(277) Liturgia –13. Eucaristía, 8. El Padrenuestro (a)
–¿Y tantos numeritos en el título del artículo no lo marean?
–Un poco sí, pero me aguanto. Todo tiene un precio, y el orden también.
El culmen de la Plegaria eucarística, en cuanto oración magna de la Iglesia, es el Padrenuestro, que al mismo tiempo inicia el rito de la comunión. Comienza reiterando el Santo del prefacio–«santificado sea tu Nombre»–, asimila la actitud filial de Cristo, la Víctima pascual ofrecida –«hágase tu voluntad»–, y continúa pidiendo para la Iglesia la santidad y la unidad –«venga a nosotros tu reino»–.
Pero también prepara a la comunión eucarística, pidiendo el pan necesario, material y espiritual –«danos hoy nuestro pan de cada día»–, implora el perdón y la superación del mal –«perdona nuestras ofensas, líbranos del mal»–, y procura la paz con los hermanos –«perdonamos a los que nos ofenden»–. No podemos, en efecto, unirnos al Señor en la Eucaristía, si estamos en pecado y si permanecemos separados de los hermanos (Mt 6,14-15; 6,9-13; 18,35).
El Padrenuestro, rezado en la Misa por el sacerdote y el pueblo juntamente, es desarrollado por el sacerdote en el embolismo que le sigue: «Líbranos de todos los males, Señor», en el que pide la paz de Cristo y la protección de todo pecado y perturbación, «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». Y esta vez es el pueblo el que consuma la oración con una gran doxología, que es eco de la liturgia celestial: «Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor» (Ap 1,6; 4,11; 5,13).
Conviene advertir que la renovación postconciliar de la liturgia ha restaurado la costumbre antigua, ya practicada por las primeras generaciones cristianas, de rezar tres veces cada día el Padrenuestro, concretamente en laudes, en misa y en vísperas. «Así habéis de orar tres veces al día» (Dídaque VIII,3). Merece, pues, la pena que nos detengamos a considerar el Padrenuestro, el momento orante más alto de la Eucaristía (cf. Catecismo 2759-2865).
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El lugar y momento en que Jesús enseñó el Padrenuestro pudo ser en pleno ministerio galileo, a la mitad quizá de su segundo año de vida pública, dentro del Sermón de la Montaña (Mt 5-7), probablemente cerca de Cafarnaúm. Pero pudo ser en otro momento y lugar: «hallándose él orando en cierto lugar, cuando acabó, le dijo uno de los discípulos: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñaba a sus discípulos» (Lc 11,1).
No obstante, hay tradición –fidedigna, según Lagrange– de que el PN lo enseñó Jesús en el monte de los Olivos, donde hasta hoy existe el templo Boma, cuyo origen está en Santa Elena, madre de Constantino, en el s. IV. El templo fue reconstruido por los cruzados: «lo que quedaba de Eleona». Una y otra vez destruido y restaurado, es la actual basílica del Paternóster, junto a la cual está el Carmelo del Padrenuestro –carmelitas descalzas de la Reforma teresiana (el Camino de Perfección, de Sta. Teresa, es un comentario al PN)–, fundado en 1876. Hay en su claustro 66 versiones del PN en otras tantas lenguas.
Conocemos tres versiones del Padrenuestro.
San Lucas(11,2-4) escribe su Evangelio para cristianos helénicos, que aún no saben orar. Resume la oración de Jesús en cinco peticiones concisas.
Padre -Santificado sea tu nombre. -Venga tu reinado. -El pan nuestro cotidiano dánosle cada día. -Perdónanos nuestros pecados, pues también nosotros mismos perdonamos a todo deudor nuestro. -Y haz que no entremos en la tentación.
San Mateo (6,9-13)escribe su Evangelio ante todo para cristianos judíos. Y parece que el contexto del PN es el Sermón del Monte, donde Jesús enseña privadamente a discípulos ya creyentes: es la nueva oración de los hijos. Éstos no rezan ya como los judíos –la Shemá y la Tefillá de18 bendiciones– (5,20-6,1.5-6), ni tampoco como los paganos, charlatanes, cuya religiosidad está en auge tras la caída de Jerusalén en el 70 (5,47; 6,7-8). El Señor enseña a los llamados al Reino cómo ha de ser la oración, la limosna y el ayuno: «así, pues, habéis de orar vosotros» (6,9).
-Padre nuestro que estás en los cielos. -Santificado sea tu nombre. -Venga tu reinado. -Hágase tu voluntad como en el cielo, también sobre la tierra. -El pan nuestro cotidiano dánosle hoy. -Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. -Y haz que no entremos en la tentación, -sino líbranos del Maligno.
Dídaque (8,2) es un documento de la segunda mitad del siglo I, de origen al parecer sirio o palestino, destinado al uso catequístico y litúrgico. Tuvo un gran influjo en la Iglesia antigua. Este venerable texto incluye en el plan vida cristiana rezar el PN «tres veces al día» (8,3), sustituyendo así los tres rezos judíos diarios de la Tefillá.
-Padre nuestro que estás en el cielo. -Santificado sea tu nombre. -Venga tu reinado. -Hágase tu voluntad como en el cielo, también sobre la tierra. -El pan nuestro cotidiano dánosle hoy. -Perdónanos nuestra deuda, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. -Y haz que no entremos en la tentación, -sino líbranos del mal. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.
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El valor inmenso de las oraciones vocales es premisa fundamental para apreciar el Padrenuestro, y concretamente el Padrenuestro litúrgico de la Misa. Ya traté del tema (272), y lo recuerdo ahora brevemente.
La oración vocal «es el modo de orar más humilde, más fácil de enseñar y de aprender, más universalmente practicado en la historia de la Iglesia, y el que más mantiene su validez en todas las edades espirituales… El cristiano, rezando las oraciones vocales de la Iglesia, procedentes de la Biblia, de la liturgia o de la tradición piadosa, abre su corazón al influjo del Espíritu Santo, que le configura así a Cristo orante. Se hace como niño, y se deja enseñar a orar» por su Madre, la Iglesia (Rivera- Iraburu, Síntesis de Espiritualidad Católica, Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2008, 7ª ed. 305-306).
El menosprecio de laa oraciones vocales devalúa el rezo del Padrenuestro en la Misa, y ha de decirse, más aún, quecierra en gran medida la puerta a la espiritualidad litúrgica. Recemos el Padrenuestro –y toda la grandiosa oración que es la celebración de la Eucaristía– de tal modo que «la mente concuerde con la voz», según la norma tradicional de la Iglesia (Sto.Tomás, STh II-II,83,13; Sta. Teresa, Camino Perf. 25,3; 37,1; Vat. II, SC 90). Que no tenga el Señor que reprocharnos: «este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mt 7,6 = Is 29,13).
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Según la disciplina del arcano –«no dar lo santo a los perros… las perlas a los puercos» (Mt 7,6), la Iglesia antigua no enseñaba el PN a cualquiera, pues lo consideraba como la oración propia de los hijos de Dios.
La explicación catequética del PN se hacía a los catecúmenos, según las tradiciones diversas de las Iglesias,antes de la Pascua, para que en la Vigilia pascual lo rezaran gozosos con todos los fieles (Hipona, Ravena, Arles, etc.); o a los neófitos, en la semana de Pascua (Jerusalén, Antioquía, Milán, Poitiers, Toledo, etc.). En todo caso, dentro de la iniciación catequética era muy importante la Traditio Orationis Dominica (la entrega), como también, una vez aprendida de memoria y asimilado su contenido, la confesión (la devolución) de la misma en la Iglesia: redditio Orationis Dominicæ.
El PN es plegaria de pobres.Ante Dios omnipotente, nosotros en la oración reconocemos que somos impotentes tanto en el entendimiento, para recibir la verdad, como en la voluntad, para obrar el bien. Y esta convicción funda
«su imperio [el del Altísimo] es un imperio eterno, y su reino dura por todas las generaciones. Los habitantes todos de la tierra ante él, como si no contaran. El hace lo que quiere con el ejército del cíelo y con los habitantes de la tierra. Nadie puede detener su mano o decirle: «¿Qué haces?»» (Dan 4,31-32). «Él lo que quiere lo hace» (Sal 113,11).
Por eso nuestra oración va del impotente al Omnipotente, y le decimos (siempre en pasivos teológicos): «santificado sea, venga, hágase, danos hoy»…
El PN es la síntesis total de la oración cristiana. «La oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio» (Tertuliano +220); expresa «todo lo esencial de nuestras oraciones» (S. Cipriano +258); es «la norma de la súplica» (S. Agustín +430) resume «toda nuestra oración». Así lo ha entendido siempre la Iglesia: «Es la más perfecta de las oraciones… No sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad» (Sto. Tomás +1274). Es una «preciosa síntesis de cómo debemos orar» (Catecismo romano 1V,1,1).
Expresa y fomenta en los cristianos el abandono confiado de los hijos en la providencia de su Padre.«Nos atrevemos a decir: Padre nuestro»… Y nuestra oración vale no en la medida en que ella nos agrade a nosotros, sino en cuanto agrada a Dios. Pero cuando rezamos el PN estamos ciertos de que no hay oración que pueda ser más grata al Padre, pues oye en ella la voz de su Hijo amado, que ora en los cristianos en cuanto «Primogénito de muchos hermanos» (Rm 8,29). Es El quien con el PN nos introduce en la presencia del Padre: «henos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio» (Heb 2,13).
Es más: no solamente nos enseña el Hijo esta oración de los hijos, sino que nos comunica desde el Padre «el Espíritu de adopción», que nos da espíritu filial para poder rezarla, pues es Él quien clama en nuestro interior: «¡Abbá, Padre!» (Gal 4,6).
Es palabra de Jesús: «Lo que pidáis al Padre, os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada la habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo» (Jn 16, 23-24). «Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lc 11,13).
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La oración dominical nos enseña a «orar al Padre». «Cuando oréis, decid: Padre» (Lc 11,2): es la orientación final de toda oración cristiana: Padre, Padre nuestro.
Ésa es la voluntad explícita de Cristo. Eso es lo que el Espíritu Santo clama orando en nuestro interior. Ésa es la norma constante y universal de las liturgias de la Iglesia, porque, como dice Santo Tomás, Cristo «nos enseñó a dirigir la oración a la persona del Padre» (In IV Sent. dist.15,q.4, a.5,q.3).
De hecho, todas las oraciones litúrgicas, y concretamente la gran Plegaria eucarística, se dirigen al Padre. Oramos «por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo», que viene en ayuda de nuestra flaqueza y ora en nosotros con palabras inefables (Rm 8,26).
Por lo demás, sepamos siempre que al rezar el PN no confundimos entre sí las tres Personas divinas, ni las separamos, siendo eternamente inseparables, y que, por tanto, «cuando oramos al Padre, le adoramos y le glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo» (Catecismo 2789).
Pedimos al Padre con la confianza propia de los hijos. Y en cierto modo, pedir es mandar, al menos entre personas que se quieren. No pedimos-mandamos cosas a cualquiera («dame eso, tráeme aquello, acompáñame, ayúdame a levantarme», etc.), sino solamente a aquellas personas –1º sobre las que tenemos autoridad (subordinados), o –2º sobre las que tenemos ascendiente de amor (padre, hermano, amigo).
Atreverse a pedir-mandar al Padre (audemos dicere), como lo hacemos en el PN, significa que nos sabemos hijos de Dios y que vemos a Dios como Padre que nos ama: «venga tu Reino, hágase… danos hoy». Le pedimos-mandamos hacer todo eso en favor nuestro, porque si Él ha querido hacerse «Padre nuestro», querrá darnos a «sus hijos» todo lo que necesitemos y nos convenga.
Pedimos con audacia filial. «Nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar», es decir, a aquellos que se reconocen «pequeños», es decir, niños, hijos (Mt 11,25-27). Esos somos nosotros, los que, siendo tinieblas, acogimos la Luz de Cristo, y nacimos de nuevo, no ya de carne y sangre, sino «de Dios nacidos» (Jn 1,12-13). Él ha querido establecer una Alianza de amor perpetua con nosotros, sellada en la sangre de su Hijo, asegurándonos a cada uno de nosotros: «Yo seré su Dios y él será mi hijo» (Ap 21,7).
«La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés preguntó a Dios quién era Él, oyó otro nombre. A nosotros este nombre [Padre] nos ha sido revelado por el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del Padre» (Tertuliano). «La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: “Abbá, Padre”… ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?» (S. Pedro Crisólogo +450). Pedimos al Padre con toda confianza, pero también con toda responsabilidad: «Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios Padre nuestro, de que debemos comportarnos como hijos de Dios» (S. Cipriano).
Decimos «Padre» nuestro con pleno amor filial. El Padre celeste nos ha elegido y amado desde toda la eternidad, y nos ha «predestinado a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea Primogénito de muchos hermanos» (Rm 8,29). Así nos ha introducido en la familia de la Trinidad divina.
«Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la oración… y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir… ¿Qué puede Él, en efecto, negara la oración de sus hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos?» (S. Agustín). Con la gracia que la caracteriza, Santa Teresa de Jesús (+ ), argumenta que si Dios ha querido hacernos hijos suyos, tendrá que cargar con ser Padre nuestro y obrar en consecuencia. Así le dice ella a Jesús: «Oh Hijo de Dios y Señor mío! ¿cómo dais tanto junto a la primera palabra [del Padrenuestro]?… ¿Cómo nos dais en nombre de vuestro Padre todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos? Que vuestra palabra no puede faltar, se ha de cumplir. Le obligáis [en el Padrenuestro] a que la cumpla, que no es poca carga. Pues en siendo padre nos ha de sufrir, por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a Él como el hijo pródigo, nos ha de perdonar, nos ha de consolar en nuestros trabajos como lo hace un tal Padre, que forzado ha de ser mejor que todos los padres del mundo; porque en Él no puede haber sino todo el bien cumplido. Nos ha de regalar, nos ha de sustentar –que tiene con qué–, y después nos ha de hacer participantes y herederos con Vos» (Camino perfección 44,2).
Decimos Padre «nuestro».Lo «nuestro» califica una realidad común a varios. El PN es, pues, una oración eclesial, propia de la familia de Dios, propia de todos los nacidos de Dios por la fe, por el agua y el Espíritu. Aun cuando lo rezamos a solas, estamos rezándolo en el nombre de toda la Iglesia. Y así como lo rezamos por toda la comunión de los santos, también oramos el PN con todos los hombres y por todos los que no le conocen aún, para que lleguen a «estar congregados en la unidad» (Jn 11,52) (Catecismo 2793).
«Que estás en el cielo». Al decir esto en el PN, recordamos que, puesto que somos hijos de ese Padre celeste, y hermanos de Cristo, el Adán celestial, nosotros somos «hombres celestiales» (1Cor 15,45-46), y que aquí en la tierra somos «peregrinos y forasteros» (1Pe 2,11; +1,17), nuestra vida está «oculta con Cristo en Dios» (Col 3,3). Y por eso «gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial» (2Cor 5,2).
En el próximo artículo meditaremos en las siete peticiones de la oración de Jesús.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
12 comentarios
¿No será simplemente una hermosa oración que sale del corazón de un hijo a su Padre amoroso?
Usted mismo, pero creo que para ir al cielo no hacen falta tantas "teologías"
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JMI.-A muchos nos hace mucho bien un comentario al Padrenuestro, la oración que nos enseñó nuestro Señor Jesucristo. Siempre que el comentario sea bueno, claro. Como en mi caso.
La inserción - por recuperación posconciliar - en la liturgia necesita darse a conocer, para que no se convierta en un hapenning - cogiditos de la mano - sino que estamos sintetizando la plegaria eucarística y cruzando el puente hacia la comunión eucarística.
Claro que si estamos en la asamblea, el banquete, el encuentro solamente y no en el Santo Sacrificio de la Misa, pues todo lo que D. J.M. Iraburu escribe en el post, simplemente sobra.
Pero consideremos: «En la liturgia terrena pregustamos y participamos en la liturgia celeste que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la que nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste Él, nuestra vida, y nosotros nos manifestemos con Él en la gloria» (Sacrosanctum Concilium 8).
Concluirá Vd. que todo lo apuntado es muy, muy pertinente.
Lo que me pregunto es ¿Cómo puede usted estar tan seguro de que el Maestro pensaba todo eso que usted dice sobre el Padre Nuestro cuando se lo enseño a los apóstoles?
Yo humildemente, prefiero rezarlo en su sencillez (y con deleite) y decirlo con el corazón, y todo lo demás; me parece no sólo extraño sino innecesario.
Sólo eso
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JMI.-"Yo humildemente"...
Si usted quiere rezar "humildemente" el Padrenuestro, lo mejor que puede hacer es enterarse bien de lo que dice, dejándose enseñar por la Santa Iglesia, Madres y Maestra, por las explicaciones de los Santos Padres, de los Teólogos, de los Santos, del Catecismo, etc. y no limitándose a pensar que en el Padrenuestro usted a de pensar "lo que a usted se le ocurra".
Dios nos permita entender su enseñanza a través de estas frases que El personalmente nos informó.
Existe alguna explicación?
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JMI.-No sé la razón.
Se que quiso unificarse el Padrenuestro en España e Hispanoamérica. Y así se hizo.
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JMI.-Lo único que está indicado es que se reza de pie.
De las manos no dice nada. Si alguno, quizá por costumbre de su grupo, alza las manos al rezar el PN, lo mismo que el sacerdote, no creo que haga nada reprobable. Es costumbre muy antigua en la Iglesia, orar con las manos alzadas. Y en el pueblo judío (los salmos: "alzaré las manos, Señor"...)
Otrosí digo, me ha parecido un gran acierto la unificación del rezo del Padrenuestro en el ámbito hispano. Sería bueno avanzar por ese camino, dándoles texto oficial a otras oraciones usuales, de las cuales se conocen infinitas variantes en nuestro idioma.
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JMI.-De acuerdo en todo.
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JMI.-"Sed libera nos a Malo".
Se pide a Dios que nos libre de todo influjo del Malo, del Maligno, del demonio.
Así lo entiende siempre la Tradición (Catecismo 2850-2854).
Pero eso lo explicaré en el próximo art., sobre la Siete Peticiones del PN.
Se que quiso unificarse el Padrenuestro en España e Hispanoamérica. Y así se hizo."
¿No lo sabe? ¿O prefiere ignorar las razones?
Lo que está claro es que la Virgen Santísima jamás pudiere haber rezado algo así. Ella no ofendió a nadie pero tiene una infinita deuda con la Stma. Trinidad.
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JMI.-Señor Somadevilla. Cuando digo que no sé la razón, quiero decir que no sé la razón.
Si usted no me cree, lo mejor que puede hacer es no leerme.
Muchas Gracias Padre
Padre, que paciencia tiene!!
Que Dios lo Bendiga
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