(69) Gracia y libertad –IV. vida espiritual. I
–De acuerdo, sí, ya, me equivoqué, diciendo que el post anterior apenas iba a tener lectores.
–Usted, con tal de no quedarse calladito, dice cualquier cosa. Y luego ocurre lo que sucede.
De las premisas doctrinales ya expuestas en los artículos anteriores, iré sacando ahora consecuencias concretas para la vida espiritual.
¿Qué he de hacer, Señor? La perfección cristiana, la santidad, está en la total fidelidad a la gracia de Cristo. Y en la medida en que amamos a Cristo, en esa medida recibimos dócilmente su gracia. En otras palabras: ama al Señor el que cumple su voluntad.
Amar al Señor no es sentir por Él esto o lo otro, sino hacer fielmente su voluntad: «si me amáis, guardaréis mis mandamientos», y «si guardáreis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (Jn 14,15; 15,10). Amar al Señor es dejarse mover incondicionalmente por el Espíritu Santo, «el Espíritu de Jesús» (Hch 16,7). Y «los que son movidos por el Espíritu de Dios, ésos son los hijos de Dios» (Rm 8,14). Amamos al Señor en la medida en que le dejamos obrar en nosotros y con nosotros lo que quiera. Él es la cabeza, no nos pertenecemos, nos ha adquirido al precio de su sangre. Y si Él es la cabeza y nosotros somos sus miembros, Él ha de movernos como mejor le parezca, sin hallar en nosotros resistencia alguna. En eso está la santidad. Y así lo entiende San Pablo desde el primer momento de su conversión: «¿qué he de hacer, Señor?» (Hch 22,10).
Siendo la iniciativa siempre del Señor, hemos de hacer todo y sólo lo que su gracia nos vaya dando hacer, ni más, ni menos, ni otra cosa, por buena que ésta fuera. Recuerdo lo del Apóstol: «hemos sido creados en Cristo Jesús para hacer aquellas buenas obras que Dios dispuso de antemano para que nos ejercitáramos en ellas» (Ef 2,10). En ellas, no en otras, que a nosotros o quizá a otros, por buenas y urgentes que sean, se nos puedan ocurrir. «No debe el hombre tomarse nada, si no le fuere dado del cielo» (Jn 3,27). Ya vimos también como Cristo declara «yo no hago nada por cuenta propia», nada. Él sólamente hace lo que el Padre obra en él. Él siempre se mueve movido por el Padre, como aquel niño analfabeto que escribía guiado por la mano de su padre.
Por tanto, en la total sinergía de gracia y libertad está la perfección cristiana. Los niños que van de la mano de su madre, rara vez acomodan exactamente su paso al de ella: o se dejan remolcar, o van tirando para ir más a prisa, o intentan ir en otra dirección. Y obran así porque todavía son niños. Pero cuando lleguen a una condición adulta, ajustarán su paso al de sus mayores con toda facilidad y agrado. Lo mismo sucede al ir creciendo en las edades espirituales: siendo el cristiano todavía niño en Cristo, le cuesta conocer y seguir la voluntad de Dios (1Cor 3,1ss); sólo alcanzará la plena sinergía gracia-libertad cuando llegue a adulto en la edad de Cristo (Ef 4,13-14).
El discernimiento espiritual cristiano pretende conocer la voluntad concreta de Dios providente: «¿qué he de hacer, Señor?». Y habrá de realizarse de modo diverso cuando se trate o no de obras obligatorias.
–Cuando las buenas obras son obligatorias, no hay particular problema de discernimiento. El mandato que nos comunica Dios exteriormente no es sino la declaración de lo que Él quiere hacer interiormente en nosotros por la moción de su gracia. Si Dios, por la Escritura o por la Iglesia, nos ha dado un claro mandato sobre un punto concreto –por ejemplo, perdonar las ofensas recibidas, ir a misa los domingos–, no hay nada que discernir: «el que me ama, cumple mis mandamientos». Dígase lo mismo de la persona de vida consagrada en un Instituto aprobado por la Iglesia: si Dios le ha dado la gracia de profesar esa Regla de vida, le dará habitualmente su gracia para cumplirla.
En estos casos, pues, el único cuidado será el de aplicarse bien al cumplimiento de esos mandatos, es decir, cumplirlos con motivación verdadera de caridad, con fidelidad y perseverancia, con intención recta, en actitud humilde y con determinación firmísima. Y como ya se entiende, el cumplimiento de ciertas obras concretas –ir a misa el domingo–, se verá en ocasiones lícitamente impedido por graves razones objetivas –por estar enfermo, por no dejar solo a un enfermo grave, etc.–. El discernimiento en estos casos suele ser obvio.
–Pero cuando las buenas obras no son obligatorias, quiero decir, no lo son en una medida y frecuencia claramente determinadas por Dios y por la Iglesia, es entonces cuando surge propiamente la necesidad del discernimiento. En la consideración de este tema, tomaré en adelante como ejemplo principal la práctica de la oración. Ciertamente yo he de orar, Dios lo manda, Dios me da su gracia para orar; pero ¿cuánto, de qué modo, cuándo, cómo debo proporcionar oración y trabajo, diálogo con Dios o con los hombres?… «¿Qué he de hacer, Señor?».
Las reglas de discernimiento, más o menos sistematizadas, han ido formulándose en la Iglesia ya desde el primer monacato. Son muy estimadas las que propone San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios espirituales (169-189, 313-370). Pero tengamos en cuenta que ningún método concreto para el discernimiento tiene de por sí una eficacia mágica para descubrir la voluntad divina. El método puede ser sin duda útil, pero valdrá sólo en la medida en que el cristiano lo aplique según las normas generales que en seguida expongo.
San José, siendo santísimo, al saber que María estaba embarazada, no supo discernir qué debía hacer, es decir, cuál era la voluntad de Dios, y después de muchas oraciones y dudas, «decidió repudiarla en secreto». Si no llega a enviarle Dios un ángel, para mandarle recibirla, hubiera incurrido, aunque sea inculpablemente, en un error gravísimo (Mt 1,18-21). San Francisco de Asís, siendo también santísimo, estuvo un tiempo sin saber si Dios quería que predicase o que se retirase a una vida de oración y penitencia –que no es pequeña la duda–, y tuvo que salir de ella enviando mensajeros que lo consultaran con Santa Clara y el hermano Silvestre (San Buenaventura, Leyenda mayor 12,2).
San Ignacio de Loyola, gran santo, especialmente dotado por Dios para la discreción de espíritus, estando en Tierra Santa, hizo «propósito muy firme» de arraigarse allí para siempre. Más tarde, con sus compañeros de París, estuvo durante años queriendo irse a vivir a Palestina. Pensaba que ésa era la voluntad de Dios. Y en 1551, cinco años antes de morir, después de mucho pensarlo y rezarlo –es de suponer que aplicaría sus reglas de discernimiento–, decidió «absolutamente» dejar la guía de la Compañía de Jesús. Ninguna de estas intenciones se cumplieron, porque la voluntad de Dios era otra, y él siempre estaba atento a la voluntad del Señor. Su biógrafo, el padre Nadal, dice que «era llevado suavemente a donde no sabía». Y unos años más tarde San Juan de la Cruz escribiría: «para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes».
Quiero señalar con estos ejemplos que las reglas para el discernimiento, que aseguren una sinergía gracia-libertad, «en cuanto métodos», nunca garantizan por sí mismas el discernimiento verdadero. El discernimiento verdadero es una gracia, un don de Dios, y aplicando métodos o sin ellos, sólamente se alcanza en la medida en que se cumplen las normas fundamentales de la vida cristiana, que seguidamente recuerdo.
1.–La humildad. El humilde desconfía totalmente de sí mismo; por eso tiene horror a hacer su propia voluntad, y pone todo su empeño en conocer la voluntad de Dios: «danos luz para conocer tu voluntad y la fuerza necesaria para cumplirla» (dom. 1, T. Ord.). Dios no se esconde del hombre; es el hombre el que se esconde de Dios (Gén 3,8; 4,14), y se esconde porque no quiere que la Luz divina venga a denunciar sus malas obras (Jn 3,20). El Señor ama a sus hijos, y quiere por eso manifestarles sus voluntades concretss para que, cumpliéndolas, se perfeccionen. Es el hombre el que se tapa ojos y oídos con los apegos desordenados de su voluntad propia –a ideas, proyectos, personas, lugares, trabajos, situaciones, a lo que sea–, y así no alcanza a conocer la voluntad de Dios. Por eso, en la medida en que el hombre, dócil a la gracia divina, va saliendo por la humildad de la cárcel de su propio egocentrismo, en esa medida adelanta en el discernimiento fácil y seguro de la voluntad de Dios sobre él, y su vida se va iluminando con la serenidad y la paz del cielo. El Señor le da luz para conocer su voluntad, y la fuerza necesaria para cumplirla.
El cristiano se centra en sí mismo (egocentrismo) cuando polariza su atención espiritual en la producción de éstas o aquellas obras buenas. Y en cambio se centra en Dios (indiferencia espiritual) cuando todo su empeño se pone en agradar a Dios, en guardar una fidelidad incondicional a su gracia, sea cual fuere. Entonces es cuando, apagado el ruido interno de ansiedades, temores y gozos vanos, va logrando el cristiano ese tan precioso silencio interior (silentium mentis, San Buenaventura), en el que escucha con facilidad la Voz divina, su voluntad, su mandato. Y así el humilde, por la oración y la abnegación de sí mismo, guiado por el infalible instinto del amor, llega con facilidad al exacto discernimiento, muchas veces «sin que él sepa cómo» (Mc 4,27).
2.–La abnegación de la propia voluntad. Al humilde le horroriza quedar «abandonado a los deseos de su corazón» (Rm 1,24-26), ya lo he señalado. No tener voluntad propia es la condición fundamental para poder conocer la voluntad de Dios. Sin eso, no hay método de discernimiento que valga nada. El pecado original nos oscureció la razón y nos debilitó la voluntad para hacer el bien. Pero, ciertamente, no mató en nosotros la voluntad carnal. Por el contrario, la voluntad del hombre adámico quiere, quiere siempre –que pase esto, que no suceda, que se logre tal cosa, que venga ya, que no se le ocurra venir–… quiere siempre, siempre está queriendo, quiere que se mata. Y así nos pierde. Por tanto, clave para el buen discernimiento que hace posible la plena santificación cristiana es mantener la voluntad en libertad vigilada, sin consentir jamás que quiera algo por sí misma. Pues no hemos venido al mundo a hacer nuestra voluntad, sino la voluntad del que nos envió, Dios (cf. Jn 6,38). Por tanto, hermanos, «no hagáis lo que queréis» (Gál 5,17).
El apego a los planes propios suele ser uno de los obstáculos principales de la vida espiritual, por buenos que esos planes sean en sí mismos, objetivamente considerados, sean planes propios o estén trazados por otros. El cristiano carnal que intenta la perfección cristiana suele estar más o menos apegado a un cierto proyecto propio de vida espiritual, compuesto por un conjunto de obras buenas, bien concretas. Ese proyecto está condicionado con frecuencia por el temperamento propio, la educación recibida o el ambiente espiritual predominante. Uno, por ejemplo, que valora mucho la oración, se empeña en orar dos horas al día. Otro, muy activo, apenas tiene tiempos de oración, pues está firmemente convencido de que la caridad le exige hacer muchas cosas. Sin duda, estos proyectos personales pueden ser en sí mismos buenos y nobles, pero con harta frecuencia no coinciden con los designios concretos de Dios sobre la persona, y por tanto los resisten. Y de aquí vienen la ansiedad, el cansancio, el escaso crecimiento espiritual, el pecado a veces y quizá el abandono.
–«Pero vamos a ver: ¿y a usted quién le manda querer nada desde su propia voluntad? ¿Quién le autoriza a tener planes propios en su vida? Lo único que tiene que hacer usted es descubrir y realizar la voluntad de Dios. ¿Se imagina usted a la Virgen María “queriendo algo por su cuenta”? Es impensable. Ella es la esclava del Señor, y por tanto no tiene voluntad propia, y no quiere sino que se haga en ella la voluntad de su Señor».
Las cavilaciones incesantes son un horror, pero son inevitables mientras haya voluntades propias. Sepamos bien sabido que en las dudas persistentes no hallaremos la solución dándole mil vueltas al asunto, consultando ansiosamente a uno y a otro, considerando los pros y los contras en una labor interminable, aunque también querrá Dios que a veces hagamos algo de todo eso. Para salir de las dudas, lo más decisivo es la oración de petición, «¿qué he de hacer, Señor?», y procurar ante todo que nuestra voluntad haga juego libre bajo la moción de la gracia, es decir, esté sinceramente libre en esa cuestión de todo apego desordenado, se mantenga sólamente atenta a Dios, entregada incondicionalmente a su voluntad, exenta tanto de deseos como de temores concretos. Nuestra vida espiritual ha de centrarse habitualmente en conseguir esa santa indiferencia, principalmente por la oración de petición. Y entonces la vida espiritual se va simplificando cada vez más, pues como dice San Juan de la Cruz, «el camino de la vida es de muy poco bullicio y negociación, y más requiere mortificación de la voluntad que mucho saber» (Dichos 57).
Seguiré exponiendo, con el favor de Dios, las condiciones que hacen posible el acuerdo perfecto entre gracia y libertad.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
21 comentarios
Resulta que luego esa misma sociedad se queja de que "el hombre está solo", o de que carece de "espíritu de pertenencia", e inventa remiendos para subsanar esa carencia existencial : relacionarse sexualmente, integrar pandillas, "socializar" la educación infantil, comunicarse por internet, hacer vida social... Pero no logra ni de lejos su cometido, y las tasas de suicidios amenazan con dispararse, llegando a 15/100.000 hab./año en el mundo, aunque en algunos países católicos (como España) se mantiene (todavía) en la mitad de esos guarismos, pero creciendo.
Estas son algunas de las ingratísimas "conquistas" (pues hay quienes se congratulan de ellas) que depara el individualismo antropocéntrico y su concepto deformadísimo de la "libertad", a la cual se ha eregido una imponente estatua que recibe a quienes se acercan por mar a la ciudad de Nueva York.
¡Que diferente todo esto de lo que nos enseña la Iglesia, y que tan claro nos llega por medio de su predicación, Padre!
Recuerdo que antes de hacerme Esclavo de María, dudé durante muchísimo tiempo, pues no entendía la esclavitud mariana. Adocenado por la educación rabiosamnete democrática recibida desde mi más tierna infancia, creía que la tal esclavitud significaba un cercenamiento de mi libertad. Luego comprendí que la libertad que simbolizaba la estatua, era muy diferente a la libertad de los hijos de Dios. Y recién entonces me hice Esclavo de María.
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JMI.- Recibió entonces un gran don de Dios. Ya San Ildefonso de Toledo (+667), en una obra sobre la virginidad de María, se declaraba "esclavo" de la Virgen María, la Madre del Rey, Jesucristo.
Una sección para estudiar detenidamente la doctrina del merito en la serie también seria invaluable.
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JMI.- Ya conoce ud. la norma de la Fund. GRATIS DATE: "lo que recibisteis gratis, dadlo gratis". Daré gracias a Dios si en Apologética Católica da difusión a estos escritos.
Dios le bendiga.
"Tuyo soy, para tí nací:¿Qué quieres, Señor, de mí?"
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JMI.- Es una poesía bastante larga de Sta. Teresa, que repite como estribillo: "Vuestra soy, para vos nací: ¿qué mandáis hacer de mí?" Es preciosa. Yo la llevo en la Ltga de las Horas y hace muchos años rezo cada día al menos tres o cuatro estrofas en la Hora media.
En la sociedad actual se centra todo en los sentimientos, incluso en la religión.Y sin embargo, por poner un ejemplo tonto, nadie piensa: no voy a pagar mis impuestos porque no siento nada...
Hay que cumplir la voluntad del Señor por Él. Porque es lo que Él quiere para nosotros.! Apañados vamos si nos movemos por los sentimientos!.
Qué he de hacer Señor?
qué he de hacer para que mi vida no sea en vano?
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JMI.- ORAR pidiendo al Señor luz para conocer su voluntad y la fuerza necesaria para cumplirla.
Y LABORAR con nuestro mejor empeño para llevar la Cruz de cada día, siguiendo al Señor.
http://es.wikisource.org/wiki/Vuestra_soy,_para_vos_nac%C3%AD
Gracias por sus posts, D, José María.
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JMI.- ¿Cuesta mucho atravesar el Atlántico?
Pues mire ud., si hay que pasarlo a nado, no es que cueste, es que es imposible. Pero si nos llevan en barco o en avión, es perfectamente posible.
La humildad para nosotros solos es simplemente imposible. Y con la gracia que Dios nos da para ser humildes es perfectamente posible.
La humildad es gracia fundamental, gracia primera y fontal, que nos abre a todas las demás gracias: fe, caridad, paciencia, fortaleza, perseverancia, etc. etc. etc. Ellas sin humildad son imposibles.
Pedidla y la recibiréis.
Y hablando de humildad, dejo aquí el enlace de esta preciosa película de San José de Cupertino:
http://www.lafecatolica.com/pelicula-y-biografia-de-san-jose-de-cupertino/1189/
Pedidla y la recibiréis.
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Padre,
Esto me ha sorprendido sobremanera. Le cuento por qué. Tuvimos una vez en Catholic.net una largísima discusión sobre la virtud de la humildad. Todo ocurrió porque alguien posteó una supuesta revelación privada donde el Señor decía que la gracia de la humildad era la única que él no podía dar. El contexto eran unas revelaciones a una persona sin formación teológica, por lo que todo el lenguaje del Señor - si es que era él- era muy llano.
Nos pusimos a buscar e indagar por todos sitios y lo cierto es que no encontrábamos una lista de virtudes donde apareciese como infusa la Humildad. San Agustín tenía un texto que casi lo decía, sin ser concluyente, pero en cualquier caso sin entrar a fondo.
Otro asunto es que aparecía una lista de tipologías de humildad según algún santo, lo que complicaba el tema.
En cualquier caso, aquello me dejó curioso, pues parecía sorprendente esa afirmación pero no fuimos capaces de probar que la humildad fuese infusa.
Obviamente se daba por sobreentendido que Dios puede crear las condiciones para que el hombre, si colabora, se humille o crezca en humildad, la cuestión se reducía a si era o no infusa la humildad, que es lo que entendimos afirmaba aquella cita.
Se lo comento por si puede iluminarme sobre ello.
Dios le bendiga, su escrito me ha hecho mucho bien.
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JMI.- La humildad es una gran "virtud" (Sto. Tomás, STh 2-2, 160,2); es "fundamento" de todas las virtudes (ib. 161,5). Sin la gracia de la humildad, p.ej., el hombre no puede llegar siquiera a la fe, porque no acepta dejarse enseñar por Dios. De la humildad decía SBasilio que era "la virtud total" (panarete), en ese mismo sentido: fundamento de todas las virtudes.
Usted fue elegido para descubrir a esa bestia de siete cabezas, (asesina de conciencia) y herirla en la que mas hipnotiza llamada, la soberbia orgullosa, esta rompe el vinculo con el Creador, por eso no podemos ver la acción inicial de Dios, llamada Gracia.
Que he de hacer Señor? Seguirte, por donde me quieras llevar en esta vida que me has dado, y una familia que dejo en tus manos porque de Tu Reino he de recibir todo lo necesario para que sea digna de Ti.
Tan alto precio pagaste por nuestra liberación, que no puede quedar sin valor, sin sentido o solo en el pasado, si somos cristianos que se note su Gobierno.
Gracias padre por pertenecer a la filas del Rey y compartir sus frutos.
Me di cuenta de lo complejo que es el asunto de la santidad, pues siendo la humildad el fundamento para todas, no es ni virtud teologal ni cardinal, sino derivada de algunas de ellas. Algunas de las derivadas de las virtudes cardinales son infusas, pero otras no, y de otras, no parece que se sepa. Es muy curioso y amplio todo lo referente a las virtudes.
Gracias, Dios le bendiga.
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JMI.- Puede haber una virtud de la humildad, p.ej., que sea natural. No será perfecta, pero es una virtud. Pero todas las virtudes teologales y morales infundidas por la gracia de Dios en las potencias del hombre son virtudes sobrenaturales infusas.
Se enseña que por las prácticas devocionales (rosario, primeros viernes, jaculatorias...) se santifica uno, pero eso es mentira, uno se santifica con las buenas costumbres.
Pero para cumplir uno con su deber de cristiano debe hacer mucha oración, y estudiar la Palabra de Dios; el problema es que en vez de orar con espontaneidad, se recitan mantras incesantes, y en vez de estudiar la Palabra de Dios, se lee libros de "santos" llenos de exageraciones y de veneno para la vida espiritual; principalmente porque olvidan que amar a Dios es obedecerle, no es "sufrir por Él", ni es ningún tipo se sentimiento repugnante.
Las peores personas que conozco van a misa y rezan el rosario; esto es porque el veneno devocional les ha engañado; empezaron con el espíritu y terminaron con la carne. Como dice San Pablo:
"que nadie os engañe con devociones a ángeles, lunas nuevas o sábados"
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JMI.- Rosario, primeros viernes, jaculatorias, ir a misa, vidas de santos, etc. han sido siempre recomendados por los Papas y los santos, y han dado y dan muy buenos frutos de vida cristiana. Hay que hacerle caso a ellos, no a ud. Está ud. equivocado.
Gracias a Dios por usted.DIOS ES MISERICORDIOSO, a qien le busca EL lo encuentra.
Dios le bendiga.
http://www.secretosdeprosperidad.net/category/vida-espiritual/
Dios me vino a buscar a mi, porque viene a salvar a los pecadores, y valiéndose de usted me esta enseñando y purificando. Hoy puedo decir que he comprendido que Dios me ama, es mi Padre y que lo único que yo puedo hacer, ayudada por su Gracia, es abrazarme a mi Papa querido y fiarme de El . Ciertamente el protagonista es Dios que es el Amor que se da gratis al hombre. Solo queda ponerse como un parvulillo a saborear "lo bueno que es el Señor".
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JMI.-Es Dios quien actúa en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito (Flp 3), en todas y cada una de nuestras acciones buenas, libres, meritorias de vida eterna.
Bendición +
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