en teología católica, entendía con facilidad que esa obra, como otras suyas, contenía algunas enseñanzas claramente inconciliables con la doctrina moral católica.
Pues bien, fue necesario esperar al 15 de mayo de 2001 para que la Congregación para la Doctrina de la Fe comunicara en una Notificación que esa obra, y otras dos más examinadas, «no pueden ser utilizadas para la formación teológica». Pero para entonces, en las naciones de habla hispana, es decir, en la mitad de la Iglesia, el texto de Moral de Marciano Vidal estaba siendo uno de los más utilizados durante un cuarto de siglo.
La Moral de Marciano Vidal, afirma la Congregación de la Fe, no está enraizada en la Escritura: «no consigue conceder normatividad ética concreta a la revelación de Dios en Cristo». Es «una ética influida por la fe, pero se trata de un influjo débil». Atribuye «un papel insuficiente a la Tradición y al Magisterio moral de la Iglesia», adolece de una «concepción deficiente de la competencia moral del Magisterio eclesiástico». Su tendencia a usar «el método del conflicto de valores o de bienes» lo lleva «a tratar reductivamente algunos problemas», y «en el plano práctico, no se acepta la doctrina tradicional sobre las acciones intrínsecamente malas y sobre el valor absoluto de las normas que prohiben esas acciones».
No es, pues, según enseña el concilio Vaticano II, una obra católica: para serlo tendría que poner como fundamento de toda su doctrina moral a la Escritura, la Tradición y el Magisterio apostólico (Const. dogmática Dei Verbum 10), sin agredir nunca algún lado de ese triángulo equilátero sagrado, en el que cada lado sostiene a los otros dos.
Esta obra y otras del mismo autor, con las de Häring, Curran, Forcano, Valsecchi, Hortelano, López Azpitarte, etc., son las que durante varios decenios crearon en gran parte del pueblo católico –profesores, párrocos, confesores, grupos matrimoniales, seminarios y noviciados–, una mentalidad moral no-católica.
Muy suficiente para que, colaborando con otras causas, se hayan degradado no pocas Iglesias locales, sobre todo en Occidente, a la condición de Iglesias descristianizadas.
–¿Por qué en la Iglesia esas reprobaciones tan inexcusablemente tardías?
«La Iglesia de Dios vivo es la columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,15) ¿Cómo es posible que durante tantos años se hayan tolerado y difundido ampliamente en la Iglesia Católica obras tan perniciosas, tan contrarias a la Escritura, la Tradición católica y el Magisterio apostólico, sin que se haya discernido y detenido a tiempo su difusión? ¿Cómo podrá ahora remediarse el daño tan grande y extenso que esas obras –y tantas otras– han causado?… Pensemos que han creado ya en muchos cristianos, en temas fundamentales, una deformada mentalidad de la fe católica, que difícilmente podrá ser sanada decenios más tarde por una Notificación romana contraria, poco difundida y suficientemente resistida o simplemente ignorada.
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–La disidencia privilegiada
La Conferencia Episcopal Española, por los años 70, reconociendo el ambiente confuso que se había formado en las publicaciones de teología dogmática y moral, publicó en la acreditada BAC, Biblioteca de Autores Cristianos, una colección Sapientia Fidei, con más de veinte manuales, escrito cada uno por los Autores más prestigiosos de esos años. Tal empeño tan grande y loable había de ofrecerse para verificar a las Iglesias de las naciones de habla hispana en la sana doctrina.
Hay en la Colección obras que, en el orden de la ortodoxia, son impecables. Pero otras difunden errores graves, que muchos lectores, lógicamente, entenderán como aprobados y privilegiados por la Conferencia Episcopal de España. Serán, pues, para el común de los lectores disidencias privilegiadas y promovidas por una importante Autoridad de la Iglesia Católica. Informaré, muy brevemente, de algunas de estas obras deficientes o malas.
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–Olegario González de Cardedal (1934-)
–BAC, manuales Sapientia Fidei, nº 24, Cristología, Madrid 2001, 601 pgs.
–Nacido en Cardedal, Ávila, catedrático de Cristología en la Universidad de Salamanca, la del Episopado. Miembro de la Comisión Teológica Internacional (1969-1974, 1974-1980). Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Etc.
Su formación intelectual, quizá la más decisiva, es la que recibió en sus años en Munich, Alemania. La expresión de su alambicado lenguaje resulta con frecuencia abstrusa. Se entiende con dificultad lo que dice, y también lo que quiere decir.
-Unión hipostática
Parece enseñar que Cristo tuvo una Persona divina, pero también una persona humana. Sin ésta, «le falta lo esencial, lo que de verdad constituye el hombre en cuanto tal» (449).
Inaceptable. Adopcionismo. María no sería madre de Dios, sino de una persona humana. El Catecismo enseña: «La herejía nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la persona divina del hijo de Dios» (nº 466). -Conciencia divina. En el Evangelios se muestra Cristo plenamente consciente de su filiación divina eterna, como Hijo único del Padre eterno.Y así lo da a entender Olegario. Pero también afirma que «para expresar el valor de Jesús y la relación que tiene con Dios […] los discípulos pensaron en la categoría de Hijo» (372; +373-374; 402-403). Inaceptable.
-La muerte de Cristo
«Su muerte fue resultado de unas libertades y decisiones humanas en largo proceso de gestación, que le permitieron a él percibirla como posible, columbrarla como inevitable, aceptarla como condición de su fidelidad ante las actitudes que iban tomando los hombres ante él y, finalmente, integrarla como expresión suprema de su condición de mensajero del Reino» (94-95). Jesús se va enterando, poco a poco, de lo que se le viene encima… Y dice Olegario: «En los últimos siglos ha tenido lugar una perversión del lenguaje en la soteriología cristiana […] Dios no envía a su Hijo a la muerte, no la quiere, ni menos la exige: tal horror no ha pasado jamás por ninguna mente religiosa» (517). Inaceptable.
-La perversión del lenguaje
La que denuncia Olegario es la que introduce él mismo con no pocas ayudas. Renunciar al lenguaje claramente afirmado ya desde Isaías, para mejor usar el que él propone, es contra-decir lo que dice Dios en las sagradas Escrituras.
La muerte de Cristo cumple «el plan» que Dios «había de antemano determinado» (Hch 4,27-28), de modo que judíos y romanos, «al condenarlo, cumplieron las profecías» (13,27). El mismo Cristo resucitado lo confirma a los de Emaús: «¿No era necesario que el Mesías padeciera todo esto y entrase en su gloria? Y comenzando por Moisés y todos los profetas», les mostró que su pasión era cumplimiento de lo que ellos habían anunciado (Lc 24,26-27).
Las Profecías sagradas, los Evangelios, la Liturgia católica, los Doctores y místicos de la Iglesia, mantienen un mismo lenguaje de la fe: «Quiso Dios que Cristo muriera en la Cruz, voluntariamente aceptada, para manifestarnos su amor, para vencer al imperio de la muerte y del demonio, para conseguirnos la libertad propia de los hijos de Dios»… Ésa es la verdad. Y Pablo VI declara que no se puede atentar contra «la norma de hablar que la Iglesia, con un prolongado trabajo de siglos, no sin ayuda del Espíritu Santo, ha establecido, confirmándola con la autoridad de los Concilios» (Mysterium Fidei (10;1965)… Olegario, en cambio, se empeña en corregir éstas que llama «perversiones del lenguaje»…
-Sacrificio de expiación y reparación
Dice Olegario González de Cardedal que no se puede prescindir de esas palabras. Pero él hace de ellas una interpretación tan grosera y macabra, que las deja inservibles para quien se la crea.
«Sacrificio. Esta palabra suscita en muchos [¿en muchos católicos?] el mismo rechazo que las anteriores [sustitución, expiación, satisfacción]. Afirmar que Dios necesita sacrificios o que Dios exige el sacrificio de su Hijo sería ignorar la condición divina de Dios, aplicarle una comprensión antropomorfa y pensar que padece hambre material o que tiene sentimientos de crueldad. La idea de sacrificio llevaría consigo inconscientemente la idea de venganza, linchamiento […] Ese Dios no necesita de sus criaturas: no es un ídolo que en la noche se alimenta de las carnes preparadas por sus servidores» (540-541). Vergonzoso… Eliminando, por equívoca e inservible, la palabra sacrificio, borra también implícitamente la de sacerdote, y también la de la Misa como sacrificio. Horror… Credo del Pueblo de Dios: «Nosotros creemos que la Misa […] es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares» (24; 1968).
Desechado el término sacrificio, generosamente nos ofrece el Autor un posible sustituto: «quizá la categoría soteriológica más objetiva y cercana a la conciencia actual sea la de reconciliación» (543)… Risum teneatis amici = amigos, contened la risa (Horacio, s. I).
Resurrección, Ascensión y Parusía.Considera González que más allá de la muerte de Cristo ya no puede hablarse de «tiempos y lugares»… Esos términos escatológicos, que el mismo Credo incluye, «no son hechos nuevos, que haya que fijar en un lugar y en un tiempo […] Son, sin embargo, esenciales. Sería herético descartarlos. Ellos nos dicen la eficacia, concreción y repercusión del Cristo muerto y resucitado para nosotros, que somos mundo y tiempo» (171-173). Pero la verdad es que los hechos que no tuvieron ni lugar ni tiempo son inexistentes: nunca sucedieron.
Así traduce y clarifica este Autor el lenguaje tradicional… ¿Pero quién podrá entender al predicador que afirme la historicidad objetiva y cierta de unos acontecimientos que no son «hechos nuevos», ni pueden ser situados en «un lugar y tiempo» determinados, si al mismo tiempo nos advierte que no han acontecido realmente, aunque lo hayan descrito así quienes afirman que fueron sus testigos oculares?… «Nosotros comimos y bebimos con Él después de resucitado de entre los muertos» (Hch 10, 41). Simplemente, niega la historicidad de esos hechos históricos, afirmados por la Escritura de Dios y por la fe.
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Ésta es la Cristología que ofrecieron los Obispos españoles a todas las naciones de habla hispana. Hay que observar que la gran mayoría de los Obispos, seguramente, no tuvieron responsabilidad directa en el hecho. Quizá la tuvieron indirecta, al constituir con su voto la Comisión directiva de la colección Sedes Sapientia, que eligió a González de Cardedal para que escribiera el manual de Cristología, uno de los más importantes de la Colección. Es de creer que lo hicieron convencidos de que, según se decía, Olegario era «el mejor teólogo español del siglo XX».
Demos gracias a Dios, que en su providencia bondadosa dispuso que la dicha Cristología de Olegario tuviera 601 páginas y un caro precio de venta. Por esas dos «razones» alcanzaría un número de lectores bastante limitado.
En todo caso la obra, con sus errores, puso su granito de arena en la descristianización de algunas Iglesias. Dios perdone a su Autor. Y también a los Obispos que promovieron la obra, y que acrecentaron así la Auctoris auctoritas.
José María Iraburu, sacerdote
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